Disimulé un bostezo, y, justo en ese momento, Escalus se acercó al trote.
—¿Os estamos aburriendo, alteza? —bromeó.
—No he dormido bien. Unos sueños extraños. Supongo que son solo los nervios.
—No puedo culparte —dijo él, con un suspiro—. Podemos ir juntos los cuatro, si prefieres.
—No. Odio decirlo, pero no creo que pueda soportar el malhumor de papá y la cabezonería de Nickolas a la vez —reconocí—. Además, tengo que pedirle un favor a mi prometido. Espero que se muestre comprensivo.
—Pues yo también lo espero. Ah, sí —dijo, girándose hacia el paje que le traía su espada—. Gracias, muchacho.
—¿Para qué llevas espada? —murmuré—. Ojalá yo hubiera podido traer la mía.
—Lo sé. Mira, te prometo que me pasaré por tu habitación esta noche. Y si te portas bien, podemos quitarle la protección para que puedas dar unos cuantos mandobles y trocear algo. Mientras no sea yo el troceado…
—Por última vez: ¡fue un accidente! Y apenas te salió sangre.
—¡Cuéntale eso a mi camisa favorita! Ni siquiera Noemi pudo zurcirla, y ella es capaz de zurcir cualquier cosa.
—Lo siento en el alma por tu camisa —respondí, sarcástica, y él entendió la broma.
Me encantaba que fuera capaz de tomarse las cosas con buen humor.
Hizo que su caballo se diera la vuelta, situándose justo a mi lado, y se inclinó para darme un beso en la frente.
—Mi pobre camisa hace tiempo que yace enterrada, pero actualizaré la lápida con ese bonito epitafio.
Me reí.
Justo en ese momento vi que Nickolas ya estaba a lomos de su caballo y que venía hacia mí.
—Buena suerte —dijo Escalus, poniéndose en marcha para unirse a papá.
—El mozo de cuadras es un desastre —protestó Nickolas.
A lo lejos, Grayson, el joven mozo de cuadras al que pagábamos para que mantuviera el secreto sobre nuestros encuentros para practicar, estaba recogiendo un cepillo y una manta del suelo, con gesto abatido. Nunca lo había visto así.
—Cabría pensar que un mozo de cuadras debería ser capaz de ensillar un caballo. He tenido que volver a ponerle todo yo mismo.
Nuestros mozos de cuadras eran excelentes, y ni siquiera el rey había tenido nunca queja alguna. Pero seguro que Nickolas tenía sus propias ideas sobre cómo había que ensillar un caballo.
—Ya me encargaré de que el jefe de cuadras hable con él —mentí.
—Excelente idea, pequeña.
Me estremecí al oírle llamarme así otra vez, pero no pareció que se diera cuenta.
—Y hoy estás mucho mejor —dijo, señalándome el pelo, que llevaba recogido con horquillas.
Eché la mano atrás y me lo toqué. Estaba acostumbrada a llevarlo suelto, incluso cuando montaba a caballo; me gustaba sentir el contacto del viento. No veía la hora de que Noemi me quitara hasta la última horquilla al acabar el día.
—Llevándolo así resulta un poco pesado —comenté.
—Pero pareces toda una dama —replicó.
Yo era más que una dama: era una princesa. No parecía que lo recordara.
—Gracias. Esperaba poder pedirte una cosa. Mira…
—¿Ya estáis listos? —preguntó papá, viniendo a nuestro encuentro. Se le veía ansioso—. Si queréis, Escalus y yo podemos ir con vosotros.
—Escalus ya se ha ofrecido, pero no te preocupes, papá. No es más que una escapada rápida al campo, para saludar a los campesinos y volver a casa. No tiene nada de especial.
—Quizá sea mejor que vayamos juntos… —objetó él.
—Papá, estaremos bien.
—Es solo que…
—Llevaremos guardias, y cuento con mi escolta personal —dije, señalando a Nickolas—. ¿Qué peligro puede haber?
—Seguro que tienes razón —dijo él, asintiendo.
Pero no parecía tan seguro. Se le veía nervioso. Y entonces me di cuenta de que era la primera vez en tres años, desde la desaparición de mamá, que me dejaba alejarme de palacio y me perdía de vista.
—Todo irá bien, papá. Te veré esta noche, cuando brindemos por el futuro de Kadier —le prometí.
—Hasta entonces —dijo él.
Había demasiadas cosas rotas entre nosotros como para que pudiera decir: «Te quiero». Y aunque pudiera, yo no tenía muy claro que hubiera podido responderle lo mismo.
Así pues, nos limitamos a hacer girar nuestros caballos y nos pusimos en marcha en diferentes direcciones.
Estaba tan abatida por cómo me había despedido de mi padre que no fui capaz de hablar con Nickolas durante la mayor parte del trayecto. Viajamos en silencio, pasando junto a campos y más campos. Al ver el estandarte real que sostenía uno de los guardias, los niños acudían corriendo al camino a darme flores, y yo me prendí todas las que pude en el cabello. La noticia de nuestro compromiso se había extendido tan rápidamente como pensábamos, y Nickolas y yo recibimos una lluvia de buenos deseos de los súbditos de Kadier. Habría podido girarme a hablar con él en cualquier momento. Tendría que haberlo hecho. Pero no me veía con ánimo.
