Capítulo XVII. De las garzas y del zarapico

Dijo el rey al filósofo: «Ya oí este ejemplo dame agora ejemplo de los dos aparceros que se fían uno de otro, cuando el uno es engañoso al otro y le tiene mala voluntad, y puna en haber mejoría en aquella cosa en que son aparceros y la quiere haber todo en su cabo, sin el otro aparcero». Dijo el filósofo: «Una de las cosas por que hombre bien estuerce y es salvo, es ser enviso; y una de las cosas por que es el hombre enviso es ser sospechoso del compañero fasta que sea bien cierto que le tiene buena voluntad. Y quien cuida bien de su aparcero no lo habiendo bien probado, no es bien seguro; ca la fianza y la gran creencia lo echó en gran pesar. Y la semejanza desto es el ejemplo de las garzas del zarapico». Dijo el rey: «¿Cómo fue eso?».

Dijo el filósofo: Dicen que cerca de la ribera de la mar había un piélago donde entraban muchos ríos, y era apartado de los pescadores, y no llegaba y hombre del mundo. Y nació y un cañaveral, y hiciéronse y muchos peces. Y las aves que solían venir a las riberas y a los piélagos y a las marismas no venían ni se allegaban a él, ni pescaban y pescado tiempo había; ca tenían sus nidos y sus hijos en la mar, y teníanse por abastados de lo que hallaban en el mar. Así que una ave que decían garza hubo sabiduría dél, y vido que era lugar muy apartado de la carrera de los pescadores y muy yermo, y hubo gran sabor de morar y, y de mudar ahí su nido. Y dijo en su corazón: «Cuando yo trajere mi nido y mi hembra a este lugar, excusaremos, con lo que aquí ha, de hacer embargo a las otras aves en el pescado del mar, y habremos este lugar por heredamiento para nos y para los que de nos vinieren, y ninguno otro no habrá a ello derecho, ca nos lo habremos más con derecho».

Y puso en su corazón de mudar su hembra y su nido para allí; y cuando fue tornado a la mar, dijo a su hembra lo que viera y lo que tenía en corazón de hacer. Y la hembra había puesto su nido en la ribera, en que tenía sus huevos, y era ya la sazón en que los debía sacar. Y había ella un zarapico mucho su amigo que ella mucho amaba, y sin él no veía placer, y a quien hacía parte en todas sus cosas. Y después que su marido hubo dicho su acuerdo a la mujer, pesóle mucho por se apartar del zarapico, y quiso que hubiese parte en aquel vicio, y guisó cómo le hiciese saber aquello que el marido y ella quería hacer, por que él guisase cómo se fuese con ellos para aquel lugar. Y dijo al marido: «Ya es tiempo que yo debo sacar mis pollos; y dijéronme una cosa que, haciendo gela al tiempo que han de salir, seremos seguros que les no acaecerá ocasión; y yo quiero ir buscar aquella melecina que dijeron, por llevar la conmigo al lugar que nos mudaremos». Y dijo el marido: «¿Y qué es?». Dijo la hembra: «Un pece de los peces de Fulana isla; ninguno no lo conoce si no yo. Pues échate sobre los huevos en mi lugar, mientras yo voy a aquel lugar». Dijo el marido. «No debe el hombre entendido enfiuzarse en cuanto los físicos dicen; ca a las veces dicen graves cosas y muy caras, que ninguno no puede haber, si no a gran peligro de sí; ca en algunas veces dicen que han menester unto de león y de otros vestíblos; y no debe el hombre entendido meterse a peligro por buscar león y vestíblo en ningún lugar para todo cuanto provecho ha en todos sus untos. Y tú no te faz fuerza de te ir a esa isla. Levemos nuestro nido así como está al lugar donde lo queremos levar; ca hay muchos peces y gran cañaveral, y es encubierto lugar, y muy apartado de las carreras. Y sepas que quien cree a los físicos en buscar las melecinas y se mete a peligro, no es seguro que le contesca lo que aconteció al simio que buscaba el celebro de la serpiente». Y dijo la hembra: «¿Y cómo fue eso?».

