Aunque habría preferido quedarme en mi habitación, era miércoles, y sabía que papá iba a darle clase a Escalus; odiaba perderme una.
Justo cuando llegué a las puertas de la biblioteca, Rhett salía para repartir unos libros. Había recuperado la sonrisa y parecía perfectamente tranquilo. No pude evitar pensar: «Ese chico me ha besado».
Había algo en aquello que me tenía perpleja. Rhett había trabajado muy duro por conseguir el puesto que ocupaba en palacio. La posición, la comodidad…, mucha gente pelearía por conseguir lo que había conseguido él.
Y estaba dispuesto a renunciar a todo por mí.
Era el tipo de historia que leía en mis libros, esas cosas que pueden hacer que la gente lo pierda todo. ¿Y entonces? ¿Por qué no estaba preparada para abandonarlo todo por él? Si me quería como decía, casi había más que perder quedándose que marchándose.
—Alteza —me saludó Rhett, con una reverencia exagerada, mientras la gran puerta se cerraba a sus espaldas—. ¿Debo preparar los caballos? —Su tono era jocoso, pero tras la broma se entreveía el deseo de recibir una respuesta.
—De momento, no.
—De momento, no…, pero pronto.
Viendo la confianza que tenía no pude evitar soltar una risita.
—¿Tan bien crees que me conoces?
Irguió el cuerpo y se pasó los libros de una mano a la otra.
—¿Dudas de mí? Sé que prefieres enfrentarte a un candado pequeño que a uno grande, y que tienes una extraña predilección por la canela. Tu color favorito, por algún extraño motivo, es el blanco, y la lluvia no te disgusta, pero odias el frío. —Hizo una pausa, meneando la cabeza y haciéndome sonreír aún más—. ¿Qué más? Prefieres la tarde a la mañana. Tiendes a poner las necesidades de los otros por delante de las tuyas propias. Si pudieras pasarte todo el día sobre el césped, al sol, con un libro, lo harías. En particular si es en el césped del extremo más alejado del jardín.
—Ese sitio me encanta —dije, llevándome la mano al corazón. Con esas flores tan bonitas y esa piedra redondeada y suave en el suelo.
—Lo sé —dijo él, asintiendo—. Lo sé todo de ti. Y sé que deseas y que te mereces mucho más —dijo, señalando la puerta de la biblioteca con la cabeza antes de seguir adelante.
Entré, aún confundida por sus palabras. Como era de esperar, junto a los estantes de libros que había cerca de la puerta estaban papá y Escalus, en la mesa de siempre. Pero la sorpresa fue ver que Nickolas también estaba allí.
«Te mereces mucho más.» Bueno, sí, supuse que sí.
—Llegas tarde —dijo papá, malhumorado—. La clase de hoy es para todos vosotros. Sois la próxima generación de líderes de Kadier. ¿Cómo puedes llegar tarde a algo así?
Yo habría querido corregirle, decirle que en realidad yo nunca había sido invitada formalmente a aquellas clases, y que solo asistía porque al principio Escalus insistía en que le acompañara y porque luego habían empezado a gustarme.
—Mis disculpas, majestad. Ya estoy lista —dije, ocupando mi asiento.
Estaba claro que no estaba de humor para discusiones.
Delante tenía varios libros. El más grande estaba abierto sobre la mesa y mostraba un mapa de todo el continente. Las fronteras estaban marcadas con trazo grueso, y las líneas azules de los ríos a veces las atravesaban y otras las definían. Al norte, al otro lado de un pequeño mar, había un fragmento de tierra que pertenecía al país, llamado simplemente «la Isla». Cordilleras, océanos, vastas llanuras…, todo muy típico. Pero había dos palabras en ese mapa que me provocaban escalofríos.
El epígrafe que definía el espacio más allá de los confines de Stratfel, Roshmar e incluso Ducan: «Tierra no reclamada».
Unos años atrás, un hombre extraño había intentado matar a mi padre. Durante mucho tiempo yo había pensado que el hombre procedía de ese territorio. También pensaba que, si mi madre estaba viva, debía de estar allí, en algún lugar. Por la distancia no resultaba imposible —un buen jinete probablemente podría llegar al cabo de un día o un día y medio—, pero el problema era un bosque tan espeso y amenazador que no había oído que nadie lo hubiera atravesado nunca. Se podía llegar por mar, pero por la costa sureste las rocas eran tan cortantes y puntiagudas que cuando intentamos enviar un barco en busca de mamá solo regresó un superviviente, y lo hizo a pie.
