LENNOX

La moral en el castillo estaba baja, lo cual no era de extrañar. Yo nunca había considerado que nuestro ejército fuera enorme, ni siquiera fuerte, pero ahora veía que habíamos estado a punto de conseguir algo grande.

Y no lo habíamos conseguido.

Aquella breve batalla había sido desastrosa. Habíamos perdido a un montón de gente en el mar.

Incluso yo había vuelto a casa abatido.

Me dirigí a la cantina, una parte de la cual había sido convertida en enfermería. Me encontré con Inigo en la entrada.

—¿Ha estado por aquí Kawan? —le pregunté.

—No. Aún no se atreve a dar la cara.

Meneé la cabeza, intentando contener la rabia. Lo mínimo que podía hacer Kawan era presentarse ante la gente que había conducido a la destrucción.

—¿Cuánto tiempo llevas despierto? —pregunté.

—Toda la noche —respondió él, frotándose los ojos—. Iba a irme a dormir hace un buen rato, pero a Enea le subió la fiebre.

Parecía tan abatido como yo.

—¿Ha sobrevivido?

Asintió, pero con un suspiro.

—¿Cuántas bajas crees que hemos tenido? Yo apenas puedo llevar la cuenta.

Claro que no podía. Como siempre, no había registros.

—Escucha. Lo importante es salvar todas las vidas que podamos. ¿Por dónde empiezo?

—Esos son los casos más graves —dijo él, señalando al fondo de la sala—. Brallian ha perdido una mano, y la infección es tan grave que puede que no llegue a mañana. Otros están tan débiles que parece que sencillamente han perdido las ganas de seguir adelante. —Inigo se pasó la mano por la cara—. De los demás, parece que casi todos deberían recuperarse.

Asentí.

—Ve a dormir un poco.

Me apoyó una mano en el hombro y me lo agarró con fuerza como si fuera su última esperanza.

—Por favor —susurró—, por favor, dime que tienes un plan para sacarnos de esto.

Tragué saliva, sintiéndome impotente.

—No lo tengo —confesé—. Aún no. Pero lo tendré. No permitiré que esto siga así indefinidamente.

Le di un apretón en el hombro y me dirigí al fondo de la sala. Al acercarme al grupito de los casos más graves, vi a Blythe. Se movía con rapidez y eficiencia, secándole el sudor de la frente a una paciente mientras la miraba a los ojos. Era raro verla así, compungida y seria. Se puso de pie, frotándose la nuca dolorida, y se pasó la melena sobre el hombro.

Blythe era guapa y valiente. Compasiva y tenaz. Era fiel, optimista y más fuerte que muchos de los hombres que conocía. Tenía todo lo necesario para ser la mujer perfecta para mí.

Y yo habría deseado con todo mi corazón poder llegar a amarla.

Me pilló mirándola y esbozó una sonrisa triste mientras yo me acercaba.

—¿Acabas de llegar?

—Sí. Hoy eres mi jefa. Dime dónde debo ir.

—Por aquí —dijo, cogiéndome de la mano.

Hacia el final de la sala a olía algo diferente, a algo que me recordaba la mezcla de olores del metal y la carne rancia. No pestañeé. Yo solo tenía que olerlo; los otros tenían que soportarlo.

—Griffin quiere celebrar una ceremonia de recuerdo por Rami —dijo Blythe en voz baja—. Si puedes, baja a la costa al ponerse el sol; creo que le gustaría que estuvieras allí.

—Pensé que estaría enfadado conmigo. Rami murió al intentar ayudarme a concentrarme.

Blythe negó con la cabeza.

—Él sabe de quién es la culpa.

—Si quiere que vaya, ahí estaré.

—Bueno. ¿Quieres ir a hablar con Aldrik? No está bien, y ha estado preguntando por ti. —Señaló la esquina más alejada…, la esquina de los casos graves.

Me giré hacia allí, incrédulo, y localicé su melena castaña rizada sobre un rostro muy pálido. Me acerqué en silencio; no quería despertarle si dormía. Respiraba con dificultad, tal como me había advertido Blythe, y verlo en aquellas condiciones me puso en tensión. Parpadeó un momento y curvó los labios, esbozando una sonrisa fatigada.

