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17 - Microsoft Inc.

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- ¿Usted siente que trabaja por una misión?

- Sí. El PC es la herramienta de la era de la comunicación. La misión sería que hubiera un PC en cada oficina y en cada hogar. Usando los magníficos software. Y los estándar de software que están por llegar.

- ¿Qué habrá de bueno en el futuro con todo esto?

- Esa es una pregunta de orden teológico, y probablemente hay gente que piensa que será malo. Resulta que me gusta trabajar en esta misión. He tenido éxito al rodearme de colaboradores excepcionales y, desde ese punto de vista, mi situación es fantástica. Eso es lo que yo hago. Sin decirle a los otros si tal cosa conviene o no. Esta era de la comunicación es algo bueno. Hará a la gente más fuerte y al mundo más rico. Cada quién que piense lo que quiera. En lo personal, pienso que es algo bueno. Y no solamente porque me gusta hacerlo - ¡es bueno también según mi religión!

Este corto extracto de una entrevista realizada por la revista Dr Dobbs en el verano de 1990 permite conocer mejor la singularidad del fundador de la fabrica de software más fantasmagórica. Tan increíble como puede parecer, Gates consagra su vida a la micro-informática y se muestra feliz. La adulación aportada a la tecnología digital roza la idolatría y justifica un don en su ser casi monástico. Por ello, él sacrifica descansos y vacaciones sin ningún arrepentimiento, exigiéndose con jornadas de trabajo que durarían 24 horas si no estuviera biológicamente obligado a dormir un poco. Apasionado al trabajo, Bill declaró un día en la revista Chief Executive – cuando acababa de ser nombrado “Manager del Año” - que él deplora que el tiempo le imponga tantos límites. “Estoy obligado a dormir todas las noches. Tantas horas desperdiciadas."

Su pasión devoradora invade toda su vida. Cuando él regresa de su oficina – entre las 9 de la noche y la media noche – Bill enciende su PC, consulta su mensajería y responde a cada uno de los mensajes presentes en su bandeja de correo electrónico. Luego de esto, trabaja hasta la una o más de la madrugada. Por largos años el “teclista” empedernido no quiso amoblar la sala de su casa situada al borde del Lago Washintong. La adquisición de una televisión fue siempre excluida – no hay que dejar al espíritu divergirse en la futilidad. ¿En dónde se encuentran sus preocupaciones fuera de su territorio predilecto? Antes que nada, al nivel de la educación de los jóvenes estadounidenses, la cual juzga notoriamente insuficiente.

El hombre que reflexiona sobre el destino del mundo poco sabe de los eventos artísticos de su época. La leyenda dice que él tuvo que consultarle a un amigo cuando el cantante Sting deseaba conocerlo. El magnate del software ignoraba todo acerca del cantante y bajista del grupo The Police. Esto no le impidió apreciar el encuentro con el rock star, a quien describió como un “espíritu vivo”. Pero sus gustos personales son de un clasicismo sorprendente. Gates aprecia la música y las películas de los años 40 y 50, y cita más seguido a Frank Sinatra y Cary Grant que a Guns & Roses o a Harrison Ford.

En los años 80, a Gates se le ofrece una segunda residencia sobre el canal Hood en la península Olímpica, no lejos del lugar donde pasaba sus vacaciones familiares en su infancia. Sus padres y sus hermanas eran regularmente invitadas a compartir su placer de caminar con los pies desnudos en la hierba. Pero las visitas duraban poco tiempo. Cuando el gran timonero tomaba algunos días de pausa en su propiedad, él pasaba su tiempo esencialmente frente a su Compaq o su Mac; fruto de sus elucubraciones siendo anotadas en documentos dirigidos a sus ejecutivos superiores. Varias decisiones mayores para el futuro de Microsoft fueron tomadas en el transcurso de sus semanas tradicionalmente dedicadas a la reflexión.

La fiebre de la micro-informática explica en parte la desenvoltura que puso a prueba al millonario del software frente a su fortuna. Sería difícil detectar que él es uno de los hombres más ricos del mundo con la simple observación su modo de vida. Las señales exteriores de riqueza se limitan esencialmente a una media docena de carros veloces y costosos – él manifiesta una afinidad particular por los Prsche. Bill se viste de manera elegante o relajada, pero sin ostentación. Si las circunstancias no justifican la adhesión a una etiqueta específica, este se alimenta de “junk-food”: pizzas para llevar, cheeseburgers, hot-dog... En los viajes de avión, él desprecia generalmente la primera clase y prefiere viajar en clase ejecutiva, o incluso en la económica. Tal actitud revela una estricta autodisciplina que se inflige – Gates teme ir a la deriva con un modo de vida que lo llevaría a perder el sentido de las cosas. En el aeropuerto, él se contenta con un taxi, y se eriza con la idea de poder rentar una de esas “horribles limosinas gigantes”.

