Me desperté dolorida y encantada conmigo misma.
—¿Noemi? —pregunté, aún adormilada, dándome la vuelta para ponerme boca abajo. Por algún motivo, nunca dormía de lado.
—¿Milady?
—¿Qué hora es?
—El desayuno ya está acabando, pero he hecho que le trajeran algo de comer —dijo, señalando la bandeja que había cerca de la chimenea—. Pensé que le iría bien descansar un poco.
—Oh, eres un ángel. Gracias —respondí, deleitándome con las agujetas que sentía en piernas y brazos.
Noemi me trajo la bata, me la puse y me dejé caer en la silla. Levanté un pie y lo apoyé sobre el borde, dejando que me cayeran migas por la bata y por las mangas. Hasta ese minúsculo gesto de libertad me hizo sonreír.
Di otro bocado y suspiré, encantada.
Llamaron a la puerta y erguí la cabeza de golpe. Noemi acudió a la carrera y me ayudó a limpiarme las migas de la cara. Antes de dirigirse a la puerta me recogió el cabello sobre un hombro, y se arregló el suyo antes de abrir.
—El duque de Canisse, alteza —anunció, haciendo entrar a Nickolas en la habitación.
—Oh —dijo él, al verme en bata—. Puedo…, puedo volver más tarde.
—No, no pasa nada. ¿Querías algo?
—Sí. He elegido este chaleco para hoy —dijo, señalando la tela de un azul pálido—. He pensado que quizá querrías escoger algo que combinara.
Lo miré, deseando que en mi interior se activara algo.
—Noemi, ¿tengo algo que pueda ir bien con ese color? —pregunté, aunque ella ya estaba de camino al vestidor.
—Creo que tenemos un par de cosas que irían muy bien —dijo, sacando dos vestidos azul claro.
Antes de que pudiera decir algo yo, lo hizo Nickolas:
—El de la izquierda —dijo—. Muy bonito. ¿Te veré antes del anuncio?
Me obligué a sonreír.
—Nos vemos antes en la gran escalinata, junto al balcón. Estoy segura de que tendremos que saludar a la multitud.
—Muy bien —respondió, asintiendo—. Nos vemos ahí, entonces.
Se fue con la misma celeridad con la que había llegado, y con esos minutos me bastó para saber cómo de atractivo podía ser huir con el bibliotecario. Rhett me dejaría escoger mi propia ropa. A Rhett no le importaría cómo me peinara. Rhett no solo me dejaría llevar espada, sino que también sonreiría si le arrancaba la suya de la mano…
Me quedé allí de pie, sintiendo que me costaba tragar saliva. Odiaba aquella sensación, la de que el techo se me caía encima. Sabía que sentir claustrofobia en un palacio era una muestra de egoísmo vergonzosa…, pero no podía evitar pensar que respiraría mejor en una cabaña en el otro extremo de Kadier.
Sin embargo, en cuanto me pasó aquella idea por la mente, me imaginé el rostro de mi hermano. Resultaba muy tentador…, pero debía quedarme por el bien de Escalus.