Lizzie llego al turno de mañana de su trabajo temprano, saludando con una gran sonrisa a los empleados del turno de noche mientras se arrastraban a casa a dormir.
Este era su momento del día favorito, cuando los últimos fiesteros salían para enfrentarse a la luz de la mañana, y la gente más entregada al trabajo entraban para un breve momento de calma antes de lanzarse de cabeza a sus obligaciones. Estos eran los clientes menos exigentes, callados, y a Lizzie le encantaba encargarse de ellos antes de que empezara la locura de la mañana.
Un caballero de cabello gris llamado Harold era lo mejor de lo mejor. Siempre dejaba una buena propina, nunca le metía prisa o insistía en que su comanda era de mayor prioridad que otras, y siempre tenía tiempo para decirle a Lizzie que su chai latte era el mejor que había probado nunca.
A pesar que aparentaba edad suficiente para ser su padre (tampoco era una anciano ya que Lizzie sólo tenía sólo 18 años) nunca se dirigió hacia ella de manera despreciativa o que la hiciera sentirse estúpida. A decir verdad, a ella le gustaba un poco, por su piel ligeramente bronceada, su ropa hecha a medida, y un leve acento inglés, ¿a quién no le gustaría?
Pero hoy parecía un poco apagado. No sonrió cuando lo saludó, hizo su pedido susurrando y se quedó mirando por la ventana. Cuando llegó el té, lo dejó en la mesa hasta que se quedó frío.
- He perdido mi toque, ¿verdad?- preguntó Lizzie. – Me he acordado de usar leche entera como me pidió.
Harold salió de su ensimismamiento, como si se hubiera olvidado donde estaba y lo que estaba haciendo.
Lizzie le sonrió, pero a cambio sólo recibió media respuesta.
- No me hagas caso. Es que hoy me estoy sintiendo viejo, Liz-. Harold tomó un sorbo cuidadoso, haciendo una mueca cuando se dio cuenta del tiempo que había dejado reposar el té.
-¿Ha pasado algo? ¿No estarás enfermo, verdad?-. Lizzie casi le pone la mano en la frente pero se acordó que a pesar de ser uno de sus mejores clientes, al fin y al cabo era un cliente, por lo que había ciertos límites que no debía traspasar. Aunque todo lo que quisiese fuese darle un beso en la frente arrugada.
- No, no, nada grave. Alguien algo mayor que tú me ha llamado abuelo en el tren esta mañana, y me ha dejado algo inquieto. La vejez me ha atacado por sorpresa, eso es todo.
- ¿Qué? ¿Estás ciego o tonto?- Lizzie resopló, haciendo un gesto despectivo con la mano. – Vamos a ver ¿qué edad tienes... 38 o algo parecido?
- Más bien, hacia el final de los cuarenta...y te aproximarás-. Sonrió con preocupación, al ver la preocupación en el rostro de Lizzie y volvió a juguetear con el asa de la taza.
Lizzie nunca antes lo había visto tan melancólico. Tenía ganas de abrazarlo.
- El mundo es para los jóvenes, querida. Disfrútalo al máximo mientras puedas, para que no acabes como yo.
- Dame la taza, voy a traerte un té nuevo, sin cargo alguno. Y no eres viejo, eres distinguido, como uno de esos palacetes distinguidos de césped podado y jardines ingleses.
Lizzie se dio cuenta que estaba hablando incoherentemente, y se giró para ocultar rubor. – Ahora vengo.
El sonido de la risa ahogada de Harold paralizó a Lizzie detrás del mostrador.
Lizzie tiró el té frio, se dispuso a preparar una taza nueva, y se le empezó a formar una idea en la cabeza. Se pasó el pulgar por las escamas plateadas del dragón de la oreja que siempre llevaba. Fue un regalo de Shea, la primera persona que conoció al mudarse a la gran ciudad. No sólo le había dado su primer y bendito multiorgasmo, también le había inculcado una sabiduría que ahora utilizaba como guía de su vida.
Le dijo que debería entregarse al amor sin importarle la forma o la duración, y ahora tenía la sensación que tenía que seguir sus instintos y traerle a Harold parte de la alegría que Shea le había dado. Su plan sin duda sería arriesgado. Podía perder el respecto de Harold, o aun peor, su trabajo. Pero se aferró al dragón plateado de la oreja y cerró los ojos mientras le alcanzaba una sensación de paz, y casi podía ver a Shea asintiendo solemnemente aprobando sus acciones.