Mi padre se aclaró la garganta. Lo miré, y él nos observó a todos con gesto severo.
—Vosotros tres sois el futuro de nuestro reino. Y quiero que dediquéis un momento a pensar de dónde venimos y adónde podríais llevarnos.
Echó el cuerpo adelante y abrió un libro por una página marcada con una larga cinta. Colocó el libro sobre el otro que había estado mirando. Ante nuestros ojos apareció un mapa de Kadier. Solo que no era Kadier.
Ciento cincuenta años antes, Kadier no tenía nombre. En nuestro territorio vivían seis grandes clanes —Jeonile, Cyrus, Crausia, Etesh, Obron Tine y Straystan— unidos por un mismo idioma, pero divididos por la codicia. La tierra era rica, tan fácil de cultivar que todos los clanes se peleaban por conseguir cada vez más, haciéndose con todo lo que podían. Pero la división acabó suponiendo un problema más grave de lo que podíamos pensar. Teníamos el océano detrás y los reinos de Kialand y Monria delante, lo cual nos dejaba en una situación peligrosa, ya que ambos intentaban empujarnos hacia el mar por todos los medios. Tras décadas de batallas, de perder territorio y vidas, los seis clanes se reunieron y acordaron unificarse y someterse a un único liderazgo. Mi tatara-tatarabuelo fue elegido por votación para dirigir a las masas. En aquella época, nuestro clan se llamaba Jeonile, pero cambiamos el nombre por el de Kadier en honor de una valiente mujer que había luchado con gran coraje, según la leyenda. No había podido encontrar su historia en los libros de historia, así que no sabía quién era. Pero el nombre sirvió para unir a los seis clanes, que abandonaron sus nombres tradicionales para adoptar el nuevo.
Tras evaluar sus potencialidades, después de repartir efectivos, cosechar recursos y tras mucha planificación, la recién unificada Kadier lanzó un ataque contra Kialand, y con ello no solo conseguimos hacerlos retroceder, sino que conquistamos incluso parte de su territorio. Cuando en Monria se enteraron de lo que por fin éramos capaces de hacer, se presentaron con ofrendas de paz. La corona que llevaba yo se había hecho con oro de Monria, y había ido pasando de generación en generación a lo largo de todos aquellos años.
Al principio hubo algún intento de los líderes de los otros clanes por hacerse con el poder: unos afirmaban que su linaje era más antiguo, o se buscaban otros motivos para reclamar su derecho al trono. Pero con el paso de los años, los líderes de esos clanes fueron rebajando el tono y algunos de sus parientes se casaron con miembros de la casa real, creando vínculos familiares. Ahora, de todas esas dinastías, solo quedábamos Escalus y yo, por una parte, y Nickolas, por otra. Si uníamos ambas familias, nadie podría disputarnos la corona. Gobernaríamos Kadier en una situación de paz nunca vista.
Contemplamos las líneas descoloridas por el tiempo, los trazos que nos habían convertido en enemigos en otro tiempo. Mi padre tenía un talento especial para hacer declaraciones:
—Ayer fue el Día de la Fundación. Mañana anunciaremos el compromiso de Annika y Nickolas. Tras siete generaciones, con vuestra boda, Kadier habrá pasado de ser un territorio con seis clanes siempre enfrentados a un reino completamente unificado. Es algo que nuestros ancestros no se habrían atrevido a soñar siquiera —dijo.
Tragó saliva, y nos miró a todos a los ojos antes de cambiar el antiguo mapa de Kadier por uno de todo el continente.
—Y por eso debéis trabajar juntos. Seréis un ejemplo para el resto del país, un ejemplo de paz y unidad. Afrontaréis obstáculos, sin duda. Y habrá quien intente ganarse vuestro favor para obtener beneficios.
»Cuando vuestra madre desapareció —prosiguió, y tras pronunciar estas palabras hizo una pausa—, pensamos que habría sido obra de un país vecino, de alguien que intentaba acabar con la paz por la que tanto habíamos trabajado. De hecho, yo estaba seguro de que era cosa de tu pueblo, Nickolas. —Mi padre asintió mientras ponía en palabras sus teorías, algunas de las cuales eran nuevas para mí. Yo no sabía si algo de todo aquello se basaba en hechos o si había encontrado en sueños las respuestas que necesitaba—. Cuando Yago vino a buscarme hace unos meses…, sabía que tenía que haber estado trabajando para alguien. Ahí fuera hay algún otro rey que querría verme muerto; todos querían hacerse con Kadier. Siempre lo han deseado.
