El Diablillo y Yo
Juan Martínez Asensio
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©Juan Martínez Asensio 2017
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ISBN: 9781090874153
Manos Que Dan Publicaciones
C/Romero 18
Código Postal 04850 Cantoria, Almería (Spain)
Primera Edición:
Jueves Día 14 de Febrero de 2019
Teléfono de contacto: 600888873
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CUERPO Y ESPÍRITU
Si de piojos vestido marcha Cristo,
Con su túnica rancia de amarillo,
De la historia real me maravillo,
Y de pura osadía yo me visto.
Con larga barba y ojos de ministro,
Con millones de huéspedes con brillo,
Un piojo puede ser un librillo,
El cuerpo sin lavar de Jesucristo.
Si nunca se lavó, nunca se lava,
Porque Dios no se lava por ser Dios,
Ni tiene por qué hacerlo si no puede.
Con espíritu siempre se mostraba,
Cuerpo y espíritu son más bien dos,
Uno no puede oler y el otro hiede.
II
-Pedro, quítame de la barba piojos,
Porque tengo la barba por piojera
Que se extiende cual verde primavera,
Por mi cuerpo, mis manos y mis ojos.
-Señor, tienes bastantes puntos rojos
La túnica cuajada y tan entera,
Que mil dedos, por ti, sólo quisiera,
Para quitarme por ti mis enojos.
Porque verte rascarte sin demora,
Sin hacer el milagro de lavarte
Como a la eternidad lava la hora,
Es matar piojos sin poder salvarte
De una multitud grande que devora
La ayuda que te presto al ayudarte.
III
Camino polvorientos de sudores,
Largas túnicas y barbas pobladas,
Ágiles dedos que van con miradas,
Buscando diminutos pobladores.
Polvo, cansancio, sudor y picores,
Las muchedumbres van abandonadas,
Fuertemente vencidas y atacadas
Por el viento, el temor y los dolores.
Detrás de Cristo van con la esperanza
De escuchar el mensaje salvador
Que por la luz del cielo siempre avanza.
Siempre sobra deseo y falta amor,
Y querer ser es sueño que se lanza
Al cuento curandero del dolor.
IV
Maestro, dime si puedo yo ver
El mundo de tu mundo miserable,
Y si mi interior puede que me hable
Para que sin el yo pueda querer.
Porque ser para ser no puede ser,
Y no ser es un ser insoportable,
Por eso llorar es recomendable
Para cambiar el dolor por placer.
Tanto abandono en abandono tanto,
Tanto estiércol de amor hacen el llanto,
Y la segura muerte es sepultura.
Sepultura viviente del deseo,
Huelo el mal olor, en la flor no creo,
La enseñanza es el fin ¡Cosa segura!
V
Pensar con pensamiento salvador,
Viendo lo que no existe, ¡Ay, existiendo!
Ignorancia sin ver siempre está viendo,
Viendo el salvador cielo del error.
¡Ay, Padre Celestial, qué resplandor…!
Resplandece el ser porque está creyendo,
Porque engaño sentido está teniendo
Como sabiduría del amor.
Y en trance como pájaro que vuela,
Descubre el árbol de la salvación
Y al posarse descubre la calavera.
El sol de la creencia es una vela,
Un pedazo de carne el corazón,
Y polvo de los vientos lo que muera.
VI
Debajo de un olivo meditando
El Hijo del hombre no comprendía
Que de eternidad juicio no tenía
Aunque con juicio eterno iba pensando.
Pero si como un dios se iba tratando
Y, como Dios a Dios más entendía,
Le sobraba el ser de sabiduría
Porque un ser infinito iba mostrando.
Seguro de ser Dios a Dios negaba,
Porque Dios no existía realmente
Y realidad y mito le quitaba.
Quiso sufrir y hacerse más doliente
Que el mismo dolor que lo abandona
A la nada del cielo eternamente.
VII
Milagro hecho de un cuento bien contado,
Donde el ciego ve el cuento tan bien hecho,
Que tan sólo el milagro es un derecho
Para un ser moribundo atormentado.
Y el ciego ve la luz que han levantado
Y se ilumina de luz en lo estrecho
Y sintiendo en el fondo de su pecho
La mirada de amor de lo soñado.
Y lo estrecho se agranda al infinito,
Porque el sueño soñando mata al grito
Deseando soñar más liberado.
El ciego ve, pero, ¡Ay, el pobre ciego!
Después de ver… ¿qué verá el pobre luego?
¡Ni sueño, ni amor, ni vida en lo amado!
VIII
Este niño, Señor, hoy ha nacido,
De una célula nace el alimento
Del tiempo, y, tendrá todo el pensamiento
Puesto en alimentar al que lo ha traído.
Así es el juego de todo el sentido,
No basta con tener más sentimiento,
Buscar para la célula el sustento
Es la ley y la trampa lo vivido.
Porque Dios es la célula viviente
Que ordena, manda y hasta planifica
Con exactitud todo lo ordenado.
Es verdad, cierto, porque verdad siente,
Se desarrolla porque más se explica
La necesidad de lo alimentado.
INDICE DEL LIBRO:
Primer Milagro Pecado págs. 12—19
Segundo Milagro Pecado págs. 19—31
El muerto: (Resurrección a través del Mal aliento)
Tercer Milagro Pecado págs. 31—46
La Expulsión del Diablillo
Cuarto Milagro Pecado págs. 46—59
La resurrección de Lázaro
Quinto Milagro Pecado págs.59—68
La falsa tentación del diablo
Sexto Milagro Pecado págs. 68—74
La resurrección de la vidente
Séptimo Milagro Pecado págs. 74—83
La falsa resurrección de Cristo
PRIMER MILAGRO PECADO
He tenido un sueño padre… Una nube de polvo me traía el habla. El camino estaba sembrado de sonidos. Yo estaba sentado como una estatua ante el silencio. El camino se perdía en una voz misteriosa que empezó a quitarme el peso aplastante de lo silencioso.
Un pastor pasó con su rebaño. Los perros me ladraban y no los oía, me imaginaba e inventaba sus ladridos pero solamente me salía de la boca el sonido desesperado que se apodera del corazón angustiado de los que no podemos hablar.
