Me quedé un momento frente a la puerta de mi madre, sin atreverme a llamar. Había muchas posibilidades de que escogiera a Kawan en lugar de a mí —llevaba haciendo eso a diario desde la muerte de mi padre—, pero tenía que saber definitivamente a quién era fiel.
Tras respirar hondo por enésima vez, llamé con los nudillos. La oí moviéndose por la habitación, acercándose a la puerta. Quizá fueran imaginaciones mías, pero me pareció ver que se le iluminaban los ojos al verme. Aun así, yo tampoco veía las cosas con demasiada claridad últimamente. Tardé un momento en ver que tenía el pelo despeinado, y el vestido arrugado.
—Lennox —dijo, sorprendida.
—¿Puedo entrar un minuto?
Asintió con cierta precipitación y abrió la puerta del todo. La cama estaba deshecha, pero por lo demás todo estaba bastante ordenado. La habitación tenía más o menos el mismo aspecto que cuando me había colado a robarle un vestido a Blythe, aunque de algún modo su presencia hacía que la estancia resultara menos impersonal.
—¿Hay algo en particular de lo que quieras hablar?
«¿Por qué le dejaste que me pegara tantas veces? ¿Por qué no nos fuimos, sin más? ¿Te olvidarías de él por mí? ¿Me seguirías? ¿Alguna vez me has querido?»
—¿Eres feliz? —le pregunté por fin.
Ella se me quedó mirando.
—¿Qué quieres decir?
—Es solo que… antes de que llegáramos aquí, cuando estábamos solos papá, tú y yo… Éramos felices, ¿verdad?
Bajó la vista y sonrió, y tuve la impresión de que a su mente acudían una sucesión de recuerdos.
—Sí. Éramos casi demasiado felices.
Moví nerviosamente los dedos, pasándolos por el borde de una uña.
—Bueno, y ahora… ¿eres feliz? ¿Fue todo por él? ¿Eso lo perdimos con la muerte de papá?
Ella apartó la vista un momento, con los ojos cubiertos de lágrimas.
—Quizá sí. Pero no estoy segura de que pudiéramos hacerlo mejor.
—¿Por qué? —dije, más para mí que para ella.
—Lo cierto es que la gente vive su duelo a ritmos diferentes. Cuando alguien pasa página demasiado rápido, los demás se sienten heridos. Y si alguien lo hace demasiado lento, también resulta doloroso. A veces me pregunto si tú sigues de duelo. Yo…. yo tuve que reaccionar rápido.
Tragué saliva; no quería gritar.
—¿Así que seguiste adelante y me dejaste atrás?
—Lennox —dijo, con una voz tan baja que casi no la oí. La miré a los ojos—. Lennox, «tú» me dejaste a «mí».
Abrí la boca para protestar, pero tenía razón. Era infeliz, y yo también. Yo me había hecho mi propio espacio y no había mirado atrás.
La había dejado atrás. Me senté allí mismo, mirando al suelo mientras ella hablaba.
—Siempre albergué la esperanza de que volvieras, pero no lo hiciste. Era como si… —Las palabras se le atravesaron en la garganta, y tuve claro que iba a llorar un segundo antes de que lo hiciera. Pero con las lágrimas llegó la verdad—. He estado intentando recuperar lo posible de las migajas que me ha dejado la vida. Si no podía tener a tu padre, Kawan era un mal sustituto, pero al menos alguien me quiere. Tú no me querías. Era más fácil no sentir nada que sentirlo todo… Al menos eso fue lo que me dije. No me daba cuenta de lo tonta que había sido hasta que te perdí en la Isla.
Parecía apagada, como si la confesión le dejara sin energías. Estaba cansada de vivir así, igual que yo.
Aquello me dejó descolocado.
—Yo pensaba…, todo este tiempo, pensaba que no me soportabas —dije, arriesgándome a levantar la mirada, temiéndome que así fuera.
Negó con la cabeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Lo que te he dicho es cierto. Le echo muchísimo de menos, hay días en que te miro y me desgarro por dentro; te le pareces tanto…, pero ¿odiarte? Nunca.
Nos quedamos allí un momento, en silencio. Había montañas de palabras acumuladas, y tardé un poco en asimilarlo. Se dio cuenta y me miró con ojos fatigados pero pacientes. Tragué saliva. Ella asintió. Y eso fue todo.
—Necesito tu ayuda —reconocí—. Y no se lo puedes decir a Kawan. Si se entera, me matará.
—Lo sé.
Levanté la cabeza de golpe.
—¿Lo sabes?
—Quiero que recuperemos nuestro reino. Y sé que el único modo de conseguirlo es apoyarte. Durante mucho tiempo la gente te ha temido más a ti que a él, y ahora te respetan más a ti que a él. No me sorprende que haya acabado siendo así. Eres un digno hijo de tu padre.
»Dijiste que seguía conmigo para tenerte más cerca —añadió—. Es cierto. Pero yo también me quedé aquí para estar cerca de ti. Desde que fui corriendo a tu encuentro en la Isla se ha mostrado diferente, y yo creo que la relación que podamos tener Kawan y yo ahora mismo se mantiene por inercia. Y por el bien de todos voy a tener que seguir aparentando. Hasta que tengas un plan, debo seguir con él. ¿Me entiendes?
Quería creer todo lo que me había dicho, pero ¿cómo podía dejar que una única conversación —aunque me hubiera llegado al fondo del corazón, donde más dolía— borrara años de abandono?
—Lo entiendo —dije, sin prometerle nada.
—Bien. Ten cuidado con lo que dices y con a quién se lo dices. ¿Ahora adónde vas?
—A la cantina.
Asintió.
—Hacia el mediodía ve al gran salón. Está haciendo planes, y creo que deberías estar al corriente.
—¿Más planes? —pregunté, incrédulo.
—Controla tu temperamento —me recordó, con voz tranquila—. Mide tus palabras. Tú calla y escucha.
—Muy bien —dije, con un suspiro—. Ahí estaré.
Me dispuse a marcharme, dándole vueltas a todo lo que me había dicho.
—¿Lennox?
Me giré, y vi preocupación en sus ojos.
—¿Sí?
—Si ocurre algo…, si tienes que recabar apoyos donde sea y aprovechar una oportunidad… adelante. No me esperes. No mires atrás. Vete. Por el bien del futuro que podamos tener, por favor, vete.
Aquella petición me hizo sospechar que quizá me viera obligado a huir, o que las cosas en el castillo se pondrían insoportables. Pero luego pensé que era mi madre. Y las madres suelen saber las cosas, sin más.
—Si se da esa situación, lo haré —dije, asintiendo—. Y si debo irme, cuando se arreglen las cosas, volveré a por ti. Te lo prometo.