Celos motivados: infidelidad e indagación
GONERIL: ¡Mi más querido Gloucester!
¡Oh, la diferencia entre hombre y hombre!
A ti se te deben los servicios de mujer;
El otro usurpa mi cuerpo.
WILLIAM SHAKESPEARE, El rey Lear, acto IV, escena 2
Una de las causas posibles de los celos es la infidelidad real y buena parte de ellos se originan por tal motivo. Engañar a la pareja es relativamente frecuente y la preocupación por la infidelidad está, en consecuencia, muy extendida. Ante señales de alerta, más o menos claras o evidentes, los celos servirían para prevenir, detectar, detener o castigar la infidelidad. En las encuestas, la inmensa mayoría de las personas considera imprescindible la fidelidad para la continuidad de la pareja y sólo una minoría seguiría adelante con su relación si su amante se enamorara de otro u otra.[1]
En qué medida la gente es infiel, y qué repercusiones tiene o puede tener tal conducta, puede ayudar a saber si este motivo de celos está o no fundado. Y a este respecto, los datos son inequívocos: la infidelidad es un fenómeno corriente y creciente que en algunas encuestas reconoce haber cometido aproximadamente un 50% de la población. Un estudio llevado a cabo en 53 países industrializados da a conocer que la seducción de una persona comprometida en una relación con otra es una costumbre universal. Un 60% de los hombres y un 40% de las mujeres admiten haber intentado «atraer» a la pareja de otro.[2] En el terreno no de lo intentado, sino de lo ya hecho, una encuesta de la empresa Durex informa que el 60% de los hombres y el 40% de las mujeres confiesan haber sido infieles. Otras encuestas, como la citada «Gran encuesta sobre el sexo», rebajan la cifra al 20% de las mujeres. Además, un 25% de los hombres y un 15% de las mujeres confesaban haber sido infieles durante el matrimonio. En España, un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2008 indica que un 20% de los encuestados ha tenido relaciones fuera de la pareja, y un 61% se ha sentido atraído por otra persona ajena a la relación. Todos los investigadores insisten en que las cifras reales deben de ser mayores, debido a las reticencias que existen a responder afirmativamente a la pregunta de si se ha sido infiel alguna vez.
Datos indirectos se pueden encontrar en otras fuentes. Una es el uso de los servicios de prostitución. Aunque los utilicen tanto casados como solteros, son una de las principales actividades sexuales fuera de la pareja. También en este caso, una encuesta del CIS de 2008 revela que un 32% de la población masculina recurre a la prostitución y que el 15% lo hace de forma habitual. En nuestro país ejercen unas cuatrocientas mil prostitutas. Existe, pues, una fuerte oferta y demanda, mayoritariamente masculina, de servicios sexuales. Es llamativo que exista también una «normalización» o justificación social de la compra de servicios sexuales. Para muchos hombres mantener relaciones con una trabajadora del sexo no es una infidelidad o un asunto grave. Hay que destacar que detrás del comercio sexual se esconde un mundo de explotación y tráfico de mujeres, de marginación y delincuencia. Además, los locales de prostitución son lugares habituales de venta y consumo de drogas. Se debe añadir que muchos hombres y mujeres se dedican a la prostitución libremente y fuera de las redes de explotación sexual. Por otro lado, se estima que un 10% de los niños nacidos en entornos urbanos no son hijos del varón pareja habitual de la madre. Otros estudios reducen la cifra a uno de cada treinta. Mientras tanto, proliferan los test de paternidad y son miles los padres que cada año solicitan pruebas para saber si lo son realmente de sus hijos.[3]
Un aspecto de interés es determinar en qué consiste propiamente una infidelidad. Y la respuesta es que infidelidad es lo que cada uno considera que es. Las personas y las parejas son diferentes unas de otras, en su vida sentimental, sexual y en sus celos o ausencia de ellos. También pueden acordar normas específicas para aspectos concretos de su relación. Y en este tema los celosos son muy estrictos. Infidelidad puede ser coquetear con los amigos o con los compañeros de trabajo, chatear en la Red con mensajes de contenido sexual, mostrar directa o indirectamente que se desea sexual o afectivamente a otra persona, reconocer abiertamente que se la ama o admira, pasear cogido de la mano de ella, besarla en la boca y, por supuesto, hacer el amor con ella. Este punto es de suma importancia para comprender la conducta del celoso, ya que para algunos cualquier indicio, como un comentario favorable hacia un tercero, puede ser una señal de infidelidad, si no directa y real, sí anticipada e inevitable. El celoso puede ser más o menos puntilloso, dependiendo del conocimiento que tiene de su pareja:
Dije a mi marido si podía recibir en casa (estando él delante si quería, por supuesto) a Luis, un amigo de mi juventud con quien había flirteado, pero sin llegar a nada serio. Me dijo que sí, que no veía problema. Pero me dijo también que nunca aceptaría que viniera a casa Carlos, mi gran amor de juventud y con el que sí mantuve una relación antes de conocer a mi esposo. Además, me dijo: «Sé que Luis no es tu tipo, pero Carlos sí. No le quiero ver por aquí».
La infidelidad se da más en hombres que en mujeres. Los hombres están más interesados en el sexo y tienden más que las mujeres a tener relaciones sexuales fuera de la pareja y, posiblemente, no tienen más aventuras porque no se les presentan más oportunidades. Tal vez por el hecho de que la infidelidad se dé más en el sexo masculino, las mujeres creen en mayor proporción que los hombres que su pareja les ha sido infiel o que puede serlo. Igualmente anticipan más la infidelidad masculina, la tienen más presente, la prevén y se prestan más a hablar sobre ella. Esta tendencia se refleja en las encuestas, de modo que aseguran que reaccionarían más violentamente y con más ira que los hombres si su pareja les fuera infiel.
Los hombres son también más capaces de mantener una relación fuera de la pareja durante más tiempo (en algunos casos durante decenios). Se aduce para ello que siguen estrategias psicológicas que les hacen más llevadera la infidelidad, por ejemplo, son más capaces de «compartimentalizar» o separar las distintas facetas de su vida, incluyendo la vida amorosa y la conducta sexual. Los hombres pondrían más fácilmente cierta distancia entre el sexo y las emociones. La infidelidad les provoca menos sentimientos negativos, como la culpa o el remordimiento, y pueden no considerarla como un problema importante. De todas formas, algunas personas viven las experiencias de infidelidad con un gran sentimiento de culpa, al que se añade el miedo lógico a ser descubiertos y poner en peligro su relación afectiva.
¿POR QUÉ SE ES INFIEL?
Las personas son infieles por muchos motivos, como la curiosidad o la búsqueda de nuevas sensaciones. Una nueva relación aporta intriga, emociones, excitación. En otros casos se trata de escapar de una situación desagradable como no sentirse deseado o valorado por la pareja, o de huir de la monotonía o de las consecuencias del distanciamiento entre sus miembros. Otros motivos son encontrar a otra persona que sí le valora a uno o querer vengar una infidelidad.