El simio y la medicina

Dijo el marido: Dicen que en una isla había un simio y estaba muy vicioso de fruta. Y acaeció que ensarneció, de guisa que se cuidó perder, y no podía buscar su vito, tanto era enflaquecido. Y pasó por ahí otro simio y díjole: «¿Por qué te veo en tal estado? ¿Qué te ha tornado tan magro y tan flaco?». Dijo el simio: «No sé por qué es, si no la ventura que me fue prometida; ca ninguno no puede huir ni excusar el juicio de Dios». Dijo el otro simio: «Yo conocí un simio a que conteció esto que a ti aconteció, y no halló melecina que lo guareciese fasta que le trajeron celebro de una serpiente negra, y hizo dello ungüento. Y si tú pudieres haber celebro de serpienta negra, ésta es tu melecina». Dijo el simio: «¿Y cómo podré yo haber celebro de serpienta negra? Ca yo no puedo haber mi vito destos árboles que son aquí cerca, si no cuando me dan limosna los vestíblos las bestias fieras con que me desvito; y si no por esto, muerto sería de la flaqueza y de la magrez».

Dijo el otro simio: «Yo oí un hombre encantador en Fulán lugar en esta isla, cerca de la cueva de una serpienta negra; y yo conozco y creo que la ha muerta. Y yo iré a la cueva, y entraré en ella, y si hallare la serpiente muerta, tomaré su celebro y aducir te lo he». Dijo el simio sarnoso: «Si pudiere ser, faz lo, ca me harás en ello gran merced, y habrás por ello buen galardón de Dios». Y fuese el simio, y llegó a la cueva, y era muy ancha, y vido el rastro de los encantadores, y no dudó que la serpiente era muerta, y desque fue adelante halló la serpienta viva, y saltó a él y tragólo.

«Y yo no te di este ejemplo si no por que sepas quel hombre entendido, maguer gran necesidad haya, no le conviene que meta su alma a peligro, buscando la melecina en los lugares donde se teme la enfermedad que nunca habrá melecina.» Dijo la hembra: «Entendido he lo que dijiste, mas no puede ser que yo no vaya a aquella isla, ca no has que temer en ir yo a aquel lugar, ca es pro de nuestros pollos, y guarda de toda ocasión». Dijo el marido: Pues que éste es tu acuerdo, no lo hagas saber a ninguno lo que tenemos en corazón de hacer, ca dicen los sabios: «Comienzo de todo bien es el buen entendimiento, y la señal del buen entendimiento es celar la puridad». Desí fuese la hembra al zarapico, que era en la mar buena pieza, y hizo le saber lo que tenía en corazón ella y su marido de mudar se en aquel piélago de aquellos peces y aquel cañaveral y aquel apartamiento en aquel lugar tan apartado y tan seguro. Y díjole: «Si pudieres guisar que seas y con nosotros, con consentimiento de mi marido y con su placer, hazlo». Y el zarapico hubo gran sabor de aquel lugar, y quiso ser cerca de la garza hembra por el amor que había entre ellos, y díjole: «¿Por qué demandaré yo licencia de tu marido para esto? Ca él no ha mayor derecho en aquel lugar que yo, que es piélago comunal a él y a todos, y tamaña parte habemos nos allí como él, o más. Y vete tú al piélago, y si es tan vicioso y tal como tú dices ir me he yo allá, y haré yo mi nido allí; y si tu marido contendiere conmigo, hacer le he yo entender que aquel lugar no lo ha por herencia de su patrimonio, ni ha mayor derecho a él ella que yo». Dijo la hembra: «Yo sé que es así como tú dices; empero quiero tu vecindad y tu solaz. Y si tú fueres allá contra voluntad de mi marido y a su pesar, temo que nacerá entre nos enemistad y mal querencia, y turbar se ha la pura amistad y el puro amor que te cuido haber, y la alegría tornar se ha en tristeza, y en vez de amor habremos aborrencia y desamor».

