—Cuéntame exactamente lo que han dicho —me ordenó Kawan por enésima vez.
Estábamos en un cuarto pequeño, hablando de la llegada de nuestros visitantes inesperados. Mi madre estaba presente, y también Aldrik, Slone, Illio y Maston.
—Ya te lo he dicho —respondí, sin alterarme—. Nos entregaron las armas y nos transmitieron el mensaje de que el rey Theron nos ha invitado a una reunión en una isla. Más allá de eso, no sé nada.
Kawan se giró hacia Blythe.
—No opusieron ninguna resistencia —dijo ella—. Ni siquiera cuando los encerramos en sus celdas.
—Que esta vez estarán vigiladas, supongo… —dijo él, mirándome con gesto amenazador.
—Por supuesto.
Él se recostó en su silla y resopló, rascándose la espesa y desaliñada barba con sus dedos rollizos. Al cabo de un momento soltó una sonora carcajada, echó la cabeza atrás y dio un palmetazo sobre la mesa.
—¿Quién lo iba a decir? —exclamó—. De haber sabido que se rendirían tan fácilmente, habría atrapado a su princesa hace años.
—Pero es que esa es la cuestión —precisé—. Ya atrapamos a su reina hace años. Y nadie vino a buscarnos.
—Al ser una acción tan poco coordinada, debieron de pensar que se trataba de un incidente aislado. Ahora saben que vamos a por ellos, y quieren hacer algo al respecto.
Aquello para mí no tenía sentido. Habían tenido tres años para darse cuenta de que el ataque había sido cosa nuestra. Es más, si habíamos matado a su reina y secuestrado a su princesa, ¿por qué iban a ofrecernos la paz? No me fiaba. Pero podía hablar de mi desconfianza todo el día, que eso no cambiaría nada a los ojos de Kawan.
—¿Cómo quieres proceder? —le pregunté.
—Lo primero es interrogarlos —dijo, decidido—. Separadlos. Hacedles las mismas preguntas. Y ved si cuentan lo mismo. No deben comer ni dormir hasta que tengamos todas nuestras respuestas. —Hizo una pausa—. Y a ver si podéis eliminar al más débil.
—¿Por algún motivo en concreto?
—Aún no lo he decidido.
Asentí.
—¿Puedo sugerir que la primera ronda la haga Blythe?
—¿Por qué? —preguntó, escéptico.
—Tendrías que haberla visto a caballo con su arco y su flecha. Se quedaron de lo más impresionados al verla. Y creo que el hecho de que les interrogue una mujer los descolocará.
Kawan nos miró a los dos.
—Muy bien. Quiero información. Números, el tamaño de su ejército. No quiero la paz. Lo quiero todo. Quiero derribar hasta el último ladrillo de su castillo —dijo, y las últimas palabras fueron más bien como un gruñido grave.
—Sí, señor —dije.
Me giré para marcharme, y Blythe me siguió.
—¿Debo ir directamente a interrogarlos? —me preguntó, cuando ya Kawan no podía oírnos.
—Yo creo que necesitarás aplicar diferentes estrategias. El que llevaba la bandera probablemente te responderá a todo lo que le preguntes. Pero el del centro…
Blythe suspiró.
—Parecía aterrorizado. ¿Quizá mejor intentar hablar con él antes? ¿Conversar un poco?
—Buena idea —dije, asintiendo—. Creo que puede ser el eslabón más débil, pero podría equivocarme.
—Haré todo lo que pueda —me aseguró.
—Sé que lo harás bien —dije, apoyándole una mano en el hombro. Ella me miró con los ojos muy abiertos, y yo retiré la mano carraspeando—: Voy a ver si encuentro papel.
Annika había hecho hincapié en el hecho de que no teníamos biblioteca, y aunque yo sentía una gran admiración por nuestra historia oral, sabía que la palabra escrita tenía una fuerza mayor.
Me fui a mi habitación. En la parte trasera de mi escritorio había un montoncito de hojas en blanco. Cogí unas cuantas y una de mis plumas. La tinta iba a ser otro problema. Abrí los tinteros y vi unos grumos secos en el fondo. Esperaba que con un poco de agua la tinta volviera a cobrar vida. Me guardé el papel y la pluma, y cogí un tintero. Luego volví corriendo con Blythe.
