Dijo el rey al filósofo: «Ya entendí este ejemplo. Dame agora ejemplo del hombre que da consejo a otro y no lo da a sí mismo». Dijo el filósofo: «Este ejemplo es tal como el de la paloma y de la gulpeja y del alcaraván». Dijo el rey: «¿Y cómo fue eso?».
Dijo el filósofo: Dicen que una paloma sacaba palomillos de un su nido que había en una palma muy alta, y la paloma, para mudar su nido allí, había gran trabajo; tanto era de alto. Y cuando ponía sus huevos sacábalos, y desque los tenía sacados veníase una gulpeja a ella, que la solía requerir a la sazón que salían y que andaban ya sus palominos y parábase a la raíz de la palma, y daba voces amenazando la que subiría a ella si le no echaba los palominos. Y ella echaba gelos con gran miedo que había, por amor de vivir; ca le decía que si no gelos echase que subiría y que comería a ellos y a ella.
Y estando ella así un día y sus palominos, eguados, asomó un alcaraván y posó en la palma, y vido la paloma estar muy triste y muy cuitada, y díjole: «¿Por qué estás demudada?». Dijo ella: «Ha me deparado mi ventura una gulpeja, y Sol que sabe que mis palominos son criados, viéneme amenazar y a dar voces a la raíz desta palma, y yo con miedo echo gelos». Y dijo el alcaraván: «Cuando viniere a hacer lo que dices, dile tú: “No te echaré mis hijos, si no que subas por ellos y que los comas, y si no yo te echaré ninguno”». Y desque le hubo aconsejado el alcaraván esta arte, voló y asentó ribera de un río. Y la gulpeja vino a la paloma como solía hacer, y paróse a raíz de la palma y dio voces y gritos, y amenazaba como solía hacer. Y la paloma respondióle y díjole lo que el alcaraván le enseñara.
Y díjole la gulpeja: «¿Quién fue el que te dijo esto?». Dijo la paloma: «El alcaraván me lo dijo, que está a la ribera del río».
Y la raposa fue a buscar lo y hallólo parado en pies, y díjole: «Dios te salve, amigo. ¿Qué faces aquí? ¿Sabes por qué te vine a buscar? Porque me dijeron que sabes muchos bienes para se guardar home de los accidentes de los aires del cielo, y vine a ti por decoger algún bien de ti». Y dijo el alcaraván: «¿Y qué quieres saber de mí?». Dijo la gulpeja: «Cuando has frío a los pies, ¿qué es lo que faces?». Dijo el alcaraván: «Alzo el un pie y métolo así a carona de mi vientre; y cuando aquél es caliente, alzo el otro y quito aquél, y súfrome desta guisa». Y díjole: «Cuando el viento te da del diestro, ¿qué faces y dónde pones la cabeza?». Dijo el alcaraván: «Póngola al siniestro». «¿Y cuando te da del siniestro?» Dijo: «Póngola al diestro».
Dijo la gulpeja: «Y cuando te da el viento de todas partes, ¿dónde la pones?». Dijo el alcaraván: «Póngola so mi ala». Dijo ella: «¿Y cómo la puedes poner so tu ala, ca no me parece que se podrá hacer?». Dijo él: «Por Dios, muy bien». Dijo la gulpeja: «Pues demuéstrame cómo faces, ca en verdad gran mejoría habedes las aves sobre nos, ca sabedes en una hora lo que nos no sabemos en un año, y aun metedes vuestras cabezas so vuestras alas por viento y por frío. Pues muestra me cómo hacer». Y metió el alcaraván su cabeza so su ala, y dio salto en él la gulpeja y matólo. Y díjole: «Enemigo de Dios; mostraste carrera como te matasen, y diste consejo a la paloma para que estorciese de la cuita en que estaba».
En este calló el rey. Y dijo el filósofo: «Señor, hayas poder sobre las mares, y déte Dios, mucho bien con alegría, y goce tu pueblo contigo, y hayas buena ventura; ca en ti es acabado el saber y el seso y el sufrimiento y la mesura y el tu perfecto entendimiento. Ca en tu consejo no ha halla, ni en tu dicho yerro ni tacha, y has ayuntado en ti fuerza y mansedumbre; así que en la fid no eres hallado cobarde ni en las prisas no eres aquejado. Y yo te he departido y glosado y explanado las cosas, y te he dado respuesta de cuanto me preguntasteis, y por ti loé mi consejo y mi saber en cumplir lo que debía, y el derecho que debo con buena memoria de ti, trabajando mío entendimiento en el consejo y en el castigo leal y en el sermón que te dije». Aquí se acaba el libro de Calila y Dimna, y fue sacado del arábigo en latín y romanzado por mandado, del infante don Alfonso, hijo del muy noble rey don Fernando, en la era de mil y doscientos y noventa y nueve años.
El libro es acabado. Dios sea siempre loado.
Fin