Con lo oscuro que estaba no era un buen momento para alejarse, pero no podía quedarme dentro de las paredes del castillo. No lo soportaba. Por encima del murmullo de las olas en la orilla oí a los pocos músicos que teníamos rememorando una vieja canción popular de Dahrain. Cuando era niño, mi madre me la tatareaba para ponerme a dormir. Si tenía letra, hacía tiempo que se había perdido. Pero ¿no debía estar contento con esta empecinada marcha para recuperar nuestras tierras, basándome en la poca historia que conocíamos? Lo único en lo que podía pensar era que nos estábamos engañando, y que este plan de Kawan nos iba a hacer más mal que bien.
Y mi madre…
Me situé junto al campo de combate, donde la luz de las antorchas de las puertas y las ventanas aún me permitía ver lo suficiente como para saber por dónde pisaba. Y fijé la vista en la arena, deseando tener a alguien con quién entrenar, algo que me ayudara a dar rienda suelta a esa sensación que me oprimía el pecho.
—Es demasiado tarde —dijo alguien con un tono burlón.
Me giré y vi a Inigo acercándose con un puñado de gente tras él.
—Me has leído la mente —le dije, girándome para ver quién le acompañaba. Blythe estaba ahí, por supuesto, pero también Andre, Sherwin, Griffin y Rami—. ¿Qué pasa?
Inigo se encogió de hombros.
—He visto que te marchabas, y Blythe me ha dicho que daba la impresión de que ibas a salir. Me imaginé que tendrías un buen motivo, dado que no ibas a vigilar a los prisioneros.
—Quizá no te hayas dado cuenta, pero ya no son prisioneros exactamente —respondí, con gesto de hastío—. Son invitados ilustres que nos van a meter en un buen lío.
—¿Estás seguro de ello? —preguntó Griffin.
Me giré hacia Blythe, que suspiró.
—Si es cierto lo que dicen, es posible que la realeza no esté en Dahrain. Podríamos avanzar y tomar el castillo. Y así podríamos reclamar nuestro reino sin luchar demasiado, si es que hay que luchar. Pero en lugar de invadir un trono desarmado —que sería algo tan notable para nosotros como humillante para ellos— Kawan quiere usar esa reunión como la oportunidad para matar a su rey. Puede que salga bien… o puede que no.
—Tú tienes un mal presentimiento, ¿no? —me preguntó Inigo.
—Sí. No sé decirte por qué, pero después de todo lo que ha pasado no creo que quieran realmente celebrar una reunión con nosotros sin que eso tenga algún tipo de repercusión.
Fijé la mirada en el suelo, algo avergonzado por dejarme llevar por mis sensaciones y sentimientos. Los sentimientos solo te traen problemas.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Inigo.
Levanté la cabeza, sorprendido.
—Tienes algo in mente —dijo Sherwin—. ¿Nos necesitas a todos o solo a unos cuantos?
—¿Aunque sea como distracción? —se ofreció Rami—. La última vez no me dejasteis hacer nada —añadió, y le guiñó un ojo a Blythe, que soltó una risita.
Parpadeé varias veces, intentando entenderlos.
—¿Queréis…, queréis saber cuál es mi plan?
—Por supuesto —respondió Blythe al momento—. Porque tienes uno, ¿verdad?
Tragué saliva. Sí lo tenía. Casi.
—Yo creo que deberíamos ir a la conquista del castillo. Cuando nos pongamos en marcha, no será demasiado difícil perderse en esos bosques. Con tanta gente ahí, no echarán de menos a un puñado de soldados —dije, convencido—. Si me equivoco y Kawan consigue matar a su rey, registraremos una doble victoria: el rey está muerto, y nosotros tenemos su reino en nuestro poder, todo a la vez.
Inigo asintió.
—¿Y esto vamos a mencionárselo a Kawan?
Los miré a todos, y observé las muecas de escepticismo en sus rostros.
—No creo. Nos lo impediría si lo supiera, pero no puede pararnos si no lo sabe.
—Bien —dijo Inigo—. Tendremos que movernos rápido… Se supone que iremos a pie.
