Escalus tenía su propio modo de llamar a la puerta. Era sorprendente que ese sonido de dos segundos pudiera levantarme el ánimo de tal manera.
Noemi fue corriendo a la puerta, sonriendo de oreja a oreja. Yo me quedé sentada junto a la ventana, con mi aro de bordar en la mano.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté—. Pensaba que estarías en la caza de las piedras —dije, cuestionándolo con la mirada.
El año anterior se había hecho con la mitad de las piedras y había acabado con unos veinte niños intentando subírsele a los brazos para quitárselas.
—Oh, eso ha acabado hace horas. ¿La pregunta es si he vuelto a ser quien más piedras encontrara? Pues sí. He sido yo. Pero luego he observado que mi hermana no había bajado a cenar y he pensado que quizá necesitara algo. Para usted, señorita —dijo, entregándole un gran pedazo de pan de pasas a Noemi.
Ella lo cogió y el rostro se le iluminó de repente.
—Gracias, alteza.
—De nada. Es lo menos que podía hacer. Y este es para ti. Aún están templados —dijo, dejándome mi trozo en el alféizar, dado que tenía las manos ocupadas.
—¿Y tú qué hacías en las cocinas? ¿También te has saltado la cena?
Bajó los brazos pesadamente y puso los ojos en blanco.
—No, pero tras el postre me he encontrado con Nickolas. Quiere que vea un diseño que ha creado para una fortificación. Dice que ha estado estudiando las fronteras y que cree que nos irían bien unos puntos de vigía.
—Mmm. ¿Y tiene razón?
—¿Quién sabe? ¿Dónde está el mío? —preguntó.
—En el cesto.
Escalus metió la mano y sacó su bordado del cesto. Se sentó en el banco de piedra bajo la ventana. Nos habían educado de formas muy diferentes, pero a los dos nos gustaba compartir lo que habíamos aprendido.
—Le está quedando muy bonito, alteza —dijo Noemi, mirando por encima de su hombro.
Él apoyó el bordado en la rodilla y levantó la vista, sorprendido.
—Vaya, gracias, Noemi. Parece que alguien aprecia mi talento.
—Noemi tiene que decir eso —bromeé—. No querrás que insulte al futuro rey.
Escalus me miró, fingiéndose ofendido.
—¡Eso no es verdad! Díselo, Noemi.
Ella negó con la cabeza.
—No le insultaría, señor, pero tampoco le alabaría sin motivo.
—¿Lo ves? —insistió él.
—Venga ya, cállate —dije yo, y le guiñé un ojo a Noemi.
Sonrió y se puso a bordar otro círculo. El diseño que estaba creando parecía una sucesión de anillos, uno en torno al otro, cada uno realizado con un punto diferente de los que había aprendido. Yo solía bordar flores y usar colores rosados; él prefería los motivos geométricos y los azules.
—Hoy papá ha tenido muy buen día —comentó.
—Lo sé. Querría haber pasado más tiempo con él, pero… estaba muy tensa.
Él no levantó la cabeza de la labor, pero me miró.
—¿Hay algo de lo que quieras hablar?
—Aún no. Estoy intentando decidir si estoy siendo infantil.
Escalus sonrió y meneó la cabeza.
—¿Cómo vas a pensar que te comportas de modo infantil? Casarte por el bien del reino es algo tan… noble…
—¿Lo es? —dije, resoplando.
—Annika, Nickolas es el máximo candidato al trono si nos pasara algo a papá o a mí. Casándote con él, cualquiera que haya podido tener tentaciones de declararnos la guerra se echará atrás. Y si un día me pasa algo, tu lugar en el trono queda asegurado, con él como consorte. Es difícil, lo sé, porque es tan… tan…
—Ya sé, ya. —No había una palabra para definir la sensación que producía Nickolas. «Aburrido» no era lo suficientemente fuerte, ni tampoco «severo», pero «malvado» quizá fuera demasiado. Cualquiera que fuera la palabra, resultaba difícil tomársela como algo positivo.
—Bueno, podemos reconocer que en ciertos aspectos… le falta algo. Pero tiene cosas buenas. Es listo, buen cazador y buen jinete. Y es rico, aunque no es algo que necesites.
—No tiene nada que necesite. Nada que desee.
—Mmm.
—¿Qué? —le pregunté, viendo la sonrisa que afloraba en su rostro.
—Pues que el modo en que lo dices hace que me pregunte si habrá alguien que sí tenga algo que tú desees.
—Por favor… —dije yo, poniendo los ojos en blanco.
—A mí me lo puedes contar.
Por una décima de segundo pensé en Rhett y en su propuesta. A él no le importaba mi rango ni lo inadecuado de su oferta. Simplemente me deseaba. Podía reconocer que eso tenía algo de atractivo…, pero no podía decirlo en voz alta.
—No tendría que hacerlo. Si alguien me hubiera robado el corazón, tú te darías cuenta antes que yo misma.
Se rio.
—¡Ya lo sé! Noemi, ¿cuántas veces te ha hablado de ese chico de la manzana?
—¡Ya he dejado de contarlas! —respondió Noemi desde la alcoba.