Antes de que me diera cuenta, nos habíamos alejado más de lo que tenía pensado. Un pequeño puente de madera atravesaba una quebrada poco profunda y marcaba el límite de Kadier y la frontera con Kialand. Los guardias sabían perfectamente que no había salido del castillo desde hacía mucho tiempo, así que era impensable que saliera del país. Nickolas no parecía saber que nos encontrábamos en la frontera, así que, en lugar de dirigirme a él, fui directamente al jefe de la guardia. Saltándose el protocolo, asintió y me guiñó un ojo. No pude evitar sonreír al encontrarme frente aquel atisbo de libertad.
—Antes me has dicho que querías hablar de algo —me dijo Nickolas—. La última vez que lo hiciste acabó en compromiso. ¿De qué se trata, pequeña? —dijo, riéndose de su propia broma.
Aj. ¿Es que iba a llamarme así siempre?
—Me preguntaba si te parecería bien que viviéramos fuera de palacio cuando nos casemos —dije—. Solo al principio —añadí, al ver su gesto de asombro.
—¿Y por qué ibas a querer vivir en algún otro sitio? El palacio es espléndido. Los jardines son perfectos. Tu padre ha creado un hogar maravilloso.
—No me malinterpretes. Me encanta el palacio —dije, con la mirada perdida en la distancia—. Pero tú y yo… Nickolas, pese a los años que hace que nos conocemos, prácticamente somos dos desconocidos. Si queremos que nuestro matrimonio tenga éxito (y que sea un ejemplo para todo Kadier), creo que deberíamos intentar conocernos mejor. Y no creo que pueda hacer eso bajo la atenta mirada de todos los miembros de la corte. Yo solo quiero que seamos felices.
Hubiera estado bien poder decirle que quería hacerme mi propia opinión de él sin la influencia de toda la gente del palacio, lejos del protocolo. Necesitaba conocerle.
Él tiró de las riendas de su caballo y se puso a trotar en círculo a mi alrededor.
—Nadie en el mundo será tan feliz como nosotros —aseguró—. Sé que piensas que soy algo… rígido, pero con el tiempo verás que tengo razón. Lo único que intento es cuidar de ti. Ya lo verás, Annika, te cuidaré muchísimo.
Intenté no poner los ojos en blanco.
—Y yo te lo agradeceré muchísimo. Pero aun así querría pasar un tiempo lejos del palacio. Esperaba que fuera un año, pero me bastaría incluso con unos meses.
—¿Unos meses? —respondió, evidentemente sorprendido por mi petición—. Annika, no consigo entender qué ganaríamos. Estaremos juntos todo el tiempo igualmente si nos quedamos en palacio, y nos beneficiaremos no solo de las comodidades de tu hogar, sino también de la sabiduría de tu padre y de tu hermano. ¿Cómo crees que se sentirán si nos vamos? Pensarán que te estoy apartando de ellos.
—No si se lo explicamos —le rogué.
—Annika, tengo que decir que…
Se interrumpió, y me giré para ver qué era lo que le había llamado la atención. A su izquierda, justo por delante de mí, aparecieron cinco personas a caballo por entre los árboles. No parecían tener nada de especial, pero me sorprendió un poco el sigilo con que habían aparecido. Había una chica con un vestido de color claro acompañada por un cuarteto de caballeros, y se los veía algo desaliñados e inseguros…, pero no fue eso lo que más me llamó la atención.
El joven que encabezaba el grupo me miraba fijamente a los ojos. Había en su rostro algo inquietantemente familiar que me provocaba escalofríos. Y es más, me miraba, parpadeando, como si estuviera viendo un fantasma, palideciendo por momentos.
Sacudió la cabeza y se dirigió a sus compañeros.
—Cambio de planes. Cogedlos. La chica es mía.
Al momento, Nickolas salió al galope en dirección contraria. Yo hice girar mi caballo todo lo rápido que pude, siguiéndolo. Los guardias desenvainaron las espadas, y se pusieron a galopar a nuestro lado para protegerme. Aún veía a Nickolas, pero galopaba a toda velocidad, con gesto decidido.
Deseé con todo mi corazón no haber hecho caso a lo que hubiera podido decir la gente y haber cargado mi espada en el caballo. Deseé haber permitido que papá hubiera venido con nosotros. Deseé tener algo con lo que protegerme. Corrí todo lo que pude por entre una espesa arboleda, intentando quitarme a mi perseguidor de encima. Oía su caballo tras de mí, pero no quería girarme y que pudiera ver lo aterrada que estaba.
Nickolas estaba delante de mí, a mi derecha, y vi que uno de los jinetes lo había alcanzado. Se acercó lo suficiente para darle con el mango de la espada, y Nickolas cayó de la silla hacia un lado, quedando colgado del cuello de su caballo.
—¡No! —grité, cambiando inmediatamente de rumbo y dirigiéndome hacia él.
Para cuando llegué a la altura de Nickolas, su atacante ya huía perseguido por los guardias. Bajé de mi caballo de un salto y fui corriendo hasta mi prometido para ver si respiraba, si le latía el corazón.
Aquello fue una tontería, porque en cuanto bajé del caballo mi atacante me alcanzó.
Me giré y le vi desmontar, acercándose. Estaba acorralada, pero tenía que intentarlo. Eché mano de la espada de Nickolas, la desenvainé y me puse en guardia.