—Y probablemente tengamos que llevar provisiones en abundancia, por si acaso —añadió Andre.
Asentí, aunque aún no había pensado en todos esos detalles. La conversación derivó en especulaciones. En lo rápido que nos podríamos mover, hasta qué punto serían exactas las cifras que nos había dado su princesa… No teníamos mucho en lo que apoyarnos, pero ellos ya se habían apuntado.
Me tomé un momento para mirarlos a todos mientras hablaban. Aunque no debía sorprenderme su decisión, esa voluntad de seguirme: cuando les había planteado una misión más fácil de la que habíamos programado en principio, se habían opuesto. Cuando ordené poner fin a la persecución a Annika, cumplieron mis órdenes. Cuando incluso ese plan falló, me dieron su apoyo ante Kawan.
Tenía amigos.
Blythe se giró y me brindó una de esas sonrisas que parecía reservar únicamente para mí. Ojalá pudiera hacer lo que me había sugerido Inigo, dejarme llevar. Sería casi un acto de rebelión, ¿no? Kawan me hacía sentir que la muerte esperaba tras cualquier esquina, que querer a alguien no era más que un lastre. Dejarse llevar sería como una dulce venganza.
Aun así, no podía hacerlo.
Pero eso no significaba que no pudiera rebelarme.
—¿Alguno de vosotros está interesado en aprender a leer? —pregunté.
Griffin fue el primero que levantó la mano, como un resorte. Observé la pulsera de paja que lucía orgullosamente en la muñeca.
—¿Tú sabes leer? —preguntó Rami, ilusionada.
Asentí.
—Mi padre me enseñó. Puedo enseñaros a todos, si queréis.
—Todos a un lado. Es el turno del segundo de a bordo —dijo Inigo, extendiendo un brazo y situándose a mi lado.
No pude evitar soltar una risita. Cogí una de las flechas despuntadas que habían dejado en un montón junto a la arena y escribí las letras de su nombre en la tierra: «I-N-I-G-O».
Él ladeó la cabeza.
—Tiene un aspecto… fuerte.
—Es un nombre robusto —observé—. Un nombre sólido para una persona sin fisuras.
No levanté la vista, pero oí que Inigo carraspeaba, emocionado.
—¡Nada de lloriqueos! Ya te lo advertí una vez.
Se apartó, riéndose entre dientes.
—¡Me toca a mí! —insistió Blythe, acercándose a toda prisa.
Escribí lentamente las letras de su nombre, seguro de que Blythe querría tener tiempo para asimilarlas y recordarlas.
—Me gusta esa del centro —dijo, señalando.
—Eso es una y griega —le dije.
—Es muy bonita.
—Tu nombre es bonito. Mi caligrafía no tanto.
—Sí que lo es. Espera, escribe también tu nombre. Quiero verlo —insistió, tirándome del brazo.
—Vale, vale —respondí, riéndome—. Un momento.
Garabateé mi nombre justo debajo del de ella. Sonrió.
—Siempre pensé que tu nombre sonaba muy serio. También tiene un aspecto serio. ¿Qué letra es esa del final?
—Se llama equis.
—Es la que más me gusta —comentó en un susurro.
Sentí el roce de su hombro contra el mío. Y una vez más deseé poder dejarme llevar, sin más. Giró la cabeza y caí en que nuestros rostros estaban muy cerca el uno del otro. Sentí un instinto en mi interior, algo que debía de llevar mucho tiempo dormido. Habría podido besarla. Habría podido bajar los labios unos centímetros, y estaba seguro de que ella lo habría querido. Era tan fácil que casi me sentía que hacía algo malo al contenerme. Pero aun así me contuve.
Me aclaré la garganta, mirando a mi alrededor, al pequeño grupo que habíamos formado. Pensé en sus sonrisas, en nuestras charlas desenfadadas, en las ganas que tenían de seguir adelante, y afloró otra emoción que no me resultaba nada familiar: orgullo.
Sus risas iluminaban la noche.
—Yo nunca he formado parte de nada parecido a esto —susurró Rami.
Sonreí.
—Bienvenida a la rebelión.