La zorra de la lefa

Brittney aparcó en el acceso a la casa, como él había ordenado.

Viernes, 7 de la tarde. Sigue estas direcciones hasta mi casa. Llevarás tacones negros, una falda corta, y un top abierto que enseñe el escote. Medias blancas. No es necesario un sujetador. Aparca en el acceso a la casa. No llegues tarde.

Respiró hondo y miró a su alrededor. Había una subdivisión reciente de los céspedes cortados perfectamente y las casas con un look de recién estrenadas. Probablemente la casa nueva olería a madera sin barnizar, revestimientos de resina y tuberías, todo ello rezumada orgullo de la propiedad. 

¿Quería esto realmente?

Soy una exitosa profesional, se recordó Brittney. Soy asistente personal del director ejecutivo. Contrato y despido. Doy órdenes. Durante el día mando sobre todo el mundo excepto sobre mi jefe y algunos vicepresidentes, y me respetan y respetan el trabajo que hago.

¡No me puedo creer que realmente vaya a hacer esto!

Con las llaves todavía puestas, lo único que tenía que hacer era volver a arrancar el coche, dar marcha atrás y marcharme.

Hacía unos meses, por un capricho repentino, metió en «sumisión sexual» en el buscador de Google, y acabó pasando la tarde y parte de la noche leyendo las webs, de una a otra. Artilugios de mazmorra a la venta, historias de esclavas sexuales, y foros donde la gente alardeaba sobre sus aventuras de fin de semana de cabo a rabo.

Al día siguiente, no entendía que le había pasado  y que había satisfecho su curiosidad. Quería saber más, y eso es lo que había hecho, y ya se había sacado la espinita.

Pero una semana después estaba de vuelta en un foro leyendo más historias. Su obsesión creció hasta que se dio cuenta que su sosa vida sexual con Chad, su novio de hace mucho tiempo, la aburría a morir.

Abandonó el santuario de su coche y aceleró el paso, taconeando con suavidad. Se paró ante la puerta. Con el corazón a mil. Era increíble lo excitada que estaba.

Por fin iba a experimentar ser pertenecida por alguien, controlada, e incluso humillada.

Lo había conocido en un chat online para gente interesada en Bondage y Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo; y habían estado tonteando durante semanas.

Disfrutaba completamente de tener un amo virtual. Enseguida pasaron a un chat privado. Mientras él escribía sobre las cosas que quería hacerle, y lo que le obligaría a hacerle a él, a menudo acababa con la mano metida en las braguitas, mientras de tocaba el clítoris, y se le mojaba la rajita más y más.

Con cada conversación, acababa excitada cada vez más rápido y con mayor facilidad.

Aunque, una vez él tomo el rol dominante y le hizo admitir que tenía los dedos dentro de las braguitas, y le dijo que no podía volver a hacerlo hasta que él le diera permiso. Siempre se lo daba, pero no hasta que la frustración de ella estaba a punto de explotar.

Se había enganchado. Él era quien ella había estado buscando. Finalmente había encontrado a un hombre lo suficientemente machote como para darle el azote con el que había estado fantaseando durante años.

Pronto el chat pasó a ser llamadas de teléfono, e inevitablemente, sexo telefónico. Ella se tumbaba en la cama desnuda tirándose de los pezones  o metiéndose el consolador dentro del coñito empapado, sintiendo los labios vaginales mojados e hinchados, abriéndose para el consolador. Se lo metía hasta el fondo, moviendo las caderas al ritmo  y fantaseando sobre su amo misterioso online.

Seguía las instrucciones que él le susurraba suavemente al oído durante sus sesiones nocturnas de sexo telefónico. Muchas noches se quedaba dormida tras varios orgasmos estridentes. Con el avance de la relación empezaron a hablar de tener citas. La suerte de ella estaba echada una tarde cuando mientras se masturbaba al teléfono con él susurrándole al oído, ella le prometió que cuando se conocieran ella seguiría cada una de sus órdenes.

Y le tomó la palabra.

Cuando al principio recibió su correo electrónico, fue un shock, pero enseguida escribió su respuesta, reafirmando su promesa de que haría cualquier cosa que él le pidiese.