Una de las razones más aducidas es la insatisfacción con la convivencia en general. Es una desazón que abarca un conjunto de experiencias y sentimientos como el tedio y la falta de ilusión, a los que se une la necesidad de cambio, de buscar algo nuevo. Ya no hay nada que descubrir en el otro, y si para unos la monotonía o el aburrimiento equivalen a bienestar, para otros es un auténtico suplicio. Todo ello puede darse en el contexto de una mala relación con falta de diálogo y tal vez con disputas frecuentes. Se trataría de un conjunto de razones negativas: algo va mal y se explora para experimentar una mejora. En tales circunstancias se persigue provocar una reacción positiva en la pareja o se buscan alternativas para dar el salto y cambiar. En este sentido, la infidelidad, especialmente si es puntual, puede ayudar de distintas formas a una relación: revitalizarla, aprender a valorar lo que se tiene, sentirse mejor o disfrutar más de la convivencia, incluyendo gozar de relaciones sexuales de mayor calidad y frecuencia. Por el contrario, en otros casos la infidelidad puede arruinar completamente la relación, tanto porque se encuentre algo mejor como porque sea descubierta.
A veces, la insatisfacción se limita al ámbito sexual, porque no hay relaciones o porque no son frecuentes o satisfactorias, y se busca algo diferente, más pleno o más intenso. Se desea la novedad, pero sin romper con la pareja. A este segmento de clientes se dirigía el lema atribuido a un local de alterne de Castellón: «¿Es que vas a molestar a tu mujer por treinta euros?». Entre las razones que esgrimen los partidarios de la prostitución se encuentra la de que ayuda a no romper matrimonios al proporcionar encuentros sexuales en cualquier momento. Frecuentemente, las prostitutas admiten que muchos clientes buscan, además de sexo, hablar tranquilamente con alguien, contar sus problemas y recibir atención de una mujer sin tener que discutir.
También puede ocurrir que en la pareja haya desaparecido el sentimiento, el amor o el cariño, o todo a la vez. Puede darse una insatisfacción más general, un malestar originado en el tipo de vida que se lleva y cuya solución podría ser encontrar a otra persona y otra forma de vida más satisfactorias. Los estudiosos hablan de una extinción natural, espontánea, del amor romántico o apasionado que sobrevendría tras unos años de relación (entre tres y siete). Para algunos, el amor romántico podría ser sustituido por una convivencia menos apasionada, pero más cómoda, basada en el afecto, la cercanía, la complicidad y, por supuesto, el contacto físico y la actividad sexual. Es el apego sentimental del que se habla más adelante. Para otros, no habría arreglo posible y se entregarían a actividades extracurriculares.
También hay razones positivas en la infidelidad que pueden aparecer juntas o por separado. Sucede cuando se encuentra o se espera algo mejor. La relación de pareja puede ser buena, pero hay quien necesita o busca más. Se han idealizado, por ejemplo, relaciones del pasado, que se intentan recuperar o, simplemente, se busca a la persona ideal y se prueba cuando aparece alguien que podría encajar. O, bruscamente, surge alguien con unas cualidades que lo hacen irresistible y nace un amor apasionado, incompatible con la relación actual. Entre los desencadenantes se encuentra el tener oportunidades, como, por ejemplo, recibir proposiciones. Las mujeres son más sensibles a los costes percibidos, como la mayor o menor probabilidad de que el engaño sea descubierto o de echar a perder la relación actual. El hecho es que si hay descendencia, se suele experimentar menos atracción hacia terceros. Los beneficios que se pueden obtener, como disfrutar de relaciones sexuales más frecuentes y variadas, incitan más a los hombres. Curiosamente, los neuróticos son quienes más se dejan seducir y arrastrar a una relación fuera de la pareja. Tal vez porque establecen relaciones menos estables.
Para algunas personas la infidelidad está justificada por el sentimiento de conquista, de seducir a alguien, lo que les proporciona las experiencias positivas de sentirse vivos, jóvenes, potentes y atractivos. Seducir y conquistar es una forma de conseguir poder sobre alguien y de obtener un placer intenso. Se recibe una especie de premio o reconocimiento a las cualidades de uno en una faceta muy importante de la esfera psicológica. Para una persona mayor representa la falsa ilusión de intentar detener el tiempo o reírse de él, de robarle algo a la vida que tal vez la haya tratado mal (o muy bien). Estas razones suelen esgrimirse más por los hombres, quienes tienden a tener aventuras más bien esporádicas y por placer, por el deseo sexual de estar con otras mujeres y no porque hayan dejado de querer a su pareja.
En las mujeres, en cambio, pueden encontrarse motivos más variados, entre los que predominan la insatisfacción en sus relaciones de pareja o la existencia de un matrimonio problemático u otro tipo de inconvenientes que las hacen infelices. Pueden citarse, entre otros, la carencia de recursos económicos del amante, o de las cualidades para obtenerlos, o la tendencia a destinarlos a fines no compartidos. Dado el mayor castigo social que, en general, recibe la infidelidad femenina, es esperable también una mayor intensidad o pluralidad de motivos. Se añadiría la infidelidad por venganza o para encelar y que así sus parejas se fijen más en ellas. También pueden sentirse atraídas por hombres con mejores cualidades (belleza, estatus, riqueza, poder, buen humor) que su pareja actual. Asimismo, hay muchas mujeres a quienes les agrada practicar el sexo con alguien que les gusta. En relaciones esporádicas engañan con hombres atractivos, mientras que a largo plazo se fijan más en el estatus socioeconómico y en cualidades como la ambición, la generosidad, la capacidad y la voluntad para invertir en su descendencia.
La infidelidad posee muchos inconvenientes, además de los citados sentimientos de culpa. Engañar y fingir no es fácil y se corre el riesgo de ser descubierto o de sufrir la permanente sospecha de ser infiel. La infidelidad indica tanto una desigualdad como una falta de compromiso en la relación, a la que siempre pone en peligro. Puede haber también embarazos, con todas las complicaciones que, al menos en principio, acarrean. El descubrimiento de un desliz amoroso tiene efectos no sólo en la pareja, sino en el entorno cercano, como el rechazo familiar o las reacciones adversas de los hijos, si los hay. En el capítulo siguiente se hablará de las reacciones ante la infidelidad descubierta.
Como se ve, estamos ante una conducta frecuente que puede tener raíces muy diferentes. Tan cierto es que varias modalidades de celos no tienen justificación como que no hay que dormirse en los laureles con una relación, pues a lo largo del tiempo pueden surgir numerosas amenazas a su continuidad.
INFIDELIDAD SEXUAL Y EMOCIONAL
Un tema frecuente de discusión entre los psicólogos es si es más importante o más intolerable la infidelidad emocional (enamorarse de otra persona) o sexual (mantener relaciones sexuales esporádicas o no, pero sin compromiso emocional). Como se vio en el capítulo 2, las diferencias de sexo en cuanto a la valoración de la infidelidad son una cuestión polémica.
Hay psicólogos que no están de acuerdo con que los hombres estén más preocupados por la infidelidad sexual que por la emocional. Las respuestas a las encuestas podrían estar influidas por estereotipos culturales. Por ejemplo, se espera que los hombres estén más preocupados por el sexo. Hombres y mujeres suelen ser igual de celosos y ambos se sienten más afectados por la infidelidad emocional que por la sexual, pero, comparativamente, a las mujeres les afecta más la emocional que a los hombres.[4] Este efecto se atenuaría con la edad. Otros autores encuentran que no existen tales diferencias o incluso que pueden aparecer resultados opuestos: hombres y mujeres reaccionarían más ante la infidelidad sexual que ante la emocional. Algunas de las diferencias observadas pueden deberse a la forma de plantear las preguntas y a las características de los entrevistados. Encuestas y estudios se suelen realizar con estudiantes universitarios de edades mayoritariamente comprendidas entre los dieciocho y los veinticinco años. Las respuestas de adultos de más edad, con más experiencia en la vida de pareja y posiblemente en conducta sexual, pueden arrojar, y a veces así se demuestra, datos diferentes. Cuando se pide a las personas que recuerden pasadas experiencias de infidelidad, los resultados muestran que no hay diferencias de sexo. En todo caso, las reacciones de las mujeres serían más intensas que las de los hombres ante ambos tipos de infidelidad. Curiosamente, la respuesta rápida y sin meditar de las mujeres es de ver más grave la infidelidad sexual que la emocional. Si se les deja tiempo para pensar, el resultado es el opuesto.[5] Autores como DeSteno y sus colaboradores opinan que el miedo a la infidelidad emocional es en realidad el temor a su materialización en la infidelidad sexual.