Me tendí en medio del camino como tienden en el sepulcro al muerto. Mis ojos contemplaban asombrados el espacio, el sol reluciente de un caluroso día de verano. En los olivos cantaban las cigarras del alma. No sabía cómo cantaban pero sabía que cantaban, no tenía oídos para escuchar aunque los tuviera.
Tendido en el camino de la esperanza y de la resurrección, besé el polvo del suelo con sumo amor, como besa la vida la cercanía de la muerte para que la muerte la libere de la impotencia de no ser y del sufrimiento de vivir condenado al silencio más absoluto. Besando el polvo del camino recordé cómo mi pobre madre, vecina de Betania, me llevo más de una vez al templo de los sacerdotes esperando que Jehová hiciera un milagro.
—¡Oh, Jehová, Dios nuestro, haz un milagro con mi pequeño José, mira que tiene siete años y no puede hablar ni escuchar nada, su padre todos los meses te sacrifica un cordero y en tu nombre la grasa se eleva con el humo para que respires la ofrenda!
Mi madre, como nadie, como todas las madres buenas del mundo hablaría de tal manera, yo, me inventaba sus ruegos y me quedaba con sus súplicas, y la escuchaba sin poder escucharla y ahí empieza verdaderamente el milagro entre la madre que habla y el hijo que la escucha con la ansiedad del milagro.
—¡Ay, mi pobre hijo! Antes de morirme quisiera escuchar tu voz, es mi único deseo, el único deseo que tengo en este mundo.
Mis padres eran pastores. Y milagrosamente escuchaba el ladrido de los perros y el balar de las ovejas. Mis cuatro hermanos me llevaban con ellos de pastoreo aunque mis padres no querían que hiciera nada debido a la condición de sordomudo.
—José, abre la boca y grita, me decían.
Y yo como un tonto, como un desesperado, abría la boca más grande del mundo y gritaba, ellos escuchaban mi desesperación y yo escuchaba lo que imaginaba que estaban diciendo.
Mis hermanos se reían a carcajadas y aquello me dolía, las lágrimas me brotaban de los ojos como brota el agua de las nubes y, entonces, solamente entonces, mis cuatro hermanos se abrazaban a mi y lloraban conmigo mi tragedia.
Las ovejas como si de una gran familia se tratase nos miraban atónitas y deseaban también hablar. La llanura se extendía hasta la montaña. Aquel año, el pasto era escaso, había llovido muy poco y la tierra semidesierta también estaba de plegarias.
Pasó el tiempo…
Acababa de cumplir doce años. Para mi edad era alto y erguido y bien apuesto. Mis ojos eran grandes, de verde oliva, mi cabello negro y rizado, casi siempre estaba triste, un tanto inquieto por la mala suerte que me había deparado el destino.
—José, me dijo un día mi madre, te voy a llevar a una mujer santa que hay en Palestina, ella adivina el futuro y nos dirá lo que va a suceder contigo.
—Si madre, le contesté en el silencio más profundo, vayamos a verla, que la esperanza es lo último que muere y yo quiero morirme después de la esperanza.
Cierto día salimos de madrugada mi madre y yo. El asno que nos llevaba era muy fuerte porque estaba bien alimentado.
Tres días tardamos en llegar a aquella olvidada aldea que se hallaba en medio de un barranco donde crecían las más esbeltas y olorosas flores silvestres, un pequeño riachuelo le daba a aquel paisaje un cierto aspecto de paraíso olvidado.
La mujer santa vivía en una cueva ricamente adornada por una diversidad de tapices de diferentes épocas y países.
La puerta de la cueva estaba abierta y al entrar vi toda, esa tapicería de la cual he hablado.
—¿Hay alguien?, preguntó mi madre.
—Ahora mismo salgo, respondió una voz.
Estuvimos esperando un cierto tiempo. En un rincón había una calavera y sobre la calavera un pájaro negro que nunca anteriormente había visto. El pájaro al vernos empezó a hablar, un tanto molesto por nuestra entrada.
—Isabel, hay visita, hay visita, visita visita, uuuaaaggg….
—Ya voy, respondió nuevamente Isabel.
Supimos que la dueña del lugar se llamaba Isabel por aquel extraño y confuso pajarraco, que nos miraba como a ratas, dispuesto a comernos en cualquier momento.
—Isabel, visita, ladrones, socorro.
Finalmente salió una vieja encorvada, más vieja y pálida que todas las viejas del mundo y cogiendo al pájaro lo echó a volar para fuera.
—Vamos, sal de la cueva y búscate la vida que tengo trabajo.
—Isabel, Isabel, protestó el pájaro saliendo de la cueva.
—Es un cuervo, dijo Isabel, es mi fiel amigo, yo lo enseñé a hablar, y ha resultado ser muy inteligente.
La cueva estaba alumbrada con antorchas. Donde estábamos había una especie de mesa de piedra. Los asientos eran de mármol y encima de ellos había unas mantas para suavizar un tanto la dureza del mismo.
—Me llamo María, dijo mi madre presentándose, venimos de Betania, hemos hecho un largo viaje para verte, este es mi hijo José.
—Ah, sí, dijo Isabel, este es el sordomudo que he visto anoche en mis sueños, tiene doce años, y pronto hablará.
Mi madre se quedó como la mesa de piedra, asombrada y sorprendida, ¿cómo sabía aquella mujer vieja y de aspecto insignificante que yo era sordomudo y que pronto empezaría a hablar?
—Isabel, te daré la mitad de mi rebaño si me curas a mi hijo.
—María, yo no hago milagros, yo veo, observo, sé y aprendo. Mis poderes no son de curar, no soy ninguna curandera. Pero el que no se lava, el que nunca se ha lavado ni nunca se lavará, ese sí tiene encima de él, el poder de curar. Su padre es el que no se puede lavar, porque un espíritu por muy dios que sea no necesita agua para lavarse porque es inmaterial y solamente la materia es la que se lava.
La vieja hablaba con cierta maestría y poseía el don natural del embrujamiento. Mi madre quedó a sus pies, esperando que el tan ansiado milagro se realizara.
—¡La mitad de mi rebaño te doy!