-Una taza nueva de té, sin cargo alguno -, Lizzie lo sonrió suevamente y lo acompañó de una tranquilizante palmada en la espalda.
Harold murmuró las gracias y agarró la taza con las dos manos.
Entonces Lizzie se fue rápidamente detrás del mostrador, tomó la urna, y se agachó, dando gracias por ser bajita, mientras se escondía de compañeros y clientes.
El miércoles se había vuelto un día bastante ocupado en el Java Jam desde que Lizzie propuso a su jefa Nitya un día de rifa. La gente ponía sus tarjetas de visita en una gran urna. Cada miércoles un empleado retiraba una dándole a su afortunado dueño un pequeño premio, como una semana de café gratis o una docena de pastas recién hechas. Esto dotaba al miércoles de algo de emoción y anticipación para ayudar a los clientes a superar el deprimente pico de la semana.
Lizzie estaba bastante orgullosa de su idea. Por primera vez desde que había empezado a trabajar en la cafetería hacía cuatro meses, se sintió que contribuía completamente con algo. Todos los que trabajaban en la cafetería eran algún tipo de artistas geniales o universitarios brillantes, algunas veces ambas cosas.
Todo lo que tenía Lizzie era su alegre personalidad, su increíble habilidad para acordarse de nombres y pedidos tras escucharlos una vez, y su disposición con el doble de esfuerzo del requerido normalmente. Nitya, su jefa y dueña de la cafetería, decía que ya era bastante con lo que Lizzie hacía, pero para ella no era suficiente. Quería liberar su fuego al mundo siendo lo mejor posible, y eso significaba dejar su marca allí donde fuese.
Ahora estaba agradecida por su idea por partida doble. Sin la urna del día de la rifa llena de tarjetas de visita, no sabría como localizar el teléfono de Harold.
Hurgó durante un minuto antes de ver la tarjeta de visita azul real de Harold. Le llevó otro minuto frenético apuntar el número en el teléfono y la dejó de vuelta en la urna y en su sitio.
Lizzie esperó hasta después de la hora de comer para llamar a solas desde el almacén, mordiéndose la uña del pulgar mientras esperaba a que Harold respondiera a la llamada.
- Miller, LaCroix & Humphries ¿Con quién desea hablar?-. Saludó el tono cortante de la secretaria. Durante un breve instante Lizzie pensó que era mejor colgar. Pero Harold la necesitaba, y no se iba a echar para atrás y defraudarlo.
- ¿P-puedo hablar con Harold LaCroix, por favor? Soy Lizzie Newman de Java Jam.
La secretaría la dejó en espera, y Lizzie caminó con nerviosismo hasta que una voz familiar apareció al otro lado de la línea.
-¿Hola? ¿Lizzie? ¿He ganado la rifa de hoy? – Lizzie luchó contra las ganas de reírse. Era una excusa perfecta en la que no había pensado.
- ¡Enhorabuena! Um... tuvimos un problemilla con la recogida de la rifa del mes pasado, ¿puedo llevártelo directamente y firmas?
-Ah vale, o si no puedo recogerlo directamente mañana por la mañana.
-¡No! Quiero decir, has ganado la tarta de cappuccino de caramelo de Nitya, una entera, y está recién salida del horno. ¿No prefieres que esté aun caliente y esponjosa?
Harold respiró cortantemente al otro lado del teléfono. Lizzie se preocupó de que no se tragara la excusa y que colgara el teléfono por malgastar parte de su preciado tiempo. Para alivio de Lizzie, Harold simplemente se aclaró la garganta.
-Si no es mucha molestia... ahora me encantaría algo dulce. La dirección está en la tarjeta, le diré a los de seguridad que te dejen entrar.
Lizzie hizo un bailecito de victoria en silencio, colgó rápidamente, y se dio prisa en terminar lo que le quedaba de turno de trabajo.
Como le había dicho Harold, los de seguridad le echaron un rápido vistazo a su identificación cuando entró en el imponente templo de cristal y mármol donde se encontraba la oficina. Lizzie se sintió fuera de lugar y pequeña. Mientras subía en el ascensor, frotó tanto el dragón de su oreja que la marca de las escamas se le quedó impresa en el pulgar.