No siempre la infidelidad sexual es tan inocua: puede ser el comienzo de una infidelidad emocional. De hecho, algunos autores encuentran que tanto hombres como mujeres valorarían una infidelidad única como más perturbadora que una emocional (tal vez piensan que lo volverá a repetir en cuanto tenga ocasión). Lo que empieza siendo una experiencia pasajera puede llevar a un embarazo o a una ruptura y a una nueva relación sentimental. En la conducta sexual, por otro lado, suele haber en mayor o menor medida componentes emocionales cuyos efectos no son fáciles de predecir. ¿Quién sabe con certeza total si se va a enamorar o no de la persona con la que hace el amor? Igualmente, una infidelidad emocional puede ser un anticipo de una infidelidad sexual. Por último, no siempre es fácil distinguir entre infidelidad sexual y emocional, ni siquiera para los afectados. Así y todo, algunas mujeres suelen separar perfectamente una y otra:
A mi marido le doy mi cuerpo, no mi alma. No le amo. Le he dejado de querer por todo lo que me ha hecho pasar, por lo que he sufrido a causa de él y el poco respeto o ninguno que me tiene. A quien quiero, aunque no pueda estar con él, con locura y hasta el fin de mi vida, es a otro hombre, mi amor de siempre. A él me entrego de corazón.
Este sentimiento es similar al que expresaba Goneril al dirigirse al conde de Gloucester en la tragedia El rey Lear, texto con el que comienza este capítulo. Estas personas viven una disociación entre el contacto físico obligado por la relación conyugal y el amor hacia otra persona, a quien no tienen, pero que harán cualquier cosa por poseer. Un dato interesante es que las mujeres de mediana edad, en la cuarentena y la cincuentena, se vuelven más «masculinas» y más preocupadas por la infidelidad sexual. Podría ser el temor a que su pareja las deje por alguien más joven.[6]
FACTORES SOCIOCULTURALES: GENES FRENTE A NORMAS MORALES
Es un hecho que en todas las sociedades entran en conflicto la tendencia a la promiscuidad, más marcada en el sexo masculino, y a la monogamia. En todos los países y a lo largo de la historia de la humanidad, con independencia de religión y de sistema político, los vínculos de pareja están generalizados. Aun así, muchas culturas consienten la poliginia. Las dificultades de manutención que esta última termina creando suelen llevar a una monogamia de facto, eso sí, imperfecta y flexible. Diferentes factores sociales y culturales pueden contribuir a disminuir o favorecer la infidelidad. En general, las sociedades más tradicionales suelen fomentar más la fidelidad, al tiempo que promueven cierta tolerancia hacia la infidelidad masculina, cuando no la promueven, al tiempo que castigan o vilipendian la infidelidad femenina por las razones evolucionistas o socioculturales vistas anteriormente. En suma, se trata de una doble vara de medir la moralidad sexual. En comparación con los celos de la mujer, los de los maridos suelen ser los más problemáticos. Entre los factores que contribuyen a que las parejas se mantengan por más tiempo están la religiosidad y la descendencia en común. De hecho, todas las religiones pretenden controlar la vida sexual de sus fieles. La infidelidad conduce inevitablemente al conflicto entre la norma social de la monogamia y la búsqueda de relaciones sexuales fuera de la pareja estable.
Algunos psicólogos que defienden los planteamientos evolucionistas han propuesto que las normas sociales tienen una base biológica. Según ellos, existen principios morales innatos, una especie de «arquetipos morales», referidos a actuaciones en circunstancias de interés para el grupo. Las tendencias evolutivas se plasmarían en normas de comportamiento de la comunidad que premiarían en algunos casos, por ejemplo, cuando se coopera con otros miembros; y castigarían en otros, como cuando se ataca a personas del propio grupo o cuando se es infiel. Una de las pruebas que se aportan sería que desde muy pequeños los niños reconocen actos de egoísmo o injusticia y prefieren a personas y compañeros de juegos con comportamientos justos y altruistas. Por ejemplo, valoran mejor o prefieren jugar con quienes reparten equitativamente juguetes o golosinas. Por otro lado, las personas adultas emitimos juicios rápidos de forma automática ante situaciones similares. Se ha encontrado también que las actuaciones castigadas o premiadas por la comunidad tienden a ser parecidas en muchas culturas. Aunque, por supuesto, existen diferencias entre culturas respecto a qué tipo de comportamientos son merecedores de premio o de castigo.
Estos juicios morales irían dirigidos a facilitar la vida en grupo y controlan o atenúan el egoísmo. Refuerzan la cooperación, la cohesión y los modelos morales de conducta que se premian o castigan. Los celos, al fomentar la familia monógama y la crianza de los descendientes, son beneficiosos para el grupo, aunque molestos para el individuo. El miedo al castigo induce a la conducta altruista e incentiva la cooperación en personas que, de otro modo, actuarían de forma egoísta. Las emociones sociales, como los celos, crean beneficios a largo plazo para el individuo que éste no habría obtenido de haber mantenido su conducta egoísta, ya fuera ésta impulsiva o racional. Estos principios morales, pretendidamente universales, se refieren a conductas muy variadas relacionadas sobre todo con la reproducción y la protección y cuidado de las crías.
Una característica de las diferentes culturas y sociedades es la cooperación, que se ve facilitada por el establecimiento, la transmisión y la aplicación de normas sociales muy diferentes, expresadas en forma de leyes o hábitos de conducta. Hay una tendencia general a castigar a quien se salta la norma, incluso cuando el castigo supone un coste o un esfuerzo, y también cuando quien lo apoya no es parte implicada. El respeto a las normas se transmite a través de los procesos de socialización y conlleva integrar información acerca de las creencias de otros, las metas del grupo y las acciones de sus miembros y sus consecuencias.
Las normas morales y las actitudes hacia la infidelidad cambian con el tiempo. Desde hace decenios las cifras de infidelidad se disparan debido a razones diversas. Entre ellas se pueden destacar la mejora del nivel de vida, con aumento del tiempo libre y los recursos económicos, los viajes turísticos, la facilidad de comunicaciones y medios de transporte, en especial la disponibilidad de automóviles, hoteles de ciudad y carretera, segundas residencias y apartamentos en la playa. Desaparece la estigmatización de la separación matrimonial y se ve como normal la ruptura y la creación de nuevas relaciones sentimentales. Los anticonceptivos y la liberación de costumbres, incluyendo una actitud hedónica hacia la vida, los cambios legales que facilitan el divorcio y la implantación de políticas de igualdad contribuyen también a este proceso. Predomina en nuestra sociedad el espíritu de vivir al día, el carpe diem («atrapa el día»), y preocuparse poco no ya por el mañana, sino por las consecuencias de lo que se hace. El teléfono móvil, Internet y las redes sociales, unidos a otros cambios, como el acceso progresivo de la mujer al mundo laboral, provocan un aumento de las oportunidades de conocer a nuevas personas y de comunicarse con todo el mundo prácticamente a cualquier hora y en cualquier lugar. Pensar que tener una pareja estable es una vacuna contra la infidelidad es un error: hay más ocasiones que nunca y el amor puede surgir en cualquier momento. Simplemente estamos en una sociedad más promiscua.
