Mientras cruzaba el puente estelar, la horrible certeza de que su madre tenía razón pesaba en el corazón de Glass. No podía correr el menor riesgo; no solo por sí misma sino tampoco por Luke. ¿Y si el canciller despertaba y revocaba su indulto, y luego Luke hacía alguna tontería como reconocer la verdad acerca del embarazo? La historia se repetía, pero Glass sabía que siempre haría la misma elección. Optaría una y otra vez por proteger al chico que amaba.
Llevaba varios días evitando a Luke, aunque lo convocaban tan a menudo para hacer turnos de emergencia que dudaba mucho de que él se hubiera dado cuenta siquiera. Por fin habían quedado en que Glass pasaría por su casa aquella noche, y se le encogía el corazón solo de pensar que la recibiría con aquella sonrisa suya. Por lo menos, esta vez no habría engaños ni mentiras. Se limitaría a decirle la verdad, por muy terrible que fuera. Puede que Luke volviese a buscar consuelo en Camille, y de ese modo el círculo se cerraría. La mera idea le partía el alma, pero ignoró la sensación y siguió andando.
Cuando se acercaba al final del puente, se fijó en un pequeño grupo que se había reunido cerca del punto de control. Unos cuantos guardias hablaban en corro mientras que un buen grupo de civiles susurraban entre sí, mirando algo situado al otro lado de la ventana con vistas a las estrellas que flanqueaba el pasillo. Glass conocía a algunos de los guardias: era el equipo de Luke, miembros del cuerpo de ingenieros de élite. La mujer del cabello canoso que hacía rápidos gestos, manipulando el holograma que flotaba ante ella, era Bekah. A su lado estaba Ali, un chico de piel oscura y brillantes ojos verdes, que observaba con atención la imagen creada por Bekah.
—¡Glass! —exclamó Ali con cariño al verla aproximarse. Se acercó a un trote ligero y le cogió las manos—. Me alegro mucho de verte. ¿Cómo estás?
—Estoy… bien —farfulló ella, desconcertada.
¿Qué sabían exactamente? ¿Saludaban a la ex de Luke, a la niñata de Fénix que le había roto el corazón, o a la novia fugitiva? Fuera como fuese, Ali la había recibido con mucha más amabilidad de la que merecía.
Bekah saludó a Glass con una sonrisa rápida y volvió a sus diagramas. Frunciendo el ceño, hizo girar un indescifrable esquema tridimensional.
—¿Dónde está Luke? —preguntó Glass mirando a ambos lados. Si su equipo seguía de servicio, seguro que no había llegado aún a casa.
Ali señaló la ventana con una sonrisa.
—Mira afuera.
Glass se dio media vuelta despacio y tuvo la sensación de que se le helaba hasta el último átomo del cuerpo. Ya sabía lo que iba a ver. Dos figuras enfundadas en sendos trajes espaciales flotaban en el exterior, unidas a la nave por finos cordones. Llevaban los equipos de herramientas atados a la espalda y avanzaban junto al puente estelar ayudándose con las manos enguantadas.
Glass se movió como en trance hasta pegar la cara al cristal. Observó horrorizada cómo las dos figuras intercambiaban un asentimiento y luego desaparecían bajo el puente. La unidad de Luke se encargaba de las reparaciones más delicadas, pero el año anterior, cuando Glass y él habían empezado a salir, Luke era un miembro de rango inferior. Sabía que lo habían ascendido, pero ¿quién iba a imaginar que tardaría tan poco en salir al espacio?
La idea de que Luke estuviera allí fuera, de que nada salvo un ridículo cordón y un traje presurizado lo separaran de la fría inmensidad, le producía vértigo. Glass se cogió a la barandilla para sosegarse y elevó una silenciosa plegaria a las estrellas, pidiéndoles que cuidaran de él.
Llevaba dos semanas sin salir de casa. Ni siquiera las prendas más holgadas ocultaban ya la redondez de su vientre, que crecía con alarmante rapidez. Glass no sabía cuánto tiempo más podría su madre inventar excusas para explicar su ausencia. Ya no respondía los mensajes de sus amigos y, por fin, estos habían renunciado a contactar con ella. Todos excepto Wells, que le escribía a Glass cada día sin falta.
