-Johnny Cash es el cantante más guay que jamás ha existido. Pensé que estarías de acuerdo.
Lizzie estaba separando la ropa seca mientras hablaban. Dentro de lo posible evitaba planchar.
-Sí, estoy contigo-, dijo Thomas. –Pero cuando se lo dije a Paul, no me dirigió la palabra en tres días. Dice que Freddie Mercury es el máximo dirigente del universo musical-. Thomas hablaba del incidente con el leve divertimento de alguien que está acostumbrado a tratar con gente con un temperamento volátil.
- ¿Quién es Paul?
Estaban en la lavandería cerca del edificio de apartamentos donde vivían. Tener que juntar toda la ropa sucia para después bajar a la lavandería, era una de las peores cosas de vivir en un edificio de apartamentos.
Ya era bastante difícil tener que arrastras un enorme carrito con su cesta de ropa sucia cinco tramos de escalera, para luego estar siempre preocupada de que le ocurrieran una serie de desgraciados acontecimientos que terminaran con toda su ropa interior esparcida por el suelo. Nada de eso había pasado jamás, pero el miedo estaba latente.
Luego estaba la lavandería, una caverna austera y resplandeciente llena de máquinas donde había poco que hacer a parte de mirar con expresión vacía las telenovelas españolas que televisaban mientras la ropa se lavaba.
Una de las cosas buenas de su doble viaje semanal al Soap-n-Slide, era Thomas un tipo adorable de 1,70 metros de altura. Era la única persona suficientemente amable que ayudó a Lizzie durante sus primeros viajes a la lavandería, rescatándola de la confusión mientras el resto de clientes habituales de su entorno seguían un intrincado ritual que ella desconocida.
Aunque sólo medía un par de centímetros más que ella, cuando se dirigió a ella y le explicó tranquilamente como programar el temporizador de la lavadora, ella pensó de inmediato que se trataba de su ángel de la guardia. Su pelo rizado y rubio, y sus suaves ojos azules ayudaban a dar esta imagen.
Su aura de fragilidad hizo que Lizzie se sintiese rápidamente cómoda a su lado. Su esbelta composición y sus rasgos delicados, lo hacían parecer parte de la vidriera de una catedral. Pronto se convirtieron en compañeros de lavandería, y Lizzie empezó a ansiar que llegara el momento de realizar esa tarea. Charlaban de todo y de cualquier cosa, dándose cuenta que tenían más cosas en común de lo que pensaban. Ambos eran de pueblos pequeños que amaban la ciudad, pero echaban de menos la tranquilidad de sus pueblos natales de vez en cuando. Les gustaban las películas de John Hughes, y ‘Ring of Fire’ de Johnny Cash.
Thomas se detuvo mientras doblaba un par de pantalones de pijama de Marvin el marciano, sonrojándose profundamente y sonriendo de forma insegura.
-Es mi nuevo novio. Hemos sido amigos durante mucho tiempo, pero ahora...-, se apagó encogiéndose de hombros como si tal cosa. – Es más.
-¿En serio? Enhorabuena, ¡estoy muy contenta por ti!-, Lizzie sonrió y le dio un gran abrazo, que hizo que se sonrojara más aun. Tuvo una pequeña punzada en el corazón, ya que albergaba un pequeño enamoramiento al fondo de su corazón. -¿Tienes alguna foto?
Thomas sacó su cartera, y le enseñó una foto suya con un hombre más alto que él abrazándolo por detrás con una sonrisa pícara. El hombre tenía la piel color aceituna y los ojos marrones oscuros, que le daba un aire de gitano.
Mientras Thomas parecía que podría tener problemas para caminar cuesta arriba un día de viento, Paul tenía a sus espaldas muchas horas de gimnasio. Los músculos le sentaban bien con esa camiseta cara y apretada. Los dos no podían ser más diferentes en apariencia, pero juntos hacían realmente muy buena pareja.
-¡Oh, wow, que suerte tienes!-, dijo Lizzie sinceramente.– Aunque realmente, él es el que tiene suerte. Dile de mi parte que si te rompe el corazón, apareceré para rescatarte.
Thomas se rió, aunque el tono rojizo de sus mejillas no desapareció hasta pasado un rato.
Un par de semanas más tarde, Lizzie tuvo la grata sorpresa al recibir un mensaje de Thomas preguntándole si quería quedar a comer. No recordaba haber quedado nunca antes con él fuera de las tareas de lavandería. Habían tomado smoothies en el local de al lado mientas se les secaba la ropa, pero eso no contaba. El restaurante que él había elegido era tranquilo y de luz tenue. A pesar de ser la hora punta de comidas en un día de diario, sólo había un cliente cerca de ellos, y la mujer mayor parecía que se iba a quedar dormida encima de la sopa.