—¡No quiero nada de ti… solamente quiero el silencio de tu hijo para poder reposar en él, porque el ruido que hay en mi alma y las pesadillas no me dejan descansar tranquila!
—Si le das el habla, quédate con su silencio que bastante silencio ya he soportado.
La vieja me miró de una forma extraña y creí ver un monstruo reflejado en el fondo de su alma. Asió la calavera y esta se alumbró de repente como una pantalla llenándose la luz de seres diminutos como ratoncillos.
—Este es Jesús y los otros son los doce Apóstoles. Acaba de resucitar a Lázaro en una aldea de Betania, su poder es parasitario, id en busca suya, el destino os llevará a su camino, es fácilmente reconocible, ojos de color de miel, barba larga y descuidada y un camisón rancio y amarillento. Nunca se lavó ni nunca se lavará, le sucede lo mismo que a su padre, el padre es el espíritu y Jesús el cuerpo. Huele hasta el infinito pero nadie corre de él porque en estos tiempos el cerdo huele menos que el hombre. ¿Vosotros os laváis a menudo?
—De tarde en tarde, contestó mi madre.
—¿Cuánto tiempo hace que no os habéis lavado?
—¡Más de un año!
—Cerca de dos mil años tardarán los hombres en asearse y en quitarse la miseria del cuerpo, este es el verdadero paraíso de los piojos y no de los hombres.
Al mentar los piojos mi madre y la vieja empezaron a rascarse y yo contagiado por tanta rascadura empecé a hacerlo también.
Mirad todos los tiempos del mundo, el ser y el no ser de la historia, el devenir de la humanidad, las luchas sociales, religiosas, la decadencia de la especie humana, un mar de creencias y de caminos equivocados, de cuentos llenos de utopía. Aquí en esta calavera está la respuesta de tanta miseria y grandiosidad. Aquí ya pasó la historia de la iglesia de Cristo, la guerra santa de los fieles de Mahoma, todos los tiempos están encerrados en esta calavera y a través de ella puedo ver los tres tiempos de la quimera existencial.
Mirad Napoleón a caballo en la batalla d’Arcole, la caída del comunismo, la lucha de las civilizaciones, el hundimiento del sueño del hombre y el caos reinando por encima del orden universal. Dios es un reflejo de la mente humana y el que no se lava será crucificado y no resucitará.
—¿Quién es el que no se lava?, preguntó mi madre viendo la pantalla de todos los tiempos del mundo: ¿Jesús de Nazaret?
—¡Jesús de Nazaret! – Respondió la vieja.
—¡El Mesías!
Nos despedimos de la vieja a la entrada de la cueva. El pájaro volvía con cierta prisa gritando.
—Ladrones, ladrones, socorro, socorro, se están llevando el secreto de Isabel.
—Cállate Atila, dijo la anciana, sabiendo antes de tiempo todo el devenir de la historia como si ella estuviera viviendo fuera del tiempo o dentro de todos los tiempos.
Después de ir subidos sobre el burro durante mucho tiempo, vimos delante de nosotros una muchedumbre sentada ante ciertos hombres barbudos que no dejaban de decir:
—Silencio, callaos, el maestro os va a hablar:
En el llamado maestro reconocimos en seguida a Jesús, al que no se lava, al que nunca se ha lavado ni nunca se lavará.
Mi madre en medio de la muchedumbre quiso acercarse a él pero la muchedumbre se lo impedía diciendo: siéntate mujer.
Mi madre finalmente se sentó y yo me senté a su lado.
—De verdad os digo, dijo el llamado Jesús, que mi reino no es de este mundo, Pedro, dijo Jesús en voz baja, quítame otro piojo de la barba y repártelo entre los que me están escuchando
—Sí señor, dijo Pedro, con este ya van cuatro mil.
De verdad os digo, prosiguió Jesús, que el ciego de corazón no verá el reino de los cielos, abrid vuestro corazón al prójimo para que mi padre os vea y os lave de toda culpa porque el verdadero baño está en el fuego del espíritu.
—Señor, dijo mi madre, yo creo en ti, haz que mi hijo hable, es sordomudo, haz que mi hijo pueda oírte.
—Buena mujer, tráeme a tu hijo.
—¡Aquí está señor!
—Pedro, quítame el camisón que llevo pegado al cuerpo como una segunda piel, en él están reflejados mis milagros.
—Señor, dijo Pedro tirando, no puedo, está demasiado pegado a tu cuerpo y se puede romper.
—Antes se romperán mis huesos que la túnica sagrada que en el futuro más próximo tendrá el Vaticano y estudiarán los científicos más afamados dejando el calco más exacto de mi cuerpo.
—Vamos, Pedro, Judas, Juan, Mateo, todos juntos, tirad con todas vuestras fuerzas.
Entre todos tiraron y le arrancaron la túnica, un mal olor se extendió entre la muchedumbre. Pasó cerca una manada de marranos y Cristo quedó a salvo.
—Señor, estás desnudo, dijo Pedro.
—Hay que desnudarse de cuerpo y alma, respondió Jesús, el puro de corazón se desnuda.
Ven, me dijo, ponte mi túnica.
Cristo me cubrió con su túnica y toda la podredumbre del mundo pareció entrarme en las venas, después una serie de picores cada vez más profundos e insoportables.
¡Ay, ay, grité, que alguien me quite esta túnica de encima que parece estar llena de piojos!
—¿De piojos? Dijo Jesús, son los ángeles que ha mandado mi padre convertidos en piojos para que a través de esos picores celestiales, finalmente puedas hablar.
Milagro dijo la multitud sin dejar de rascarse, el mudo habla, el mudo habla…
—Silencio, dijo Cristo, estoy lleno de ángeles celestiales y quiero repartirlos entre todos vosotros para que vuestro espíritu participe también de las inquietudes del espíritu santo.
La muchedumbre como una sola mano llena de santidad, empezó a despiojar a Cristo y a repartirse el cargamento de piojos como muestra y esperanza de la salvación eterna.
—Señor, protestaron los apóstoles, que nosotros también queremos repartir.
De verdad os digo que desde entonces puedo hablar y que desde entonces me he ido informando de todos los milagros que ha ido realizando Cristo y de qué manera más natural y original los ha conseguido y hecho.
