El palacio era como un mundo diferente cuando todos se iban a dormir. En los principales pasillos había velas encendidas, y pasada la medianoche la única luz que se veía era la de la luna. Miré a través del amplio ventanal, vi fragmentos de constelaciones ocultas por los árboles y no pude evitar pensar que estaban demasiado lejos.
Avancé sigilosamente hasta el salón en el extremo más alejado del palacio, hasta el espacio donde mi padre había trasladado uno de los retratos más majestuosos que había visto nunca.
Miré hacia ambos lados para comprobar que el lugar estuviera realmente vacío, y me senté en el suelo, frente al enorme cuadro de mi madre. Su rostro era precioso, y se la veía en paz. Incluso en aquella imagen inmóvil, era la viva imagen de la bondad. La posición de la cabeza, ligeramente ladeada, hacía pensar que te perdonaba cualquier ofensa. Su sonrisa silenciosa te invitaba a acercarte a ella.
La gente decía que yo era como ella. Ojalá. Yo quería ser una mujer serena, feliz y buena. Eran tres palabras muy simples, pero en realidad significaban muchas cosas.
—Siento haber tardado tanto en venir —susurré—. Te diría por qué, pero me temo que te partiría el corazón.
Tragué saliva, consciente de que así era. Si mi madre hubiera estado presente el último mes de nuestras vidas, habría quedado destrozada. Yo siempre pensaba que mi dolor iba por dentro, pero al hablar no pude evitar las lágrimas.
Ella estaba ahí, ¿no? En algún lugar, seguía viva. Quizá la tuvieran prisionera…, o quizá sufriera amnesia. Eso pasaba en los libros. Así que no era descartable que, pese a los tres años que habían pasado, pudiera volver al palacio un día y abrazarme como cuando era pequeña. Tenía que creer en ello.
Pero a veces creer resultaba doloroso.
—Estoy prometida. Con Nickolas. —Levanté el anillo y miré aquellos ojos serenos, deseando que pudieran reaccionar de algún modo, que pudiera ver algo que me dijera si había sido una locura oponerme en un primer momento o si debía haber mantenido mi posición—. Escalus no deja de decirme lo noble que soy. Si pudiera hacerle un solo regalo, sería un reinado fácil. Pero tal como me habla Nickolas… No sé. Da la sensación de que bajo la superficie acecha algo siniestro —añadí.
Meneé la cabeza.
—Pero debería decirte algo… Tengo una alternativa. —Levanté la vista y la miré, deseando ver una reacción—. Rhett me quiere —confesé—. Quiere que huya con él. Creo que si tú estuvieras aquí, me darías tu aprobación. Tú le diste la posición que tiene ahora, así que debiste de ver algo en él. Y si hay alguien dispuesto a ocuparse de mí, es él. Haría cualquier cosa por mí. No tengo ninguna duda.
»El único problema es que… yo no lo quiero. No como él me quiere a mí. Y se lo he dicho, pero él dice que sería feliz solo con tenerme cerca. Y eso también significa algo para mí. Pero… no creo que baste para huir con él. Si sintiera que hay algo mágico entre nosotros, me iría con él. ¿Porque se supone que todo es cuestión de magia, no?
»Todas las novelas lo dicen. Incluso cuando las cosas empiezan mal, te das cuenta, mamá. Te das cuenta de que el príncipe ve todo lo bueno en ella, y que ella tiene toda su confianza en él, y que una vez que superan lo peor, hacen algo tan bonito que alguien tiene que ponerlo por escrito. Yo eso no lo tengo. No me pasa con nadie. Y quizá no me pase nunca —dije, encogiéndome de hombros—. Supongo que hay cosas peores.
Me limpié el rostro.
—Ojalá estuvieras aquí. Ojalá pudiera contar con alguien que me quisiera como tú me querías.
Y ahí estaba el motivo de todo mi dolor. Todos los que me rodeaban me querían de uno u otro modo. Pero nadie me quería como me había querido ella.
—He decidido algo. Como parece ser que debo casarme con Nickolas, el día de nuestra boda voy a poner por fin por escrito que estás muerta. —La miré a los ojos—. Porque sé que es la primera boda real que se celebrará en mucho tiempo, y sé que correrá la voz. Y no tengo duda de que si estuvieras por ahí y te enteraras de que voy a casarme, regresarías. Así que, si no lo haces, lo pondré por escrito y se habrá acabado: dejaré de creer.