Thomas tenía pinta de nervioso y estaba pálido. A parte del saludo inicial no dijo ni una sola palabra. Lizzie pudo notar que Thomas llevaba sobre sus hombros el peso de algo realmente importante, pero decidió que debía dejar que lo manejara él a su manera. Pidieron la comida, y Lizzie contenta saboreó las tortillas con salsa gratis mientras esperaba a que Thomas hablara.
-Supe que era gay creo que desde siempre-, soltó Thomas sin preámbulo. –Creo que las mujeres son guapas, pero nunca... nunca he tenido mucho interés en ellas, excepto en una o dos. No de la misma manera que en los tíos. Desde niño estaba enfermo con frecuencia y nunca acababa de ponerme bien del todo, por lo que mi aspecto hizo de mí un blanco fácil. Y pensé que si decía algo sobre mi preferencia sexual sería un motivo más de burla. Por lo que me mantuve en silencio.
-Lo siento.
Thomas tenía que haber notado que a Lizzie le gustaba un poco. Era el típico tío que se sentiría culpable si no asentaban las bases desde el principio. Ella no pretendía hacerle sentir incómodo. Su mano fue directamente a tocarse el dragón de la oreja, acariciarlo hacía que se sentiera segura y a salvo. –Nadie tiene la culpa, y pienso que estas muy bueno, pero estás feliz con Paul, y estoy bien con ser sólo tu amiga. Sin rencor, ¿vale?
-Lizzie... ¿de qué estás hablando?-, Thomas pestañeó. -¿Piensas que estoy bueno?
-Um... ¿sí?-. Lizzie sacudió la cabeza.- Ahora estoy hecha un lio.
-Yo también estoy confundido. Lo que estaba intentando decir es que Paul y yo nos conocemos desde la universidad. Sabía que era bisexual desde el principio, y yo hasta el año pasado no había sido sincero conmigo mismo y fue cuando salí del armario. Finalmente Paul me ayudó a dejar escapar mis sentimientos, y ha sido maravilloso desde entonces, pero...
-¿Pero?
-Se que él echa de menos a las mujeres de vez en cuando-. Thomas se puso más rojo. –Su cumpleaños es el mes que viene, y quería hacer algo osado y especial. Hemos hablado varias veces de hacer un trio, pero con otro tío sería como ponernos los cuernos, por lo que... - se bebió un trago de agua, y apoyó el vaso con manos temblorosas. –Si hubiera alguien que yo quisiera que... fuese parte de algo así... me gustaría que fueses tu.
-¿Yo?-, Lizzie sintió como si se quedara sin aire. Thomas la miró seriamente, y tuvo una breve visión de los tres enredados entre las sabanas, un nudo de sudor y extremidades empapadas, y placer. Se le secó la boca, y un zumbido eléctrico le bajó por la columna. Se estiró a través de la mesa para tomar la mano de Thomas entre las suyas.
-Me siento realmente emocionada de que confíes en mí lo suficiente como para pedirme esto. Claro que lo haré, estoy feliz de poder ayudar.
Cuando sonrió aliviado, hizo que el corazón de Lizzie irradiara.
-¡Este va a ser el mejor regalo de cumpleaños del mundo, tenemos mucho que hacer, y no hay mucho tiempo!
Las siguientes semanas pasaron volando. Ella y Thomas quedaban casi todos los días en secreto, recorriendo la ciudad para asegurarse que la logística fuera a funcionar, (la jefa de Lizzie tuvo un pequeño ataque cuando Lizzie envió por el fax del trabajo sus resultados de ETS), así como todo lo que necesitaban para preparar la puesta en escena.
Tras muchas discusiones, decidieron que Lizzie iría después de su turno de mañana para ayudar a Thomas a transformar el modesto apartamento en un escenario sacado directamente de un sueño erótico fantástico.
La noche anterior a la gran noche, Lizzie dio vueltas en la cama, luchando con molestas dudas e inseguridades. Sabía que se trataba de una cosa que sólo pasaría una vez en la vida, y no importaba cuanto apreciara a Thomas, su papel en el encuentro era meramente ensalzar el amor entre él y Paul. Su actuación y ella misma tenían mucho peso. No quería fastidiarlo. Cuando el miedo llego a ser casi apabullante, se tocó el dragón de la oreja. Si Shea estuviera allí, le diría que compartiera parte de su pasión interna con ellos, y que asumiera que de esta manera contribuía en su amor.