Las vacaciones son rarísimas. En el transcurso de los cinco primeros años de Microsoft, el Stakhánov estadounidense no tomó más que dos pausas de alrededor de tres días. Debió esperar hasta mediados de los años 80 para que aceptase tomarse una semana de vacaciones al año. Pero las pausas deben también ser productivas para este hombre con un espíritu perpetuamente en vigilia. El responsable de la filial de Brasil contaría como él invito a Bill y a su novia de entonces, Ann Winblad, a un viaje en yate para un fin de semana. Gates aceptó la oferta. Pero además decidió enseguida que sus dos días constituían una ocasión soñada para consagrarse a la lectura de obras sobre la “biotecnología”. A pesar que el sol lo llamaba, a pesar de la tentación al ocio en el ambiente exótico, el estudioso había ya tomado su decisión. A lo largo de todo el fin de semana, Gates utilizó su “tiempo libre” para devorar varios estudios informativos, tales como la “Biología Molecular de los Genes”.

Es cierto que la lectura representó siempre el pasatiempo preferido de Bill. En las salas de espera de los aeropuertos o en los aviones, él devora libros y revistas, siempre tomando notas regularmente en su PC portátil. Entre sus lecturas favoritas se encuentras The Economist, el cual lee todo completo, el Wall Street Journal, Business Week, People o USA Today. Una escena se repite seguido a la hora de aterrizar: una azafata llega a pedirle que apague su ordenador - ¡y él nunca obedece!

Sus dos novelas favoritas son Cather in the Rye de J.D. Salinger y A Separate Peace de John Knowles. “Estas son historias que conciernen el hecho de crecer incluso cuando uno no lo desea. Ellas hablan de esta capacidad de observar las cosas de una manera incomprensible por los adultos”. Vern Raburn, antiguo vicepresidente de Microsoft, juzga que ese aspecto es una parte integral del fenómeno: “Existe una faceta importante del carácter de Bill, el cual todavía tiene 9 años”.

De nuestro tiempo, a Bill le gustan antes que nada las biografías de personajes ilustres. Su lectura le permite comprender mejor como estos individuos operaron frente a las crisis con las que inevitablemente se confrontan los hombres de poder. Entre sus predilectos están Leonardo da Vinci, Roosevelt, Edison y sobretodo el matemático alemán Carl Friedrich Gauss. En juventud temprana, Napoleón era su héroe absoluto, y William el – futuro – conquistador devoraba todas las obras consagradas al Emperador francés. Varias personalidades contemporáneas son objeto de una franca admiración, entre ellas Andy Grove, presidente de Intel, y John Akers, de IBM – de quien dice haber aprendido mucho.

En cuanto a gestión empresarial, su modelo ideal no es nadie más que Alfred Sloan, la cabeza de General Motors, quien hizo que Ford mordiera el polvo, otro gigante de los automóviles. Si bien Bill colocó la fotografía amarillenta de Henry Ford en su oficina, eso fue para jamás caer en la excentricidad que le atribuye a este último: una auto-complacencia que termina siendo fatal para su compañía. Con el fin de auto vacunarse contra toda tentación al relajamiento, él solamente conservaría permanentemente respecto a él un documento titulado: Los Más Grandes Errores de Microsoft.

El encuentro con un superdotado es una experiencia memorable. Hágale a él la pregunta más insignificante y dos cosas pueden pasar. Si el no conoce nada del tema, él lanzaría un sarcasmo juguetón, señal de un espíritu tan rápido como un microprocesador de la última generación. Si el conoce del tema, él respondería con una rara sagacidad, revelando una visión original y poderosa que abarca cada una de las facetas del problema sin dejar nada de lado. La mecánica intelectual es secundada por una memoria prodigiosa que incluye hasta los menores detalles. El conocimiento que él posee de sus propios programas – e incluso de los productos de su competencia – parece superhumano. ¿Dónde encuentra él el tiempo para explorar de tal manera los software? 