El que no se lava, ni se ha lavado ni nunca se lavará en verdad es Cristo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Soy un fiel testigo de ello y con mi santa curación puedo dar fe y testimonio y agradecimiento de ello.
SEGUNDO MILAGRO PECADO
EL MUERTO:
(Resurrección a través del Mal aliento)
Hablaba, hablaba, hablaba y hablaba. No dejaba de hablar y mis padres y hermanos se cansaron de mí.
Cierto día, mi madre muy cansada, empezó a quitarle una cierta importancia al milagro realizado por Jesús porque comprendió de una forma segura e inteligente que el Mesías se había pasado haciendo de un milagro, de un hecho sobrenatural, una verdadera pesadilla para los que lo tendrían que soportar día a día
Mi familia hartamente cansada empezó a darme de lado porque el poco uso de mi voz se había convertido en un habla incesante que no descansaba ni soñando, en verdad la vieja tuvo razón y mi madre por la ansiedad de verme hablar no lo tuvo en cuenta, se quedó con mi silencio y eso me condenaba a estar siempre hablando sin que pudiera dejar de hacerlo ni nadie me pudiera parar.
—Deja de hablar, hijo, no digas más tonterías, has perdido la cabeza, no te encuentras bien y tendré que llevarte nuevamente a la vieja y después al que no se lava ni nunca se ha lavado ni jamás se lavará.
—Madre, Edison ha descubierto la bombilla.
—¿Qué es una bombilla?
—Un cristal que se ilumina y que alumbra más que todas las antorchas juntas.
—¿De dónde te viene eso?
—Del futuro, del entendimiento del saber del descubrimiento. Tengo libros en mi cabeza y puedo leerlos en todos los idiomas.
—¿En todos los idiomas?, preguntó asombrada la madre.
—Estoy leyendo a Víctor Hugo en francés,
—¡Ay, la vieja se ha quedado con tu silencio y el silencio con tu espíritu!
—No es verdad madre, nunca he tenido tanto espíritu como ahora, estamos hechos de átomos.
—Hay que llevarte a la vieja para que te dé nuevamente el silencio, mejor mudo que loco.
—Madre no estoy loco porque puedo razonar. Hay que matar los piojos con insecticida, hay que lavarse todos los días, hay que leer a Cervantes. ¿pero quién es Cervantes?
—¡Ay, Dios mío, suspiraba mi madre, se ha vuelto loco y nos va a volver a todos locos! ¿De dónde se habrá sacado que nos tenemos que lavar todos los días cuando la ley de Moisés, cuando en los diez mandamientos no hay nada escrito al respecto?
¿Será la vieja el mismísimo diablo? ¡Ay, Dios, qué he hecho con mi pobre hijo! ¡Soy una mala madre! ¡No, soy una buena madre! He hecho lo que tenía que hacer. Entre la vieja y Cristo me lo han robado, me lo han quitado, me lo han cambiado completamente.
Cuando íbamos de pastoreo mis hermanos llenos de curiosidad no cesaban de hacerme preguntas y yo de responder:
—¿De qué estamos hechos?
—¡De materia!
—¿Y qué es la materia?
—Átomos, lo que no podemos ver y sin embargo aunque no lo podamos ver existe.
—¿Quién te lo ha enseñado?
—Los libros que hay dentro de mi memoria.
—¿Y por qué nosotros no tenemos esa memoria?
—Porque vosotros habéis hablado antes que yo y yo después.
—¿Qué le pasará a Cristo?
—Será crucificado, nos lo ha dicho la vieja.
—¿La vieja, que vieja?
—La de la calavera, la que tiene el pájaro rey de los Hunos, por donde pasaba su caballo no crecía más la hierba.
—Madre dice que te va a llevar de nuevo a la vieja para que recuperes tu silencio.
—El silencio es la muerte de la humanidad solamente el que está vivo habla, piensa, medita, descubre y se descubre. El silencio es horrible porque no nos deja ser lo que somos.
—Hermano, callar de vez en cuando es necesario. De tanto hablar puedes perder la cabeza y el diablo apoderarse de ti.
El diablo no existe, hay que leer el Materialismo científico de Carlos Marx. Entre el idealismo y el Materialismo está el ser y el no ser. Antes fue la materia que la idea. La idea es un producto de la materia.
—No te comprendemos hermano, hablas muy bien, y nosotros comprendemos demasiado poco.
—¡Lo sé!
—Tal vez no estés loco y seamos nosotros los culpables de tu locura.
—La locura atribuida al genio por la ignorancia es el mayor de los descubrimientos. Todos los grandes sabios del futuro en pasado son unos incomprendidos y en el futuro de su futuro unos desfasados.
Hablaba, hablaba y hablaba, y no me daba cuenta que no era dueño de mis facultades sencillamente porque me habían quitado el silencio, el poder callar cuando quisiera y me lo mandaran hacer razonablemente los demás.
Me dolía la cabeza de tanto hablar porque pensaba y soñaba también en voz alta. A veces voces extrañas hablaban por mí, voces que me aturdían y me arrastraban a otros tiempos. Mis sentimientos empezaron a repartirse en esos seres desconocidos que se apoderaban de mí.
—Madre, tenemos que ir en busca de la vieja para que me devuelva el silencio. No puedo descansar y temo volverme loco.
De nuevo fuimos en busca de la vieja. El burro se cansó por el camino y tuvimos que parar al lado de un riachuelo, era de noche. Una noche clara y estrellada donde la luna parecía preguntarle a las estrellas por el misterio del universo. Yo no cesaba de hablar y mi madre y el burro se tapaban los oídos porque estaban cansados de escucharme.
La caída de Constantinopla, el fin del imperio romano, Stalin se ha hecho con el poder en la Unión Soviética, el presidente Kennedy ha sido asesinado, la santa inquisición. El hombre ha viajado a la luna y ha descubierto vida en otra galaxia. Un científico llamado Hamilton ha descubierto el medio de viajar a la velocidad de la luz pasando por los agujeros de un gruyere. El Mercado Común ha desaparecido, el Euro ya no es la moneda de Europa. El Vaticano ha sido destruido por una bomba atómica y Cristo ha dejado de ser la esperanza de la resurrección para la humanidad. La caída de la iglesia ha sido en el año Tres Mil Doscientos y… no consigo ver el final de la cifra en ese libro de historia que me está siendo revelado. El hombre ha dejado de ser hombre, se ha perdido en la evolución. He visto el planeta tierra hacerse pedazos, desintegrarse el sistema solar y quedar en su lugar un desconcertante vacío.
