La lamida salvaje de coño

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Eché un vistazo al curriculum de la primera candidata, con la foto arriba, y me quedé impactada de lo guapa que era.

Con un pelo rubio precioso. Ojos azules resplandecientes. Una de esas chicas dulces y con cara que resulta familiar,  y que de inmediato se confía en ellas y  se las adora.

Me senté en la pequeña sala de entrevistas. Sin ventanas y con luz tenue. Era un lugar privado, muy privado. Quería meterme los dedos masturbándome, y correrme allí mismo. Nadie lo sabría.

La pelea de anoche con mi marido me dejó completamente frustrada y necesitada un buen «folleteo». Y estaba muy tentada de hacerlo.

La primera candidata se llamaba Shelly.

Me fijé en la gargantilla ancha que llevaba alrededor del cuello. Era muy bonita y con gusto, y me hizo pensar... ¿eso era una señal?       

Ahora me sentía excitada por la foto de Shelly, el estómago de daba saltos por el deseo. Dios, ¡qué guapa estaba! Intenté ignorar cómo se me cerraban los muslos con fuerza de manera instintiva, mientras el coño me daba sacudidas solo con mirarla. Dios, quería agarrar esa gargantilla y obligarla a bajar la cabeza y comerme el coño.

Intenté controlar mis pensamientos, tomar el control y ocuparme de lo estrictamente profesional. Apreté el botón escondido para que la recepcionista me pudiera mandar a Shelly. Tenía que entrevistar a mucha gente para el puesto. De manera imprevista varios de nuestros empleados se habían marchado, y teníamos varios vencimientos de contratos importantes al caer. Necesitábamos tener a uno de estos candidatos detrás de una mesa y trabajando lo antes posible.

Entró en la habitación con la elegancia de una modelo, y se sentó frente a mí. Se debió de dar cuenta de mi sonrisa y se ruborizó levemente.

Mierda, tenía el coño tan caliente que podía sentir el calor en mis braguitas finas de seda.

Me encanta llevar ropa sexy bajo mi ropa de oficina. Llevaba una falda corta negra y ajustada, una bonita blusa bien definida y lo suficientemente ajustada y algo desabrochada como para dejar ver coquetamente parte del encaje negro sexy del sujetador, que era siempre negro para que se pudiera ver. Mi atuendo era suficiente para causar excitación y dejar volar la imaginación pero sin enseñar demasiado. Me daba la sensación de control y eso me gustaba.

Siguiendo sus movimientos e intentando ocultar mis emociones, la recibí y solté la habitual charleta sobre la empresa y lo que estábamos buscando,

Pero no podía apartar mi mente de lo adorable que era – la mitad de joven que yo- sentada de manera elegante en la silla frente a mí. Debió de darse cuenta que la estaba mirando, observando sus piernas largar, sedosas y morenas.

Tení sólo 23 años y aun delgada y esbelta. Esta chica sabía cómo vestirse para impresionar. Y me había impresionado sin duda. Me pregunté si ella estaría esperando que la hubiera entrevistado un hombre.

Llevaba puesto un ajustado vestido negro con botones frontales hasta arriba. No había tantos, y era tan corto que yo intentaba dejar de pensar que llevaría debajo. No podía ver ninguna marca de braguitas. ¿Llevaba braguitas?

¿Tenía el coño cuidado y suave? ¡Dios mío! ¿Por qué estaba pensando en estas cosas? Estaba más cachonda que nunca, ¡mi deseo sexual hacía que me imaginara cómo sería esta chica completamente desnuda y follándome!

Y... ¡sí! Una gargantilla. Esta era de terciopelo negro a juego con el vestido, y con un cierre dorado de algún tipo.

Su dulce sonrisa me mostró unos dientes blancos perfectos, bajo unos labios calientes y mojados cubiertos por pintalabios rojo. Abrí la boca, lamiéndome los labios, y preguntándome cómo besaría, cómo sabría y cómo sería sentir esos preciosos labios sobre el coño, comiéndomelo y saboreándome.

No podía controlar estos sentimientos, y tampoco quería que parasen de emerger.

Cuando me dio la mano, mantuvo contacto visual, con su brillante pelo rubio que parecía natural  y le bajaba por los hombros en cascada. Estaba tan cerca que podía oler su magnífico perfume.

