A hombros de ti abuelo por tu Monte Igueldo, te

eché la papilla por tu blanco pelo, me recordabas

entre risas… pelando la fruta de tu sangría.

Bailando contigo sobre tus zapatillas, solo con el

vals de tu compañía, tú, mi herrero de espadas de

madera, hechas de amor con las que jugaba a

guerras. Mil y una historias pícaro contabas, de

tus travesuras, de tus andanzas, de tu mano era

mi paga, mis quinientas pesetas doradas. Tus

“hay que joderse” al parchís y a las cartas, mentor

de mis odiadas trampas, la foto de rapero que

enmarqué en mi alma o contigo amando al Rayo

desde la grada.

La eternidad dura lo que vive

tu recuerdo en otra alma.