Lizzie pronto aprendió que no debía fiarse por las apariencias de los edificios ni de las personas. Cuando salió del ascensor, la planta estaba completamente vacía. Incluso la secretaria con la que había hablado antes no estaba en su puesto.
Después vio a Harold esperándola al final del pasillo. Él se dio cuenta que no llevaba la tarta en las manos, y algo peligroso y excitante brilló en sus ojos. Antes de que Lizzie tuviera la oportunidad de explicarse, Harold marchó pasillo abajo para tomarle la boca con la fuerza de un tifón.
-¡Serás descarada! Nunca pensé, que, desee...- Él se estremeció y Lizzie lo pudo sentir a través de su propio cuerpo.
-¡No pasa nada! Solo quiero mostrarte que no hay nada por lo que debas estar triste. Ser maduro implica que conoces cosas más divertidas, ¿verdad? ¡Enséñame!
Lizzie sintió una emoción de placer cuando vió la reacción que habían tenido sus palabras en él. Cuando le agarró la muñeca y la arrastró hasta su despacho, tuvo claro que sus braguitas se iban a estropear.
El despacho de Harold tenía diseños apagados, con un escritorio sólido de caoba como elemento central homenaje a su herencia británica. Estaba tallado a partir de una sola pieza enorme de madera, transmitía clase y estabilidad.
Tan solo el peso del escritorio evitó que derrapara sobre la cara alfombra cuando Lizzie cayó sobre él, tirando notas y faxes al suelo. La falda vaquera de Lizzie estaba enroscada en su cintura, la chaqueta arrugada junto a una planta y la blusa desabrochada hasta la cintura.
Harold se inclinó sobre ella con una expresión simpática en la cara, como si estuviera mirando cifras del último trimestre y no las maneras que hacerla rogar compasión.
Lizzie empezó a tirar de él para otro de esos besos calientes y pasionales, cuando de pronto sonó el teléfono.
Los dos se detuvieron en el acto: Lizzie por el miedo, y Harold por una leve sorpresa. El teléfono volvió a sonar antes de que Harold se inclinarse hacia la cara de Lizzie, con su cálido aliento a menta haciéndole cosquillas junto a la oreja.
-¿Vas a contestar Lizzie?
Lizzie abrió los ojos completamente; abrió la boca para protestar pero la mano firme que se resbalaba hacia su coño a través de sus braguitas la dejó de piedra. Le temblaba la mano mientras se estiraba hacia un lado y balbuceó al auricular.
La sonrisa de Harold aumentó mientras escuchaba como Lizzie balbuceaba un saludo. Recorrió con la mirada el escritorio para buscar una fuente de entretenimiento. Y la encontró inocentemente junto a unos reportes financieros.
-Creo que no se encuentra ahora mismo, ¡pu-puedo tomar un mensaje! ¡AAAh! ¿Eh? No, no, había un insecto.
El cuerpo de Lizzie se arqueó con un clip de mariposa enganchado a su pezón. Miró a Harold, y no podía esconder como le latía el coño.
-Lo siento, um... ¿Qué estaba diciendo, que la reunión de mañana está cancelada? Sí señor, lo siento señor.
Harold siguió con su entretenimiento, quitándole a Lizzie sus braguitas bajándoselas por las pantorrillas, lamiéndo hacia arriba de los muslos para escuchar como se le rompía la voz al teléfono. Se atrevió morderla fuertemente en la estructurada unión de su estómago y sus caderas; y con un leve movimiento de cabeza, Harold podía ver cómo le goteaba desesperadamente el flujo, casi bailando, bajando por sus labios vaginales suaves y rosados.
-Eso no debería ser un ahhhh p-problema. ¿Yo? Estoy bien, es que dejan el aire acondicionado muy alto todo el rato, ¡jaja!
Lizzie sintió como se ponía cachonda desde el estómago, y le llevo cada ápice de fuerza de voluntad para no colgar al pomposo parlanchín del otro lado de la línea. El perfume a citronela y vainilla le llegó hasta la nariz y casi se corre. Era el olor de un condón de diseño muy caro.
