Subí y bajé por las colinas hacia el norte, agarrándome la pulsera de Lennox con la otra mano. Me había quedado mirando hasta verle rebasar el collado, dando gracias de que no se hubiera girado a mirar, porque temía que me flaquearan las fuerzas.
Él había dicho que yo era fuerte, pero yo no lo habría conseguido sin él. No solo me había cuidado, sino que también me había escuchado cuando le había contado los secretos más íntimos, sin emitir ningún juicio. Le debía algo más que la vida.
Levanté la vista, volviendo a la realidad, y vi una bandera verde pálido ondeando a lo lejos. Levanté las manos, agitándolas mientras corría, y grité. De pronto fui consciente de que no podría explicarle a nadie el origen de mi pulsera. Me la desaté rápidamente y me la guardé bajo el corsé. De momento tendría que mantener mi amor y mis recuerdos bien escondidos, solo para mí. El chico de la manzana tendría que ser mi secreto más celosamente guardado. Al cabo de unos minutos, dos soldados se acercaron corriendo, saliendo a mi encuentro.
—Alteza —dijo uno de ellos—. El duque ha estado muy preocupado por usted.
Nickolas estaba vivo.
—Estoy bien, así que no os preocupéis por mí —dije, mirándolo a la cara—. ¿Cuánto tiempo hace que ha zarpado el barco que lleva a mi hermano a Kadier?
Se miraron el uno al otro.
—No pudimos zarpar, alteza. Había demasiado oleaje. Uno de los barcos se ha hundido.
Me quedé paralizada. Respiré hondo, intentando mentalizarme.
—¿Mi hermano está vivo?
—Sí.
Prácticamente se me saltaron las lágrimas del alivio.
—¿Y mi padre?
—Está vivo, pero inestable. Se muestra… algo incoherente.
Asentí.
—Llevadme enseguida con Escalus.
Se pusieron en marcha, abriendo paso una vez que llegamos junto a las tropas restantes. Fui corriendo hacia la plancha, subí al barco y los seguí hasta el compartimento del capitán. Nickolas caminaba nerviosamente junto a la puerta.
Tenía la mano sobre la boca y la mirada fija en los tablones de la cubierta que iba pisando, preocupado como si el peso del país recayera sobre sus hombros. Supuse que eso era exactamente lo que pensaba.
—¿Nickolas?
Levantó la cabeza de golpe, con los ojos como platos. Soltó un soplido entrecortado y vino corriendo hacia mí.
—¡Estás viva! ¡Annika! —Dio un paso atrás, mirándome a los ojos, perplejo—. Pensábamos que te habíamos perdido.
Y entonces hice lo que debía: me puse de puntillas y le di un beso. Fue breve, pero suficiente para que lo vieran los soldados, y para mostrar el lugar que ocupaba Nickolas en mi futuro.
—¿Mi hermano?
—Por aquí —dijo, apoyándome una mano en la espalda y haciéndome pasar al compartimento del capitán. Bajó la voz—. Su majestad está en la cubierta inferior. Está…
—Ya sé.
—Su majestad está al mando. He intentado convencerle de que levemos el ancla, pero él se ha negado a moverse hasta que regresaras.
Entré, meneando la cabeza. Noemi estaba junto a mi hermano, limpiándole el sudor de la frente con un paño, delicadamente.
Al verle vivo solté un suspiro entrecortado. Noemi se llevó la mano a la boca y tuvo que apartar la vista un momento, desencajada.
Pero ninguna de las dos conseguimos sonreír.
Escalus abrió los ojos, pero solo un poco.
—Mis oraciones… han… tenido… respuesta —balbució haciendo un esfuerzo.
—Hay que llevarte a casa para que las mías también tengan respuesta.
—¿Cómo…? —murmuró. Yo ya sabía el resto de la pregunta. ¿Cómo había sobrevivido?
Un chico me protegió de la lluvia y del frío. Me dijo la verdad y me dio paz.
—Vi venir el huracán y encontré una cueva en la ladera de una montaña. Era lo suficientemente profunda como para resguardarse y esperar a que pasara.
