ANNIKA

Para ya —dijo, furioso—. No quiero tu compasión.

—No tienes mi compasión —dije, sin poder contener las lágrimas—. Tienes mi comprensión.

Lennox me miró, incrédulo.

—¿Cómo vas a…?

Levanté la mano y se calló.

—Prométeme que uno de los dos morirá.

Él levantó las manos, como si se rindiera, atónito.

—Es inevitable.

—¿Me lo prometes?

—Sí.

Asentí y le vi abrir los ojos como platos mientras me levantaba el borde del vestido. Me había jurado que nadie más que el médico, Noemi y mi marido verían esas cicatrices, pero Lennox no iba a creerme a menos que se las enseñara. Se quedó mirando, atónito, siguiendo con la vista toda la pierna… hasta que llegué a la parte trasera del muslo, y su gesto pasó a ser de incredulidad.

—¿Qué demonios es eso?

—Cicatrices —dije, sin más, volviendo a la pared junto al fuego y sentándome.

—¿Quién? ¿Cómo?

Me estiré el vestido sobre las rodillas, haciendo un esfuerzo por no volver a llorar. Ahora no.

—Mi padre ha estado… diferente desde la muerte de mi madre. A veces es el hombre firme pero dulce que conocí de niña; a veces es algo muy diferente. Tiene ataques de rabia, de miedo. Me ha tenido encerrada durante años, planificando mi vida… —Suspiré—. Sé que lo hace con buena intención. Pero cuando mi padre me dijo que tenía que casarme con Nickolas, yo mostré mi desacuerdo. De hecho, me opuse frontalmente. Era la primera vez en mi vida que tomaba una posición firme en algo, así que supongo que no supo cómo tomárselo. Hay que decir que no reaccionó enseguida enfadándose. Me intentó convencer con numerosos argumentos. Me quiso sobornar. Me hizo promesas. Yo lo rechacé todo.

»No es que yo no supiera que tenía que ser así; se hablaba de ello desde que era niña. Que yo me casara con Nickolas era ventajoso para todos los demás, así que se suponía que tenía que aceptarlo. Pero no podía. Discutimos y me dio un empujón. Caí sobre una mesa de cristal, y… —Tragué saliva—. Se veía que lo sentía, pero nunca me pidió disculpas. Tuve que pasarme dos semanas tendida boca abajo para que se curara, y cuando me levanté de la cama me encontré con que ya habían hecho todos los planes por mí. Aquella misma noche estaba prometida.

Me giré para enjugarme las lágrimas.

—Sé que fue un accidente, y sé que ha establecido sus propias normas porque teme perderme. Cada vez que pienso que no podré olvidarle, pienso en eso. A veces estoy más triste que furiosa. Aunque siga ahí, es como si los hubiera perdido a los dos.

Por fin me decidí a mirar a Lennox. Me pareció ver pena en sus ojos.

—Cuando el médico vino a quitarme los cristales, me dijo que, si hubiera obedecido, sin más, aquello no habría pasado. —Tuve que hacer una pausa para negar con la cabeza—. Estaba tan furiosa con aquel médico que habría querido matarlo allí mismo… Por supuesto no lo habría hecho, pero lo pensé. Quería hacerle daño a alguien para que mi dolor fuera algo más fácil de soportar. Así que me temo que no puedo juzgarte.

Me sequé el sudor acumulado sobre los labios y en las mejillas.

—No puedo contarte cuánto he temido que llegue un día mi noche de bodas. ¿Cómo voy a explicar estas marcas? Soy una princesa. No puedo… —Meneé la cabeza—. Espero que no te importe, pero si salgo de aquí con vida pienso decir que me has torturado.

Había un dolor innegable en sus ojos, y hablaba con un gran desasosiego.

—Nadie dudará de ti, eso está claro.

—Cierto.

Por un momento solo se oyó el repiqueteo de la lluvia y el crepitar del fuego. Luego Lennox se sentó mejor y se acercó algo más.

—Oye, cuando te haya matado, voy a tener mucho tiempo libre, así que si me das una lista de nombres, puedo asegurarme de que ese médico también muera. Y Nickolas también, si quieres. Personalmente, no lo soporto.

Resoplé, divertida.

—Ni siquiera lo conoces.

—Eso no cambia nada.

De pronto emergí de las profundidades de mi dolor y me reí. No fue una risa radiante ni bonita, no fue la risita comedida de una princesa. Fue un momento de descarnada esperanza en medio de lo imposible.

—En primer lugar, ese médico fue apartado de su puesto, así que ni siquiera sé dónde está ahora. En segundo lugar, Nickolas es… un pesado, pero no merece morir. Y en tercer lugar, no quiero que mates a nadie, Lennox. Quiero ser capaz de perdonarlos. Eso es lo que habría hecho mi madre.

—Lo sé —dijo él, con una voz tan baja que tuve dudas de si realmente lo había dicho. No estaba preparada para preguntarle cómo lo sabía—. Pero hay cosas peores que la muerte, Annika. Seguro que lo sabes.

Me encogí de hombros.