Atesoró en su corazón esta perla de conocimiento la noche siguiente, mientras esperaba a que comenzara el plan. Paul tenía que llegar a las ocho para ir con Thomas (o eso pensaba) a cenar y a bailar a su discoteca favorita. Tan pronto como llegara al apartamento de Thomas, la sorpresa empezaría.
A las ocho y tres minutos se abrió la puerta y el hombre al que sólo conocía por fotos entró, y casi se tropieza consigo mismo de lo que acababa de ver.
Cortinajes de color carmín y un tenue raso dorado cubrían todos los muebles. Había velas encendidas por todo el apartamento. Espirales de incienso que se disipaban por el aire saliendo de un brasero de latón.
El sofá cama de Thomas estaba extendido y la cama hecha con unas sábanas levemente perfumadas y con suaves almohadas. Lizzie estaba tumbada sobre la cama adornándola, y con una sonrisa encantadora mientras observaba la reacción de Paul.
Se había puesto empeño en arreglarse. Tenía el pelo teñido con una mezcla atrevida carmesí, que hasta parecían llamas líquidas, y llevaba enganchados unos pequeños cuernos de diablo. Llevaba solo un body rojo de purpurina, ligas con medias transparentes, y unos endiablados tacones rojos de 10 centímetros.
-Cierra la puerta Paul, que hay corriente-. Lizzie habló en un tono ronco, como un susurro sexy a lo Lauren Bacall.
Sin dar crédito, él accedió, aunque tenía una expresión completamente estupefacta en la cara. -No es que me importe la vista ni nada, pero ¿me he equivocado de apartamento?
En respuesta Lizzie se rió, arrastrándose hacia adelante hasta el borde de la cama y llamándole con un dedo.
-Me han dicho que hoy es tu cumpleaños, por eso he venido hasta aquí para concederte un deseo.
Paul dio un paso al frente de manera involuntaria y luego se detuvo, agarrándose al pomo de la puerta como a un salvavidas. –¡Ah! ¿Eso es lo que quieres? Vale, cualquier cosa que me pidas.
Lizzie se puso en pie. Chasqueó los dedos, acosándole, moviéndose lentamente y divirtiéndose en su rol de seductora.
- Nunca te lo llevarás, demonio.
Dijo Thomas haciendo su entrada.
Paul miró detrás de Lizzie. –Joder Tom ¿Qué...?
Lizzie sabía que Thomas estaba espectacular. Estaba muy orgullosa de cómo ella lo iba a transformar para esa noche. Sus calzoncillos de seda brillaban como perlas, y la purpurina fina de llevaba por el cuerpo y en sus rizos lo hacían parecer un ser etéreo.
-Es todo mío-, dijo Lizzie a Thomas con voz de gruñido por encima del hombro, arrastrándolo con ella mientras retrocedía.
Junto a la cama, Lizzie susurró con una voz dura a Paul: -No le mires.
Cuando Thomas se disponía a contestar, Lizzie lo interrumpió arrimándolo a ella para besarlo. Empezó a desabrocharle los botones uno a uno, y cuando él se separó para tomar aire, empezó a besarlo por la línea de la mandíbula hasta llegar a la oreja.
-Esto es exactamente lo que quieres-, le dijo en un susurro alto.
-Demonio mentiroso-, dijo Thomas como si estuvieran en una obra de teatro.
-Míralo-, dijo Lizzie a Paul. –Qué delicado e inocente. Puedes tomarlo y usarlo. ¿No te apetece tirarlo sobre la cama y que suplique? ¿Puedes imaginarte lo increíble que se va a ser cuando quiera morirse de ganas de correrse?
Paul gimió en deseo. Lizzie miró rápidamente por encima del hombro al Thomas transfigurado, y guiñó el ojo.
-Será mejor que des el siguiente paso, fanático religioso-, dijo Lizzie a Thomas. –O me lo quedo solo para mí.
Siguió explorando a Paul, recorriendole el pelo del pecho con las uñas escarlatas y acariciándo su coqueto pezón, y sonriendo cuando le sacó un bufido. Él le agarró una mata de pelo y le robó otro beso. Si besaba así todo el tiempo, no era de extrañar que Thomas se sonrojara como un enfermo con fiebre cada vez que Paul salía en la conversación.