Abrió los ojos como platos, con la mirada perdida.
—Yago… no trabajaba solo. Intentó matarme por orden de alguien. Enseguida lo noté. Y al no conseguirlo se llevaron a tu madre para que me hundiera.
Yo no quería admitirlo, pero al hablar así me estaba asustando.
Recordaba cuando el asesino había ido a por mi padre, escabulléndose a medianoche y colándose en sus aposentos. Fue el chillido de mi madre lo que despertó a mi padre y alertó a los guardias. Unos segundos más, y quizás hubiera acabado con los dos. Como mamá desapareció poco después, mi padre supuso que ambos incidentes estaban relacionados. Pero no había manera de estar seguros. Nadie pidió un rescate, no dejaron ninguna nota. No había indicios de lucha. De no ser porque sabía que mi madre nunca habría podido alejarse de mí, habría pensado que simplemente había decidido abandonar el palacio una noche para no regresar.
—Pero nadie podrá acabar con nosotros —prosiguió mi padre—. Estaremos preparados. Un día, cuando encontremos alguna pista, haremos lo que tengamos que hacer para obtener justicia. Hasta entonces, seremos el mejor ejemplo de familia real que se ha visto nunca. Escalus, tenemos que ir con cuidado a la hora de escogerte novia; todas las princesas tendrán sus vínculos familiares, pero una alianza inteligente nos proporcionará una mayor estabilidad. Y Annika, Nickolas y tú saldréis de viaje poco después de casaros, para presentaros como pareja real ante los monarcas vecinos. Así que espero que investiguéis las normas de protocolo de Caporé, Sibral, Monria, Halsgar y Kialand. Son los cinco destinos que debéis visitar, como mínimo.
Asentí, segura de que Rhett sabría cómo ayudarme.
—Deberíamos invitarlos a ellos a que vinieran, ¿no? —sugirió Nickolas, que parecía ofendido—. Son ellos los que deberían hacer el viaje tras nuestra boda.
Crucé una mirada con Escalus y luego respondí en nombre de mi padre:
—Al ser la pareja real más joven, lo adecuado es que les pongamos las cosas más fáciles a los mayores.
—Si insistís —dijo Nickolas, aunque no parecía muy satisfecho—. ¿Eso es todo?
Volví a mirar a Escalus: qué pregunta más impertinente.
—Por hoy —respondió mi padre, asintiendo.
Nickolas se giró como si fuera a dirigirse a mí, pero Escalus se le adelantó:
—Espero que no os moleste, pero, si no os importa a ninguno de los dos, necesitaría un rato a mi hermana. Tenemos asuntos personales que tratar.
Sin esperar respuesta, me cogí del brazo de Escalus y dejé que me llevara al exterior de la biblioteca hasta llegar a otra parte del castillo. En realidad, me daba igual el lugar.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Asentí, aunque el gesto no significaba nada.
—Ojalá hacer lo correcto no me hiciera sentir tan mal.
Caminamos un momento en silencio hasta que recordé por qué estábamos allí.
—Oh, qué tonta. ¿Qué es lo que querías decirme?
—Algo increíblemente importante… Mi color favorito es el azul.
Puse los ojos en blanco.
—¿Eso es todo?
—Solo quería saber cómo estás de la pierna. Ayer me asustaste.
—Estoy bien —le dije—. Me duele, pero no se me ha abierto la herida. Estoy mejor de lo que pensaba.
—¿De verdad? Entonces…, ¿cuándo quieres que te dé otra lección?
—¡Esta noche! —exclamé—. Pero esta vez tiene que ser en los establos, y no en mi habitación. Ahí no me puedo mover.
—Pero es que a mí me gusta practicar en tu habitación.
—Necesito poder hacer ruido, golpear cosas.
Escalus resopló.
—¡Por favor! —insistí, tirándole repetidamente de la manga, como una niña.
—Vaya… ¿Y tú te quejas de Nickolas? Está bien, en los establos.
—Sabía que me querías.
Me besó en la frente.
—¿Y quién no te quiere a ti?