—Pero es algo tan definitivo. Toda esperanza, toda ambición, todo plan de futuro…, todo desaparece. A ti y a mí nos han robado nuestra dignidad. —Tuve que parar. Me dolía tanto que me costaba respirar—. Al menos por un tiempo. Pero robarnos la esperanza de poder conseguir una vida mejor… ¿No sería eso peor?

Cogió un palo y azuzó el fuego.

—¿No hemos perdido ya la esperanza? Piensa en ello. Si ganas esta guerra, te quedas con tu reino y te casas con un hombre al que desprecias, mientras yo regreso a las sombras. Si gano yo, tu país desaparece. No tienes adónde ir. Y yo tendré que encontrar el modo de seguir a Kawan o de sumarlo a la lista de personas que he tenido que ajusticiar. ¿Qué esperanza nos queda a nosotros al final de todo esto?

—Debes de ser de lo más divertido en los banquetes —dije, con un tono de voz que dejaba clara mi irritación.

Él se rio.

—Nosotros no celebramos demasiados banquetes.

—Entonces, ¿qué sentido tiene? —exclamé—. ¿Por qué os tomáis las molestias de recuperar algo que consideráis que es vuestro, si no tenéis ni idea de cómo celebrarlo?

—En primer lugar, no hay duda de que es nuestro. Y en segundo lugar, yo tengo mi propia manera de conmemorar cosas, sean buenas o malas.

Me crucé de brazos.

—Muy bien, cuéntame. ¿Cómo las celebras?

Echó los hombros atrás.

—Si los dos sobrevivimos a esto, un día te lo enseñaré.

—No. Uno de los dos tiene que morir. Es el único motivo por el que te he contado la verdad, ¿recuerdas? Así que, o muerte, o nada.

—Bueno. —Sonrió—. O muerte, o nada.

Suspiré, contrariada. Lennox era demasiado humano como para que pudiera odiarlo. De hecho, esa conversación tendría que haber sido incómoda, hasta dolorosa, pero estaba resultando tan reconfortante que esperaba que la lluvia durara al menos unas horas más.

—No parece que pueda matarte todavía. ¿Tienes algún secreto más que quieras compartir conmigo?

—En realidad, tengo una pregunta.

Resopló, socarrón, sin dejar de sonreír.

—Adelante.

—Háblame de tu chica.

La sonrisa se desvaneció de pronto.

—Ya te lo he dicho, no es mi chica.

—Aun así. ¿Cómo es? Aparte de su habilidad para hacer que alguien pueda sentir que la cara está a punto de explotarle.

La broma se le pasó completamente por alto.

Bajó los hombros y se giró, mirando la cueva, como si las palabras que buscaba estuvieran grabadas en las paredes, junto a aquellas líneas ilegibles.

—Blythe es lista. Y decidida. Y es agradable ver que siente algo por mí. Quizá sea la única persona en el mundo que lo haga. Así que no es que tenga nada de malo, en realidad. Simplemente es…, es…

—¿Todo pedernal y nada de yesca?

Me miró con los ojos muy abiertos.

—Sí, sí. —Se dejó caer contra la pared otra vez, como si le hubieran quitado un gran peso de los hombros—. Nunca he sabido cómo decirlo.

—Me alegro de haberte ayudado. Pero ¿volverás con ella si sigue viva?

—Supongo —respondió, con un suspiro.

Sonreí para mis adentros.

Aquella chica me gustaba. Me preguntaba cómo sería el mundo si ella y yo pudiéramos ser amigas. Aunque ese mundo en realidad no existía.

—¿Y tú qué? Háblame de Nickolas.

Saqué la lengua como una niña y él se rio.

—Ahora estoy convencida de que siente algo por mí, aunque sea mínimo —dije a regañadientes—. Pero yo lo miro y no siento nada. —No sentía nada y no oía nada—. No parece darse cuenta de lo desconsiderado que es. Y es tan serio…

—Bueno, yo también soy serio —replicó.

—No es lo mismo. Nickolas es…, bueno, si Blythe es todo pedernal y nada de yesca, él es el agua que cae para apagar cualquier chispa que puedas hacer saltar.

—¿Y cómo puede seguirte el ritmo? —preguntó—. Tú eres puro fuego.

Puro fuego. Hum.

—No me sigue. O está por delante de mí, o está levantando un muro para contenerme, o está detrás, muy lejos, intentando llegar a mi altura. Nunca hemos estado en la misma página al mismo tiempo…, y eso me revienta.

Ya. Lo había dicho.

—Bueno, pues me temo que el tema está zanjado —dijo Lennox, muy serio—. Lo voy a pasar al primer puesto de mi lista de víctimas.

—No —dije yo, con una mirada reprobatoria—. Nada de listas de víctimas.

—¡Pero si es lo único que tengo! —respondió él, evidentemente siguiendo el juego.

—Tonterías. Necesitas algo mucho más relajante. Mi hermano hace bordados, quizás eso te iría bien.

Se echó a reír. Con mesura, pero se rio.

—¿Bordados? ¡Debes de estar de broma!

—¡En absoluto!

—Bordados —repitió, divertido.

Después de eso se calló y nos sentamos uno al lado del otro, mirando el fuego. No pude evitar observar lo cerca que estaba. Y que, quizá estúpidamente, no conseguía tenerle miedo.