Dijo el zarapico: «Verdad dices, en cuanto a mí parece; mas ¿cómo guisaremos que le plega a él, y que él mande que haya yo un nido en aquel piélago?». Dijo la hembra: Yo te diré cómo hagas. Vete para mi marido y dile, así como que no sabes que él se quiere mudar en aquel lugar: «Yo pasé por un piélago en tal lugar donde hay muchos peces y muy apartado de los hombres y de las aves, y quiero allá mudar mi nido. ¿Quieres te ir allá conmigo? Ca es tal lugar que con lo que ahí está excusaremos de hacer embargo a las otras aves en los otros peces de la mar». Y decir te ha él que ante fue él allá que tú, que él se quiere mudar allá. Y cuando él te dijere aquesto, dile tú: «Pues que así es, mayor derecho has tú en lo haber que yo; empero si tú quisieres, moraré yo contigo y seré tu vecino, y habré un nido cerca de ti; ca fío por Dios que no habrás de mí daño, mas habrás solaz y esfuerzo en mí». Y hízolo así el zarapico, y fuese contra el marido. Y fuese la hembra y pescó un pece y levólo al marido, y díjole: «Éste es el pece de los peces que nos dijeron para melecinar nuestros pollos».

Y en llegando al marido halló y al zarapico, que le había ya otorgado lo que le rogara. Y hizo muestra la hembra que le pesara, por toller de sí la mala sospecha de su marido. Dijo la hembra: «Nos no hubimos sabor de aquel lugar, si no por que es apartado de las aves. Y si tú faces ahí parte al zarapico, temo que vernán ahí muchas aves otras y habrán ahí parte conozco, y sabes que lo más por que dejamos aquel lugar nuestro y nos mudamos ende, no es así si no por huir de su compañía». Y dijo el marido: «Bien entiendo lo que dices; mas fío por el zarapico que habremos en su vecindad esfuerzo y solaz, y ayuda contra otros; ca nos no somos seguros de las aves de la mar que no nos contrallen este lugar y nos lo embarguen, y no es mal haber al hombre ayuda y amigos de quien fíe. Ca no debemos ser engañados en la fuerza y valentía que habemos más que las otras aves; ca por aventura los flacos, cuando se ayudan, pueden con el fuerte y con el valiente, así como pudieron los gatos con el lobo». Y dijo la hembra «¿Y cómo fue eso?».

Los gatos y el lobo

Dijo el marido: Dicen que en una ribera de la mar había muchos lobos. Y había entre ellos uno que era más fuerte y más lozano y más glotón, y que menos se tenía por pagado de su estado. Y salió un día a venar por haber mejoría de los otros, y llegó a un monte donde había muchos vestíblos y muchas bestias salvajes, y no habían salida ni carrera para otro lugar, y yacían y encerrados comiendo de aquellas yerbas y de aquellas frutas, y haciendo sus hijos. Y cuando vido el lobo que no había otra salida, fue cierto que sería muy vicioso y abundado, y moró y un tiempo. Y había en aquel monte muchos gatos, y eran fechos a comer las carnes de aquellas bestias, y habían un rey de sí.

Y ellos cuando veían que tamaño daño recibían por la vecinidad del lobo, ayuntáronse y aconsejáronse en que manera holgarían de aquel lobo. Y había en aquellos gatos tres que habían mejoría de todos los otros y con quien se aconsejaban todos los otros. Y dijo el rey al primero dellos: «¿Qué parece que debemos hacer a este lobo que nos ha fecho tan gran daño en nuestro vito?». Y dijo el gato: «No veo ál por bien si no sufrir y ser pagados de lo que la ventura hace; ca no podríamos lidiar». Dijo el rey al segundo: «¿Qué consejo nos das tú?». Dijo el gato: «Tengo por bien que nos mudásemos deste monte y buscásemos otro, y quizá hallar lo híamos tan vicioso; ca si nos tuviésemos por pagados con el relieve de la caza del lobo, haremos muy estrecha vida y pereceremos de hambre». Dijo el rey al tercero: «Y tú, ¿qué tienes por consejo?». Dijo: «Otra cosa». Dijo el rey: «¿Y qué es?». Dijo: «No tengo por consejo dejar nuestros lugares, ni tener nos por pagados deste estado en que vivimos, mientras que hubiéremos esperanza de ser más abundados, ni otrosí sufrir lo en que vivimos, ni huir; mas tengo por seso y por consejo, si me tú quisieres creer, y los que contigo son, una cosa, por que fío en Dios que venceremos nuestro enemigo y tornaremos al mejor estado que nunca fuimos». Y dijo el rey: «¿Qué consejo es?».