Para reforzar la influencia de los factores socioculturales debe destacarse el hecho de que la crisis económica actual, iniciada en el año 2007, ha llevado a una disminución del número de separaciones y divorcios. Una parte de la población no puede, aparentemente, permitirse económicamente una separación con los costes que acarrea.
BIOLOGÍA DE LA FIDELIDAD Y DE LA INFIDELIDAD
Además de los psicólogos evolucionistas, muchos psicobiólogos y neurocientíficos no dejan de buscar posibles bases biológicas que expliquen estas «constantes» en el comportamiento. En este caso, se busca un «puente» o enlace entre los genes y el comportamiento humano. Los genes controlan la producción de numerosas sustancias en el organismo que tendrían cierta influencia en la conducta. La existencia de normas sociales y pautas culturales que penalizan la infidelidad ha llevado a estos investigadores a relacionar la mayor o menor secreción de alguna de estas sustancias con la fidelidad a la pareja. Anteriormente se ha hablado de algunas de ellas.
Así, el enamoramiento, lo que se puede denominar amor apasionado, se asocia a un aumento en la producción de diversas hormonas y de otras sustancias producidas en el cerebro (neurotransmisores y neuromoduladores). Entre las primeras se encuentran las hormonas gonadales (andrógenos en el hombre y estrógenos en la mujer), así como la oxitocina y la vasopresina (en concreto, su variante arginina-vasopresina). Entre los neurotransmisores y neuromoduladores están la dopamina, la serotonina y los opiáceos endógenos u opioides. La liberación de dopamina y opioides activa los sistemas cerebrales de la recompensa y del placer. Serían responsables del arrebato, la euforia, la relajación y la excitación que acompañan al enamoramiento intenso. Y también de la adicción al otro y a sus caricias. También se atribuye al descenso de dopamina la caída en el interés y en el cariño que se producen varios años después. Como también se ha visto, algunas de estas sustancias contribuyen a fijar fuertemente en la memoria todas las señales asociadas a la persona amada. La fidelidad, expresión de las relaciones de apego psicológico que se vieron en el capítulo 2, se asocia a la producción de las hormonas vasopresina y oxitocina. Estas sustancias se liberan en mayor abundancia en aquellos mamíferos de pareja única, que son una minoría.
La antropóloga Helen Fisher defiende que existen tres tipos básicos de amor:[7] el deseo sexual, relacionado con la cópula; el amor romántico, referido al vínculo específico hacia otra persona; y el apego, relacionado con la conducta parental. El amor apasionado estaría caracterizado por la combinación de amor romántico y deseo sexual. El apego sentimental estaría relacionado, además de con la conducta de cuidado de los hijos, con los sentimientos de tranquilidad y seguridad que proporciona una relación a largo plazo, así como con la fidelidad. Estas tres formas de amor se suelen dar juntas en diferentes etapas de una relación, pero funcionarían con relativa independencia. Esto explicaría que se puedan dar a la vez, por ejemplo, la infidelidad sexual y la fidelidad emocional y, por qué no, la fidelidad sexual y la infidelidad emocional, como son el caso de Goneril en la obra de Shakespeare y el de la comunicante anónima que se vio anteriormente.
La oxitocina y la vasopresina, esta última también llamada hormona antidiurética, son hormonas producidas principalmente por las células del hipotálamo que se liberan en la sangre a través de la hipófisis posterior. Ambas regiones se encuentran en la base del cerebro. La oxitocina cumple varias funciones; una de ellas es activar la musculatura lisa que forma las paredes de numerosos órganos. Se segrega como respuesta a la estimulación genital y durante el orgasmo, y promueve las contracciones de la parte interna de la vagina, facilitando el tránsito de los espermatozoides. También contribuye a las contracciones del útero, facilitando el parto. A nivel psicológico interviene en la mayor o menor consolidación de la memoria en algunas especies. Pero en los últimos años se la considera responsable de la conducta monogámica de algunas especies, incluida la humana. Se piensa que podría facilitar conductas permanentes de apego y contribuir a la fidelidad.
La actividad de la oxitocina es mayor en el cerebro de la mujer y está facilitada por los estrógenos, hormonas sexuales femeninas. La vasopresina está potenciada por los andrógenos, hormonas sexuales masculinas, y abunda más en el cerebro de los hombres. La oxitocina facilita la conducta maternal y los contactos sociales. La vasopresina disminuye el miedo, eleva la tolerancia al dolor y facilita la agresión. Mayores niveles de vasopresina facilitarían la conducta de apego en los hombres. Así, el gen relacionado con la producción de vasopresina, denominado 334, está asociado a la mayor o menor tendencia al compromiso afectivo estable en los hombres. Esta conocida investigación la llevó a cabo el prestigioso Instituto Karolinska en Suecia en 552 hombres a lo largo de cinco años. Aquellos que carecían de la variante R2334 de dicho gen tenían una mayor estabilidad en su vida afectiva. Los hombres con doble variante era más probable que no tuvieran pareja y que presentaran antecedentes de crisis maritales o que estuvieran menos satisfechos con su vida de pareja.
El tener un gen especial podría ser una excusa para muchos infieles. Pero antes es importante señalar que todos estos datos no hablan de causalidad, en el sentido de que poseer un gen lleve inevitablemente a ser fiel, ni de que administrar una hormona le vuelva a uno más infiel. Lo que estos estudios obtienen son asociaciones o relaciones entre poseer un alelo de un gen y una tendencia en un grupo amplio de personas, o entre diferentes niveles hormonales y la mayor o menor propensión a mostrar una conducta. Falta mucha investigación para poder establecer el efecto real y los límites entre lo biológico y lo social. No obstante, por muy potente que sea el poder de los genes y de las hormonas, la sociedad influye de forma profunda en los comportamientos, especialmente cuando son complejos y suceden en medio de relaciones sociales.
INDAGACIÓN
Nunca los celos, a lo que imagino —dijo Preciosa—, dejan al entendimiento libre para que pueda juzgar las cosas como ellas son; siempre miran los celosos con antojos de allende, que hacen las cosas pequeñas grandes, los enanos gigantes y las sospechas verdades.
MIGUEL DE CERVANTES, «La gitanilla»,
Novelas ejemplares
Puede parecer paradójico que en un libro dedicado a la psicología de los celos se dedique un apartado a averiguar si el otro miembro de la pareja es o no infiel. Se supone que no se debería animar a alguien a hurgar en su herida y en la del otro. Sin embargo, el hecho es que muchos celos están motivados por infidelidades reales y puede ser útil dar datos o informaciones que ayuden a entender qué puede estar sucediendo en una relación. Este libro no está escrito sólo para los celosos y sus parejas, sino para todo el mundo. Además, la recomendación que se hace en estas páginas es no indagar y sólo hacerlo en unas circunstancias determinadas, cuando los indicios tengan viso de ser reales, así como aclarar cuanto antes con el amante cualquier situación confusa o imprecisa.