Cállate hijo mío, cállate, me decía mi madre afligida y cansada. ¡Ay, si lo hubiera sabido, mejor mudo que hablador, ni comiendo deja de hablar!
Mi madre como pudo se quedó dormida con la cabeza echada sobre el burro. Y yo con todos los sucesos y acontecimientos del mundo en mi cabeza no dejaba de ver cosas, de recibir mensajes y noticias de voces extrañas.
Aquí Canal 24 horas, Irán ha sido atacada por los Estados Unidos e Inglaterra, esta madrugada del día 24 de… Al Quaeda ha realizado un atentado en Cádiz, el número de víctimas se eleva a 725, el Barcelona ha sido el campeón de la liga del año 2700-2701, el Madrid ha terminado cuarto. Un científico irlandés ha descubierto finalmente un remedio contra el cáncer.
Aquí Radio Andorra.
Y me pareció que un avión me salía de la imaginación.
Al día siguiente de madrugada llegamos a la puerta de la cueva de la maldita vieja. El pájaro estaba vigilando como un perro de presa la entrada de la misma.
—Ladrones, ladrones, ladrones.
El maldito cuervo revoloteando, moviendo velozmente las alas, no nos quería dejar entrar.
—Maldito pájaro,— dijo mi madre.— fuera de aquí.
Por el revuelo que se estaba armando la vieja salió un tanto enfadada.
—¿Qué te sucede Atila?
—Ladrones, ladrones, ladrones. Al vernos la vieja dijo:
—Cállate y retírate sobre tu cráneo, no son ningunos ladrones, son unos amigos que vuelven en busca del silencio que me han dejado.
Mi madre la miró fijamente y le dijo:
—¡Quiero el silencio de mi hijo!
—Si te lo devuelvo puede morir. El silencio está dentro del alma de la muerte y es peligroso sacarlo de donde está.
—Mi hijo se ha vuelto loco, su pensamiento no descansa ni un momento, siempre está hablando.
—Habla de cosas pasadas, presentes y futuras, dentro de él los tres tiempos se comunican y tiene una constante información del universo.
Mientras mi madre hablaba con la dueña de la cueva, yo no dejaba de hablar en lenguas tan diferentes que me confundían la mía propia.
—Devuélvele el silencio aunque sea el silencio de la muerte.
—Ahora mismo le devuelvo el silencio, — dijo la vieja acercándose al cráneo que se iluminó de rojo como una antorcha.
Caí al suelo como una piedra y mi madre se asustó. Estaba muerto pero escuchaba a mi madre llorar. La sentía infinitamente abrazada a mí y en mi cuerpo de muerto milagrosamente me estremecí.
¿Aquello era la muerte? No sentía nada y lo sentía todo. Podía sentir y hablar silenciosamente. Creí hallarme en una nube de algodón y me invadió una sensación de gozo tan suave que creí desmayarme.
—Madre, no estoy muerto porque nada puede morir. El silencio es la vida de la muerte y estoy profundamente vivo en lo silencioso.
Mi cuerpo inerte con una existencia intangible parecía una roca puesta en el camino de la esperanza. Con unos ojos silenciosos que no eran naturalmente de este mundo, miraba. Mis miradas silenciosas me llevaron al descubrimiento de todos los silencios y los muertos en el silencio más absoluto se comunicaron conmigo.
—No llores más mujer, coge a tu hijo y ve nuevamente en busca de Jesús de Nazaret, creo que te está esperando. Él le devolverá la vida a tu hijo.
Míralo cómo se rasca, está comido de piojos.
Mi madre miró la pantalla del cráneo iluminada y vio a Jesús ante una muchedumbre de piojos rascándose.
—Toma, llévale estos polvos. Estos blancos son para matar piojos y estos otros para hacer vino… los he cogido del futuro, donde se hace el vino con agua.
Mi madre agradecida diole un beso a la vieja y entre las dos me cargaron en el burro.
No sé el tiempo que estuvo mi madre buscando a Jesús, a mí me pareció una eternidad porque empecé a sentir la pesadez de mi cuerpo como si de una piedra se tratara.
El burro cogió por un barranco floreciente donde habían crecido una multitud de flores y matorrales. La fresca y olorosa hierba era una tentación para los dientes del animal que de vez en cuando se paraba y como una guadaña arrancaba su suculento sustento del suelo.
Después bebía en el cristalino riachuelo, pausadamente, sin ganas de proseguir su camino que naturalmente no era su camino sino el de mi desconsolada madre y el mío.
Conforme el burro estaba bebiendo tuvimos una extraña aparición.
Algo nos habló con autoridad de ultratumba y después se presentó con extremada suavidad:
—Yo soy el ángel de la vida y puedo devolverle la existencia a tu hijo, no hace falta que busques más al piojoso de Cristo, yo puedo y se más que él porque yo he sido el ángel más hermoso y bello de los cielos.
Primeramente vimos un resplandor negro, como una maldita sombra que nos perseguía, después probablemente las mismísima llamas del infierno, que empezaron a llamarme y a cautivarme como cautiva y lame el fuego a la madera.
Vete Satanás, contestó mi madre, dándole un palo al burro para que nos sacara lo más rápidamente posible de la tentadora tentación del diablo.
—¡Arre Salomón!
—Salomón está muerto.— dijo el diablo.— la vida está en mí, no en Dios, Arriba no hay nada, todo cae, nada vuela, solamente vuela el polvo de la muerte que yo voy recogiendo como si fuese oro.
—Arre Salomón.— dijo mi madre, dándole varios palos al burro que salió galopando como un caballo de carrera. El diablo no se movió del lugar. Por lo visto quedó preso de su propio infierno, pero a mí, mi madre no lo sabía, me arrastró con él.
Mi madre y el burro, muy a pesar mío, desaparecieron en la lejanía y yo preso de Satán me debatía entre sus infernales garras como un ratoncillo atrapado en las afiladas uñas de un gato.
