LENNOX

Por fin dormí con un sueño profundo. No fue difícil con Annika a un latido de distancia. Durante la noche se había girado, y ahora tenía delante el rostro más angelical de la historia, con su mejilla apoyada en mi brazo. Sentía su piel caliente y, sobre todo, que estaba viva, lo que me daba una tranquilidad que no había tenido desde la noche en que habíamos dormido juntos en la cueva.

A decir verdad, también tenía una cama magnífica, y pensaba seguir durmiendo en ella cuando…

¿Cuando qué? ¿Realmente iba a intentar conquistar su reino?

Respiró hondo, aún dormida. En la cueva también lo había hecho, lo recordaba. Me gustaba ver cómo el cabello se le enredaba por encima de la cabeza, formando volutas de oro. Cuando miraba a Annika se me ocurría que había echado a perder todo mi talento con la espada. Tendría que haberla cambiado por un pincel. Debería haber aprendido a plasmar aquel rostro en un lienzo para que todo el mundo lo viera. No tenían ni idea de lo que se estaban perdiendo.

Apareció una arruguita entre sus cejas y se acurrucó más cerca, pegando las rodillas a mi vientre, apoyando la cabeza en mi pecho, cruzando las manos con las mías. ¿Cómo podía ser que una persona tan menuda tuviera una presencia tan enorme?

Inspiró con fuerza y supe que se estaba despertando. Sonreí, feliz de saber ya eso de ella, y me pregunté cuántos de sus pequeños gestos habituales podría llegar a aprender en toda una vida.

—Estás aquí —dijo, medio dormida.

—Te dije que estaría aquí. He hecho muchas cosas terribles, Annika, pero nunca te he mentido.

Ella levantó la vista, y en su dulce rostro adormilado apareció una sonrisa.

—Es cierto.

—No sé cuándo necesitas iniciar la jornada, pero desde luego no pensaba despertarte.

Ella levantó la cabeza, con el cabello enredado y el camisón arrugado.

—La verdad es que nunca paro, así que el día no tiene principio ni fin.

—Oh —dije, rodeándole la cintura con el brazo—. Entonces te puedes quedar.

Tiré suavemente de ella, y volvió a caer entre mis brazos con una risita. Si hubiera hecho algo más de ruido, quizá no hubiéramos oído la discusión al otro lado de la puerta.

—Lo siento, señor. Su alteza aún no está despierta. —La voz de Palmer resonó con toda claridad, y Annika y yo levantamos la cabeza como un resorte.

—Voy a ver a mi novia en este mismo momento —respondió alguien. Y si no era yo quien decía eso, solo podía ser nuestro querido Nickolas el que estaba ahí fuera.

—¡Debajo de la cama! —me susurró Annika con urgencia.

Salté de la cama y me metí debajo. No podía ver demasiado por culpa de la cantidad de volantes que colgaban de los lados, pero esperaba que eso también evitara que me vieran. Allí abajo no había ni una mota de polvo. Hasta las esquinas estaban impecables. Y cuando levanté la vista, vi dos ganchos estratégicamente colgados de la estructura de la cama que sostenían su espada. Sonreí, casi complacido. Ahora Annika tenía ocultos todos sus secretos en el mismo sitio.

Vi caer el vestido de Annika al suelo desordenadamente y luego el borde de su bata mientras se la ponía.

—¡Ah! —exclamó de pronto, y un segundo más tarde me encontré con mi bolsa, mi casaca y mi capa en la cara.

Lo agarré todo bien y me situé en el centro del espacio bajo la cama. Un segundo más tarde me deslizó la espada por el suelo y también la agarré, desenvainándola en parte, para estar listo por si las cosas se complicaban.

—Por favor, señor. Su alteza ha estado trabajando muy duro estos últimos días. Usted, más que nadie, debería preocuparse por su bienestar —insistió Palmer.

Aquel hombre me gustaba cada vez más.

—¿Cómo te atreves? ¿Tienes idea…?

—Puede dejarle pasar, Palmer —dijo Annika, poniendo fin a la discusión.

Oí que la puerta se abría y unos pasos entrando en la habitación.

—Perdóneme, alteza. No pretendía despertarla —dijo Palmer.

—No hay problema —respondió. Su voz adoptó un tono frío muy diferente al de la chica que yo conocía; pero no me resultaba del todo extraño, ya la había oído hablar así cuando la apresamos y nos la llevamos a Vosino.

—Cuando haya acabado su audiencia con el duque, tengo un paquete para usted. Me han dado instrucciones para que se lo dé en privado.

—Gracias. Enseguida me ocuparé de eso.

Oí solo par de pasos moviéndose por la habitación. Estiré la cabeza y cerré los ojos, intentando suavizar la respiración. Si por algún motivo me descubrían, tendría que estar listo para luchar.

Nuestro querido Nickolas soltó un bufido.

—Hay una manzana en el suelo.

Percibía la rabia de Annika en su silencio; soltó aire en un largo suspiro.

—Agradezco tu preocupación, Nickolas, pero preferiría que no me despertaran con gritos al otro lado de mi puerta.

—Los gritos han sido por culpa de ese guardia insolente —replicó, sin alterarse—. Yo no tenía ninguna intención de levantar la voz hasta que me ha negado la entrada.