Dijo él: «Tengo por consejo que paremos mientes al lobo, cuando cazare alguna bestia y la llevare por comer la, que lo sigamos tú y yo contigo, y pieza de los gatos que son conocidos por fuertes y valientes y esforzados, sufridores, atrevidos, así como que imos buscar la relieve de lo que él come, ca es muy seguro de nos, y será engarrado de nos. Y cuando fuéremos cerca dél, saltaré yo en sus ojos, y quebrantar gelos he con mis uñas. Desí saltarán cada uno de los otros gatos, y pensarán del lugar do trabaren, y no nos quitemos dél fasta que lo dejemos muerto; ca maguer que alguno de nos se pierda, el rey y los otros que quedaren cobro habrán de nos, Sol que huelguen deste lobo». Y hicieron lo así. Y en venando el lobo una bestia por comerla, y llegando la a una ribera saltó en él aquel que diera el consejo al rey, y quebrantó le los ojos con las uñas y cególo. Desí saltó en él el rey y túvole la cola, con los dientes, y llegáronse cada uno de los otros y echaron mano dél, y no lo dejaron ni se partieron dél fasta que lo dejaron muerto.

«Y yo no te di este ejemplo si no por que sepas que en la vecindad del zarapico habremos solaz y pro y esfuerzo.» Y plugo a la hembra, como placía a su marido, la morada del zarapico con ellos. Y mudáronse las garzas y el zarapico a aquel lugar. Y hicieron ahí sus nidos. Y apartóse el zarapico con su nido del nido de las garzas, y hubieron gran sabor de aquel apartamiento en que eran, y mostrábanse unos a otros muy grande amor y gran solaz y gran honra; empero el amor que era de la hembra al zarapico era más verdadero y más firme, que no entre el zarapico y el marido, y fiaban unos por otros por el amor antiguo.

Desí acaeció que se secó un río de los que caían en aquel piélago, y apocóse el pescado. Y el zarapico dijo en su corazón: «Maguer que es gran deudo de guardar hombre los amigos y de amarlos, mayor derecho ha de guardar a sí mismo; ca dicen que quien así mismo no es leal, menos lo será a otro. Y quien no para mientes en sí, y no está presto antes que las ocasiones le vengan, cercar le pueden por ventura tantos de perdimientos que no se podrá dellos amparar. Y estas dos garzas que han conmigo aparcería en este piélago hacen me daño, en los peces, tanto que quizá con cuita habréme de tornar, como de cabo, a la mar; y yo só pagado deste lugar, y seráme fuerte cosa de me partir dél, pues es convenible; onde no veo más fuera matarlas, y holgaré sin ellas, y hincaré en este piélago sin aparcero y sin contendor; mas comenzaré primero en el marido, y guisar lo he con su hembra, ca ella es de flaco seso y fíase mucho en mí y créese por mí, y desque él muerto fuere, ligera cosa es de matar a ella; tanto fía por mí». Desí vénose el zarapico y la hembra muy cuidoso y muy triste, y dijo la hembra: «¿Qué has, porqué estás triste, mío amigo?». Dijo el zarapico: «Estó triste por las tribulaciones que corren en este mundo. ¿Viste nunca ninguno que estorciese de los pensamientos del mundo y de las mal andancias deste siglo, en sí o en sus amigos, y viste a alguno que esté a miedo que durase en alegría o en vicio porque hubiese de durar años?». Dijo la hembra: «Gran cosa es ésa por que tú estás triste». Dijo el zarapico: «Así es como tú dices, y no es por ál, si no por ti; mas si tú me creyeres y hicieres lo que yo dijere, por ventura desviaremos el mal que cuido y temo que te ha de acontecer». Dijo la hembra: «¿Y qué es?».