—Eres mío, solamente mío, de aquí nadie te sacará. Tu cuerpo le pertenece a la tierra que lo vio nacer, tu alma al infierno que le dio la vida. Entre intensas llamas te criaste y entre intensas llamas te sentirás durante toda una eternidad.
Asombrosamente los llamados demonios no tenían cuernos ni rabo, iban todos vestidos de la misma manera; de blanco y aquello me sorprendió.
—Bueno y ustedes son verdaderamente demonios.
—Nosotros somos ángeles caídos del cielo, ángeles rebeldes a la severa y destructiva severidad de Dios. Nuestro padre eterno ha sido egoísta con nosotros.
En el llamado infierno no se estaba tan mal. El fuego me acariciaba y no me quemaba, allí no existía ningún dolor ni ningún suplicio porque ningún espíritu al ser inmaterial puede tener realmente ninguna clase de sensaciones y experimentar ningún sufrimiento.
Me hice amigo de un diablillo tan pequeño como yo, que resultó ser un ángel sumamente agradable y seductor.
—¿Cómo te llamas? – le pregunté al diablillo –
—¡Pablo!
—¿Desde cuándo estás aquí?
He perdido la cuenta del tiempo. Un espíritu no puede medir la sensación y el movimiento del tiempo, esas son meras sensaciones y medidas del conocimiento de la materia. Nosotros al carecer de toda clase de materia la podemos dominar porque sencillamente estamos fuera de sus dominios. El cuerpo material es un gran estorbo para el espíritu, de tal manera la muerte aparente es la liberación del espíritu.
—Dime, ¿Cómo es el diablo?
—Es tierno con todos nosotros y nosotros lo queremos como al más bello de los ángeles.
—Pero perdió su belleza cuando fue encerrado y arrojado a los abismos.
—Eso es falso, Lucifer sigue luciendo el mismo amor, la misma ternura y la misma belleza de siempre. La fealdad de Lucifer y su atribuida monstruosidad es debida únicamente a Dios que siente celos de la grandiosidad debida a su creación. El padre persigue al hijo no porque el hijo sea malo sino porque teme perder el poderío que ejerce como un tirano sobre todas las criaturas. Dios desea una eterna adoración para sí y Lucifer solamente adora la belleza de lo creado no la sabiduría particular del creador.
—Pero siempre me han dicho y me han enseñado que le estáis haciendo daño al mundo. Que el bien y el amor son patrimonio de Dios y el mal y la iniquidad del diablo.
El diablillo me miró muy sorprendido, con ojos muy asustados y me respondió muy dulcemente, como nunca sería capaz de responder un verdadero diablo.
—Eso no es verdad. Lucifer nos enseña a amar al prójimo y lo que vosotros llamáis infierno es la única liberación posible para el espíritu. En la vida terrenal sucede lo mismo. Los llamados diablos son los desgraciados, los esclavos, los oprimidos, los que viven encadenados al egoísmo de los verdaderos seguidores de Dios. Los pobres, los desheredados, los que no tienen nada, los que tienen más que sufrimientos son a los ojos de los pudientes unos pobres diablos que le deben adoración y sumisión al poder. Yo te puedo enseñar muchas cosas. Nuestra misión es la de despertar al que duerme, al que han dormido para siempre y no hay peor cosa y enfermedad en el universo que dormir para siempre porque en el sueño de ser está la pesadilla inconsciente de no poder llegar a ser nunca jamás.
—Entonces, — dije un tanto asustado y sorprendido – Dios es un calumniador porque le ha levantado un falso testimonio al más bello de sus ángeles.
—Así es, me respondió el diablillo, iluminándose de una luz interior, eres inteligente y lo has sabido comprender.
— ¿Y Cristo, que supone Cristo en la vida del hombre?
—Cristo es un engaño, un abandono en medio del camino, nunca se ha lavado ni nunca se lavará y huele mal.
No sé en qué lugar exactamente mi madre alcanzó a Cristo. Había mucha gente a las puertas de aquel cortijo, donde los hombres, los burros, los perros y las ovejas se mezclaban en un ambiente de pastores de júbilo y de ladridos.
—Maestro, dijo mi madre bajándose del burro como una estrella en el fondo de las aguas, te traigo a mi hijo muerto, es el mismo mudo que antes le diste el habla, y ahora necesita de ti, de tu misericordia, de tu infinito poder y de la demostración universal de tu amor.
—¿Dónde se halla tu hijo mujer?
—Sobre el burro, — respondió mi madre llorando, donde las lágrimas se engrandecen de tanto amor sentido.
Cristo llegó al burro y me cogió entre sus brazos, los asistentes asombrados empezaron a rodear al maestro para ver con sus ojos un nuevo milagro.
—Es el hijo de José, el de Betania, dijo uno, yo conozco a su padre.
—Tu hijo se ha quedado sin aliento, yo le daré el aliento del Espíritu Santo.
Puso su boca sobre la mía y sentí tanta repugnancia que volví nuevamente a mi cuerpo para que no me siguiera dando su aliento.
—¿Dónde vas? – Preguntome el diablillo—
—A mi cuerpo porque todavía no he muerto— abrí los ojos y mi madre me cubrió de besos como un almendro en flor.
—¡Ay hijo mío! Esta vez sí creí perderte para siempre pero Jesús te ha dado nuevamente la vida. Señor, estas bolsas son para ti, me la ha dado una vieja que puede ver en el cráneo de un muerto el pasado, el presente y el futuro. Los polvos blancos son para matar piojos, los otros para hacer vino.
—Gracias mujer— respondió el hijo del hombre cogiendo las dos bolsas.
Enseguida Cristo se retiró del lugar y abriendo la bolsa de los polvos blancos empezó a echarse como un condenado por todo el cuerpo. Los piojos sorprendidos por el veneno empezaron a morir por millares y a huir del campo de batalla.
Vámonos de aquí— gritó uno, dando la voz de alarma, Cristo levantó los ojos al cielo y preguntó: Padre, ¿Por qué no me has mandado tú antes estos polvos milagrosos, tengo el cuerpo del hombre en una llaga y el espíritu en un infierno?
