ANNIKA

Estaba asegurando el último punto de mi bordado cuando resonó en la puerta la llamada especial que usaba Escalus. Noemi se iluminó y fue corriendo a abrirle.

Él entró con paso decidido y con la cabeza alta. Llevaba un ramo de flores silvestres en la mano.

—Es todo un detalle —dije, señalando los ramos que había por toda la habitación y que no dejaban de llegar—. Pero ya ves que no tengo dónde ponerlas.

—Me lo imaginaba; por eso estas son para tu doncella —dijo, entregándoselas a Noemi—. Ella también se merece algo bonito. La gente suele olvidarse de que tiene la dura tarea de atenderte a ti.

—¿Perdona? —exclamé, fingiéndome ofendida, mientras Noemi se reía.

—Su alteza real se porta muy bien conmigo, señor. Si alguien se lo preguntara, puede decirle que se lo he dicho yo misma —dijo Noemi.

Luego hundió la nariz en las flores y me sentí un poco culpable.

—Lo intento, pero Escalus tiene algo de razón. ¿Cuándo fue la última vez que se me ocurrió traerte algo… porque sí? Y tú haces tanto por mí…

—Te lo he dicho —remachó Escalus, sentándose.

—No tengo ninguna queja, milady. Voy a poner estas en mi habitación —dijo, alejándose a paso ligero, con energías renovadas.

—Eres muy detallista, Escalus. Conmigo, con Noemi…, no conozco a nadie que haya necesitado algo de ti y que no lo haya recibido.

—Hago lo que puedo —respondió con una sonrisa—. Igual que tú.

—Ojalá pudiera hacer más. El reino no se acaba donde acaba el castillo, ya sabes. —Puse la mirada en mi bordado e hice una mueca de concentración—. Después de lo ocurrido, no creo que papá me deje ir a ningún sitio durante un tiempo…, si es que me deja volver a salir alguna vez.

A Lennox le habría encantado saber que me había arruinado la vida en más de un sentido.

—No te desesperes —dijo él—. La gente te aclama, está deseando verte. Quizá si se lo recuerdas a papá, podrías convencerle para que cambie de opinión.

Noemi estaba de vuelta y miró por encima de mi hombro.

—Ese ribete le ha quedado muy bien, milady. Puede que sea el mejor trabajo que ha hecho hasta ahora.

Aquello me produjo una satisfacción minúscula, pero agradable.

—¿Quieres que esto lo pongamos en tu habitación, Noemi? ¿Para alegrar un poco la estancia?

—¿De verdad? —dijo ella, encantada.

—¿Y qué te parecería un cojín con un acabado horroroso? —preguntó Escalus, que le daba las últimas puntadas a su labor—. Estoy seguro de que combinará muy bien.

Ella se rio.

—Tienen que parar los dos. Yo aceptaré todo lo que me quieran dar sus altezas, pero tampoco hace falta que me llenen la habitación de regalos.

Tenía su mano junto a mi hombro, así que me giré para besarla.

—Eres demasiado buena, Noemi.

—Probablemente, una de las personas más dignas de confianza que he conocido nunca —añadió Escalus, poniéndose serio—. Motivo por el que puedes quedarte mientras le digo a mi hermana lo que tengo que decirle.

—Entonces, ¿sabes algo de esos soldados? —le pregunté.

Él suspiró.

—Annika, mi padre quizá no lo reconozca en tu presencia, pero el modo en que actuó cuando te llevaron…, se sintió como si fuera culpa suya. No paraba de culparse por haberte perdido de vista. También estaba furioso con Nickolas, pero tenía que guardar las apariencias: ahora que el compromiso es público, no puede dejar que la gente piense que escogió mal. Así que estamos todos en guardia y están patrullando constantemente las fronteras. Yo…

Escalus no acabó la frase, se quedó pensando un momento para escoger bien sus palabras.

—No sé, actúa de un modo… Tengo la sensación de que todo esto esconde algo más grande, pero no puedo estar seguro.

—¿Qué más podría haber? —pregunté, pensando en voz alta—. Si ataca, será el rey quien habrá puesto fin a más de ciento cincuenta años de paz; él nunca lo haría. No tenemos adónde huir, y ellos en realidad no tienen razón para reclamar el reino. Lo único que le queda es protegernos.

Justo en ese momento llamaron a la puerta. Noemi fue corriendo a abrir y saludó al guardia que había acudido a decirnos que su majestad quería vernos con urgencia. Quizá fuera por las palabras de Escalus, o quizá porque papá raramente reclamaba nuestra presencia, pero sentí una presión en el estómago. Nos pusimos en pie y nos dirigimos a sus aposentos.

