ANNIKA

¿Por qué me sentía tan poderosa cuando Lennox estaba a mi lado? Me daba cuenta de que erguía más la cabeza y caminaba con más seguridad. Casi me habría gustado cruzarme con alguien para ver qué ocurría. Me giré a mirar por encima del hombro y me henchí de orgullo al ver lo guapo que estaba con su uniforme.

Quizás estuviera también algo emocionada por poder moverme por ahí, a la luz del día, con él a mi lado. Era algo tan inimaginable que no habría podido ni soñarlo. Pero ahí estaba. Era real. Estaba sucediendo. Sucediéndome a mí.

Giré la esquina para ir a la habitación de mi hermano y me lo encontré de nuevo sentado en la cama, cosa que me daba esperanzas. Incluso tenía más color en el rostro. Muy pronto sería el de antes.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó al verme, observando la cesta que llevaba en la mano.

—Bordado —dije, levantando la cesta con orgullo—. Pensé que estarías aburridísimo al no tener nada que hacer en la cama, así que he traído esto.

Le pasé un bastidor con una tela ya tensada y un puñado de hilos de sus colores favoritos.

—Noemi, ¿me harías el favor de enhebrarme una aguja? —preguntó—. Esta mano aún no me responde del todo bien.

—Por supuesto, alteza —dijo ella.

Se acercó, y nuestros ojos se cruzaron. Parecía más contenta, más tranquila. Me pregunté si sería por los días que había podido pasar junto a la persona que amaba sin tener que esconderse, porque en mi caso aquello estaba teniendo un efecto de lo más positivo.

—Tenemos mucho de lo que hablar —dijo Escalus, observando las manos de Noemi en acción.

—Desde luego —respondí yo.

—En primer lugar, ¿tú…?

Miré a Escalus y vi que miraba a Lennox, que seguía de pie justo detrás de mí.

—¿Le importaría dejarnos solos, soldado? —preguntó Escalus.

—He recibido instrucciones directas del oficial Palmer de permanecer en todo momento junto a su alteza —respondió Lennox con decisión.

—No te preocupes —dijo Escalus, sonriendo—. Pese a lo débil que estoy, si hubiera que protegerla reaccionaría aún más rápido que tú.

Lennox miró a mi hermano —a fondo— y asintió.

—Entonces veo que tenemos los mismos objetivos. —Bajó la cabeza a modo de reverencia y se retiró unos pasos, situándose junto a la pared más cercana.

—Este me gusta —murmuró Escalus—. No le preocupan demasiado las formalidades.

—Creo que es nuevo. ¿Cuál era tu primera pregunta? —dije, mientras acababa de enhebrar mi aguja y me ponía manos a la obra.

—¿Has oído algo sobre nuestro padre esta mañana?

—No —dije, negando con la cabeza—, pero pensaba ir a verlo luego. He venido a verte a ti nada más levantarme.

—Eso explica lo de tu pelo —bromeó Escalus.

Levanté la mano y me lo toqué.

—¿Qué le pasa a mi pelo? ¡Me lo he cepillado!

—Déjelo, alteza —dijo Noemi, con una risita—. Está preciosa. Su pobre hermano no sabe nada sobre el cabello de las damas.

—Tonterías —protestó él—. El tuyo hoy me gusta mucho.

Ella sonrió y apartó la mirada.

—Aquí está —dijo, entregándole la aguja.

Escalus cogió el bastidor y se puso manos a la obra… muy despacio.

—¿Has escogido fecha para la boda? —preguntó de pronto.

Tragué saliva. No me gustaba hablar de los detalles de la boda con Lennox tan cerca.

—No exactamente. Ni siquiera estoy… —Meneé la cabeza—. Estábamos esperándoos a papá y a ti. No estaba segura de que las cosas fueran a ir bien, y que pudiéramos celebrarlo. Y si las cosas se torcían, habría que retrasarlo. Todo el mundo sabe que la situación puede cambiar en cualquier momento.

Escalus asintió.

—Entonces…, ¿puedo pedirte un favor?

Contuve la risa.

—Tú eres el heredero de la corona, Escalus. Soy yo la que debería pedirte favores a ti.

—Da igual. ¿Puedo pedírtelo?

Bajé mi bordado.

—Pide.

—¿Te importaría cancelar ese plan por completo para que yo me pueda casar antes?

Arrugué la nariz un momento, intentando asimilar aquella petición.

—Ya te dije que quería casarme en cuanto tuviera fuerzas para ponerme en pie, y lo decía de verdad.

La conexión con Lennox era tal que noté la expresión de asombro y alivio en su rostro pese a la distancia.

—Da la impresión de que quieres hacerlo antes de que papá se despierte, para que no ponga obstáculos.