Dijo el zarapico: «Maguer que nos seamos de sendos linajes, es tanto de amor que puso Dios entre nos, y tanto solaz, que es más que si fuésemos parientes caronales. Y en el parentesco acaece a las veces tamaña enemistad y tamaña malquerencia, que es mayor daño que el espada tajante y el tósico mortal. Y dicen: “Quien no ha hermano no ha enemigo, y quien no ha parientes no le ha ninguno envidia”. Y yo quiero te hacer un poco de pesar por tu provecho, por mejorar tu estado, como quiera que lo tengas por fuerte cosa y por muy desaguisada; mas pienso en lo que me lo hace decir. Y pienso en que las venturas que vienen a las criaturas en este mundo hacen más que esto; onde quien es certero de la ventura desampárase a los mandamientos de Dios, y huelga. Y escúchame y guíate por mí, y no me demandes la razón de lo que te yo mandare hacer, fasta que sea acabado».

Dijo la hembra: «Tanto miedo me has puesto y tan gran espanto, que cuido que me sumirá la tierra. Y só placentera de perder mi alma por ti; ca dicen que quien su alma no desampara por su amigo para que le ayude a las cuitas, este tal, según Dios, es engañoso y falso». Dijo el zarapico: «Aconséjote que guises en como mates a tu marido, y holgarás dél; ca en matarlo será tu gran pro, y librarás a ti y a mí de una tentación que he pavor que nos averná, según que yo he barruntado en él, que nos tiene encubierta. Onde no me quieras preguntar nada, salvo hacer lo que te aconsejo. Sepas que si no fuese por la gran pro que y ha, no me atrevería yo a tan gran cosa. Y bien te haría yo saber la razón por que te dé yo este consejo, si tú hubieses acabado lo que te yo mando hacer. Y yo te buscaré después un marido de mis amigos los garzos, y escogerte he el que yo por mejor pudiere, y el que más hace por mí, y el que de mejor voluntad vivirá conozco en este piélago, y te guardará y te honrará por mi amor. Y tú eres muy sesuda y muy buena; y sepas que si tú no faces lo que te digo y no me creyeres, acaecer te ha lo que acaeció al mur que no quiso creer al gato que le consejaba lealmente». Dijo la garza: «¿Y cómo fue eso?».

El ratón y el gato

Dijo el zarapico: Dicen que en una tierra había un religioso en una choza, y eran los hombres muy pagados de aquella choza y de le dar de sus comeres. Y habían y muchos mures que le venían a comer su vito, y hubo el religioso un gato, y atólo en la choza por amortarlos y por matarlos dende. Y entre aquellos mures había un mur que era muy grande y muy fuerte, y más atrevido que todos, y cuando vido al religioso atar el gato en la choza, sopo que haría y él mal de morar con el gato, y llamólo y díjole: «Yo sé bien que el religioso no te tiene si no por matar a mí y a mis compañeros, y yo amo tu compañía y tu solaz y quiero haber tu amor por ser seguro de ti y de tu artería. Y moraré aquí con placer de ti, y prométote que te no encubra mi buen consejo ni el pro que te pueda hacer». Dijo el gato: «Bien entiendo lo que dices, y por que tú hubiste sabor de mi amistad, yo te hago tal pleito que te yo no busque mal; empero no te quiero prometer lo que te no podré tener, ca el religioso me hizo fiel de su choza, y me compró por desmanar el daño que le hacías, tú y tus compañeros, y yo nunca le seré traidor, contra lo que cree de mí. Onde es menester que busques por donde salgas a los campos o a otra morada de las que son aquí enderredor, si tú quisieres que sea yo tu amigo, ca ser lo he en otro lugar. Y si así no lo hicieres, no habrás de mí homenaje ni seguranza, ca yo no podré estar que lealmente no sirva a mi señor en lo que me puso por guardar». Dijo el mur: «Yo te comencé a rogar y pedir por merced, y tú debes recibir mi ruego, y no quieras que vaya sin tu amor».

Dijo el gato: «Derecho es que yo reciba tu ruego, y hacer lo que tú quisieres; mas ¿en cuál guisa lo haré? Ca vos todos los mures vos ayuntades contra mi señor, y él es muy sañudo contra todos vosotros; y si yo no le fuere leal en vos matar, temo que me matará. Onde te apercibo, y te aconsejo que te mudes desta casa, salvo y seguro para donde quisieres, y dote plazo de tres días a que busques buen lugar en que te acojas y donde mores. Y yo ir te ver y requerir, y mostrar te he mi amor más que tú me pediste». Dijo el mur: «Fuerte cosa es dejar el hombre su lugar; mas estarme he yo en mi forado, y guardar me he de ti cuanto pudiere». Y cuando fue otro día salió el mur del forado para buscar su vianda, y vido lo el gato, y no se le movió por no le falsar el plazo que le diera, y fue en esto el mur engañado, y salió muchas veces. Y cuando el tercero día fue pasado, estando el gato en celada, salió el mur a andar por la casa, y saltó el gato en él y matólo.

