LENNOX

Unas horas más tarde, nuestros tres prisioneros se habían convertido en invitados de honor. Kawan les dio la bienvenida a nuestro banquete de celebración con los brazos abiertos, y todos tuvimos que seguir su ejemplo.

Aun así, yo no los perdí de vista. No se mantenían unidos, como yo me esperaba, sino que se movían por la sala con confianza, recibiendo elogios. No era de extrañar: Kawan prácticamente los había presentado como nuestros salvadores.

Decidí seguir más de cerca a Bandera Blanca. Asustadizo y Reservado estaban tan tensos que quedaba claro que ni con la cálida bienvenida que se les estaba ofreciendo conseguiríamos que abrieran la boca. Asustadizo porque parecía desconfiar de nosotros, y Reservado porque no parecía que todo aquello le afectara. Bandera Blanca, en cambio, parecía estar encantado. Tenía una jarra de cerveza en la mano y se reía con ganas de algo que alguien había dicho. Me acerqué a escuchar.

—Según dicen, la Isla es bonita —comentó Bandera Blanca—. Yo no la he visto nunca, así que me alegro de ir con vosotros.

—¿Qué regalos nos va a hacer el rey? —preguntó una voz emocionada.

Bandera Blanca se encogió de hombros.

—Yo supongo que será comida, pues la tenemos en abundancia. También tenemos excelentes artesanos del cuero, así que no me sorprendería que también hubiera unas cuantas sillas de montar. Pero quizá sea algo aún mejor.

Puse los ojos en blanco al oír cómo se jactaba. Claro que tenían comida en abundancia: por eso nos quitaron las tierras.

—¿Os han contado que todos vimos a vuestra princesa? —preguntó otra persona.

Todos hablaban con soltura y con admiración. ¿Cómo podían haber olvidado tan rápidamente que se encontraban ante el enemigo?

Él asintió y chasqueó la lengua.

—Dejadme que os diga que a todos nos sorprendió oír que se había escapado. Es muy buena persona, una dama, como su madre. Ninguno de nosotros podía imaginar que tuviera esos recursos tan formidables.

Sentí un nudo en la garganta.

—No sé yo si es tan formidable —dijo alguien—. Será lista, pero yo no diría que es fuerte. A mí no me preocuparía cruzarme con ella en un campo de batalla.

Bandera Blanca meneó la cabeza.

—Eso nunca ocurrirá. No me sorprendería si su padre la encerrara, literalmente, en una torre. Su hermano Escalus, por otra parte, da una imagen de decoro y buena educación, pero no tengo dudas de que podría matar a un hombre. Especialmente si es por ella. Si os cruzáis con él, ya podéis echar a correr.

De pronto, gracias a la verborrea de nuestro visitante inesperado estaba aprendiendo mucho de esa familia real.

Según nuestros invitados, no era frecuente encontrar a uno de los dos hermanos solo en público. Annika siempre tenía palabras de elogio para su hermano y no parecía que quisiera a nadie en el mundo como a él. Escalus presumía de los conocimientos y la bondad de su hermana, así como de su fuerza. Habría apostado a que había sido él quien había enseñado a esa chica a manejar la espada. Y por lo que decían los visitantes, no parecía estar muy contento con el compromiso de boda de su hermana.

Este detalle hizo que la mente se me fuera a lugares inesperados. Si no le gustaba su prometido, ¿era porque el hombre en cuestión era un bufón? —que era lo que me parecía a mí—, ¿o porque había otra persona que le gustaba más para ella? También me pregunté por qué se habrían molestado en buscarle un marido a ella antes que una esposa a él. ¿No era mucho más importante esto último?

Mientras yo le daba vueltas a la cabeza, entraron unos cuantos músicos en formación anunciando la llegada de nuestro líder y de mi madre. Las pocas veces que celebrábamos una fiesta hacían su entrada así, como si realmente fueran realeza. Kawan, con su trono falso, mi madre, con sus vestidos robados… Era un espectáculo de mal gusto.

Kawan entró y escrutó la sala con suficiencia. Sin embargo, por mucho que me molestara aquella puesta en escena y el desprecio que sentía por su propio pueblo, nada podía compararse con la rabia que me produjo de pronto mi madre.

Llevaba el vestido de Annika.

Habían retocado el vestido que había dejado en la mazmorra para ajustarlo a la complexión de mi madre, pero resultaba inconfundible. El cuerpo del vestido de color crema, los bordados de flores. Mi madre llevaba la cabeza bien alta y la mano apoyada sobre la de Kawan.