Al rato Paul dejó escapar otro gemido queriendo más. Lizzie sintió las manos de Thomas agarrando la cintura de Paul desde atrás, y desabrochándole el pantalón. Cuando Lizzie introdujo la mano en los bóxers de Paul, Thomas ya estaba allí.
Paul dejó caer la cabeza hacia atrás mientras sus dos torturadores lo tenían agarrado, acariciándolo uno detrás del otro mientras las manos que tenían libres seguían descubriéndole la piel y tocándole todo lo que podían alcanzar.
Lizzie apenas tuvo fuerzas para salir de allí e ir hasta la mesita para recoger los condones y el lubricante. Cuando volvió, Thomas y Paul estaban sumergidos en su propio mundo, besándose apasionadamente y masturbándose mutuamente. Esta debía de ser la cosa más cachonda que había visto Lizzie en su vida. Se empezó a poner muy húmeda viéndolos juntos, por lo que no se resistió, se tumbó en la cama y empezó a tocarse.
Se enfrascó tanto dándose placer a si misma, que se olvidó casi por completo que no estaba sola. Thomas le agarró la muñeca con delicadeza y se la apartó para que Paul pudiese colocarse entre sus muslos. Thomas le plantó un beso en la frente, y mientras Paul se ponía un condón, Thomas la honró con sus agradecimientos silenciosos y una sonrisa que calentó a Lizzie de la cabeza a los pies. Lizzie le respondió con una de sus sonrisas iluminadas y levantando el pulgar en señal de aprobación, lo que hizo que Thomas se riera y cambiara de estado de ánimo.
Paul empezó a hacer el amor como si hubiera un ritmo bailable que sólo él pudiera escuchar. Lizzie se perdió tanto en el ritmo, que no pudo mantener su orgasmo a raya por más tiempo. A pesar de sus aullidos y de marcarle el brazo con las uñas, él siguió embistiéndola, llevándola una y otra vez al orgasmo sin parar. Finalmente Lizzie ya no sabía distinguir entre arriba y abajo. Y tuvo que lloriquear y rogar que le diera tregua a su sensible coño.
Para gran alivio de Lizzie, dejó de moverse unos minutes. Cuando abrió los ojos, lo vio temblando y desplomándose sobre su pecho.
La cara de Thomas apareció por encima del hombro de Paul con una expresión de interrogación y preocupación. Lizzie respondió a la duda Thomas con un leve asentimiento, y este sonrió bondadosamente. No fue hasta que Thomas se empezó a mover con Paul al mismo ritmo cuando Lizzie se dio cuenta de lo que estaba pasando. Thomas estaba haciéndole el amor a los dos a la vez, y esto provocó una corriente de calor por el cuerpo de Lizzie. Lizzie abrió más las piernas para poder conectarse en la medida de lo posible con los dos hombres.
A la hora de practicar el sexo, Paul se movía como si de un bailase se tratase, de manera alegre, sensual y exigente. Thomas creaba música. Usaba a Paul como un arco y tocaba a Lizzie como un violín, sacando los mejores sonidos de ambos. Lizzie estaba alucinada del control que tenía. Cuando ella o Paul intentaban acelerar el ritmo, Thomas les frenaba, llevándolos a una espiral de éxtasis cada vez mayor hasta que ya no fueron capaces de formular palabras coherentes.
Cuando Lizzie empezó dudar de que pudiera seguir así por más tiempo, Thomas empezó una reacción en cadena explosiva metiendo la mano entre ella y Paul para estimularle el clítoris con los dedos. Lizzie se puso rígida como una tabla por la fuerza del orgasmo, agarrándose tan fuerte a Paul que este no tuvo más remedio que seguirla, y este a su vez se agarró a Thomas llevándole al límite junto a ellos.
Cuando el amanecer se coló en la habitación, Lizzie abrió los ojos. La luz resplandeció sobre el brillo del sudor que los recubría. Thomas y Paul estaban tumbados con los brazos y las piernas entrelazados, respirando tranquilamente en su reposo sosegado.
Lizzie se rió de lo adorables que eran. Paul babeada sobre el pecho de Thomas, que estaba cubierto de manchas rojas y doradas. Thomas se agarraba a Paul como si fuera el mejor osito de peluche del mundo.
A pesar de que Lizzie se duchó durante un largo rato, se comió una Pop-tart de la cocina, y se aseguró de taparles con una manta para que no se resfriaran, ninguno de los dos se despertó de los brazos de Morfeo. Era increíblemente dulce ver como se querían.
Y tan increíblemente solitario.