ANNIKA

Por la mañana tenía una carta de Nickolas.

—Parece ser que el duque la ha pasado por debajo de la puerta esta noche —dijo Noemi.

—Eso es de lo más romántico, viniendo de él —comenté yo, arrugando la nariz.

—Un hombre desesperado enseguida se pone sentimental —dijo ella, chasqueando la lengua—. Quizá la quiera más de lo que se imagina.

—Quiere verme —dije, después de ojear la nota.

—Me lo imaginaba. ¿Lo recibirá? —preguntó Noemi, al tiempo que sacaba tres vestidos y los apoyaba en el respaldo del sofá para que eligiera. ¿Era cruel por mi parte que quisiera ponerme algo que le rompiera el corazón?

—Ya le he dicho que no quiero verle a solas hasta la boda. Estaremos juntos a la hora del desayuno, y con eso ya basta para todo el día. —Metí la nota en el sobre y bajé de la cama de un salto—. Creo que hoy me pondré el de flores rosa.

—Excelente elección. Es uno de mis favoritos para…

No acabó la frase. Me giré y vi que estaba mirando por la ventana. Algo la había distraído.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Al acercarme a la ventana, vi qué era exactamente lo que le llamaba la atención.

A lo lejos había cientos de soldados entrenando. No era raro que lo hicieran en el recinto del palacio, pero tampoco era algo normal.

—¿De qué cree que se trata? —preguntó.

Suspiré.

—Si están entrenando aquí, debe de ser algo que tiene que ver específicamente con el palacio.

—¿Usted cree? ¿Tantos?

Me encogí de hombros.

—Quizá necesiten toda esa tropa para hacer las rotaciones necesarias, y para evitar agotarlos. Y con lo tenso que está últimamente mi padre, no me sorprendería que hubieran redoblado la protección de Escalus y la mía.

Noemi asintió.

—Entonces convertiremos esta habitación en un oasis —dijo, casi para sus adentros.

Aún tenía la vista puesta en el horizonte, pero yo la miraba a ella. Para mí era todo un lujo que, con todo lo que estaba pasando, solo pensara en hacer que cada situación fuera lo mejor posible para mí.

Tras ajustarme el corsé y atarme las cintas del vestido, Noemi se dedicó a mi peinado. Me peinó hacia atrás y dejó que la melena cayera libre sobre los hombros. Mientras jugueteaba con un mechón, pensé en mi madre. Ahora siempre lo haría, cada vez que me peinara. Saqué una flor de uno de los jarrones y corté el tallo lo suficientemente corto como para poder ponérmela sobre la oreja.

Cuando consideró que estaba lista, Noemi abrió la puerta. Salí, pero cuando llegué al comedor, vi que la mesa de la cabecera estaba vacía salvo por Escalus, que parecía perfectamente cómodo pese a estar solo. Llevaba una casaca verde y el cabello peinado hacia atrás. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.

—¿Dónde está papá?

Me senté en mi sitio de siempre, aunque eso suponía estar algo apartada de él.

—Está reunido.

Me quedé mirando a Escalus. Había algo diferente en su tono. Bajé la voz:

—¿Tiene eso algo que ver con el ejército que hay plantado ahí fuera?

Él echó una mirada fugaz a la multitud que teníamos delante, luego volvió a mirarme a mí y asintió.

Ya me lo diría, pero en ese momento no podía ser.

—Bueno, ¿y dónde está Nickolas?

—¿No te has enterado? Lleva encerrado en su habitación desde ayer a la hora del desayuno. Su mayordomo dice que ha rechazado todas las comidas. Yo creo…, yo creo que le has roto el corazón, Annika.

—Por favor… —dije, poniendo los ojos en blanco.

En el breve tiempo que hemos estado prometidos, no ha hecho otra cosa que darme órdenes y tratarme como si no existiera. Y si cree que voy a olvidar que me abandonó en el bosque, se equivoca mucho.

Escalus se encogió de hombros.

—En momentos de presión todos podemos precipitarnos. Aunque no es que defienda sus acciones —se apresuró a añadir.

Yo no respondí. ¿Qué iba a decir?

Se puso a cortar su comida, frunciendo el ceño.

—Annika, probablemente ya te hayas dado cuenta de que no soporto a Nickolas. Su mera presencia resulta agotadora. Pero…, si yo tuviera algo importante que decir, querría que me escucharan.