Sin lugar a duda quería poseerla. A pesar de todos mis esfuerzos para mantener el control, mi cuerpo se estaba rindiendo a la lujuria total. Sentía las braguitas empapadas saliéndome flujo sin parar, mientras la miraba, aspiraba su aroma, esa piel suave y ligeramente bronceada, la garantilla... Todo.

Hice como que tenía que recoger una carpeta, me levanté y caminé delante de ella. Tenía una fuerte sensación de humedad entre las piernas, me pavoneé delante de ella a propósito, con mi culo contoneándose de manera exagerada a cada movimiento, esperando que se diese cuenta.

Mientras me sentaba al otro lado de la mesa, Shelly aun estaba sentada y esperando. Me senté, crucé las piernas, empujado el coño hacia ellas mientras le hablada. Le hice las preguntas necesarias, pero mi imaginación todavía la tenía completamente desnuda encima de la mesa mientras le ordenaba que me dejara comerle el coño, el cuál debía de ser suave y joven, y con unos labios vaginales cubriéndole la rajita prieta.

Las respuestas a mis preguntas fueron correctas. Hizo la entrevista muy bien. Cuando pasamos de las preguntas básicas no puede evitar preguntarle por qué quería este trabajo. Me explicó que había terminado con su novio tras una mala relación, y se había trasladado a la zona desesperada por encontrar un trabajo. Necesitaba desesperadamente le trabajo.

Mientras hablaba, algunas veces se toqueteaba la gargantilla.

Parecía que se ponía algo caliente cuando hablaba de estos temas obviamente tan delicados. Y me preguntó si me importada que se refrescara.

La única calefacción en esta habitación era la pasión que brotaba de nuestros cuerpos. Se abrió el vestido y se desabrochó un par de botones. En un par de ocasiones se echó para delante, haciendo que fuese imposible que no me diera cuenta de sus encantos y su hermosa figura. La forma exterior de sus tetas jóvenes y firmes me estaba volviendo loca. Quería estirar la mano y  sentirle los pechos.

Tenía que poner punto y final a esta entrevista. Estaba desesperada por ir al lavabo y masturbarme  pensando en ella, por lo que le hice la última pregunta:

-¿Por qué crees que debería  darte el trabajo?

-Tengo la formación, y la experiencia requerida y el aspecto para representar en condiciones a su empresa.

Era perfecta. Si sólo dependiera de mi, le hubiera dado allí mismo el trabajo. Pero sólo mi jefa Jill tenía la última palabra.

Entonces Shelly rompió el silencio diciendo: - Y haré lo que sea.

Esas palabras se repitieron en mis oídos. Sentí cómo se me aceleraba el corazón. Sin saber qué hacer y para ocultar mi rubor, empecé a recolectar los papeles pero su mano agarró la mía.

-¿Tu marido hace que te corras cuando te come el coño?

¡Se me paró el corazón! No me podía creer lo que había escuchado. Si tenía la intención de sorprenderme, había funcionado. Ella no sabía en qué punto me había dado.

A mi marido le encantaba hacerme sexo oral, cuando mi matrimonio aun tenía la chispa. Hacía mucho tiempo.

Sólo de pensarlo me puse cachonda. Me encanta que me coman el coño y que me lleven al orgasmo con el tacto de la lengua sobre mi clítoris. Ahora tenía de color rojo brillante la cara y el pecho. Tenía que recomponerme.

Pero Shelly no iba a parar. Me preguntó: -¿Está la puerta cerrada?

Tendría que haberla parado justo en ese instante, pero algo dentro de mí, concretamente mi coño ardiente y mojado, no me dejaba volver a lo profesional.

Sus palabras me dieron escalofríos, un hormigueo sexy que no había sentido en mucho tiempo. Sin mediar palabra, fui hasta la puerta. Y giré el pestillo.

-Ahora si.

La amplia sonrisa que se dibujó en su cara era encantadora.

- Ven, siéntate en la mesa delante de mí-. Dijo Shelly ordenándome.

Quería agarrarla por la gargantilla y dominarla. Ahora los papeles se habían intercambiado. Yo ya no mandaba  y eso me encantaba.

Su voz me hipnotizaba. Se sentó, y parecían tan joven y sexy.

Me situé en la mesa justo delante de ella, mirándola desde arriba. Se desabrochó el vestido hasta la tripa firme por lo que podía verle las tetas, ya que no llevaba sujetador. No lo necesitaba, tenía las tetas perfectas.

Tenía los pezones duros. Ella quería esto, me deseaba – a una mujer que le doblaba la edad-.