Y yo no te di este ejemplo si no por que sepas que el hombre entendido no debe refertar la palabra de su amigo leal, ni tener por dura la palabra del castigador; ca dicen que tal es la palabra del leal amigo, en cuanto la ha por dura el consejado, como la melecina amarga que tuelle al cuerpo la mala enfermedad. Y tú guárdate y no seas engañada en el amor que te muestra tu marido; ca si lo matares verás luego la holgura manifiestamente y habrías mejor marido con que mejor placer hubieses. Y cuando oyó la hembra lo que le dijo el zarapico, hubo muy gran pavor; empero prísole gana del marido nuevo que le prometiera, y dijo: «Entendido he lo que tú dijiste, y no te sospecho en nada, y lo que tengo en corazón de amor contra ti me muestra el amor que tú me has, ca yo sé bien que tú no me aconsejarías tan desabridamente y tan esquiva si no con amor y con lealtad que me has. Y si fuese esto que me consejas cosa tal de que hubieses mayor pro de ti solo sin mí, debíalo hacer por tu amor y seguirme en tu voluntad, cuanto más seyendo cosa en que yo he parte. Mas ¿con qué guisa podré yo matar a mi marido y con qué podré con él?».

Dijo el zarapico: «Yo te mostraré una arte tal, que si la hicieres recaudarás lo que quisieres». Y dijo la hembra: «¿Cuál es?». Dijo el zarapico: «Yo sé en Fulán lugar un piélago do hay muchos peces, y andan ahí muchos pescadores. Y cuando pescan algún pece grande toman una estaca y espetan lo en ella desde la cabeza fasta la cola. Y tú vete a aquel lugar, y toma uno de aquellos peces que así vieres, y tráelo al marido y dágelo a tragar, y cuando lo tragare, atravesar se le ha el estaca en la garganta y morrá». Y hizo la hembra cuanto le aconsejó el zarapico, y voló y fuese allí donde los pescadores andaban, y tomó un pece de aquellos espetados, y adujo gelo y puso lo cerca del maslo su marido. Y él tragólo, y rompióle el palo la garganta, y murió. Y fincaron el zarapico y la hembra en uno algunos días, y él mostrábale grande amor y hacíale grande honra.

Desí demandó ella al zarapico el marido que le prometiera, y él voló y fuese a un árbol que era y cerca, y halló un lobo cerval que buscaba qué comiese, y llamólo y díjole: «Cuitado, ¿qué has y qué es lo que quieres?». Dijo el lobo: «Busco de comer». Dijo el zarapico: «Yo he una amiga de las garzas, la más gorda que ser puede, y quiero la engañar de guisa que te la traiga a la cueva, ca es de Fulán lugar. Pues vete a aquella cueva y estáte y en celada, y cuando llegare la garza allá, salta en ella y mátala». Y hizo así el lobo cerval, y fuese para la cueva y metióse en celada.

Y tornóse el zarapico a la hembra y díjole: «Fue a un garzo que es mucho mi amigo en Fulán lugar, y díjele de ti cuán hermosa eres, y cuán enseñada, y cuán cumplida, y del amor que has conmigo, y del lugar en que somos, y de cómo has menester marido; y rogóme que te llevase a él, que te quería ver. Y vayamos para él». Y ella acordóse con él, y volaron amos y llegaron a aquel lugar. Y dijo el zarapico a la hembra: «En aquella cueva yace, y si agora no es ahí, luego verná». Y ella, con deseo del marido, fuese luego para aquel lugar. Y el lobo que yacía en celada saltó en ella detrás de una peña do estaba, y levóla en la boca y matóla.

Y este es el ejemplo del que se fía por el aparcero falso, que se no debe fiar, cómo perece.