—¿Sabes que me ha enviado una carta pidiéndome eso precisamente?

Escalus chasqueó la lengua.

—No, pero no me sorprende. Ve a verle, déjale que diga lo que tiene que decir. Si aun así no se redime, de acuerdo. Tendrás un matrimonio distante y sin amor. —Suspiró—. Pero te conozco. Sé que te arrepentirás de haber perdido todo este tiempo si luego resulta que te quería desde el principio.

Nickolas se alojaba en una de las mejores habitaciones del castillo, a solo unos pasillos de la de Escalus. Respiré hondo y llamé a su puerta. Un mayordomo vino a abrir, y puso los ojos como platos al verme.

—Su alteza real —dijo, haciéndome una gran reverencia.

—¿Es ella? —preguntó Nickolas desde el interior de la habitación. Oí sus pasos apresurados en dirección a la puerta, que abrió de golpe—. Annika —dijo, haciendo sonar mi nombre como si fuera una cuerda lanzada a un náufrago.

Tenía el pelo hecho un asco, el chaleco abierto y el pañuelo desatado, caído a los lados del cuello. Nunca le había visto ni un pelo fuera de su sitio. Nickolas siempre iba impecable, pero ahora presentaba un aspecto realmente desastrado, desaliñado.

Reconocía que lo prefería así.

—Quiero decir… Su alteza real —añadió por fin, haciendo una reverencia—. Espero que esto signifique que has recibido mi carta y que estás dispuesta a hablar conmigo. Te debo la mayor de las disculpas. Por favor, entra y hablemos.

—¿Te encuentras bien? —pregunté, manteniendo mi tono duro y distante.

—¡No! —exclamó, agarrándose el cabello con las manos—. ¡No he estado tan descentrado en toda mi vida!

No hizo ningún gesto para hacerme pasar, lo cual era otro signo de aflicción; Nickolas era de lo más ceremonioso. Antes de hablar miré a uno y otro lado del pasillo, para comprobar que estaba vacío.

—Nickolas, nunca he imaginado que pudiéramos ser felices juntos, y había acabado aceptándolo. Pero después de cómo te has comportado… —meneé la cabeza— … no tengo esperanzas siquiera de que podamos mantener una relación amistosa. Muchos matrimonios entre gente de nuestro rango son así —añadí, y contuve las ganas de echarme a llorar. Era devastador tener que admitir eso en voz alta—. Pero no cancelaré mi petición, y no te exigiré nada. Lo único que te pido es que me dejes sola. De hecho, no te lo pido. Te lo ordeno. Buenos días.

Me giré para marcharme, pero él alargó la mano y me agarró de la muñeca.

—Annika.

Pronunció mi nombre en un susurro tan desesperado que me hizo parar. Entonces aprovechó mi perplejidad para acercar la otra mano, cogerme de la mía y apoyar una rodilla en el suelo.

—Lo siento muchísimo. Si supiera…, si supiera cómo expresarme mejor, lo haría —dijo, con la mirada gacha y el gesto nervioso. A Nickolas nunca le podían los nervios—. Doy gracias porque aún quieras casarte conmigo, pero… ¿no hay esperanzas de que haya lugar para el amor en nuestro matrimonio?

Aparté la mirada por un momento.

—Nickolas, si alguna vez me has querido, lo has escondido extraordinariamente bien.

Cuando volví a mirarlo, estaba asintiendo.

—Quizás «amor» sea una palabra demasiado fuerte. Pero eres lo único de lo que he estado seguro en mi vida.

Y el modo en que me lo dijo por un momento me hizo ver su miedo. Ese era en parte el motivo por el que Lennox me había asustado tanto. Me había pasado la vida al servicio de la corona. La idea de que alguien me arrebatara eso me descolocaba. Aunque a veces fuera duro, aunque supusiera hacer cosas desagradables, era algo que no quería perder.

Kadier era mi vida.

Y fue esa sensación de responsabilidad, de cumplimiento del deber, la visión de mis propios miedos en los ojos de Nickolas, lo que me llegó al corazón. No me lo encendió, pero llegó igualmente.

—Si hay algo de cierto en eso, demuéstralo.

Me soltó, levantando las palmas de las manos.

—Sí. Por supuesto. Pero… dame tiempo.

Me giré y me alejé, preguntándome en qué lío me habría metido esta vez.