Si se pregunta a la gente si le cuenta todo a su pareja, dos tercios responden que se lo cuentan todo. En la misma línea, si se le pregunta si le contaría a su pareja que le ha sido infiel, casi el 45% responde que sí. La realidad es que la mayoría suele seguir más bien los viejos consejos de no contar nunca nada y negarlo todo. Esto sitúa al celoso en la posición de ver justificados sus celos (la infidelidad es relativamente frecuente y muchos traicionan a sus parejas) y de desconfiar de que se lo vayan a contar (mucha gente dice que se lo dirá a su pareja y en realidad no lo hace). Las dos circunstancias justifican el que emprenda actuaciones para descubrir si su pareja se interesa por otra persona o si mantiene relaciones a sus espaldas. La mayoría de los celosos indaga, si puede, y lo hace de diferentes formas, algunas de las cuales se han examinado en capítulos anteriores.
El celoso está en una posición de inferioridad: no conoce toda la verdad y no tiene toda la información. Esto es más o menos lo que sucede casi siempre en las relaciones interpersonales. La esencia de la conducta social es la complejidad y la incertidumbre. Nunca se puede estar seguro del todo. No sabemos todo lo que sucede, ni lo podemos saber. Tomamos la mayoría de las decisiones, especialmente las importantes, sin conocer todos los datos necesarios y sin saber qué pasará en el futuro. Así es la vida. Más aún en el mundo de los sentimientos, que son a veces difíciles de conocer, se pueden disimular o cambian con rapidez.
Por una parte, existen una necesidad y un derecho a conocer las intimidades de la pareja sentimental. La confianza conlleva no tener secretos y revelarlo todo a quienes confían en uno. Confiar es tener fe en el otro y poder expresar libremente todo, hasta los pensamientos más ocultos o vergonzosos.[8] El interrogatorio de la pareja está legitimado por la relación íntima y el apoyo mutuo existentes, pero pone a prueba la confianza. Intentar averiguar si existe una tercera persona puede conducir a escuchar: «¿Es que no confías en mí?», respuesta letal a una pregunta inquisidora igualmente letal. No hay que precipitarse. Aunque uno sea cónyuge, no es ni vigilante ni policía de su pareja y su profesión no es investigarla. Sólo se debe indagar cuando la relación parece estar en peligro. Además, quien indaga penetra en la mente del otro, en su intimidad. La desconfianza excesiva puede acabar con la relación. No vale la pena perseguir la verdad a toda costa. Los celos se sitúan en el polo opuesto a la confianza mutua, que es la base de la pareja. Poner a prueba la confianza viene a ser arriesgarse a perder a la otra persona y acabar con la relación.
La indagación puede ser una experiencia, y frecuentemente una cadena de experiencias, particularmente intensa. Es asomarse al abismo buscando la confirmación definitiva, que abrirá episodios más graves de confrontación y reproche, seguidos de consecuencias imprevisibles. Es asumir el riesgo de perder la confianza en el otro cuando se le plantean preguntas directas sobre algo que no se conoce bien. Además, la indagación trae siempre consigo el peligro de «levantar la liebre» y que el otro o la otra oculte pruebas y «se vaya de rositas».
El origen de la indagación puede ser espontáneo: se ha visto u oído algo sospechoso o alguien lanza una indicación o un rumor que llega a oídos de uno de los miembros de la pareja. En los celosos, la reacción ante el menor indicio o señal no suele hacerse esperar. Como se vio en el capítulo 1, la vigilancia incluye el escrutar al detalle la conducta de la pareja e intentar averiguar si las sospechas de comportamiento infiel son reales o si es cierto que la persona amada está siendo o ha sido seducida. Muchos celosos no pueden evitar embarcarse en una aventura de indagación que, como se ha dicho, es un peligro para la relación sentimental y para la estabilidad emocional de ambos.
Pero yo no quería ni causar pena ni cansarme ni entrar en la terrible vía de las investigaciones, de la vigilancia multiforme, innumerable.[9]
Pero todas las personas no reaccionan igual frente a los indicios: hay a quien le da igual y prefiere mirar para otro lado o recurrir al autoengaño. La indagación es dolorosa porque hay una necesidad de creer al otro y asegurarse así su cariño y la continuidad de la relación. Cualquier explicación que se dé medianamente razonable alivia la herida y el sufrimiento. Es un proceso de querer saber y de buscar explicaciones, aunque parezcan inverosímiles, para finalmente aceptarlas. Por otro lado, hay también una necesidad de confirmación: la verdad hiriente y descarnada alivia la incertidumbre, que mata poco a poco.
La indagación puede volverse adictiva por varias razones. Una de ellas es la excitación que provoca el temor y la angustia de enfrentarse a algo desconocido y temido. Otra, que la incertidumbre es continua, incesante, no termina jamás. El no hallazgo, la no confirmación nunca es un dato definitivo y no pone fin a la pesquisa. En teoría, un resultado negativo de la indagación, esto es, que no ha habido engaño, debería llevar a relajarse y vivir la vida. Pero puede que no sea así, y el celoso piense que no ha encontrado algo que buscaba, pero que sabe que existe. Si no es hoy, será mañana. Se impone probar una vía distinta, rastrear nuevas pistas. Las grandes expectativas de encontrar la prueba irrefutable y salir así del pozo de la incertidumbre caen una y otra vez dejando un vacío que puede ser aterrador. Poco después se vuelve a la carga. Y se recuperan y conectan antiguas sospechas y lo que fueran falsos indicios con nuevos «datos», siguiendo una diabólica aritmética cuyo resultado final es más dolor. Por último, siempre se descubre algo nuevo que, sea o no relevante, aumenta los celos: personas conocidas o desconocidas con quienes ha contactado o hablado por teléfono, nuevos clientes o nuevas relaciones comerciales o profesionales. Todo ello lleva a más sospechas y a más pesquisas. En suma, puede convertirse en una inmensa pérdida de tiempo y esfuerzo. Como poco, este afán interminable impide al celoso disfrutar de la vida y de la propia relación, a la que puede hacer mucho daño, tal vez de modo irreversible.
El celoso quiere que se le perdone todo el ejercicio de indagación y control. Como sufre mucho, ve justificado todo lo que hace. Una de las labores del terapeuta al principio del tratamiento con el celoso es mostrarle cuánto daño causa a su pareja, a la relación y a sí mismo.
Sólo se debe indagar cuando hay indicios suficientemente claros, sólidos, no meras conjeturas, datos aislados o simples coincidencias. Algún celoso puede verse tentado de indagar sin motivo y cometer una injusticia. No viene mal recordar lo que Platón pone en boca de Sócrates en Gorgias o de la retórica:
Porque, de todos los males, el mayor es cometer una injusticia [...]. Pero si me viera obligado a cometer una injusticia o a tener que sufrirla, preferiría esto antes que cometerla [...]. Porque estoy convencido de que tú y yo y los demás hombres pensamos todos que cometer una injusticia es un mal mucho mayor que soportarla, como el no ser castigado por sus crímenes más mal que sufrir la pena merecida.
Si se descubre que la otra persona desconfía de uno, de entrada se introduce un factor de tensión en la relación. Descubrir que el celoso o la celosa está investigando no es nada tranquilizador y puede tener efectos muy negativos. Entre ellos el tender a ocultar y esconder otras cosas; por ejemplo, se silencia el haberse encontrado o haber hablado con amigos o amigas o compañeros de trabajo, o haber conocido gente nueva. Se puede llegar a ocultar estas acciones para no acrecentar los celos y la desconfianza de la pareja. Pero cuantas más cosas se escondan más probable es que alguna de ellas se descubra, lo que volverá al celoso o a la celosa más suspicaz y empeorará la situación.
