ANNIKA

Lo que todo el mundo suponía: que había sobrevivido en la Isla usando solo mi ingenio y mis recursos para sobrevivir a la larga noche de lluvia. Lo que todo el mundo sabía: que Escalus había resultado gravemente herido en el campo de batalla. Tras hablar brevemente conmigo en el barco, había quedado incapacitado durante días por culpa de la fiebre.

Lo que nadie sabía: que mi padre también había sido herido en la Isla. La fiebre, en su caso, se había extendido mucho más rápidamente, haciéndole delirar en cuanto se lo llevaron al barco y sumiéndolo en el coma antes de que consiguiéramos llegar a casa.

Una cosa era que el príncipe estuviera herido o enfermo; algo muy diferente era que el rey estuviera fuera de juego. De modo que su estado se había mantenido en secreto, con la esperanza de que se recuperara o de que al menos Escalus despertara pronto.

Cuando Escalus me había nombrado regente, pensé que tendría que ostentar el cargo uno o dos días. Pero ni mi padre ni mi hermano se habían despertado. ¿Y si no se despertaban nunca? Para mí era un honor poder ayudar, un privilegio gobernar a nuestro pueblo, aunque solo fuera momentáneamente, pero no había recibido la formación necesaria como Escalus.

¿Qué se suponía que debía hacer?

Solo había una persona en el mundo a quien habría querido preguntárselo, una persona que sabía que me diría toda la verdad. Y sabía que me cogería de la mano al hacerlo, dándome la fuerza necesaria para seguir adelante, por doloroso que fuera.

Pero no podía pedirle ayuda una vez más, nunca podría pedirle nada más. Era una piedra más que se sumaba al lastre que cargaba sobre los hombros, haciendo que me costara caminar erguida.

Me tapé la nariz con el pañuelo mientras el médico perforaba la herida para drenar el líquido y verterlo en un cuenco. Debía de dolerle mucho, pero mi padre no se inmutó.

—Lo siento, alteza. No vemos ninguna mejora —dijo un segundo médico—. Ahora prácticamente depende de la capacidad de su majestad para combatir la infección.

Asentí y esbocé una sonrisa forzada.

—Entonces no tenemos nada que temer. Su majestad nunca se ha arredrado ante la batalla.

Él me devolvió la sonrisa, insinuó una reverencia y se alejó.

Retorcí el pañuelo entre las manos y fui al costado de la cama de mi padre. Bajé la cabeza y la situé cerca de su oreja.

—¿Me oyes? Soy Annika. —No se movió—. Papá, necesito que despiertes. Tengo muchas cosas que contarte, que preguntarte. Por favor, vuelve.

Le sacudí del hombro, como una niña desesperada, esperando que reaccionara. Estaba a punto de llorar. Me sentía perdida.

Tragué saliva y erguí la cabeza, con la esperanza de dar una imagen de calma y serenidad a los médicos y al servicio. Por dentro podía estar hundida, pero no tenía que enterarse nadie.

—¿Hoy ya ha visto a mi hermano? —le pregunté al médico jefe.

—Sí, alteza. Su situación tampoco ha cambiado. Pero está más estable que su majestad.

—Sé que los médicos han estado haciendo turnos sin parar, pero quiero que haya alguien aquí de guardia a todas horas. En el momento en que mi padre despierte, quiero que me lo notifiquen, sea la hora que sea.

—Sí, alteza. Pero si su majestad no sobrevive, el protocolo…

—Mencionar la muerte del rey es traición, señor —le recordé con firmeza—. No dirá nada más al respecto. Y vendrá a avisarme en cuanto despierte.

—Sí, alteza —repitió muy serio, bajando la cabeza en señal de respeto.

Era extraña esa sensación de que cualquier petición mía se convertía en ley. Pero lo que me preocupaba realmente era que llegara un momento en que mi palabra fuera ley. ¿Qué iba a hacer si ocurría algo importante y no tenía ni idea de cómo gestionarlo?

—Me voy a ver a mi hermano. Muchas gracias, doctor.

Me moví con rapidez, esperando, de algún modo, que si me movía lo suficientemente rápido, llegara a tiempo de verle despertar. Al girar la esquina del pasillo que llevaba a la habitación de Escalus vi a Nickolas saliendo. Se detuvo, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a la otra, con aspecto fatigado por la preocupación.

—¿Alguna novedad? —pregunté.

—No —respondió él—. La doncella dice que ha murmurado algo un par de veces, pero nada inteligible. Aunque si hubiera dicho algo, seguro que ella lo entendía: prácticamente no ha abandonado esa habitación desde que llegamos.

Le apoyé la mano en el hombro, consciente de que se estaba guardando sus opiniones para sí mismo.

—Bueno, Noemi es una criada fiel y de confianza, y estoy segura de que Escalus se sentirá reconfortado si ve un rostro familiar cuando se despierte.

—Pero ¿quién está atendiendo a tus necesidades? Estos días estás sin doncella. No es correcto, prácticamente eres la reina.

No podía imaginarse lo repulsiva que me resultaba la palabra «reina» en ese momento. No podía pensar que esa palabra suponía desear la muerte de la poca familia que me quedaba. «Regente» era algo que podía aceptar, pues significaba que acabarían despertándose.

—No tienes que preocuparte —dije—. Tengo varias doncellas que me ayudan, y, como puedes ver, sigo de una pieza. Ahora quiero ir a ver a mi hermano con mis propios ojos. Si no te importa, ve a las cocinas por mí a dar la aprobación a los menús de la semana.

Bajó la cabeza en un gesto rápido. ¿Por qué tanta ceremonia, tal como estaban las cosas?

—Alteza, será un placer cumplir con cualquier tarea que me encomiende.

Se puso en marcha y yo abrí la puerta de la habitación de Escalus con precaución. Tal como era de esperar, Noemi estaba allí, al pie de su cama. No fue lo suficientemente rápida y pude ver cómo apartaba las manos de las de él.

Cuando se giró y vio que era yo, se puso en pie de un salto para hacer una reverencia.

—Alteza.

—Olvídate de eso —dije, mientras cruzaba la habitación para abrazarla—. ¿Has comido? ¿Dormido?

Soltó un gran suspiro.

—Sí. Pero… quiero poder dar la noticia en el momento en que despierte. Tenía tanto miedo de que alguien me obligara a marcharme… —dijo, girándose a mirar, como si pensara que pudiera despertarse justo en el momento en que lo decía.

—Mírame —dije yo—. Si les dices que estás aquí porque te lo he ordenado yo, nadie te lo discutirá. Usa mi nombre todo lo necesario. Nadie podría proteger a Escalus como tú.

Suspiró con la respiración entrecortada.

—Ojalá abriera los ojos. Lo que venga después, lo soportaré… Quiero decir, por el bien de Kadier, por supuesto. Solo espero que se recupere pronto.

—Se recuperará —dije, más para convencerme a mí misma que a ella—. Escalus me dijo que seguiría aquí, a mi lado. No me abandonaría a mi suerte.