EL TIGRE

No el tigre de Blake
de espantosa simetría
ni el tigre de Bengala
de Borges, terror
de las riberas del Ganges.
Me refiero al tigre
de la finca de mi abuelo
adonde sólo los valientes
se atrevían. El tigre
sagrado y sangriento
de los mayas, el tigre
de colmillos como
dagas de alabastro,
devorador de becerros y doncellas.
“Se lo comió el tigre”
era la expresión que se usaba
para explicar la desaparición
de cualquier hombre o bestia.

 

Entrada la noche, el tigre rugía
declarándose emperador de las sombras
dueño y señor de la jungla.
En el cuarto donde adultos y niños
dormíamos en nuestras hamacas,
todos temblábamos de pavor
cuando la panthera onca
cantaba su canción
de muerte.

 

Si repentinamente una tempestad
de lunas ardientes
hubiese irrumpido por la ventana
cerrada, no me habría extrañado
pues nada me asombraba
en aquellos días de ese tigre
que aún me acecha.