Las relaciones sociales, interpersonales y muy especialmente las de pareja se basan en la confianza y en la transmisión de la verdad. Yo espero que mi pareja me diga la verdad, creo lo que me dice y, recíprocamente, le cuento la verdad. Puede asegurarse que la mayor parte de las parejas se dicen la verdad la mayor parte del tiempo. Ahora bien, no se cuenta todo siempre y a menudo no se dice la verdad por distintas razones: miedo a que se sepa algo que hemos hecho, por ejemplo, tomar café con un o una ex, miedo a preocupar a la pareja o simplemente para salir del paso rápidamente. También se puede mentir para mantener una buena imagen, de persona fiel y honesta. Esto quiere decir que pillar a la pareja en una mentira no autoriza a concluir que miente en todo ni a asegurar que nos está engañando con alguien.
Se miente por muchas razones. La mentira posee muchas funciones instrumentales o utilitarias: conservar o no empeorar la relación (más frecuente en hombres), o proteger los sentimientos (más frecuente en mujeres), no hacer daño o evitar discusiones, por ejemplo. Por eso, ser pillado en una mentira no indica necesariamente que se sea infiel o que se mienta en todo. Pero para un celoso o una celosa puede ser motivo suficiente para reaccionar montando una escena o simplemente para confirmar las sospechas que con anterioridad abrigaba. Cuando uno miente elige por un lado entre un daño inmediato, confesar y esperar el castigo, y por otro la posibilidad de librarse totalmente del castigo o de diferirlo. En este último caso se subestima la posibilidad de ser descubierto y la intensidad del castigo que se vaya a recibir, pues las consecuencias negativas se proyectan al futuro y al verlas de lejos se perciben como menos graves o intensas.
La ocultación de hechos no responde sólo a la existencia de un amante. Puede callarse un acontecimiento o disimular para evitar que la pareja se enfade por otro motivo: gastos en que se ha incurrido o relaciones con un familiar o con una amistad problemática, o cualquier otro suceso cuyo conocimiento pueda molestar o enfadar a la pareja y crear más problemas que la simple ocultación. Para muchas personas, ocultar algo no es una auténtica mentira, ya que entienden que mentir es sólo falsear o fabricar falsedades. Sin embargo, esto no es así, ya que esconder un hecho importante para la pareja (y la infidelidad lo suele ser) es una forma de engaño. Así era considerada en los textos jurídicos. En el Fuero Juzgo, de 1289, se puede leer: «Ca no es menor peccado de negar la verdad de lo que es dezir la mentira». Y el castigo era «cien azotes e sea difamado».[10]
EFECTO OTELO
En la indagación, uno no debe dejarse llevar por las emociones intensas ni por los prejuicios. Sentimientos y prejuicios pueden conducir a rechazar cualquier dato, prueba o explicación que no se ajuste a lo que uno espera. Al contrario, se acepta todo aquello que apoya el prejuicio. El celoso, en esa lucha estúpida contra sí mismo de la que se hablaba en el capítulo 1, tiende a aceptar aquello que menos desea y que le causa más daño: que la persona amada le engaña. Tiende a creer que «todo el mundo» le engaña y a confirmarlo. En palabras del psicólogo Paul Ekman, «prefiere la humillación previa al descubrimiento de que ha sido engañado, a correr el riesgo de una humillación peor si el engaño se ratifica [...]. Mejor sufrir ahora, antes que la incertidumbre». Las personas no toleran bien la incertidumbre y el riesgo. Prefieren lo cierto (aunque sea malo) a lo inseguro. Las emociones intensas y una situación en la que hay mucho en juego pueden llevar a errores de detección.[11]
Un ejemplo de la influencia de las emociones en la detección errónea del engaño es el llamado «efecto Otelo», inspirado en la famosa tragedia de Shakespeare. Consiste en tomar cualquier indicador de nerviosismo de la persona interrogada como señal inequívoca de que está mintiendo. Así, una persona de quien se duda que diga la verdad puede mostrar indicios de engaño por muchas razones diferentes:
— Puede estar nerviosa por la propia situación de ser interrogada.
— Porque piensa que no se la cree o porque no puede probar su inocencia.
— Por las consecuencias que le puede acarrear el que se la tome por mentirosa.
Esto ocurre en personas muy nerviosas o con sentimientos de culpa. En la tragedia de Shakespeare,[12] Otelo, cegado por los celos, interroga a su esposa, Desdémona, quien, aterrorizada al no poder demostrar su inocencia (Otelo la engaña al decirle que su presunto amante, Casio, ha muerto), se desespera. Otelo interpreta la angustia de Desdémona como el resultado de saber que su amante ha muerto y, por lo tanto, concluye que es culpable de su infidelidad.
LOS CATÁLOGOS DE INDICIOS
Los celos son una sed de saber gracias a la cual acabamos por tener sucesivamente, sobre puntos aislados unos de otros, todas las nociones posibles menos la que quisiéramos. Nunca sabemos si va a nacer una sospecha, pues de pronto recordamos una frase que no era clara, una coartada que nos dieron no sin intención.
MARCEL PROUST, La prisionera
¿Dónde se indaga? Pues donde hay indicios. La infidelidad es más frecuente, y más fácil, entre compañeros de trabajo y con antiguas parejas. Hoy en día, Internet es una gran ayuda para el infiel y también para quien busca infidelidades.
Una infidelidad, o una serie de infidelidades, que se extiende a lo largo del tiempo es difícil de mantener en secreto. Más aún hoy en día, cuando los medios tecnológicos permiten tanto establecer relaciones sexuales y afectivas como descubrirlas. Más tarde o más temprano es inevitable cometer errores y que algo o todo se descubra, que las amistades se enteren y alguien o muchos lo divulguen. En general se suele prestar atención a los cambios en hábitos y costumbres. Para un celoso, cualquier detalle puede ser indicador de la temida infidelidad, por lo que la descripción de todos ellos sería imposible. Se presenta a continuación una exposición breve de los principales indicios que, debido a su rareza, carácter sorpresivo, incongruencia o a que las explicaciones dadas no sean suficientes, pueden llevar a pensar que existe una infidelidad:
— Olores no habituales y sospechosos, por ejemplo, a perfume o tabaco. Hay quien, para evitar los olores ajenos, llega a poner la calefacción del coche en pleno verano con la idea de que su sudor oculte al del amante. Hábitos higiénicos inesperados, como ducharse al llegar a casa, cuando nunca lo hace.
— Cambio en la manera de vestir o de cortarse el pelo. Prendas íntimas más atrevidas, especialmente durante la jornada laboral. Acicalamiento excesivo o maquillaje nuevo. Muchos cambios que se pueden interpretar como sospechosos o incluso como pruebas claras de una aventura amorosa son inevitables, como el cambio en la forma de vestir o arreglarse. La moda cambia.
— Preocupación por la forma física, por adelgazar e ir al gimnasio. Puede deberse también a razones de salud y bienestar general.
— Manchas de maquillaje en las solapas de la chaqueta o en el cuello de la camisa, o de carmín en cuello o mejilla. Las explicaciones buscadas a través de preguntas indirectas («¿A quién has visto hoy?») pueden no ser convincentes.
— Aparición repentina de «detalles» u objetos con aspecto de ser regalos de terceros.