Durante la semana estaba tan entusiasmada esperando a que llegara la noche del viernes, que tuvo que masturbarse varias veces en el baño del trabajo.

Ahora estaba nerviosa, y ansiosa, pero con determinación para seguir adelante y cumplir sus fantasías.

Y ahora aquí estaba.

Le temblaban las manos cuando fue a tocar el timbre. Sonó dentro suavemente, y tras un instante le puerta se abrió.

Era igual que en la foto que le había enviado. Cuarenta y pocos años, alto, moreno, y corpulento. Vestido de manera casual, con pantalones y un polo, y sonriendo. Ella miró hacia sus ojos color pizarra grisácea y casi se derrite.

-Hola-, dijo ella con voz suave.

-Ya veo que has llegado bien-. Él se inclinó hacia delante para besarla en la mejilla.

Se sintió conmovida por el gesto, otra señal de que todo iría bien.

-Si, las indicaciones eran perfectas, gracias.

-Por favor, pasa-. Le indicó el camino hacia un agradable salón. –Ponte cómoda. Ahora vuelvo.

-Se sentó en el sofá mientras él desaparecía hacia la cocina contigua. Antes de que pudiera mirar a su alrededor, él había vuelto ya y llevaba consigo dos copas de vino. A ella le temblaban las manos mientras se tomaba la copa, sonriéndole en agradecimiento. Tomó un sorbo, y sintió como el calor le recorría el cuerpo. Él se sentó junto a ella, mirándola con confianza, y ella se sonrojó.

-Eres bellísima.

-He seguido tus indicaciones-, dijo ella con atrevimiento, yendo directa al grano pero mirando al suelo.

Él le retiró la copa de las manos y lo dejó sobre la mesita al lado del sofá.

-Entonces, levántate y enséñamelo-. Y de nuevo sonrió.

Se puso de pié y le temblaban las piernas, sabiendo por las numerosas llamadas que habían mantenido lo que él esperaba. Lo miró a los ojos mientras él tomaba asiento frente a ella. No había estado tan cachonda en su vida. Manteniendo el contacto visual, ella se desabrochó lentamente la blusa, con la mirada siempre puesta en la de él. Terminó, y se la sacó de dentro de la falda, dejando a la vista sus pechos firmes. Sus pezones estaban duros como piedras sin ni siquiera mirarlos. Esto le agradaría.

-Son perfectos-, dijo él. –Absolutamente perfectos.

-Me alegro que le gusten, señor.

Se llevó las manos a los pechos y empezó a toqueteárselos, y a tirarse de los pezones. Gimió en voz alta, y sin poder evitarlo, cerró los ojos. Él la observaba ávidamente mientras ella se retorcía los pezones con la mirada fija. Se inclinó hacia delante, llevándose el pecho a la boca, y empezó a lamerse el pezón.

La lujuria que apareció en sus ojos de él hizo que ella se alegrara.

Bajó las manos y después se levantó el dobladillo de la falda, mostrándole todo. Contoneó las medias hasta bajarselas hasta los tobillos. Se acababa de rasurar, sabiendo que esto también le complacería. Le empezó a latir el clítoris mientras él la miraba. No podía evitarlo. Puso la otra mano sobre su coñito mojado, y empezó a tirar de sus labios vaginales para separarlos con ayuda de los dedos, se frotó el clítoris con el pulgar levantado la falda. Gimió de nuevo

-Quítate la falda.

Y eso hizo, bajándosela y quitándosela rápidamente, y ahora se encontraba completamente desnuda frente a él. Ella lo miraba mientras él la observaba de arriba abajo, mientras sonreía.

-Gírate.

Y eso hizo, echándose hacia delante, poniéndole el culo hacía su cara. Se volvió para mirarlo, sonriendo, y después se agarró de nuevo el clítoris. Se mordió el labio de abajo mientras se masturbaba, y después se metió un dedo dentro de la raja empapada, siempre mirándolo.

-No te he dicho que te puedas tocar-, dijo él.

-No señor-, dijo ella sonriendo. Pero está contento de que lo haya hecho.

Él se rió y su corazón dio un brinco.

-Ponte sobre mi rodilla, por favor.

Ella volvió a gemir, con las rodillas casi fallándole por una anticipación que le desgarraba el cuerpo. ¡Oh Dios mío, me va a azotar de verdad!