—Ahí estás —consiguió decir.

Intenté devolverle la sonrisa, pero no tenía muy claro que me fuera a quedar natural.

—Me han dicho que has preguntado por mí. Si por fin vas a desafiarme a una pelea con espadas, me temo que hoy estoy muy ocupado —bromeé.

Cada parpadeo de sus ojos era tan lento que parecía requerirle unas fuerzas que apenas tenía. Aun así, consiguió sonreír.

—Yo también estoy ocupado.

Asentí.

—Bueno, entonces, ¿qué te gustaría hacer hoy?

Respiró con dificultad unas cuantas veces más.

—Me he pasado todos los días de mi vida intentando llegar a ser como tú —dijo.

—Cuando te pongas bien, tienes que apuntar más alto —dije, meneando la cabeza—. Puedes aspirar a algo mejor que ser como yo.

—Lennox —dijo, poniéndose serio—. Tengo que decirte algo. Kawan… Tienes que hacer algo. Nadie puede tocarlo —ladeó la cabeza ligeramente—, nadie más que tú.

Al oír aquello me quedé inmóvil, sin saber muy bien qué decir.

—Cuando te fuiste para cumplir con tu misión, se puso de los nervios, preguntándose qué harías para ponerlo en evidencia. Cuando regresaste con una princesa, se vino abajo. Ya sabe de qué eres capaz.

Aldrik paró un momento para toser unas cuantas veces. Estaba cada vez más pálido.

—Por eso no vendrá a verme. Pese a todo lo que he hecho por él. Si tú estuvieras aquí, se pasaría por aquí, aunque solo fuera para asegurarse de que se había librado de ti por fin —dijo, y meneó levemente la cabeza.

—Tendría que habértelo dicho antes —añadió, jadeando—. Tendría que haberte dicho que la gente te habría seguido. Sea lo que sea lo que tienen los líderes, tú lo tienes. ¿Por qué crees que Kawan te odia tanto? —Giró la cabeza, tosiendo, y luego emitió un sonido forzado, como si aquello le provocara un dolor insoportable.

No le respondí. En lugar de eso, me concentré en él.

—No hablemos de eso ahora. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

Meneó la cabeza.

—Ya no siento las piernas. Y siento como si tuviera cristales en los pulmones. En algunas partes de mi cuerpo he perdido la sensibilidad, y las otras me duelen. Ya… no me queda mucho tiempo.

—No digas eso. Todas las heridas se pueden curar…

Aldrik me hizo callar moviendo de nuevo la cabeza.

—Lo sé. Te lo digo porque…, lo sé.

Tragué saliva.

—Lennox, tú no lo creerás, pero tienes las fuerzas necesarias. Has soportado muchas cosas, has sobrevivido. No lo retrases. Antes de que muramos todos, haz algo.

Me quedé sin habla.

—Prométemelo.

Asentí.

Se dejó caer hacia atrás y fijó la vista en el techo. Ya había dicho lo que tenía que decir, y se había quedado en paz.

—No tengo familia aquí. ¿Podrías quedarte un momento? —preguntó.

—¿Quieres…? —Tuve que apartar la mirada—. ¿Quieres que me quede hasta el final?

Le temblaron los labios. Asintió.

Bajé la mano y la apoyé sobre la suya. Estaba demasiado débil como para devolverme el gesto.

Combatí la tentación de levantar un muro como siempre, de poner una distancia de seguridad entre los dos. No era habitual que alguien me necesitara tanto. Así que dejé fluir los sentimientos. El miedo, la paz, el apego, el dolor. Sentí todo aquello con Aldrik para que él no tuviera que sentirlo solo. Al final me alegré de haberlo hecho. Una hora más tarde, la piel de Aldrik viró del blanco pálido al azul claro, y su mano empezó a enfriarse. Le tapé la cara con la manta, salí de la cantina… y lloré como un niño.