ANNIKA

—¿Qué es lo que ha hecho? —preguntó Rhett, atónito—. ¿Y ahora qué pasa?

Me encogí de hombros.

—Pues que tenemos que ir. Ya está todo en marcha. Pero ¿qué pasa si intentan invadirnos? Te aseguro que si Lennox considera que la invasión es posible, eso es lo que hará. Renunciará a cualquier tipo de reunión y vendrá directamente a este palacio.

Suspiré, frotándome las sienes. Desde el momento en que mi padre había anunciado sus planes, me había entrado un dolor de cabeza que no me dejaba en paz.

Rhett alargó la mano y cogió la mía.

—¿Qué podemos hacer? ¿Cómo puedo ayudar?

Le miré a los ojos y vi preocupación en ellos. El instinto me decía que no estaba preocupado por sí mismo.

Estaba preocupado por mí.

—Tengo dos cosas que pedirte. En primer lugar, quiero que cojas los libros de historia más importantes y los empaquetes. Si Lennox abandona la reunión y viene aquí, tienes que huir y llevarte la verdad. Este es nuestro reino. Y si llega el momento en que tengamos que reclamarlo, tú tendrás las pruebas.

Asintió. Estaba claro que ya tenía preparada alguna lista con los libros más esenciales.

—Eso es fácil. ¿Qué más?

—Quiero practicar con la espada. Si la reunión sale mal y sus enviados esperan encontrarse con una pobre damisela, quiero que lo lamenten. Tengo claro que te importo lo suficiente como para no permitir que esté indefensa. ¿Me puedes ayudar?

Se quedó mirándome, sonriendo.

—Annika, no solo me importas. Te quiero. Nunca lo he ocultado.

Sentí que me ruborizaba. ¿Es que iba a ponerme en ese compromiso cada vez que tenía ocasión? Si no estuviera comprometida con Nickolas, si no hubiera vínculos de honor y deber entre nosotros, ¿me dejaría seducir por Rhett? No lo tenía claro. Y, probablemente, lo mejor sería no pensar demasiado en ello, por mi bien.

—Ya sé que me quieres.

—Y yo sé que te hace sentir incómoda. Resulta evidente —dijo, riéndose—. Pero me conformo con quererte de lejos. Desde esta antigua y polvorienta biblioteca. Hay cosas peores.

Le miré fijamente a los ojos, admirada.

—¿Puedo preguntarte algo que podría considerarse que cruza una línea roja?

—Por lo que a mí respecta, no hay líneas rojas entre tú y yo. Puedes preguntarme lo que quieras, siempre.

Sentí que se me aceleraba el pulso, una sensación similar a cuando me habían llevado al gran salón del castillo de Vosino. No hice caso.

—¿Cómo lo supiste? Dices que me quieres. ¿Cómo supiste siquiera que era amor?

Él respiró hondo y se acercó.

—Tú has leído todos los cuentos de hadas de esta biblioteca, Annika. ¿Es que no lo sabes? El amor no se parece a nada —dijo, susurrando—. El amor tiene un sonido propio, es como mil latidos del corazón al mismo tiempo. Es como el estruendo de una cascada o la paz del amanecer. Puedes oírlo por la noche, en forma de arrullo cuando vas a dormir, o alegrando tus días más oscuros, como una carcajada.

»El caso es que a algunos nos han enseñado a escucharlo, así que cuando llega resulta muy fácil distinguir su sonido. Pero hay otras personas que no lo distinguen entre tantos otros sonidos que lo ahogan. Esas personas tardan más. Pero, cuando por fin se abre paso, es como una sinfonía.

Me puso un dedo bajo la barbilla y me la levantó para mirarme a los ojos.

—Tú escucha, Annika. Escucha. Llegará.

Me dio un beso en la mejilla con la máxima delicadeza, quizá con la esperanza de que de pronto se oyera el ansiado sonido.

No oí nada.

Pero le creí.

—Creo que será más fácil oírlo cuando hayamos superado la amenaza de la guerra —bromeé, para quitarle tensión al momento.

Se rio.

—Probablemente tengas razón. Y sí, practicaré contigo. Si conseguiste mantener a raya a ese Lennox, deberías poder plantar cara a cualquiera que se te ponga delante. Pero no corramos riesgos. —Se quedó pensando un momento—. Si están haciendo preparativos, no parará de entrar y salir gente de los establos, tendremos que quedar en otro sitio.

