Por primera vez, había juzgado mal el interés que Kawan tendría en mí. Estaba convencido de que estaría tan absorto en sus planes para el ataque, pensando en cómo robar más barcos, o en lo que fuera a hacer después, que no me prestaría ninguna atención.
Sin embargo, me encomendó la misión de dirigir la travesía por el bosque, y ahora sí que no podía escabullirme. Mientras buscaba los mejores caminos para los caballos, los carros y el torrente de personas que me seguían, me pregunté si tendría otra oportunidad.
Casi parecía que Kawan conocía mis planes. A medida que pasaba el día iba encomendándome tareas nuevas, dándome mensajes para transmitir, teniéndome ocupado. Crucé unas cuantas miradas de decepción con Blythe, Inigo y el resto de mi equipo; era evidente que teníamos que abandonar nuestra misión. Curiosamente, Kawan no me quitaba los ojos de encima.
El sol avanzaba tan despacio como nosotros, y paramos a pasar la noche en un gran campo que suponíamos que estaría en los confines de Stratfel.
Griffin se puso a hacer fuego mientras Rami le sonreía y le traía ramas. Era curioso. Cuando le había comunicado que tenía que incorporarse a la misión, los dos habían llorado tanto que al final decidí dejar que se quedara. Ahora posiblemente nos enfrentábamos a algo mucho más peligroso, pero ambos parecían tranquilos, satisfechos.
Supuse que era porque estaban juntos.
Me senté en la hierba, Inigo tomó asiento cerca de mí y poco después lo hicieron Blythe y Andre. Al cabo de un rato vinieron también Griffin y Rami.
—Siento que las cosas no hayan salido bien —dije—. Llegados a este punto, no sé si hay modo de seguir adelante.
—Somos los que tenemos una experiencia más reciente orientándonos por este terreno, y ya nos hemos enfrentado a sus soldados. Yo creo que Kawan piensa que podemos suponer una ventaja para él, pero no quiere llegar al punto de alabar nuestras virtudes. De ser así, tendría que compartir la victoria —dijo Inigo, meneando la cabeza.
Era una reflexión tan clara y evidente que me dio rabia que no se me hubiera ocurrido a mí.
—Tienes razón —reconocí con un suspiro.
—Sigues diciéndolo como si te sorprendiera —replicó.
Yo sonreí, negando con la cabeza mientras levantaba la vista hacia el inmenso cielo, que parecía una tela de terciopelo negro salpicada de brillantes.
—¿Sabes?, tú fuiste quien me enseñó a orientarme por las estrellas —dijo Andre.
Yo me giré, sorprendido. Andre no solía ser quien iniciara las conversaciones.
—A mí también —dijo Blythe.
—Sí —añadió Griffin—, apuesto a que todos los que están aquí saben orientarse gracias a ti.
—Bueno, no es un gran mérito —dije, bajando la cabeza—. Probablemente, todos erais unos estudiantes excepcionalmente buenos.
—Excepcionalmente aterrados —murmuró Andre, y todos se rieron.
—Una vez nos dijiste que había dibujos en las estrellas —dijo Blythe—. ¿Eso qué significa?
Pensé en cómo explicarlo.
—Hay grupos de estrellas (las constelaciones) que tienen sus propias historias.
—Cuéntanos una —insistió Sherwin.
Tragué saliva, viendo todos aquellos pares de ojos puestos en mí, esperando a que hablara.
—Hum… —Levanté la vista, intentando pensar por dónde empezar. Supuse que lo mejor sería volver a lo básico—. Bueno, todos conocéis la Estrella Polar, la que usáis para orientaros.
—Sí —dijo Inigo.
Tracé un dibujo en el cielo con el dedo.
—Y sabéis que hay cuatro estrellas que forman una caja y que van siempre detrás de ella.
—¡Sí! —respondió Blythe, siguiendo la explicación con entusiasmo.
—Bueno, no sé si os habré dicho que ese grupo de estrellas compone la Osa Mayor.
—¿Una línea torcida y un cuadrado? ¿Eso se supone que es un oso? —preguntó Andre, escéptico.
—Yo no me lo inventé —respondí, encogiéndome de hombros—, solo os cuento la historia.
—¿Y cuál es la historia? —preguntó Blythe.
—Bueno, había una vez un dios que se enamoró de una ninfa. Pero este dios ya estaba casado. Así que cuando su esposa se enteró de la existencia de la ninfa, la convirtió en una osa. Y ahora está ahí atrapada, girando sobre sí misma sin poder escapar.
—Pues es un castigo terrible —dijo Sherwin mirando en dirección a las estrellas con gesto incrédulo.
—No sé —dijo Blythe—. Yo creo que la esposa tenía razón.
—Sí —concordó Rami—. Yo también habría ido a por la ninfa.
Meneé la cabeza, no tan seguro.
—Yo creo que habría estado más justificado castigar al marido. La ninfa no sabía que él estaba casado, pero él sí, desde luego.
—Entonces ambos deberían ser osos —dijo Blythe—. Lennox, escoge otras estrellas y crea otro oso.
Hice una mueca, divertido.
—No me parece que tenga la autoridad necesaria para hacer algo así. Además, la mayoría ya tienen su descripción.
—Pero eso nosotros no lo sabemos —dijo Inigo—. Blythe tiene razón. Venga. Haz otro oso.
Protesté con algo parecido a una risa, pero me puse a buscar algo que pudiera asociar a un oso.
—Bueno. Ahí —dije, señalando a lo lejos—. No solo es lo del oso; también sucede que, aunque ambos estén atrapados en el cielo, no pueden acercarse entre sí.
—Yo doy mi aprobación —dijo Andre, chasqueando la lengua.
La charla de mis compañeros me animó, pero el pesimismo que me invadía me advertía de que no debía disfrutar de ese momento, pues la verdad era la de siempre: querer a alguien solo hacía que perderlo resultara mucho más duro.