—Para tener diez años, fue bastante romántico —me defendí, mientras Escalus seguía riéndose. Suspiré—. Solo estaba intentando decir que tengo mis exigencias. Aunque ahora mismo han bajado a niveles ínfimos. Tengo la sensación de que lo único a lo que puedo aspirar es a un trato amable. Y quizás a cierto afecto.
—Llegará —me aseguró Escalus, aunque su tono era de prudencia—. Entre mamá y papá surgió mucho más que afecto.
—¿Recuerdas algún momento en que no se mostraran afectuosos el uno con el otro? —le pregunté, levantando la vista de mi bordado—. ¿Fueron felices desde el primer día o…?
—Bueno…, recuerdo que papá un día enfermó. De algo mortal. Tú eras muy pequeña. Y mamá insistió en cuidarlo personalmente. No sé si fue por amor o por el sentido del deber, pero después de eso la relación entre ambos cambió. Después de eso, él la adoraba.
—No puedo ni imaginarme que Nickolas pudiera llegar a adorarme.
—¡Lo tengo! —dijo, dejando a un lado la labor—. ¡Tenemos que envenenarlo!
—¡Escalus!
A mis espaldas oí que Noemi apenas podía contener la risa. Se acercó, se paró a mi lado y yo le pasé un brazo alrededor de la cintura.
—Yo diría que eso es ilegal, alteza —bromeó ella.
—¡No mucho, solo un poquito! —replicó él, y luego se giró de nuevo hacia mí—. Pensará que está enfermo, de modo que podrás cuidarlo, y todo arreglado.
—Qué idea más mala —respondí, meneando la cabeza.
—Es una idea brillante. Venga, Noemi, ¿a ti qué te parece?
—Yo creo… —dijo con un suspiro—. Yo creo que es una pena que su hermana no fuera la primogénita.
Me doblé en dos de la risa, y Escalus hizo una mueca, divertido. Noemi me pasó la mano por la espalda un par de veces antes de volver a sus tareas, y Escalus y yo nos sumimos en un silencio cómodo que duró casi una hora. Para mí era un alivio que mi hermano no necesitara llenar esos espacios con palabras. Pero llegó un momento en que ya no pudo más y se frotó los ojos.
—Ya no aguanto más. ¿Dónde tienes la espada?
—Donde siempre.
Él metió la mano bajo mi cama y sacó la espada. Desde el día en que le hice un corte en el brazo sin querer, la norma —nuestra norma— era que yo siempre practicara con la hoja envuelta en un trapo.
Yo nunca le había preguntado de dónde había sacado mi espada. Suponía que sería una que habría usado él cuando era más joven, o que había encargado que la hicieran, en secreto, especialmente para su hermanita pequeña. En cualquier caso, me encantaba.
La sacó y la hizo girar, golpeando el poste de mi cama.
—¡Eh!
—No le he hecho nada. Venga, levanta. Es hora de practicar.
Dejé mis bordados y le di un bocado al pan que me había traído, caminando al tiempo que masticaba.
—A ver esa postura.
Planté los pies en el suelo, separados en paralelo a los hombros, clavando las puntas en el suelo de parqué.
—Bien. ¿Dónde pones las manos?
Las levanté a la derecha de la barbilla, como si estuviera agarrando el mango de mi espada.
—Hombros abajo. Bien. Ahora te toca a ti —dijo, entregándome la espada.
Respiré hondo y di un paso adelante, usando el poste de la cama como objetivo. A diferencia de Escalus, no intenté golpearlo con la espada. Mi objetivo era llegar con fuerza suficiente como para hacerle una muesca, pero con el suficiente control como para poder parar antes de llegar a hacerlo.
Escalus me observó pacientemente, corrigiéndome la postura y animándome. Pero a los pocos minutos hice un esfuerzo demasiado grande, y la espada cayó al suelo, repiqueteando, mientras yo me agarraba el muslo.
—¡Annika!
—¡Milady! —Noemi vino a la carrera, pero llegó tarde. Escalus ya me había recogido y me había colocado sobre la cama.
—Estoy bien. Es que tengo una herida que no está curando bien.
Escalus fijó sus claros ojos en los míos:
—Nunca imaginé que las cosas pudieran ponerse tan mal entre vosotros dos. Incluso en su peor versión, él…
Notaba que estaba sangrando, e intenté en vano evitar que la sangre se extendiera por el vestido.
—Lo sé. Pero puedo pasarme la vida odiándolo por ello o resignarme. Y perdonar. —Suspiré—. Deberías irte. Estoy en buenas manos.
Escalus miró a Noemi, que asintió, comunicándole sin palabras que me protegería. No quería ni pensar qué pasaría si alguien encontrara el modo de sobornar a Noemi. Ella conocía todos mis secretos.
—Te veré por la mañana —dijo él—. Espero que sonriente.
—Por supuesto. Llevaré la sonrisa conmigo.
—Bien. Porque echo de menos verte tal como eras antes.
Me lo quedé mirando, intentando mostrarme esperanzada y pensando en lo que nos habíamos dicho la noche anterior.
—Yo sigo aquí, a tu lado. Siempre.