La apreciación del carácter de Bill es sujeto de controversia. Sus amigos cercanos denotan una personalidad sonriente, dotada de un espíritu de juego inalterable. En el restaurante, el diablillo no duda en subirse a la mesa para contar una historia y adopta a la vez las mímicas teatrales necesarias. Su naturaleza le conduce igualmente a intentar todo tipo de apuestas, dando la ocasión de constatar la extensión estupefaciente de la información almacenada en sus ficheros mentales. En un punto similar, Gates sigue siendo un individuo que ha sabido evitar hábilmente las trampas del éxito: él tiene el privilegio de acercarse, conversar, bromear o debatir con ella. En el campus de Microsoft, él se detiene frecuentemente a discutir con un empleado, constantemente atraído por los intercambios intelectuales. Como él mismo dice: “Me gusta rodearme de individuos inteligentes, capaces de descubrir conceptos nuevos. No me gusta perder el tiempo en donde no hay ni innovación ni creatividad”.

Pero existe de igual manera otro Bill que algunos representan como tiránico, ofensivo y despectivo. La amistad que tiene con sus colaboradores no lo restringe para tratarlos sin cuidado a la hora de reuniones contradictorias en las que chocan violentamente las ideas más diversas. Gates es célebre por una expresión que varios empleados parecen haber escuchado como si fuese a un verdadero látigo: “Es la idea más estúpida que jamás he escuchado”. ¿Tendría uno que ver un punto de sadismo en esta actitud denigratoria? Para nada, responde este, quien hace que uno piense que se trata de todo lo contrario. “Yo empleo esa expresión varias veces al día”.

Él no niega ser conocido por sus aportes sin reserva. Superiormente exigente con aquellos que lo rodean, Bill puede revelarse imperiosamente acerbo si él lo estima necesario. Varios empleados de Microsoft lo describen como intenso, provocador e inclinado a la confrontación “Es necesario acostumbrase un poco cuando uno comienza a trabajar con Bill. El nivel de excelencia esperado es elevado. Si alguien no está a la altura, él ciertamente se lo haría saber.” confiesa Jeff Raikes. Las reuniones pueden revelarse agitadas, el soberano no duda en desatar sus palabras intencionalmente ofensivas. Según Karen Fries, quien se ocupa del reclutamiento para la compañía, lo esencial consiste en nunca bajar la guardia. “Bill adora a la gente que no le obedece. Él detesta enormemente a los lame botas”.

El desarrollador Jeffrey Harbers explica que el hecho de trabajar con Bill lo fortaleció. Inicialmente, él llegaba a sentirse profundamente abatido después de ser reprendido por Gates. Pero él aprendió a contraatacar. “Si uno se agüita, él dejaría de respetarlo. Todo es parte del juego.” Gates minimiza el carácter excesivo de sus impulsos explicando que el practica un tipo de comunicación con frecuencia muy elevado con sus pares, y que la agresividad no es nada más que aparente; él manifiesta la más alta estima para con sus colaboradores. Si él se deja llevar, es todo respecto a una situación particular y no respecto a un individuo. De hecho, Mike Slade afirma que Gates es capaz de reconocer sus errores, incluso si debe quedar duramente derrotado para convencer a todos de tal posibilidad. “No hay mucha gente que tiene la intensidad y las cualidades necesarias para el éxito, y que tengan al mismo tiempo la capacidad de dejar de lado su ego” confirma Steve Wood, uno de los primeros programadores empleados por Microsoft.

Varias señales permiten a sus familiares decodificar el humor de este jefe. Cuando sus manos reposan en sus rodillas, se trata de escepticismo. Si él reposa sus codos sobre una mesa, él manifiesta interés. ¿Acaba de cubrir su mentón con su mano? Significa que aprecia altamente lo que escucha. Sea lo que sea, nada está perdido si no ha pronunciado la frase letal: “¿Usted espera verdaderamente que le pague por eso?”. Si él lanza esa flecha venenosa, la batalla está definitivamente perdida. Otro aspecto del personaje que es interesante: cuando él comienza uno de sus discursos sobre las virtudes de Windows o de las interfaces gráficas, Bill efectúa un mecer regular de adelante hacia atrás en su silla, como si buscara con esta danza iniciática llevar a su auditorio a la ruta del nirvana del software.

El maestro del lugar posee su propio criterio de apreciación de sus salarios. El jefe de producto que llega a pasar una sesión de evaluación sin ser desconcertado ni dejar ver lagunas en su proyecto es considerado “smart” (listo). Sin embargo, el cumplido supremo consiste en ser calificado como “technology guy” (un experto en tecnología). Quien recibe tal elogio está asegurado con una temporal, pero real, beatitud.

