LENNOX

Estaba claro que se hacía la fuerte. Si le rompía el corazón, no lo admitiría jamás. Lo aceptaría con una sonrisa muy digna.

Igual que su madre.

—Las cosas más importantes ya las sabes: tu hermano y su esposa están vivos, igual que tú y yo. Yo diría que eso ya es un milagro.

—Yo también.

—Mi madre murió en tus brazos, y no sé si alguien te ha dicho que anoche Mamun mató a Nickolas.

—¿Qué? —dijo Annika, irguiendo la espalda ligeramente.

Asentí.

—Ahora lo veo claro: Mamun estaba intentando ocultar su rastro. No sabía cuánto tiempo más tendría que mantener en secreto su acuerdo con Kawan, así que en cuanto Nickolas empezó a hablar, se lo quitó de encima. Nickolas era un cobarde, pero al final parece ser que era inocente.

Annika negó con la cabeza.

—No lo era. —Tragó saliva y sus ojos recorrieron la manta que la cubría mientras ordenaba sus pensamientos—. Me encerró en mi habitación y salió dispuesto a matar a Escalus. No sabía que Escalus se había ido. Abrí la cerradura con una horquilla y escapé.

—No me esperaba menos de ti —dije, asintiendo, orgulloso y agradecido—. Muy bien. Kawan está encadenado, igual que Mamun, y dispondrán de un juicio justo. Mi amigo Inigo está bien, y me han informado de que Blythe ha superado la noche. —Sonreí, socarrón—. Inigo le está brindando los máximos cuidados. Palmer se ha encargado de crear una zona para tratar a los heridos, y los guardias se están encargando de los muertos.

Asintió.

—¿Estás haciendo tiempo? Me interesa más saber lo que va a pasar ahora que lo que ha ocurrido.

—Tienes razón. —Tragué saliva, más asustado de lo que había estado en mi vida—. Entonces solo tengo que hacerte una pregunta.

Ella irguió de nuevo la cabeza, alisó las sábanas y estiró la espalda, adoptando una posición lo más digna posible.

—¿Y de qué se trata?

—Es simplemente esto: Annika Vedette, ¿me harías el extraordinario honor de aceptar mi mano?

Se me quedó mirando, y vi que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Sabes perfectamente que querría decirte que sí…, pero si mi pueblo tiene que marcharse, ya sabes…

Meneé la cabeza, me alejé unos pasos y le puse los libros sobre la cama.

—He estado ojeando este libro, leyendo nombres que me resultan familiares, y he encontrado relatos que estoy seguro de que he oído antes. Pero… —levanté el segundo libro— … lo que has encontrado aquí es igual de fascinante.

Pasé las páginas hasta dar con un viejo mapa. Allí, por fin, se documentaba la historia de los siete clanes. Aportaba incluso mapas detallados de cada clan, mostrando las familias más importantes y señalando quiénes eran los propietarios de los terrenos más grandes.

—Mira —exclamó ella, más animada—. Ahí lo tienes. Éramos vecinos.

Colocó su dedo sobre la línea que marcaba la frontera entre el territorio de sus ancestros y el de los míos, y la resiguió con delicadeza.

—Sí que lo éramos. ¿Ves lo grande que era tu territorio? No es de extrañar que tu gente se sintiera traicionada cuando no se les tuvo en cuenta. Pero ¿sabes qué más he encontrado?

Negó con la cabeza.

—El libro explica que tus ancestros se encargaron de la organización de los clanes para defenderse de las múltiples invasiones a las que se enfrentaban. He visto sus planes de defensa, sus sacrificios, su trabajo. Annika, quizás a mi pueblo le arrebataron algo, pero nada de todo ello seguiría aquí si tus ancestros no hubieran luchado tan valientemente. Eso es algo que debemos recordar. Y estoy agradecido por ello.

—Me alegro. Me alegro de que lo salváramos. Y de poder cedértelo ahora en perfecto estado.

—¿Estás segura de esto, Annika? ¿De verdad quieres cederme tu reino?

—No —susurró. Bajó la mirada y se tocó el anillo que llevaba en el pulgar, luego tiró de él y me lo puso en la palma de la mano—. Quiero darte tu reino.

Vi que aparecían manchitas en la manta, en los puntos donde caían sus lágrimas. Le concedí un momento; necesitaba que me oyera bien.

—Quizá recuerdes que mi pueblo no se compone solo de dahrainianos —dije con voz suave—. Proceden de diversos países, y los acogimos porque necesitaban protección. No tengo ninguna intención de echarlos de Dahrain…, ni quiero expulsar a tu pueblo.

Por fin me miró a los ojos.

—Y no dejo de pensar en tu madre. Hasta su último aliento, Annika, lo único que quiso fue la paz. ¿No estará contenta de ver que os unís a mi pueblo como si fuera el vuestro?

Cerró los ojos y asintió, y yo me puse de rodillas junto a su cama.

—Según este libro, tienes razón: debería ser rey. La corona tendría que haber pasado de mano en mano siguiendo mi linaje, pero no seguiría aquí si no fuera por tus antepasados. Yo creo que tú y yo podríamos hacer algo grande, Annika. Podríamos construir algo. —Respiré hondo—. Así que quédate conmigo. Cásate conmigo. Si no, esta victoria no tendrá sentido. Mi vida no tendrá sentido.

Se giró y, por un momento, temí haberla perdido.

—¿Annika?

Cuando volvió a mirarme, tenía la mano delante de la boca, pero las líneas de expresión en las comisuras de sus ojos dejaban claro que estaba sonriendo.

—Lo siento —dijo, apartando por fin la mano y limpiándose las lágrimas. Apoyó la palma de la mano sobre las páginas que recogían nuestra historia común, tanto las cosas buenas como las malas—. Es que todo este tiempo he estado leyendo cuentos de hadas para llegar al final feliz. Y da la impresión de que no eran esos los libros que debía leer.

Le cogí la mano y ella cogió la mía, y sentí que, por fin, el mundo adquiría sentido.

—Lennox Au Sucrit…

No me había dado cuenta de lo mucho que significaba mi nombre hasta que la oí pronunciarlo.

—… No hay nada que desee más en el mundo que ser tuya.

Y así fue como, al cabo de menos de un día, pasé a tener todo lo que necesitaba en la vida.

Ambos lo teníamos todo en la vida.

Llamaron a la puerta, y entró Palmer.

Miró a Annika y observó las lágrimas en sus ojos.

—¿Está bien, majestad?

Ella sonrió.

—Oh, estoy perfectamente. ¿Y usted, majestad? —preguntó, mirándome a mí.

Por un momento me quedé desorientado, incapaz de creer que el sueño que siempre había deseado me había caído del cielo, así, de repente. Me acerqué a Annika, le di un beso con la máxima delicadeza y disfruté al ver su radiante sonrisa.

—Nunca he estado mejor.