—¿Qué tal mi rincón favorito de los jardines? Donde está la piedra. La vegetación es alta, así que no nos verán, y está lo suficientemente lejos como para que la gente no nos oiga.

—Sí, debería funcionar —respondió, después de pensárselo un momento. Se giró a mirar el cielo, que empezaba a oscurecerse—. ¿Después de la cena?

—Te estaré esperando.

En el momento en que salía de la biblioteca me asaltó una duda: cabía la posibilidad de que Nickolas no hubiera sido informado de los planes de mi padre. A pesar de todos mis recelos, me pareció que sería una crueldad mantenerlo al margen de algo tan importante. Me fui a su habitación.

—Su alteza real —me saludó Nickolas, después de que me anunciaran—. ¿A qué debo el honor de tu compañía?

—¿Ha venido a verte Escalus?

Negó con la cabeza.

—Entonces déjame entrar, por favor. Hay algo que deberías saber.

Si Rhett había reaccionado a la noticia con rabia, Nickolas apenas mostró una leve preocupación.

—No me parece bien que vayas. Altera mi línea de actuación.

—¿En qué sentido? —pregunté.

Suspiró.

—Como súbdito, el instinto me dice que debo pedirle a su majestad que me deje ir con vosotros. Si las cosas no salen bien, quiero poder defenderlo. Pero como prometido… —Me miró a la cara—. Lennox te raptó una vez. Y teniendo en cuenta que eso fue culpa mía, debo procurar que no vuelva a ocurrir. Quiero estar a tu lado.

Observé que paseaba la mirada por el suelo, de un lado al otro, como si estuviera apuntando conceptos mentalmente en dos listas y comparándolas para ver cuál pesaba más.

—¿Puedo hacer una petición?

—Por supuesto —dijo, mirándome a los ojos.

—Protege a Escalus. Mi padre tendrá un enjambre de guardias al lado, y ya te habrás dado cuenta de que, en caso de necesidad, sé defenderme con la espada.

Hice una pausa. No quería seguir adelante, pero tragué saliva y reconocí la evidencia:

—Todos sabemos el lugar que ocupo yo en esto. Es mucho más importante que Escalus regrese sano y salvo. Si yo muriera, todo puede seguir adelante; pero si le pasara algo a mi hermano, sería un desastre. —Respiré hondo—. Será mucho más útil que protejas a Escalus. Él es mucho más valioso para el reino.

Bajó la mirada y respondió tan bajito que me costó oírlo:

—No para todos.

Estaba claro que, para él, reconocer aquello era como grabar nuestros nombres en una losa de mármol o escribir una ópera en mi honor.

—¿Nickolas?

—A mí no se me dan bien las palabras grandilocuentes —dijo, sin ser capaz aún de mirarme a los ojos—. Si así fuera, las habría usado hace ya mucho tiempo. Pero para algunos de nosotros…, para mí…, sería mucho más devastador perderte a ti.

»Annika, siempre me han dicho que para ser un miembro de tu familia eran esenciales el protocolo y la corrección en las formas. Mis tutores y la gente que me cuidó me criaron con la idea de convertirme en alguien digno de ti a los ojos de todo el reino; lo que no consiguieron es hacer de mí alguien que tú también pudieras considerar digno de ti.

»Quizá sea demasiado tarde para enmendar mis errores. El bosque…, no te culpo por odiarme. Pensé que nuestro país estaba siendo atacado, y mi instinto fue salir corriendo al palacio para informar. Tendría que haberte llevado a ti al palacio. Ahora me siento de lo más tonto. Nunca podré disculparme lo suficiente por ese momento.

Se frotó las manos, nervioso; de pronto, tras tantos años convencida de que sabía quién era Nickolas, observé, perpleja, que quizá no sabía nada de él. Me pregunté si ahora, después de esto, oiría algo que sonara a amor.

De momento, no.

Aun así, agradecía muchísimo su honestidad.

—No es demasiado tarde, Nickolas.

Me miró con incredulidad.

—Me gustaría muchísimo volver a empezar, Annika. Sin expectativas. Conocerte, y que tú me conocieras a mí.

Asentí.

—A mí también me gustaría. Pero no puedo pensar en ello hasta que pase todo esto. Si sientes algo por mí, como dices, por favor, no pierdas de vista a mi padre y a mi hermano cuando vayamos a la Isla. Protégeles todo lo que puedas. Sé la voz del sentido común.

Nickolas asintió.

—Tus deseos son órdenes.