Oí los pasos de los pies desnudos de Annika al acercarse al lavabo.

—Palmer solo intenta protegerme, no podemos echárselo en cara.

—¿Protegerte de qué? —preguntó—. No me ha dado ninguna pista de qué se supone que debemos buscar. ¿Cómo puedo protegerte si no lo sé? ¿Por qué tienes tantos secretos últimamente? Amenazas desconocidas. Paquetes extraños. ¿Hay algo más que yo no sepa?

Se le escapó una risa que intentó disimular enseguida con un ataque de tos. Por mi parte, tuve que morderme los labios para contenerme.

«Ah, Nickolas, eres un idiota.»

—Lamento decepcionarte —dijo—, pero siempre habrá cosas que no puedes saber. Mi vida es así, por naturaleza.

«Bien por mi chica.»

Se hizo otro silencio tenso.

—Entonces, ¿debo ocultarte lo que sé? ¿Es así como se comporta una pareja casada? —preguntó Nickolas, manteniendo la compostura en todo momento.

«Entonces, ¿tengo que matarte? Sigue hablando así y verás…»

—Quiero pedirte que te plantees por qué esta rabia infundada. Eso suena muy parecido a una amenaza, y te recuerdo que eres súbdito mío. Quizá te plantee problemas la naturaleza de mis responsabilidades, pero mi posición merece cierto respeto.

—Yo… ¿Por qué buscas siempre pelearte conmigo, Annika?

Aquella acusación me hizo poner los ojos en blanco. Si alguien estaba buscando pelea, era él.

—He venido a decirte algo urgente —añadió—. ¿Me regañas por aparecer, me mantienes a distancia y luego me haces de menos? ¿Qué hombre toleraría que lo trataran así?

«En primer lugar, estás tergiversando toda esta situación. Y en segundo lugar, si me dieran la ocasión, yo me pondría de rodillas ante Annika Vedette cada mañana de mi vida.»

—Nadie lo haría —insistió, respondiendo él mismo a su patética pregunta—. Con todo lo que está pasando, con los problemas que sufre esta monarquía, ¿qué pasaría si yo me fuera, Annika?

«Yo, personalmente, organizaría una fiesta. Solo que ahora mismo no dispongo de los fondos necesarios.»

—Nickolas, no eres bienvenido en mis aposentos, ni privados ni profesionales. No te presentes ante mí otra vez a menos que hayas sido invitado.

—¡¿Qué?!

«¡Sí!»

—Puedes retirarte —le ordenó—. Y en cuanto a lo que podría ocurrir si no me caso contigo… Me casaré con otro. Con alguien que me quiera, con alguien que quiera estar conmigo realmente.

«Alguien convenientemente escondido bajo su cama.»

Cuando Nickolas respondió, en su voz percibí frialdad:

—Nadie podría quererte más que yo.

La oí suspirar mientras él se alejaba, y luego la puerta se cerró.

—Es increíblemente manipulador —dije, asomando la cabeza por debajo de la cama.

—¿Lo es? —preguntó ella, con la mirada aún puesta en la puerta—. A veces me pregunto si no me estaré dejando llevar por las emociones. Al fin y al cabo, ambos nos hemos visto involucrados en esto casi sin querer.

—No. Has estado perfecta —insistí, pero ella seguía sin mirarme—. ¿Quieres que lo mate?

—No —respondió, con un suspiro, cruzando los brazos.

Resoplé, fingiéndome contrariado.

—Bueno, ¿puedo matarlo igualmente?

—¡No! —insistió, girándose por fin a mirarme.

Sonreí, mostrándole que en principio no quería hacerle daño a Nickolas, y la vi relajarse por fin. Mi Annika había vuelto.

—Hoy estás muy animado —comentó.

—He pasado la noche entre los brazos de la mujer que amo. ¿Cómo no iba a estar animado?

Sonrió complacida y meneó la cabeza. Volvieron a llamar a la puerta, y yo me metí rápidamente bajo la cama.

—Adelante.

—Soy yo —anunció Palmer, y volví a asomar la cabeza, aliviado—. Alteza, lo siento muchísimo. He intentado hacerme oír para darle tiempo. Tengo esto para Lennox —dijo, deslizando un paquete por el suelo hasta la cama—. He intentado adivinar cuál puede ser su plan, alteza. Si me equivoco, puedo devolver estas cosas.

Salí de debajo de la cama y abrí el paquete. En el interior había unas ropas idénticas a las que llevaba Palmer.

—Has adivinado bien. Por supuesto, depende de Lennox.

Entendía que yo tendría mis reservas, pero sabía que no había un modo mejor de estar a su lado. Solo Annika, Palmer y Nickolas me habían visto la cara. Los dos primeros eran aliados, y al tercero lo acababa de echar, así que podría ser todo lo anónimo que cabía esperar. Además, a estas alturas, Blythe ya habría ido a hablar con Kawan, y todos estaríamos en peligro. Tenía que permanecer junto a Annika pasara lo que pasara.

—¿Qué dices? —preguntó Palmer—. ¿Te lo pondrás?

Levanté la vista desde el suelo y lo miré.

—Con mucho gusto.