Me sorbí la nariz, disgustada por necesitar hacer algo tan definitivo. Pero tenía que hacerlo, aunque solo fuera para mantener la cordura. La duda era peor que la certidumbre.
—Eso sí, no dejaré de venir a verte —le prometí—. Te hablaré como si estuvieras aquí, pase lo que pase. Y te lo contaré todo, hasta lo malo…, solo que no puedo contártelo todo hoy mismo.
»Te quiero —susurré—. Ojalá volvieras, —Suspiré profundamente y me masajeé las sienes—. Ahora debería ir a dormir. Mañana salimos a caballo. Mi padre quiere que el pueblo nos vea a Nickolas y a mí. Y como apenas tengo oportunidades de salir de palacio, aprovecharé la ocasión. —Suspiré—. Ayúdame con esto. Tú podías templar cualquier discusión con una simple sonrisa… ¿Cómo lo hacías? Enséñame. Debe de haber algo más de ti en mí, aparte del cabello y los ojos. Quiero tener tu elegancia, y tu fuerza. Espero que esté por ahí, en algún sitio.
Me puse en pie y le lancé un beso.
—Te quiero. Y no te olvidaré.
Estaba de pie en la orilla de una playa de arena negra. Miré al suelo, intrigada, convencida de que no podía existir arena de ese color. Sin embargo, ahí estaba, atrapada entre los dedos de mis pies desnudos. Hacía viento, mucho viento, y me levantaba el vestido, tirando de él hacia atrás, amenazando con levantar el borde por encima de mi cabeza. No conocía aquel lugar. Y estaba completamente sola.
Pero no tenía miedo.
Levanté la mano y me toqué el cabello, que flotaba en el aire, libre.
Libre.
Me quedé allí un buen rato, observando las olas, pensando en el lugar donde el cielo entra en contacto con el mar. Al cabo de un rato, en la línea del horizonte, las estrellas empezaron a moverse, convergiendo con los planetas, uniéndose en un punto luminoso que adquirió un brillo cegador superior al del propio sol.
Me tapé los ojos y aparté la mirada. Y cuando volví a girarme me encontré una sombra delante.
A mi lado tenía a un hombre —porque estaba segura de que era un hombre—. Esperé a que el brillo cegador de las estrellas lo iluminara. ¡Porque era una sombra! Y la luz debería acabar con él. Pero siguió ahí, como si ni siquiera la luz tuviera el poder de destruirlo, de alejarlo de mí.
Estudié la silueta. Era una sombra, pero… ¿la sombra de qué? Di unos pasos a su alrededor, con cuidado, buscando una brecha en la oscuridad, un origen. No había nada, solo estaba él. Y permanecía inmóvil mientras yo lo observaba.
—¿Quién eres?
No oí ninguna voz; no percibí ninguna identidad. Y notaba que él también sentía curiosidad por mí, que quería saber mi nombre, de dónde venía, cómo había encontrado la playa.
Volví a mirarle, y me fijé en el punto en el que habría tenido que tener los ojos.
—Yo tampoco soy nadie —dije.
Percibía la pena que sentía por mí.
Él levantó la mano y sus dedos sombríos me tocaron la mejilla. Fue entonces cuando noté lo gélido que estaba, el frío que tenía dentro. Me lo quedé mirando, buscando una sonrisa, unos ojos amables, algo que me dijera que era un amigo, no un enemigo.
No había nada más que hielo.
Y de golpe levanté la cabeza de la cama, jadeando en busca de aire.
—¿Milady? —exclamó Noemi, acudiendo a la carrera desde la chimenea, donde estaba encendiendo el fuego.
—Estoy bien, estoy bien —insistí—. Una pesadilla. O eso creo.
—¿Quiere que vaya a buscarle algo? ¿Un poco de agua?
Negué con la cabeza.
—No, querida Noemi. De verdad, no ha sido más que un sueño.
Miré en dirección a la ventana. La noche estaba dejando paso al alba, y la luz del día se abría paso por entre los árboles.
Volví a tenderme en la cama y me sequé el sudor de la frente. Aún veía la sombra. El recuerdo me provocó un escalofrío que me atravesó el cuerpo. Ahora desde luego no podría volver a dormir. Se acercaba un día entero a solas con Nickolas, y a la luz del día la perspectiva resultaba aún mucho menos atractiva.