El visitante que recorre los pasillos de las oficinas de Evergreen en Redmond tiene realmente la impresión de encontrarse en un campus universitario, como testificando el episodio insólito sucedido al inicio del invierno de 1988. Steve Ballmer, vicepresidente de la división Sistema, y Mike Maples, vicepresidente de la de Aplicaciones, comenzaron un desafío. La asociación United Way llegó a recolectar donaciones para sus obras caritativas, y Ballmer y Maples apostaron que la contribución más importante vendría de sus respectivas divisiones. Para ponerle sazón al asunto, ellos acordaron que el perdedor debería nadar el largo entero del Lago Bill, situado al centro del campus. La determinación para ganar resultó ser compleja: una de las dos divisiones llegó a la cabeza para lo que era la donación global, mientras que la otra llegó a un nivel más alto de contribución por individuo. Frente a la imposibilidad de desempatar, se decidió que ambos perdieron paralelamente y que los dos vicepresidentes deberían pagar el precio.

Al mediodía, una multitud se forma cerca del teatro de eventos. Considerando que la temperatura de 4° no era lo suficientemente helada, algunos graciosos programadores tiraron cubos de hielo al lago. Steve Ballmer, jovial larguirucho, se desviste lentamente y deja ver una esplendida bermuda a rayas, luego salta al agua salpicando a su vez a los alegres espectadores. El quincuagenario Mike Maples, quien entró en la compañía después de 23 años con IBM, se adapta a las vicisitudes de un entorno colegial. Se quita el saco, el traje y los zapatos, dejando ver una combinación de hombre-rana, después entra al agua con los gritos y ánimos de los presentes.

¡Es así como se vive en Microsoft! La alta productividad y el tan alto nivel de eficacia impuesta a cada uno son compensados por una intensa libertad de comportamiento, de horarios, de vestimenta, y un ambiente entusiasta e informal. Cada quien se refiere al otro por su nombre y, con la mensajería electrónica interna, puede enviarle un mensaje a quien sea, incluyendo a Bill, quien responde personalmente. Tres reglas de oro definen la cultura de la compañía: nada de códigos de vestimenta, nada de coerciones horarias y, sobre todo, ¡nada de conversaciones con la competencia!

Las diferencias jerárquicas se difuminan al máximo. Sin importar el rango, cada uno posee una oficina de altura idéntica a la de sus vecinos y puede decorarla a voluntad de su imaginación. En un alegre patchwork, un juego de dardos, globos inflables, aros y sintetizadores, cohabitan con un PC y un Macintosh. Durante las pausas, los programadores juegan fútbol, frisbee o squash. La presencia de nativos de otras tierras – todos los software son traducidos internamente – le dan al conjunto un carácter cosmopolita. Las orquestas improvisadas a la vuelta de un pasillo combinan instrumentos exóticos con la tradicional guitarra acústica, en la que los acordes son tocados por auténticas émulos de Neil Young. Joggers y adeptos del monociclo completan el tablero y perturban la siesta de los canarios y hacen escapar a las ardillas.

Los raros momentos de relajación se toman en conjunto con una productividad prodigiosa. Gates enuncia claramente la regla del juego: “Si a ustedes no les gusta trabajar duro, de manera intensa y dar lo mejor de sí, se encuentra en el lugar equivocado”. Es una profesión de locos la de sus adeptos. “Es extraordinariamente entretenido y gratificante trabajar aquí” comenta Jeff Harbers. “Siempre hay desafíos nuevos y cosas que aprender.” Otros muestran menos envolvimiento. La presión del ejemplo sería tal que se sentirían obligados a quedarse en su lugar hasta tarde o llegar el fin de semana para no parecer menos empeñados que sus compadres. “Comprendo perfectamente que uno de nuestros empleados puede tener otras prioridades en su vida más que nuestra compañía. Al mismo tiempo, cuando alguien demuestra una gran devoción, se le debe reconocer y recompensar” dice Charles Simonyi. Cada año, los empleados pasan a ser “revisados”, un sistema que consiste en reconocer a sus subordinados y consecuentemente recompensarlos con un aumento de salario, con acciones o bonificaciones.