Llamamos a la puerta de mi padre. Escalus y yo cruzamos una mirada mientras pasaban los segundos. Por fin un mayordomo acudió a abrirnos y nos hizo pasar al tiempo que salía un torrente de personas, entre consejeros y militares de alto rango.

Papá estaba en su gran mesa, amontonando papeles y guardándolos. Nos miró y fue al grano:

—Ah, justo a vosotros os quería ver —dijo, indicándonos con un gesto que nos acercáramos a la mesa. Encima, en el centro, había un gran mapa de Kadier—. Liberad vuestras agendas para el jueves. Necesitaré contar con vosotros para un asunto de Estado.

—¿Con los dos, majestad? —dije yo, frunciendo los párpados.

Él asintió, señalando una zona del mapa.

—Annika, ¿cómo decías que llamaban a su tierra? ¿Dahrain? Sea lo que sea, vamos a celebrar una cumbre en la Isla para intentar firmar un tratado de paz. Y quiero que vengáis los dos.

Me quedé helada.

—Padre…, cómo…, ¿por qué vas a hacer algo así? ¿Por qué los invitas a venir tan cerca? Ya te he dicho que tienen un ejército. Llevan años entrenando para invadirnos. Te ruego que lo reconsideres.

—Ya he enviado una delegación. Si aceptan, llegarán el jueves por la mañana. Así que preparaos para ir al muelle.

Miré a Escalus con gesto suplicante. Él se aclaró la garganta.

—Padre, ¿estás seguro? Son los mismos que enviaron a un hombre para asesinarte. Son los que consiguieron matar a nuestra madre y estuvieron a punto de hacer lo mismo con Annika. ¿Cómo vamos a estar tranquilos teniéndolos tan cerca?

Lo vi tan claramente como aquel instante en que cayó un plato al suelo y se rompió en doce pedazos: sus ojos de pronto cambiaron, y se apoderó de ellos aquella rabia oscura que le dominaba tan a menudo. Cogí aire y me preparé para capear la tormenta.

—¿Es que tenéis que llevarme la contraria a cada momento? —preguntó, y enseguida adoptó un tono burlón—: «¡No me quiero casar con él!»; «¡No me quiero casar con ella!»; «¡Quiero esto!»… ¡Ya vale! Ahora mismo no soy vuestro padre, sino vuestro rey. Voy a reunirme con el cabecilla de este supuesto ejército el jueves. Quiero tener a mi heredero a un lado y a la princesa que escapó de sus garras al otro. ¡Presentaremos un frente unido, y vosotros no diréis ni una palabra!

Me imaginé mirando por la ventana, viendo a Lennox en el exterior. Sus penetrantes ojos azules mirándome desde fuera, su capa aleteando al viento. No habría pared ni espada que lo detuviera.

Un silencio furioso cayó sobre nosotros. Su majestad nos indicó la puerta con un gesto de la mano; yo hice una reverencia, mi hermano bajó la cabeza y ambos abandonamos la estancia. Seguí a Escalus por el pasillo, sintiendo la tensión que desprendía, como si fueran ondas.

Doblamos una esquina y él apoyó la espalda contra la pared. Se llevó una mano a la frente.

—¿Qué hacemos? —pregunté—. Escalus, no podemos aceptar esto.

Él meneó la cabeza.

—Creo que tenemos que hacerlo.

—¿Qué? ¡No! Escalus, está claro que esto es una locura. ¿Y si hablaras con los ministros y consiguieras que lo declararan incapacitado? Tienes la edad suficiente, podrías reinar.

Negó con la cabeza.

—Si lo declaro loco, eso empañará mi reputación y también la de mi descendencia. Ya lo sabes. En cuanto cometa mi primer error, dirán que sigo los pasos de mi padre, y perderé el trono. Además —añadió, cogiendo aire y soltándolo pesadamente—, si ya ha enviado una delegación, el plan está en marcha. Si van a la Isla y no estamos allí para recibirlos, será un insulto, prácticamente una invitación a la guerra. Pondríamos en peligro a todo el mundo.

Me sentía mareada.

—Lo que tenemos que idear ahora es un plan para ti —añadió.

—¿Qué? ¿Por qué para mí?

—Si esta cumbre acaba mal, tenemos que encontrar un lugar donde podamos esconderte hasta que consigas reunir el apoyo necesario para recuperar el territorio.

Fue entonces cuando perdí la esperanza. Escalus, siempre tan compuesto y detallista, se estaba rindiendo. Si quería trazar un plan para que yo pudiera recuperar Kadier, debía de pensar que íbamos a perderlo realmente.