Se giró y sonrió. Él se acarició el regazó mientras ella se acomodaba sobre él, con la entrepierna apoyándose firmemente contras sus rodillas. Ella ya le estaba mojando los pantalones, y se alegraba. Sintió su erección contra la tripa.

-Separa las rodillas-, le ordenó.

Obedeció rápidamente.

Sus manos por fin la tocaron, y recorrieron la piel redonda del culo. Apartó la mano bruscamente y ella contuvo el aire, pero solo estaba jugando con ella.  Después le metió la mano entre las piernas, abriéndole los labios vaginales y encontrando la fuente de tanta humedad.

-Hmm, muy bien-, dijo, arrancándole una sonrisa a ella.

Sintió como le metía los dedos con facilidad, y ella se movió hacia ellos, deseando que fuese más profundo. Se los metía dentro y fuera, poniéndola cachonda, haciendo que se retorciera de placer. Le temblaban las piernas, aunque intentara quedarse quieta no lo conseguía.

Le sacó los dedos, y la azotó, una vez, fuertemente. Ella se sobresaltó y chillo, y recibió dos nuevos azotes, uno en cada cachete. Se le calentó el culo, y el clítoris le palpitó. Le rezumaba la sangre en las orejas.

De nuevo la volvió a azotar, firmemente, y otra vez. Ella había leído historias donde la sumisa contaba en voz alta los azotes pero estaba demasiado perdida en la sensación para poder exhibir cualquier pensamiento coherente. Le llevó un minuto el darse cuenta que él había parado, después lo pudo sentir en su raja de nuevo. Primero un dedo,  y luego dos dedos encontraron la entrada y empezó a masturbarla.

Ella gimió, o a lo mejor gritó, no estaba segura. Le estaba dando bien y eso le encantaba. Y de nuevo paró. Una vez, dos y hasta tres azotes recibió en el culo, y casi salta de su regazo. Estaba peligrosamente cerca de correrse y arruinarle los pantalones, lo sabía, y no le importó.

Y luego ocurrió.

Sintió algo húmedo contra su ano y apretó el culo.

Le golpeó el culo de nuevo, varias veces, alternando cachetes. Ahora tenía el culo ardiendo.

-Relajate-, le susurró, y eso hizo.

Le entró el dedo mojado por el ano, y esta vez le salió un gemido reprimido. Despacio, con paciencia, consiguió meterle el dedo lubricado en el culo mientras ella luchaba para quedarse quieta sobre sus rodillas. La sensación no se podía comparar con nada que hubiera experimentado antes. Estaba al borde del orgasmo por la excitación.

Empezó a meter y sacar el dedo con facilidad y despacio, con cuidado de no hacerle daño. Entonces ella empezó a sentir una nueva sensación cuando otro dedo encontró el camino hacia su coño mojado. Él se encargó de los dos sitios a la vez, entrando y saliendo de ella, mientras ella se frotaba contra su rodilla. Se buscó los pezones de nuevo, pellizcándoselos y tirando de ellos mientras el inminente orgasmo amenazaba con volverla loca.

Y entonces fue demasiado tarde.

Gimió profundamente sintiéndolo hasta en los dedos de los pies, y se corrió por toda la mano de él. Los fluidos empezaron a bajarle por sus muslos, empapándole los pantalones. Se agarró a su rodilla, se sujetó como si le fuera la vida en ello, y se meció contra él. Los dedos de él nunca se separaron de ella, pero la acompañaron despacio y con suavidad durante todo el orgasmo.

Se quedó allí tumbada, respirando pesadamente. ¡Oh Dios mío! ¿Acaba de pasar esto?

La ayudó a bajarse de su regazo y la colocó en el sofá junto a él. Una gran sonrisa y un gran bulto en sus pantalones indicaban que lo había disfrutado.

-Ha sido increíble-, dijo ella, sin apenas poder articular palabra. Estaba cubierta de sudor y tenía el corazón acelerado.

-Si lo ha sido. Pero aun no has terminado.