Desde el pasillo oí su voz en las mazmorras, presionando al más asustadizo de los tres soldados para que hablara. Encontré dos taburetes y los puse uno junto al otro para crear un escritorio. Encontré un resto de agua en un cubo cercano; me mojé los dedos y dejé caer unas gotas sobre la tinta seca.
Esperaba que aquello funcionara.
Habíamos separado a los hombres en zonas diferentes de los calabozos; la idea era que si querían comunicarse tendrían que alzar la voz, y nosotros lo oiríamos. Eso quería decir que, desde donde yo estaba, oía la conversación de Blythe, aunque no la viera.
—Lo sé —dijo Blythe, suavizando la voz—. Nosotros también hemos atravesado esas tierras hace poco. No hasta llegar a Kadier, creo, pero entiendo por lo que habéis pasado.
—Ha sido una caminata horrible. Y también lo es esta celda. Ya os hemos dicho que venimos en son de paz. ¿Por qué estamos encerrados? ¿Por qué me habéis separado de mis amigos?
—Necesitamos hablar con vosotros, eso es todo. Y estáis aquí por vuestra propia seguridad. No sabemos cómo os recibirían arriba, así que os pedimos un poco de paciencia.
—Ya —respondió él, aparentemente satisfecho con la explicación.
—Haré todo lo que pueda para que estéis más cómodos, pero no puedo prometeros mucho. Llevamos una vida bastante espartana.
—La vida en los barracones no es mucho mejor.
Casi me imaginaba a Blythe ladeando la cabeza en señal de complicidad, con una sonrisa en los ojos mientras hacía la pregunta siguiente:
—¿Es que vuestro rey trata a sus soldados con dureza? ¡Con todo lo que hacéis por él!
—Desde que su esposa desapareció está de los nervios; no paramos de patrullar. ¿Sabes cuántos kilómetros camino a la semana? Desde luego la paga no compensa, eso ya te lo digo yo.
—Qué horror —comentó Blythe—. ¿Es que tiene concentradas a muchas tropas en el palacio?
—Sí, pero la mayoría están posicionadas en los confines del territorio. No quiere que las visitas no deseadas se acerquen demasiado.
—Lo entiendo. Nosotros también hemos estado vigilando últimamente por si teníamos compañía —comentó Blythe.
Hubo un momento de silencio, y me pregunté qué estaría pasando.
—No tenéis que preocuparos por nada —respondió Asustadizo en voz baja—. Ahora os tiene miedo.
—¿Qué quieres decir? —dijo Blythe, adoptando su mismo tono de voz.
—Controla todo con puño de hierro. A sus hijos, su corona, su reino. Si está dispuesto a hablar, es que lo habéis asustado.
Hubo otro momento de silencio. Blythe estaría disfrutando con la idea de un rey intimidado, igual que yo.
—Gracias —dijo ella—. Volveré muy pronto con más información.
Me quedé escuchando y oí cómo abría y cerraba la puerta con llave. Asomé la cabeza por la esquina y vi en sus ojos la esperanza que yo también sentía en el pecho. Vino hacia mí a paso ligero, hablando en voz muy baja.
—¿Has oído eso?
—Sí —le confirmé, seguramente con mi mayor sonrisa de la última década—. Tenía mis reservas, pero suena a que está diciendo la verdad.
—Lennox, si esto es cierto, tendríamos la posibilidad de evitar…
—Un baño de sangre.
Blythe asintió.
—Tenemos que tomar nota de todo lo que digan. —Sumergí mi pluma en la tinta y tracé una raya en lo alto de papel a modo de prueba. Estaba algo espesa, pero serviría. Luego le pasé la pluma a Blythe, pero ella se ruborizó y agachó la cabeza.
—Yo no sé —susurró.
Era evidente que se avergonzaba, así que no dije nada más.
—No pasa nada. Yo sí —dije, algo incómodo.
Era la segunda vez que salía a colación el tema, y empezaba a resultarme extraño ser el único que sabía leer. Claro que, hasta hacía poco tiempo, tampoco resultaba tan útil.
—Cuando recuperemos nuestro reino tendrás tanto tiempo libre que podrás pasarte las tardes leyendo —le dije—. Ya te enseñaré yo cuando lleguemos a Dahrain.
—¿De verdad? —preguntó ella, sonriente.
—Por supuesto. Pero ahora vamos a apuntar todo esto, antes de que se nos olvide.