— Extractos de gastos en la cuenta corriente, tarjeta de crédito (salidas de dinero, cargos), aparición de facturas poco habituales, difíciles de explicar.
— Reticencias a realizar actividades sexuales o a mostrarse desnudo. Presencia de marcas en la piel (por ejemplo, chupetones o arañazos) de posible origen ajeno.
— Resistencia a hablar sobre la infidelidad.
— Respuestas vagas, imprecisas y no verificables a preguntas del tipo «¿Dónde has estado?» o «¿A quién has visto?».
— Ausencias más frecuentes u horas más tardías de vuelta a casa, con profusión de excusas.
— Reticencia inexplicada ante planes de vacaciones o viajes fuera de la ciudad.
El hecho de que se encuentren dos o más indicios tampoco quiere decir nada. Las casualidades existen. Los datos, y especialmente los comentarios de terceros, se deben situar en el contexto en el que aparentemente sucedieron. Para interpretar un indicio hay que ponerse en el lugar de la otra persona, intentando comprender sus circunstancias. Llegado el caso se plantea abiertamente y se escucha su versión. La confrontación es una situación delicada en la que deben seguirse unas pautas tanto para averiguar si el otro o la otra mienten como para no romper la confianza, y tal vez la relación. La respuesta del investigado suele ser la negativa continua, que puede ir seguida de la acusación al celoso inquisidor de desconfianza, e incluso de acoso. No existe ningún procedimiento o técnica para saber si una persona miente o no. La mayoría de ellos se basan en detectar señales emocionales de miedo o nerviosismo, que no son siempre fáciles de interpretar. Se recomienda la lectura del libro Cómo detectar mentiras, de Paul Ekman, y Psicología de la mentira, del autor de este libro, ambos en la editorial Paidós.
En otras épocas, la indagación en el caso de los celos era mucho más cruda, sobre todo para la mujer. Se seguían las indicaciones de la Biblia, establecidas para cuando el marido tuviera sospechas de que se hubiera producido adulterio: «Si viniere sobre él espíritu de celos, y tuviese celos de su mujer, habiéndose ella amancillado; o viniere sobre él espíritu de celos, y tuviese celos de su mujer, no habiéndose ella amancillado».[13] Obsérvese el segundo caso, en el que el marido está celoso, pero la mujer no ha cometido ninguna impureza. Se trata de celos sin más fundamento que la sospecha del marido. La prescripción era la misma en ambos casos: la mujer debía tragar agua consagrada con tierra del suelo del Tabernáculo y un papel con una maldición. Si era culpable, se le hincharía el vientre y caería el muslo. Los efectos dañinos sobre el sistema digestivo eran esperables, desde luego. Esta prueba de fidelidad persistió en la Edad Media en forma de juicio de Dios, la llamada «ordalía de las aguas amargas», que se ejecutaba mezclando agua bendita con polvo del altar para que la bebiera la sospechosa de infidelidad.
INFIDELIDAD E INDAGACIÓN EN LA ERA DIGITAL
La enorme penetración de las nuevas tecnologías en la sociedad, la posibilidad de estar conectados veinticuatro horas y el auge de las redes sociales proporcionan más oportunidades de infidelidad, dan más quebraderos de cabeza a los celosos y a sus parejas, al tiempo que permiten más control del posible infiel. Internet y, sobre todo, las redes sociales facilitan conocer nuevas personas y recuperar viejas amistades, amores de juventud, antiguos compañeros de colegio o instituto. Las personas exponen sus imágenes e información personal a la vista de multitudes. Se reavivan así sentimientos del pasado y es más fácil encontrar nueva pareja. Hay varios portales específicos para contactos personales (sentimentales o sexuales) entre quienes no tienen compromisos afectivos, y también para infieles. Algunos de ellos son auténticos timos, si se hace caso de los comentarios de usuarios insatisfechos que circulan por la Red. Sirva de ejemplo de los cambios provocados por las redes sociales, que su uso por los adúlteros ha irrumpido en los juicios por divorcio. En Estados Unidos, la red social Facebook se menciona en un 20% de los casos de divorcio, según una encuesta a más de cinco mil abogados.[14] La proporción sigue en aumento en la misma medida en que Facebook se extiende más y más como forma de comunicación y de hacer amistades.
En la Red, las barreras reales o percibidas para ligar (como la escasez de candidatos en el entorno inmediato, la timidez o el miedo al rechazo) se reducen o desaparecen. Esto es especialmente interesante para personas con escaso atractivo físico, solitarias o con ansiedad en las relaciones sociales, y también para quienes no son demasiado hábiles o exitosos a la hora de trabar amistades en la vida tridimensional. El ligue es también más rápido y permite vencer algunos obstáculos de la vida moderna, como el aumento de la movilidad por el trabajo, que lleva al desarraigo y a la pérdida de contacto con familia y amigos. Algunas personas son más sinceras y comunicativas en la Red: cuentan cosas que tal vez no se atreven a revelar en una conversación cara a cara, ya que se sienten más cómodas. El anonimato relativo favorece la desinhibición, libera y transmite información de todo tipo, especialmente de carácter emocional, más abundante y sincera. Internet puede dar la impresión de ser un espacio seguro, en el que es más fácil revelar intimidades. Por ello, ciertas relaciones pueden llegar a ser más «íntimas» y estrechas en la Red que las que se mantienen en la vida real. Al mismo tiempo, las posibilidades de disimulo o de engaño descarado son mucho mayores, mientras que el sentimiento de culpa por hacerlo es mucho menor.
La forma de llevar a cabo los contactos presenta variantes respecto a los sistemas clásicos, ya que muchos de ellos son anónimos o casi, a través de «perfiles» o datos personales inventados. Es fácil engañar, exagerar y proporcionar información para dar una mejor imagen. Esto puede resultar en la idealización de la persona con la que se contacta, pues se tiende a creer todo o casi todo lo que se dice. Es una forma de autoengaño, propia de la seducción y del enamoramiento en general. Es un proceso cercano a la clásica tradición hispánica, no ya en la Red, sino en la vida real, de idealización biográfica del novio de la hija: al ensalzar al candidato se refuerza el valor del retoño y el esfuerzo invertido en su crianza. En el ligue en la Red, se impone una cautela que me confió un usuario habitual: «La primera vez que quedas en persona con alguien con quien has tratado sólo en la Red, tienes que tener una buena excusa preparada para salir corriendo cuanto antes si llega el caso, como que tu hijo está en el hospital o algo así». No carecen de peligros estas formas de establecer contactos: divulgación de información íntima o ser objeto de acoso o de mensajes agresivos o calumniosos.
Las nuevas tecnologías son para el celoso un motivo más de preocupación, pero también sirven para descubrir las infidelidades y merecen por ello denominarse «de doble uso». El celoso indaga los SMS, los mensajes de correo electrónico y las páginas que visita su pareja. Las aplicaciones basadas en el sistema GPS (global positioning system) permiten localizar dónde se encuentra el teléfono del usuario en un momento dado. En una encuesta mundial, en la que una empresa fabricante de teléfonos móviles indagaba sobre nuevas funciones de interés para países en desarrollo, encontró que las mujeres de Rio de Janeiro proponían que se incluyera un sistema para vigilar a los maridos.[15]
Esta nueva era genera sus propios catálogos de indicios. De nuevo, la variedad es imposible de abarcar, pero sirvan de muestra los siguientes:
— Apagar el ordenador u ocultar bruscamente la pantalla cuando el otro miembro de la pareja se acerca o irrumpe en la habitación.