Se miró el bulto que le sobresalía de los pantalones, y ella supo exactamente lo que él quería. Se puso de rodillas, colocándose entre sus piernas. Lo miró a los ojos a la vez que le desabrochaba el cinturón, luego los pantalones, y luego despacio la cremallera. Se lamió los labios, le guiñó un ojo, y él sonrió de vuelta.

Se encorvó para ponerse en marcha, agarrándose firmemente a los pantalones tirando para abajo. La durísima polla quedó al descubierto pidiendo atención. Era más grande de lo que esperaba encontrar, completamente erecta de casi unos dieciocho centímetros y un buen contorno.

Ella sonrió, tomándola con la mano. Empezó a acariciarla despacio, queriendo jugar con él a modo de venganza por las veces que la había puesto cachonda al teléfono y online. Vio como salía un poco de lefa goteando desde la cabeza de la polla y se aproximó para lamerla y dejarla limpia.

-Para-, susurró él, haciendo que se detuviera de golpe.

Lo miró para  saber que pasaba, con una sonrisa en los labios.

-Pon las manos a la espalda-, le dijo agarrándose el pene.

Ella hizo lo que le ordenó, agarrándose las manos a la espalda, preguntándose que es lo que tendría él planeado.

Él se movió hacia delante hasta colocarle la polla a unos centímetros de la cara. Ella abrió la boca para metérsela entera voluntariamente, y él le pasó la punta del pene por los labios. Le beso la polla con ansia, lamiendo la punta mientras él se la pasaba por las mejillas y los labios. Pero cuando ella intentó llevársela a la boca, el se la apartó.

-Estoy esperando.

Maldito sea.

-Por favor señor-. Dijo suavemente, mirando hacia el suelo.

-¿Si?- dijo él, esperando claramente a que ella desarrollara más la petición.

-Por favor, señor, ¿me permite chuparle el rabo?-, y lo dijo de verdad. Quería y necesitaba probarlo.

-¿Por qué debería dejarte?-. La sonrisa era evidente en su voz.

Lo miró y sonrió cuando se cruzaron las miradas.

-Porque soy tu zorra de lefa y quiero chupártela y saborear tu lefa, señor.

-He esperado mucho tiempo para dejarte, querida.

Y con esto, se echó hacia delante, con su polla rígida golpeándola en la mejilla, hasta que se giró y se la metió en la boca. Olía a limpio y sabía aun mejor, pensó, mientras se ponía a ello. Le lamió y le chupó, lubricándola con saliva antes de metérsela despacio hasta el fondo de la garganta. Con las manos aun a la espalda, sabía que lo iba a conseguir pero con un gran esfuerzo.

Se le resbalaban las lágrimas por la cara mientras lo miraba, con todo su gran rabo llenándole la boca, sintiendo como le llegaba hasta el fondo de la garganta, atragantándola, era casi insoportable pero al mismo tiempo llenándola de placer. Él paró de golpe y parecía decepcionado. No le llevo casi tiempo darse cuenta del motivo.

Con las manos aun a la espalda hizo que le levantara y se girara, empujándola y guiándole las manos hacia el culo.

- Ya sabes que hacer, puta.

Sabía exactamente a lo que se refería, y como una buena puta, se separó los cachetes para darle acceso total al coño y al culo.

-Voy a correrme en tu perfecto culito-. Gimió, respirando de manera poco profunda. La sujetó fuertemente por sus hermosas caderas sin dejarle escapatoria, mientras la follaba el culo como un salvaje. Ella se encorvó y gritó, con las tetas golpeádole.

Un rápido y fuerte azote en el cachete mientras la follaba el culo hizo que todo fuese demasiado para ella, y el latido de su chocho se le propagó por todo el cuerpo que gritaba por el éxtasis cuando él se corrió de manera explosiva dentro de su culo. Con la polla rígida y atrapada hasta el fondo del culo prieto, todavía sentía el latido de su chocho y la lefa bombeando dentro de ella mientras él la sujetaba con fuerza por la cintura.

-Muy bien. Lo has hecho muy bien.

Estaba tan exhausta que casi se desmaya. Sintiendo el dolor de tener el culo abierto y la lefa recorriéndole la pierna, nunca se había sentido tan humillada. Ningún tipo de fantasía la hubiera preparado para lo que había ocurrido, pero tenía clara una cosa.

Quería más.