- Umm, Me encantaría trabajar directamente bajo tu mando-. Enfatizó en las palabras «directamente bajo tu mando».

Shelly me acarició los muslos, abriéndolos con sus esbeltos, perfectos y cuidados dedos, metiéndolos debajo de mi falda mientras hablaba. Se le había resbalado el vestido desde sus delgados hombros, y ahora podía ver su piel desnuda, sus tetas firmes, y sus pezones. Solo podía pensar en lo mucho que quería alargar la mano y tocárselas.

Me empujó hasta que estuve tumbada sobre la mesa. Sus manos me agarraron las piernas, abriéndolas algo más y levantándolas para poder situarse entre ella, y después apoyándolas sobre una silla.

No había vuelta a atrás. Y yo no quería que lo hubiese. Sentí como me frotaba el clítoris con su lengua a través de mis finas braguitas. Estaba en el cielo. La sensación de su pelo largo contra mis muslos mientras arremetía con la lengua  contra mí, empujando con la lengua fuertemente contra mí, era estupenda. Sabía exactamente qué hacer.

Me desabroché la blusa, bajándome el sujetador, dejando mis tetas libres para poder frotarlas, y tirar de ellas. Dejó de comerme el coño y pasó a frotarse contra todo mi cuerpo, lamiéndome entera. Obviamente viendo lo mucho que me estaba gustado que me tocara los pezones, se lamió los dedos, mojándolos antes de pasarlos con cuidado y pellizcándome ambos pezones.

Yo gemía suavemente, ligeramente, mientras tiraba de mis pezones. Se inclinó hacia mí, pasándome el pelo largo y rubio por la mejilla y besándome el cuello y la garganta. Siguió hasta abajo, finalmente lamiéndome los pezones antes de meterse uno de ellos en la boca, mojándolo y chupándolo.

Ahora me dolía el coño, de la desesperación de querer correrme. Y ella lo sabía.

-Por favor cómeme el coño hasta que me corra sobre ti-, le dije. La necesitaba.  Deseaba a esta preciosa chica con mucha ansia.

Sus dedos corrieron mis braguitas a un lado, y después me los metió. Cuando su suave y caliente lengua empezó a toquetearme el clítoris tuve que gemir. No pude resistirme. Y me corrí por toda su cara, chorreándole en toda la boca. 

Ella disfrutaba tanto como yo, me sujetó a la mesa mientras lamía toda mi corrida, haciendo leves ruiditos, ronroneando de gusto.

De pronto se levantó, elevándose sobre mí.

-Levántate, e inclínate sobre la mesa. No hemos terminado hasta que yo diga que hemos terminado.

¡Oh, me encantaba que me ordenase una mujer joven que quería que yo le diera trabajo!

Con mis tetas colgando al aire, me incliné sobre la mesa. Me levantó la falda y me bajó las braguitas. Me obligó a abrir las piernas. Puso las manos sobre uno de mis cachetes y los separó.

Sabía lo que me iba a hacer, pero no me lo podía creer hasta que su lengua me lamió los apretados músculos del esfínter, y luego se adentró en mi culo.

Ella tenía el control.

-Umm, que bien sabes. Te ordeno que te vuelvas a correr sobre mí.

Me agarré con fuerza al otro lado de la mesa mientras me embestía y me masturbaba con sus dedos. Me abrió la raja primero con uno, y luego dos, y luego tres, y hasta con cuatro dedos.

Y tuve que volver a correrme.

-¡Joder que bien sienta esto!- grité. – Me corro sobre tu bonita cara.

Empujé el culo y el coño hacia su cara, pegándome a ella. Tenía la lengua muy dentro de mí y los dedos enterrados en mi coño. La cabalgue como nunca antes lo había hecho.

La intensidad de cada orgasmo eran tan electrizante, que quería gritar tan  jodidamente alto como pudiera mientas mi coño sufría espasmos. Tuve que cubrirme la boca con la mano para no alertar a toda la oficina que estaba teniendo el mejor orgasmo de mi vida.

Shelly me lamió hasta que no pude más.

Cuando por fin me dejó ir, estaba completamente tirada sobre la mesa, con flujo recorriéndome los muslos como una autentica puta.

Me miró, se inclinó y me susurro: -Te dije que haría lo que fuese.

Le dije a Jill que sin duda era la mejor candidata. No veo la hora de empezar a trabajar juntas.