—Hijo, estoy contigo en la tierra para sufrir, cada época tiene sus propias calamidades, esta es el paraíso de las plagas parasitarias, hay que sufrir las consecuencias, no debemos ser diferentes a los demás en el modo de vestir y de vivir, la diferencia está en nuestro espíritu, en el amor que podemos demostrarle a nuestras criaturas terrenales.
—Pero padre, protestó dulcemente el Mesías, unos cuantos polvos de estos, no le vendrían mal a una tan piojosa humanidad.
—Los piojos son también obra mía y no puedo terminar con ellos, aunque le quiten la poca paz que le queda al hombre. Más vale que sean pacientes y que se acostumbren a ellos.
—Señor – dijo un hombre de barba blanca y de pequeña estatura llamado Zacarías, el vino se ha terminado, y la boda sin vino pierde su aliciente y alegría.
Cristo se acordó afortunadamente de las dos bolsas que le habían dado, una mataba piojos, la otra hacía vino, así pues, el milagro se podría nuevamente realizar como tantas veces ya se había realizado.
—Que llenen todas las tinajas de agua y una vez llenadas con colmo, que me dejen solo unos instantes solamente para que le dé al agua mi bendición y el agua se convierta en vino.
—Pero señor, protestó Pedro, que se hallaba al lado de Jesús, esto es una verdadera locura, el agua no se va a convertir en vino y vas a quedar en el más absoluto de los ridículos.
Sorprendido Cristo le respondió firmemente a Pedro:
—¡Yo soy el hijo de Dios!
—Pero puedes equivocarte, no pongas tu poder en evidencia.
—¿Quién soy yo Pedro?
—Señor, en realidad no sé quién eres, y no puedo contestar a tu pregunta porque tampoco sé quién soy realmente.
—Soy el hijo del hombre, el que fue, el que ha sido, el que es y el que será.
—Pero señor, piensa en los límites de la cordura.
—No tengo límites, hago cuanto deseo para el bien de la humanidad.
Llenaron las tinajas de agua y Cristo convirtió el agua en vino. Con un cucharón de palo lo cató, bebió y le pareció sublime.
—¡Bebed!
Bebieron y quedaron todos maravillados de la alta calidad del vino que bebieron como agua.
TERCER MILAGRO PECADO
La Expulsión del Diablillo.
Mi madre llena de felicidad me trajo de vuelta a casa. Mis hermanos y mi padre me abrazaron llorando de cariño mientras los perros pastores movían el rabo de júbilo y ladraban de alegría como sabedores ellos también de mi curación.
—Bendito sea Cristo – decía mi padre llorando. – vamos, hagamos ofrenda a Jehová, nuestro Dios, de este hermosísimo cordero por la gracia inmerecida que nos ha concedido. Bienaventurado sea el nombre de Dios en las alturas y nosotros infelices y desdichados en los abismos. Solamente Dios es merecedor de un amor eterno y nosotros de unos merecidos y pacientes sufrimientos terrenales, que se lo pregunten al pobre de Job.
Mi padre seguidamente cogió el mejor de los carneros y lo quemó como ofrenda en el nombre del creador de todas las cosas.
—Este cordero es tuyo, a nosotros no nos pertenece ni el humo que se evapora en las alturas. Bendito sea el nombre de Jehová nuestro Dios, dijimos todos y fue cuando entonces me acordé del diablillo y creí, porque tuve el extraño presentimiento que lo llevaba dentro de mí.
Pasaron varios días y me olvidé por completo de él. Era feliz y me estaba realizando en el nombre de Jehová, al cual le daba humilde y sencillamente las gracias por mi curación.
Mi padre viéndome normal como al resto de mis hermanos puso bajo mi custodia una parte del ganado que consistía en cien ovejas de espesas y lujosas lanas y en doscientas cabras de pura y rica leche. Poniendo bajo mis órdenes a cuatro perros pastores altamente capacitados para la misión de la guardería y el pastoreo.
Recuerdo bien que eran tres perros y una perra. Que la perra se llamaba luna y que como la luna siempre estaba atenta a cada uno de mis movimientos, la perra me quería mucho y yo a ella también.
Los tres perros eran igual que luna y sus nombres eran Tribu, Desierto y Palmera. Tribu ladraba a menudo y cuando una oveja se salía de la manada le mordía suavemente una pata sin hacerle daño, para que volviera al sitio que le corresponde.
Recuerdo aquellos alegres y felices días de pastoreo, donde el sol como un deslumbrante amigo me acariciaba suave y cálidamente el rostro. Y pensé en el sol en la tan llamativa profundidad del espacio. ¿Qué había realmente en el cielo, qué escondía sin esconder verdaderamente aquella distancia llamativa y seductora que se tornaba en infinita?
Cuando no cesaba de hablar dije centenares de cosas que anteriormente no sabía. ¿Y si fueran ciertas? Mi pensamiento se hizo de repente muchísimo más grande que mi edad y aquello me seducía y me arrastraba a la meditación. Algunas veces el sol me molestaba con sus caricias juguetonas y para escapar de sus juegos y no jugase más conmigo me refugiaba bajo la sombra de un árbol que me recogía con la sombra de su espíritu dándome la bienvenida. Pensé en Cristo, en su barba larga y descuidada llena de piojos, en su abundante cabellera, en su camisón amarillento, rancio, repleto de huéspedes, que el Mesías llamaba cariñosamente sus angelillos.
¿Qué estaría haciendo ahora Cristo? ¿En verdad era el hijo de Dios? ¡Verdad no le faltaba! Estaba convencido de ello y tenía el poder de demostrarlo.
¿Pero si era Dios por qué no se comportaba como Dios y se presentaba sencillamente como un hombre, como un hombre sencillo, fuertemente arraigado a su época? De su humildad y sencillez, de su total abandono temporal surgía de vez en cuando la grandiosidad del Espíritu Santo. Era un desheredado, un vagabundo donde el amor del universo se mostraba como una luz resplandeciente que bajaba del infinito y subía al infinito, en un viaje milagroso, bueno y necesario.
Yo era naturalmente pequeño, demasiado pequeño, ante una obra tan grande y no podía comprender en su justa medida la exacta representación de Cristo sobre la tierra.