Desplegó la lista de mensajes para releer la nota que su mejor amigo le había enviado aquella misma mañana.
Sé que algo va mal, y espero que sepas que siempre podrás contar conmigo para lo que necesites. Y aunque no me contestes (o no puedas contestarme) seguiré enviando mis rollos a tu correo, pase lo que pase, porque eres mi mejor amiga y nunca dejaré de echarte de menos.
Wells proseguía el mensaje hablando de lo mucho que le disgustaba el entrenamiento para oficial, y concluía con algunos comentarios crípticos en relación a Clarke. Glass esperaba que no tuvieran problemas graves; Clarke tenía que darse cuenta de lo afortunada que era. En todo Fénix, no había un chico más dulce y listo que Wells, aunque le correspondiese a Luke el honor de ser el más dulce y listo de la colonia. Luke, que ya no formaba parte de su vida.
Lo único que impedía que Glass se volviera loca era la presencia de aquel ser que crecía en su interior. Se llevó la mano al vientre y le susurró una vez más lo mucho que lo quería. Estaba segura de que era un chico.
De repente, alguien llamó a la puerta. Se levantó a toda prisa para correr a su cuarto y encerrarse dentro. Los guardias, por desgracia, ya habían irrumpido en la casa.
—Glass Sorenson —ladró uno de ellos. Bajó los ojos a la barriga de la chica, hinchada a más no poder—. Queda usted arrestada por haber violado la Doctrina Gaia.
—Por favor, dejen que les explique —Glass jadeó, presa de un pánico incontenible. Sintió que le faltaba el aire. La cabeza le daba vueltas y le costaba discernir qué palabras salían de su boca y cuáles sencillamente se amontonaban frenéticas en su pensamiento.
Rápido como el rayo, un guardia le aferró las muñecas y se las retorció a la espalda para que otro le pusiera las esposas.
—No —suplicó ella—. Por favor. Fue un accidente.
Glass hincó los pies en el suelo, pero no le sirvió de nada. Los guardias ya la sacaban a rastras de la habitación.
En aquel momento, un instinto primario y salvaje se apoderó de ella. Abalanzándose contra el guardia que la sujetaba, Glass le pateó las espinillas con fuerza y le clavó el codo en la garganta. Él la sujetó aún más fuerte sin dejar de arrastrarla por el pasillo, hacia la escalera.
Un sollozo nació de sus entrañas al comprender que nunca volvería a ver a Luke. El pensamiento la golpeó con la fuerza de un martillo. De repente, le fallaron las piernas. Tratando de impedir que cayera, el guardia que la apresaba se tambaleó hacia atrás mientras ella se desplomaba.
Puedo hacerlo, pensó Glass, que sacó partido de aquel descuido momentáneo para embestir con fuerza hacia delante. Por un instante breve y maravilloso, notó que la esperanza se abría paso entre el pánico. Aquella era su oportunidad. Escaparía.
Pero entonces el guardia la agarró por detrás y ella perdió pie. Se golpeó el hombro contra el rellano y, de repente, notó que caía por aquella escalera estrecha y mal iluminada.
El mundo desapareció.
Cuando volvió a abrir los ojos, le dolía todo el cuerpo. Las rodillas, la espalda, la barriga…
La barriga. Intentó mover las manos para palparse el vientre, pero las tenía atadas. No, esposadas, comprendió con un horror creciente. Claro, era una convicta.
—Ah, cielo, estás despierta —la saludó una voz dulce.
Tratando de enfocar la mirada, distinguió a duras penas una forma que se acercaba. Era una enfermera.
—Por favor —suplicó Glass con voz ronca—. ¿Está bien? ¿Puedo cogerlo?
La mujer se detuvo y antes de que abriese la boca Glass supo lo que iba a decir. Sentía en su interior la horrible y dolorosa ausencia.