Escalus me miró, y luego miró a Noemi.

—Es demasiado lista.

—Siempre lo ha sido —comentó ella.

—No lo sé —respondió él—. Hubo una vez en que casi me arranca el brazo de cuajo.

—¡Fue un rasguño! —protesté—. ¡Y fue un accidente!

Se rio un poco, lo que le hizo toser, y al instante Noemi y yo nos tensamos. Escalus se llevó la mano al pecho y respiró hondo varias veces, bajando la vista.

—Estoy bien —dijo.

Pero el sudor que le caía por la sien me indicaba que no estaba tan bien como decía. Estaría más fuerte que el día anterior, pero desde luego aún no se encontraba recuperado.

—Lo que pasa es lo siguiente, Annika. Si espero y le pasa algo a papá, los nobles moverán ficha y me harán lo que te hicieron a ti. Noemi y yo nos veremos obligados a separarnos… —Tragó saliva—. Yo siempre he admirado lo mucho que estás dispuesta a sacrificar por Kadier. De verdad, estoy impresionado. Pero quizá yo sea demasiado egoísta, porque no voy a hacerlo. No voy a casarme con una extraña por Kadier, ni por papá, ni siquiera por ti.

Solo pude pensar: «Por lo que sabemos, ninguno de los dos tendrá que casarse por el bien de Kadier. Puede que Kadier ya no exista dentro de unas semanas… o quizá dentro de unos días».

Pero algo en mi interior me decía que no perdiera la esperanza.

—Lo entiendo perfectamente —dije, dejando la costura—. Noemi, has sido como mi hermana toda la vida. Me alegraré de que lo seas también sobre el papel. —La miré, sonriendo, esperando que se diera cuenta de que lo decía de verdad.

Noemi y Escalus intercambiaron una mirada de felicidad y enseguida apartaron la cara.

—Pero, Escalus, ¿quién dice que tienes que estar en pie? ¿Quién dice que tienes que celebrar una gran recepción? Dame tiempo hasta mañana y me encargaré de que os caséis.

Los dos me miraron, atónitos.

—¿Cómo…?

—Lo único que necesitamos es un cura que esté dispuesto a hacerlo, y aunque tenga que traer uno de Cadaad, lo conseguiré. Así que hoy descansa, porque mañana os casáis.

Escalus estaba algo pálido, así que las lágrimas de sus ojos parecían más de pena que de felicidad. Pero alargó la mano para tocarme la mano y me agarró con fuerza.

—Gracias —susurró.

—Os dejo. Tengo mucho que hacer. He de planear una boda, retrasar otra, un país que gobernar… Eso es mucho para un solo día.

—Entendido —dijo Escalus.

Me puse en pie y le pasé el bastidor de bordar a Noemi.

—Ni siquiera he empezado, y estoy segura de que a ti también te irá bien tener algo con que pasar el tiempo.

—Gracias.

Me despedí inclinando la cabeza ante mi hermano y di media vuelta. No me hizo falta girarme para saber que Lennox estaba justo detrás de mí. Conocía el sonido de sus pasos, reconocía su respiración. Me siguió por el pasillo hasta que llegamos a una puerta con dos guardias a cada lado. Bajaron la cabeza al verme y uno alargó el brazo para girar el pomo. Entré en la habitación de mi padre y oí cómo resonaban mis pasos. Allí dentro el ambiente era diferente, lúgubre.

Miré hacia atrás, y vi que Lennox tenía los ojos fijos en mi padre. Tragó saliva, horrorizado por lo que vio. No podía culparle.

Saludé a los médicos con un movimiento de la cabeza y crucé la habitación, situándome al borde de la cama. Todos tuvieron la amabilidad de retirarse un poco mientras le hablaba al oído en voz baja.

—No sé si puedes oírme —le susurré—, pero creo que me estoy quedando sin tiempo para perdonarte. Quería que supieras que no te guardo ningún rencor. Entiendo lo que se puede hacer por amor. Y comprendo lo que se puede hacer por efecto del duelo. Porque el duelo no es más que amor sin nadie que esté ahí para recibirlo.

—¿Ves ese chico detrás de mí? Lo quiero. Lo quiero tanto que correría riesgos por él. Y si lo pierdo…, las cosas que podría hacer serían aún más peligrosas.

»Así que no estoy enfadada por que nos hayas exigido tanto. No estoy enfadada por que hayas intentado dirigir cada paso de mi vida. Sé que, a tu manera, intentabas proteger lo que te quedaba. Tienes mi perdón por todo lo que ha pasado entre nosotros.

Respiré hondo, sabiendo lo que se me venía encima.

—Y confío en que me perdones por lo que voy a hacer ahora.