Como la expansión dio lugar a contrataciones masivas, Microsoft gasta sumas considerables para llevar a su seno los elementos más apropiados. Una de las tácticas consiste en buscar a los individuos “fuera de lo común” independientemente de su carrera y formarlos en la programación. Aún teniendo varios diplomas y numerosas recomendaciones, cada candidato es sometido a una seria de tareas realizadas para poner a prueba sus capacidades de conocimiento y razonamiento. Quince escuelas estadounidenses, cuatro canadienses y seis japonesas forman lo esencial del crisol. Si bien Harvard, Princeton y Yale son abundantemente solicitadas, la universidad que produce la mayor cantidad de reclutas potenciales es la de Waterloo en Ontario, Canadá. A pesar del flujo irregular de sangre nueva, la edad media de los empleados pasa a ser de treinta años, habiendo estado más cerca de los veinte años al inicio de los años 80.

La informática es una actividad que atrae primordialmente a individuos del sexo masculino, y Microsoft no es la excepción. 64% de los empleados son hombres, y el porcentaje se acerca al 90% en los puestos que son de carácter técnico. Al ser interrogado respecto a esa situación, Bill estima que su compañía se encuentra al final de una larga cadena que considera antes que los hombres manifiestan una fuerte inclinación por los ordenadores. ¿Pero cual es la actitud del presidente frente al desarrollo de las parejas? Si los hombres quisieran reducir sus horarios de trabajo para pasar más tiempo en casa y ocuparse de sus hijos, ¿como lo conseguirían? Su respuesta es interesante: “Si es eso lo que les interesa, no necesitan más que manifestarlo. Hasta ahora nadie lo ha hecho.” Una declaración que no suscita a las vocaciones.

Del lado de los ejecutivos, la compañía afecciona una tipología particular, la de los manager que aceptan su estado luego de enfrentar un fracaso.

"Contratar a individuos que tengan el nivel de energía y devoción necesaria para perseverar a través de los inevitables periodos de desastre y ver más allá es algo inestimable", considera Bill.

Dos de los principales dirigentes siguieron tal camino. Tom Cordry tuvo un revés grande antes de entrar en Microsoft al pasar de la posición de jefe de la empresa a la de vendedor de boletos para ferry boats. Un camino caótico, pero suficientemente revelador de su potencial como para que le interesase al nº1 del software. En 1989, Microsoft le pide investigar la realización de una enciclopedia en un CD-ROM. La investigación que costaría más de un millón de dólares se traduciría en un best-seller en el transcurso de los años 90 – Encarta. Cordry se vuelve el director de creación de la División de Productos para el Gran Público.

Craig Mundie fundó Alliant Computer en 1982, una compañía que fabricaba ordenadores superpoderosos destinados a aplicaciones como los simuladores de vuelo. Después de un inicio a toda velocidad, la demanda de tales máquinas cayó a partir de 1986 y los condujo a la banca rota seis años más tarde. Poco tiempo después, Microsoft contrató al desafortunado presidente de Alliant Computer. ¿El rasgo característico decisivo? Él fue capaz de entregarse cuerpo y alma para la realización de su visión. Eso es algo esencial para una compañía cuya longevidad reposa en la capacidad para experimentar nuevas visiones, sabiendo de igual manera que algunas de estas podrían ser infructuosas.

A pesar de la presión ejercida por los ejecutivos dirigentes sobre el conjunto personal y con un nivel de salario inferior a la media de los editores de software, Microsoft registra un impuesto inicial reducido, en los alrededores del diez por ciento. Es verdad que la compañía dispone de un sistema extraordinario para motivar a sus tropas: el accionariado. Sea esto por haber entrado a la compañía, o por recompensar el desempeño, los empleados reciben opciones de compra de partes de la compañía a un precio preferencial. La regla instituida dice que después de cuatro años un individuo puede recomprar sus acciones a precio del mercado que estuvo en vigor cuando el las recibió. Por ejemplo, quien recibió partes al momento de la entrada en la Bolsa podría recomprarlas a 21 dólares la unidad – el precio de la época – y revenderlas a 84 dólares en 1990. Esta manera de proceder permitió a la mayor parte de empleados que tenían cinco años de trabajo enriquecerse de manera remarcable: fueron miles los que acumularon una fortuna en acciones superior a un millón de dólares. Irónicamente para Steve Ballmer, según lo que cuenta, la operación tenía como objetivo inicial el ayudar a los empleados a comprarse una casa. Actualmente, son varios los que se comen las uñas por haber convertido demasiado temprano sus partes en líquido – estos ven entonces con vertigo lo que hubiese producido la espera de sus posesiones si hubiesen dejado dormir su tesoro en constante expansión.