—Así que eso es un huracán —dijo Noemi—. ¿Cómo lo ha sabido?
Tragué saliva.
—He leído sobre ellos.
Asintió. Era fácil creerse algo así.
—Bueno, demos gracias de que estás bien —dijo Nickolas, apoyándome una mano en el hombro.
—¿Tú dónde estabas? —le pregunté.
—Al principio caminé, intentando regresar a los barcos. Pero sabía que no lo iba a conseguir, así que me resguardé bajo un grupo de árboles. Hasta ahora no he conseguido secarme.
—¿Y os parece milagroso que yo haya sobrevivido? —dije, meneando la cabeza—. ¿Ahora podemos irnos? Escalus necesita un médico.
—Sí —dijo Escalus—. Noemi. Nickolas. —Miró a los dos soldados que esperaban junto a la puerta—. Jattson. Mamun. —Ellos respondieron con un saludo militar—. Los cuatro sois… testigos. Nombro… regente a Annika. Mi padre… debe curarse. Seguid… las órdenes de mi hermana.
Me quedé allí de pie, atónita. ¿Regente? Eso era prácticamente ser reina. No estaba preparada para tal responsabilidad.
—¡Escalus! ¿Estás seguro? —pregunté.
Él asintió.
—Yo necesito tiempo. Sigo…, sigo aquí —me aseguró—. Tiempo.
Lo miré, consciente de que estaba haciendo todo lo posible para darme confianza. Así que yo se la daría a él.
—Muy bien, acepto. —Me incliné y le susurré al oído—. Yo también sigo aquí.
Y, de algún modo, aquello me pareció mucho más intenso que un simple «Te quiero».
—Annika —murmuró Nickolas, reclamando mi atención—. Respira hondo. Luego ve al capitán y ordénale que leve anclas. Te acompañaré como testigo de tu regencia. Todo irá bien, pero debemos marcharnos.
—Sí —dije, asintiendo.
Me dispuse a salir de la estancia y me encontré al capitán justo detrás de la puerta.
—Capitán. Ahora yo estoy al mando. Debemos zarpar enseguida, de modo que mi hermano y mi padre puedan curarse. Tenemos que asegurar la integridad de Kadier.
Él abrió los ojos, sorprendido, pero enseguida reaccionó y me saludó.
—Sí, alteza.
Inmediatamente se puso a dar órdenes, y los hombres empezaron a embarcar desde la costa y a correr por las cubiertas, tirando de las sogas y soltando las velas. Me impresionó su velocidad, pero no estaría tranquila hasta ver que Escalus estaba fuera de peligro.
—Lo has hecho bien —me dijo Nickolas en voz baja, a mi lado.
—Gracias. Espero no fallarles.
Negó con la cabeza.
—Posiblemente no haya habido nadie en la historia de Kadier a la que quieran más que a ti. No puedes hacer nada mal.
—Ya veremos.
Cuando por fin estuvimos en alta mar oteé el horizonte, buscando señales de que llegábamos a casa. Pero en lugar de eso lo que vi fue una serie de puntitos a lo lejos.
—¿Son ellos? —pregunté.
—Sí —respondió Nickolas—. Si no tuviéramos que poner a buen recaudo a Escalus, te diría que fuéramos a por ellos ahora que están debilitados. Pero tal como están las cosas no puedo aconsejártelo.
—Estoy de acuerdo. Ahora la prioridad son Escalus y mi padre. El resto… ya lo decidiremos mañana.
—Por supuesto. —Inclinó la cabeza y se alejó, llamando al capitán para hacerle una pregunta.
Observé aquel grupito de embarcaciones a lo lejos. En los libros siempre hablaban de dolor cuando te separas de un ser querido.
Las palabras de los libros no describían fielmente aquel dolor.
«Lacerante» se quedaba corto, igual que «devastador».
Me llevé la mano al pecho y noté mi pulsera desatada ahí dentro, y la borla haciéndome cosquillas en la piel.
Encerré a Lennox en el rincón más remoto de mi corazón y decidí que me conformaría con lo que tuviera que llegar.