Quisiera agradecerle a mi esposo, Bob Barron, que me obsequió varias condiciones invaluables: tiempo para escribir, un refugio privado en nuestra casa, lectura crítica inmediata y una gran labor de edición en casa. Gracias, Bob, por todo tu amor y apoyo.
Quiero agradecer también a los soportes de mi vida, a mi padre, Juan A. Rodríguez, que me enseñó el amor por la lectura, y a mi madre, Yolanda del Cid de Rodríguez, cuyo trabajo era asegurarse de que esa pasión no me volviera completamente antisocial.
Cuando el alumno está listo, aparece el maestro. Y, en efecto, así fue. Un millón de gracias a John Dufresne, por su magnífico trabajo de acompañamiento y su infinita paciencia; a James W. Hall y Meri-Jane Rochelson, por sus consejos editoriales; y a los profesores y estudiantes de la Universidad Internacional de Florida, que le dieron forma a mi escritura e hicieron que la experiencia de la maestría fuera uno de los mejores momentos de mi vida.
Por su asesoría en los aspectos científicos y médicos del libro, quisiera darle las gracias al Dr. José H. Leal y al personal del Museo de Conchas Marinas Bailey-Matthews, en Sanibel, Florida, y al Dr. Jeffrey L. Horstmyer, jefe de neurología del Mercy Hospital en Miami, por hacerse tiempo para hablar conmigo. También quisiera expresar mi gratitud con el sitio web sobre caracoles cónicos y conotoxinas que mantiene el Dr. Bruce Livett, en la Universidad de Melbourne, Australia, en el cual me apoyé mucho. Todas las fabulaciones en estas áreas son de mi cosecha y ciertamente no son atribuibles a estas fuentes.
También quisiera darles las gracias a mis tíos Ana y Perry Pederson, por esos entrañables (y útiles) recuerdos de los días que pasé a bordo de sus botes y por asesorarme en el tema de la navegación en las aguas costeras de Nueva Inglaterra.
En cuanto a la fase final de este viaje, quisiera agradecerle a mi agente, Julie Castiglia, que encontró la casa perfecta para mi manuscrito. Agradecimientos especiales para René Alegría y el maravilloso personal de Rayo, y en especial para mis editoras Melinda Moore y Cecilia Molinari. Ver la manera como todos ustedes transformaron mi manuscrito en este hermoso libro ha sido como ver a una costurera vistiendo a una novia. Estoy asombrada y agradecida.
A los amigos y familiares que me animaron a escribir y a todos aquellos que me ofrecieron sus consejos editoriales y de producción, muchas gracias.