— Esconder el teléfono móvil o evitar que nadie acceda al mismo, no despegarse de él ni siquiera en el baño o mantenerlo todo el día en silencio.
— Leer y borrar todos los mensajes. Con el tiempo se descuida esta norma básica de seguridad del infiel, dejando accesibles mensajes comprometedores. Se puede consultar mucha información en el historial de páginas visitadas, búsquedas o descargas.
— Navegar en la Red a escondidas o dejar que la pareja lea sólo determinados contenidos.
Los problemas de la indagación digital son similares a los de la búsqueda tradicional. Pero también hay diferencias, ya que la incertidumbre de la vida moderna se contagia a la Red y el resultado es inquietante. El exceso y la ambigüedad de la información personal que en ella se encuentran pueden llevar a pensar que uno no conoce realmente a su pareja. Se puede saber no sólo quiénes son sus amigos y contactos, sino también acceder a buena parte de sus interacciones con ellos. A la hora de interpretar un mensaje sospechoso hay que tener en cuenta que hoy en día se da un estilo desenfadado de comunicarse, con expresiones ligeras y mucho «colegueo» que pueden malinterpretarse. La valoración de un mensaje cariñoso, aislado del contexto y sin conocer las circunstancias al detalle, puede ser muy difícil y llevar a conclusiones erróneas. Hay que tener cuidado con el lenguaje que se utiliza, expresiones coloquiales o ambiguas de posible interpretación sentimental o sexual o uso de calificativos excesivamente cariñosos. Mucha gente se despide en los mensajes de correo electrónico con «besos», a menudo indiscriminados y sin ninguna intención de darlos. Expresiones como «te quiero», «I love you» o el uso de emoticonos pueden ser de interpretación ambigua e incluso imposible si no se conoce bien a quien los envía y a quien los recibe y el contexto en el que los mensajes se transmiten.
La difusión masiva de información personal de todo tipo en la Red puede incidentalmente resultar embarazosa. Hay que poner sentido común tanto en interpretar lo que se puede ver como en qué datos o imágenes son adecuados o no para difundir. Por ejemplo, si se visita la página en una red social de la pareja se tiene acceso a quiénes son sus amistades o a mensajes que recibe. Para un celoso puede ser una auténtica tortura. Hay que ser cautos en este punto. La salida más rápida, no sin inconvenientes, es no dar toda la información al celoso. Este último, por su parte, puede inventar «perfiles» para intentar cazar a su pareja y localizar rivales potenciales.
En algunos países, espiar a la pareja se puede considerar un deporte nacional. En una encuesta a 1.129 británicos, más de la mitad admite haber espiado los mensajes SMS de la persona amada en alguna ocasión, porcentaje que asciende al 77% en el grupo de edad de veinticinco a treinta y cuatro años. Siempre se puede justificar afirmando que a veces se responden o hacen llamadas o se leen mensajes en el teléfono de la persona querida. La misma encuesta revela que un 42% admite haber leído los mensajes de correo electrónico de la pareja. Los métodos tradicionales continúan vigentes: un 39% de las mujeres admite hurgar en los bolsillos de su pareja. Los hombres se inclinan por leer el diario personal de su amante. Otros escuchan sus conversaciones en secreto, llegando incluso a grabarlas. Esto último es lo más popular entre los de más edad, junto con el uso de webcams y el seguimiento y localización del móvil. Sólo un 9% había usado el viejo método de seguir a la pareja.[16]
El descubrimiento de la infidelidad en línea puede provocar las mismas reacciones que si se tratara de una infidelidad de carne y hueso. Las investigaciones indican que los celos en la Red son similares a los celos en persona.[17] Algunos estudios encuentran que en este entorno virtual, las mujeres están más preocupadas por la infidelidad emocional y los hombres por la sexual. De todas las personas que mantienen actividades «sexuales» en la Red, una minoría, el 18%, termina en encuentros sexuales directos. En estos casos, la infidelidad en la Red es un primer paso para la infidelidad directa.[18] También, muchas infidelidades de la vida real continúan y crecen con el intercambio digital.
La lectura subrepticia de los correos electrónicos entre dos amantes es ya un clásico en muchos divorcios de hoy en día. Me detendré en una famosa trama de altos vuelos, en la que se mezclan infidelidad, celos y despecho, que tuvo una gran repercusión en los medios de comunicación. Se trata del caso de Lisa Nowak, astronauta de la nave espacial Discovery. Nowak, de cuarenta y tres años y madre de tres hijos, mantenía una relación extraconyugal con otro astronauta, Bill Oefelein, y estaba en trámites de separación de su esposo. A espaldas de su amante, Nowak había podido leer los correos electrónicos que la aviadora militar Colleen Shipman enviaba a Oefelein cuando éste se encontraba en una misión espacial a bordo de la Discovery, de la que era comandante. Al regresar de la misión, Nowak pidió explicaciones a su amante, quien rompió con ella. Nowak fue detenida por atacar e intentar secuestrar a su rival Shipman en el aparcamiento del aeropuerto internacional de Orlando, Florida, el 5 de febrero de 2007. Nowak condujo los casi mil quinientos kilómetros entre Houston y Orlando para salir al encuentro de Shipman cuando ésta aterrizara allí. Para viajar más rápido y hacer el menor número de paradas se puso unos pañales. La esperó en el aeropuerto disfrazada con una peluca y una gabardina, y la siguió hasta el parking. La abordó y le pidió ayuda diciéndole que se había quedado sin batería. Shipman le respondió que iba a pedir ayuda y consiguió zafarse de Nowak y refugiarse en su coche, desde donde llamó a la policía. Nowak intentó agredirla con un espray de pimienta. La policía encontró en su coche un arma de fuego, un mazo de hierro y un cuchillo. A raíz del ataque, fue despedida de inmediato de la NASA, como lo fue tiempo después el galán Oefelein.[19] A finales de 2012, se supo que el despecho de una amante celosa y sus mensajes de correo electrónico pusieron al descubierto la infidelidad del condecorado general Petraeus, director general de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana. Casos menos famosos abundan. Las nuevas tecnologías son instrumentos más potentes, rápidos y eficaces para lo de siempre en el mundo del amor, los celos y la traición.
Sea digital o tradicional, la indagación es un proceso doloroso que se dirige a un final lleno de brumas. Un hallazgo incontestable es peor aún: habrá más interrogantes y más angustias. Surge entonces la fría sensación de que algo que existía sólo en el pensamiento es real. El sufrimiento es máximo: confirmación de lo que ya se sabía por intuición e inteligencia (y casi seguro que por confidencias de terceros). Se llega a la confrontación, a la escena de celos y, tal vez, a decisiones difíciles que habrá que tomar. Pero sólo se debe plantear el asunto a la pareja de uno cuando los indicios se confirman. Cuando es evidente, cuando se ha visto u oído algo relevante. Cuando dos o más personas lo corroboran juntas o por separado, sobre todo si son conocidas de ambos. En tal caso puede asegurarse que lo sabrá más gente. El conocimiento público pone en juego la dignidad de todos.
Cuando hay indicios indudables de infidelidad es momento de aclarar el asunto. Termina la situación A de sospecha dolorosa y se entra en la situación B de sospecha confirmada: hay que hacer algo. ¿Qué ocurre cuando se descubre la infidelidad? ¿Qué sucede cuando se abandona a la pareja? Las consecuencias pueden ser catastróficas o beneficiosas.