—Lo siento —dijo la enfermera en un susurro. Glass no le veía la boca y tuvo la impresión de que la voz procedía de alguna otra parte—. No hemos podido salvarlo.
Se dio media vuelta en la cama, sin importarle que el frío metal de las esposas le mordiera la carne, indiferente al dolor. Cualquier sensación sería mejor que aquella, esa pena inconsolable que la acompañaría el resto de su vida.
Por fin, las dos figuras reaparecieron por debajo del puente. Glass suspiró con fuerza a la vez que apoyaba la mano en el cristal. ¿Cuánto tiempo llevaba conteniendo el aliento?
—¿Te encuentras bien? —le preguntó una voz de mujer y, por un momento, pensó horrorizada que volvía a estar en la habitación del hospital, con la enfermera. Pero solo era la guardia amiga de Luke, Bekah, que la miraba preocupada.
Cayó entonces en la cuenta de que tenía la cara mojada. Estaba llorando. Ni siquiera le dio vergüenza, tal fue el alivio que sintió cuando volvió a ver a Luke sano y salvo al otro lado del cristal.
—Gracias —balbuceó. Cogió el pañuelo que Bekah le ofrecía y se secó las lágrimas.
En el exterior, Luke había emprendido el regreso cogido a la cuerda. Colocaba una enguantada mano delante de la otra en dirección a la esclusa.
Alrededor de Glass, varios curiosos aplaudieron y entrechocaron las palmas, pero ella se quedó junto a la ventana, con los ojos fijos en el lugar donde había visto a Luke por última vez. Todo aquello que pensaba al llegar al puente estelar le parecía tan lejano como los restos de un sueño. Jamás cortaría el lazo que los unía igual que no podía cortar el cordón que lo ataba a la nave. Sin Luke, la vida sería algo tan frío y solitario como el espacio estelar.
—Eh, tú —dijo una voz a su espalda, y Glass se giró rápidamente para arrojarse en sus brazos. La camiseta térmica de Luke estaba empapada de sudor, sus rizos húmedos y sucios, pero a ella no le importó.
—Estaba preocupada por ti —farfulló contra la tela.
Él se rio y, abrazándola con más fuerza, le dio un beso en la coronilla.
—Qué agradable sorpresa.
Glass lo miró, sin preocuparse de sus ojos hinchados ni de su nariz mocosa.
—No pasa nada —dijo Luke, que intercambió una mirada divertida con Ali antes de volverse hacia Glass—. Es parte del trabajo.
Aún tenía el pulso demasiado acelerado como para hablar así que se limitó a asentir. Esbozó una sonrisa avergonzada en dirección a Bekah, Ali y los demás.
—Vamos —dijo Luke a la vez que la cogía de la mano para bajar del puente.
Cuando llegaron a Walden, la respiración de Glass por fin había vuelto a la normalidad.
—No me puedo creer que hagas eso —comentó en voz baja—. ¿No te mueres de miedo?
—Impresiona, pero también es muy emocionante. Todo es tan… inmenso allí fuera. Sé que suena un poco cursi —se interrumpió, y Glass negó con la cabeza. Ambos sabían mucho de espacios cerrados y de lo que significaba sentirse atrapado, aunque fuera en un lugar tan grande como la nave.
—Me alegro de que todo haya ido bien —dijo.
—Sí, ha ido bien. Bueno, más o menos —Luke aflojó los dedos que sostenían la mano de Glass y su voz sonó algo más tensa—. Hemos localizado un fallo en la esclusa de aire. Se debe de haber aflojado una válvula porque la nave perdía oxígeno.
—Pero lo habéis arreglado, ¿no?
—Claro. Para eso hemos estudiado —Luke le apretó la mano.
De repente, Glass se detuvo en seco, se giró hacia Luke y se puso de puntillas para besarlo, allí, en mitad del concurrido pasillo. Le traía sin cuidado que los vieran. Pasara lo que pasase, pensó mientras lo besaba con un ansia casi desesperada, no permitiría que nada volviera a separarlos.