Me puso furioso.

Mientras la gente los aplaudía, crucé la cantina para cogerla de la mano y, con la máxima calma posible, me la llevé fuera.

—¿Qué significa esto? —preguntó.

—Quítate ese vestido.

Ella me miró como si estuviera loco.

—Debes de estar de broma. Es el primer vestido que tengo que ha sido elaborado expresamente para la realeza —dijo con una sonrisa—. Y voy a disfrutarlo.

Le corté el camino.

—No… eres… una reina. Kawan no se ha molestado en casarse contigo ni en darte un cargo oficial. Puedes pasearte por ahí con todos los vestidos que quieras, pero eso no cambiará el hecho de que, a sus ojos, eres sustituible.

Se me quedó mirando fijamente, con los labios tensos de rabia.

—¿Por qué eres siempre tan cruel con tu madre?

Solté una carcajada burlona.

—¿Yo, cruel contigo? Te quedas ahí, sin hacer nada, mientras el hombre que mandó a tu marido a la muerte pega a tu hijo en público. ¿Cómo puedes hablarme de crueldad?

Tragó saliva.

—No me gusta que sea tan violento contigo, y desde luego no me gustó que lo hiciera delante de tanta gente. Lo siento mucho.

—Eso es un gran consuelo —respondí, cruzándome de brazos—. Especialmente sabiendo que si decidiera pegarme de nuevo esta noche, tú seguirías en tu sitio, a su lado.

Apartó la mirada, confirmándome lo que ya sabía.

—¿Es que no lo entiendes? —le susurré—. Te retiene a su lado para no perderme. Nadie más tiene las agallas para matar a una reina, para secuestrar a una princesa, para matar a los que deciden huir cuando se dan cuenta de que nunca va a darles lo que les prometió. Si me pierde a mí, toda su operación se viene abajo. Hace mucho tiempo que quiero huir, encontrar algo mejor, y si no lo he hecho antes es porque sigo esperando que reacciones y recuerdes que soy tu hijo.

Ella miró el suelo, el puño de la manga, la antorcha en la pared… Cualquier cosa menos mirarme a mí.

—¿Es que alguna vez me has querido? ¿Alguna vez me has mirado y has visto algo más que un soldado?

—Lennox, por supuesto que te he querido.

En pasado. No me equivocaba.

—Pero es que eres idéntico a él —reconoció, llevándose la mano a la boca—. Me duele mirarte y ver en ti la sombra del hombre con el que me casé y que perdí. Tenemos que sobrevivir aquí, Lennox. Para poder recuperar todo lo que buscamos, tenemos que sobrevivir.

Me pasé los dedos por el cabello, casi con ganas de arrancármelo.

—Yo llevo años sobreviviendo, y es la excusa más triste que se me ocurre para vivir de esta manera. Estoy listo para empezar a vivir mi vida, madre. Y no tengo la más mínima duda —dije, acercándome— de que, cuando lo haga, tú no formarás parte de ella.

Hacía ya un rato que se le estaban llenando los ojos de lágrimas, pero ahora de pronto rebosaron.

—¿Qué quieres de mí, Lennox?

—Quiero avanzar. Quiero ir a por nuestro reino, pero de la forma correcta. Por la memoria de padre. Quiero saber con quién cuento. Y quiero…, quiero a mi madre. Pero mi madre murió cuando se convirtió en la amante de Kawan —dije, con los labios temblorosos—, y no creo que vaya a regresar nunca.

Mantuvo la mirada baja, pero levantó la barbilla, negándose a avergonzarse. Yo ya sabía que no lo haría. No tenía ningún poder. No podía hacer nada, y eso hacía que me dieran ganas de gritar de frustración.

—Siento ser una decepción para ti —susurró.

—No, no eres nada para mí —la corregí—. Eres una nulidad que se pavonea como si fuera una reina. Eres un fraude.

—Muy bien —dijo, endureciendo la mirada—. Pues entonces considera que para mí no eres más que un soldado.

—Ya lo hago.

Se dio media vuelta y echó a caminar hacia la fiesta con la cabeza bien alta. Yo metí la mano en el bolsillo de mi chaleco, cogí el botón de mi padre y lo froté entre el pulgar y el índice.

Ya había enterrado a mi padre, físicamente, y había llegado la hora de hacer lo mismo con mi madre, mentalmente.

Salí del castillo convertido en un huérfano.