Esperaba que el ritmo de penetración fuera lento, centímetro a centímetro, en cambio Harold le metió la polla de golpe, de manera caliente e implacable. Lizzie casi se ahoga con su propia lengua. La voz al otro lado del teléfono parecía que estuviera a miles de kilómetros cuando su mundo se redujo a tan solo su coño expandido, caliente y pecaminoso, una presión violenta sobre los pechos encima de las vetas de la madera, y su corazón que palpitaba salvajemente.
- H-Harold-. Lizzie le pasó el teléfono a ciegas, al no poder seguir con la farsa más tiempo.
Harold frunció el ceño, pero tomo el auricular con suavidad. Con una expresión placida, utilizó el cable elástico y largo del teléfono para atarle a Lizzie las manos a la espalda por las muñecas antes de ponerse el auricular en la oreja. Lizzie gimoteó, oponiendo las caderas como protesta y necesidad, así que Harold se quitó la corbata y se la metió en la boca.
- La Croix. Mmm. Claro, la semana que viene.
La espalda de Lizzie se arqueó en cuanto Harold empezó a seguir un ritmo brutal de embestidas diabólicas, un movimiento entre ritmo desacompasado y lánguido. Lizzie se echó para atrás, la había llevado al punto de intentar abrirse entera y completamente al rabo de Harold, cualquier cosa para poder encontrar alivio.
-¿Susan? Está bien, solo tiene un catarro. Trabaja demasiado.
Harold inmovilizó a Lizzie con un buen azote en el culo antes de embestirla tan profunda y rápidamente que hizo que todo el escritorio se moviese. Incluso con la corbata para morder, Lizzie se preguntó cómo era posible que la persona al otro lado de la línea no escuchara todo ese ruido.
-Y claro, ella sabía que yo era un negrero cuando firmó el contrato. Hmm. Te veré en el campo este fin de semana. Buenas noches-. Harold, parecía que había tenido un atisbo de piedad y puso uno de sus dedos en el clítoris de Lizzie inflamado y palpitante.
Justo entonces fue cuando los muslos de Lizzie se estremecieron y se doblaron, las lágrimas se le escaparon por los extremos de los ojos, y su torso se irguió del escritorio. Harold desgarró la mordaza y dejó que Lizzie soltara un grito orgásmico y desgarrador por toda la oficina. Él por su parte gimió apagadamente, inclinándose sobre el cuerpo cansado y boca abajo de ella, y ambos intentaron recobrar el aliento.
De pronto fue como si el embrujo desapareciera. Y Harold volvía a ser el caballero amable que iba a la cafetería todas las mañanas. La desató y le besó las muñecas marcadas. Le retiró el clip de mariposa, y después movió a Lizzie a una silla acolchada. Recogió su ropa y se la entregó.
Lizzie se vistió despacio, aun descendiendo de la nube en la que se encontraba. Harold empezó a mimarla, balbuceando miles de disculpas. Si le miraba con los ojos entrecerrados, casi podría ver su edad volviendo para posarse en sus hombros como un yugo.
-Gracias por este regalo-, dijo Lizzie. –Me quedaré con un muy grato recuerdo de esta tarde, de verdad. Deberías encontrar una chica más joven que tu y enseñarle todas estas cosas tan maravillosas.
Se puso de puntillas y le besó soltando una risilla de placer. –Tienes mucha vida dentro Mr. LaCroix, úsela o me enfadaré.
-Si señor-, dijo Harold hacienda un saludo militar en broma, y la nube de tristeza se desvaneció al instante. - ¿Te volveré a ver? He disfrutado, pero con la diferencia de edad y todo, no creo que la relación fuese a funcionar.
-¡Piensas demasiado Harold! Sabes donde trabajo. Que bobo, todo lo que tienes que hacer es dejarte caer por allí cuando quieras. He venido a animarte, no a comprometerte. Por lo que si empiezas a sentirte de bajón ven a verme. ¿Me lo prometes?
Lizzie alargó una mano hacia él para estrechársela. Harold se quedó mirándola con incredulidad, pero se la estrechó igualmente.
-Lo prometo. Eres una criatura impactante, Lizzie. Espero que nunca cambies.
Lizzie sonrió y le lanzó un beso mientras caminaba hacia el ascensor. Se sentía bien, mejor que en mucho tiempo. Cuando las puertas acristaladas se cerraron se pudo imaginar a Shea detrás de ella con una sonrisa benevolente en su hermosa cara.