De vez en cuando me dormía sobre la fresca y acogedora hierba mientras los perros vigilantes cumplían a las mil maravillas con su misión.
Soñaba con el mundo y me despertaba como una criatura del mundo y pensé que todo tenía un sentido, un significado y que no podía haber nada que pudiera salirse del sentido universal de la comunicación.
Por las noches, después de haber tomado una buena taza de leche y unas cuantas galletas, mi madre nos enseñaba a leer la biblia, el libro inspirado por Dios a los profetas. Y la figura de Moisés se engrandeció ante mis ojos. Porque él, de una forma simple, sencilla y admirable nos explicaba cómo el creador había hecho el mundo.
¿Cómo era posible que hubiera hecho tantas cosas en tan poco tiempo y solamente con el verbo, con desearlo, acaso el deseo puede mover montañas y sacar del vacío aquello que hemos deseado hacer? Para Dios, dicen, no hay imposibles pero yo no lo comprendía aunque sin comprenderlo lo aceptaba como verdad.
Una noche de repente me salió el diablillo…
¿Por dónde salió? me salió de la boca y me asusté.
—Cállate José, no grites, soy yo, tu amigo, vengo de la profundidades de la tierra a hacerte compañía. ¿No me reconoces? ¡Soy el ángel Pablo!
—Pero no tienes alas, unas hermosísimas alas para que seas un ángel.
—Dios nos las quitó en el cielo y después nos arrojó a los abismos, no somos demonios, somos más bien unos ángeles malditos.
—¿Demonios, ángeles malditos? No te comprendo Pablo, explícate mejor.
—Cómo te lo explicaría para que me comprendieras… Cuando dos se pelean el vencedor es el que hace la ley y el que le da la imagen que desea al vencido. El vencedor se vale de su fuerza, de su poderío, para imponerse, implanta y difunde una fuerte propaganda favorable a sus aspiraciones para que al vencido nadie se acerque, socorra ni le tenga ninguna clase de estima. Por ejemplo, en Génesis, la imagen del ángel caído es una serpiente y la serpiente es la que hace que el hombre pierda la vida. Aquí se ve claramente cómo Dios le da la vida eterna al hombre y el diablo como diablo, como ser impuro y despreciable se la quita. Aquí Dios nos derrota infinitamente ante el hombre con su infinito poder y nosotros como derrotados no hemos podido hacer nada para deshacer esa mala imagen que nos ha dado dios ante el hombre.
—¿El ángel caído? ¿La mala imagen que le da el vencedor al vencido? La serpiente puesta delante del hombre para que el hombre pierda la eternidad de la vida… pero la serpiente, ¿de quién es verdaderamente la serpiente, del vencido o del vencedor?
—Del vencedor, naturalmente, — me contestó el diablillo sin dejar de sonreír.
—¿Del vencedor? ¡Entonces fue Dios el que puso la serpiente en el camino del hombre para que el hombre perdiera la vida!
—Ya me vas comprendiendo, aplaudió el diablillo. Dios se valió de la serpiente y le hizo hablar para que el hombre perdiera el más preciado de los tesoros que es la vida levantando al mismo tiempo un falso testimonio en contra nuestra.
No comprendo cómo Dios, siendo tan bueno, tan puro y tan exacto, ha podido cometer tal atropello con nosotros. Primero nos da el paraíso, una vida eterna, una seguridad y un bienestar sin límites y después en una contradicción ilimitada nos quita la eternidad y el paraíso y nos expulsa al resto de la tierra condenada. ¿El paraíso era pequeño comparado con el resto de la tierra condenada? ¿Nos expulsó del paraíso, mas donde estaba verdaderamente el paraíso? Si nos expulsó del paraíso el paraíso quedaba como paraíso y no pudo desaparecer porque puso a un ángel en la puerta del mismo con una espada de fuego para que lo guardara. Nadie ha visto más al paraíso ni al ángel de la espada de fuego.
—El paraíso ha existido, nosotros los ángeles caídos en desgracia lo hemos visto aunque nunca lo hemos pisado. Después del destierro del hombre, Dios se lo llevó con él como un encantamiento porque Dios como un avaro de su creación hace todas las cosas para que después vuelvan a él. Él ha inventado el bien y el mal, el amor y el odio, el dolor y el placer, la luz y la oscuridad, el sí y el no, la mentira y la verdad, el movimiento y el reposo, el espíritu y la materia, la ignorancia y la sabiduría, la eternidad y el tiempo, lo absoluto y lo relativo…
—¿De verdad tú no eres un verdadero demonio que me estás tentando para que me rebele también contra Dios?
—Ya te he dicho que los demonios no existen, que nosotros solamente conocemos el amor, el justo espíritu de lo justo y que solamente Dios es el que tiene el conocimiento de lo bueno y de lo malo lo mismo que el hombre.
—¿No sabes lo que es malo?
—Tengo el concepto de lo malo, sé lo que es malo, pero no puedo hacer el mal porque mi espíritu solamente puede manifestarse en la belleza haciendo el bien, predicando el amor, ejerciendo la satisfacción de haberlo hecho.
—A mí siempre me han dicho que Dios es amor y que el diablo es solamente iniquidad, que de dios solamente puede manifestarse la rectitud y la justicia y del diablo el desafuero.
—¡Eso es mentira! Gritó el diablillo. – Dios sabe mucho, demasiado diría yo, él ha sido el único inventor del bien y del mal, el bien bien entendido es una necesidad del espíritu, el mal sobra y hay que acabar lo antes posible con él.
—Pero el mal dicen que sois vosotros, que el bien se halla en las alturas y el mal en las profundidades de la tierra.
El diablillo puso cara de ángel, sus ojos se iluminaron de ternura, de lágrimas y me pareció más bien un santo que un pobre diablo.
—¿El mal nosotros? – respondió inundado de sorpresa. – Nosotros no somos ningún Dios para inventar el mal. Los ángeles sólo conocemos el bien y solamente podemos hacer el bien. El mal, es otra cosa, no tenemos ningún poder para hacerlo.
Miré al diablillo un tanto desconcertado, no era negro, no tenía rabo, ni largas orejas, ni tridente. Cuánto puede la mentira – pensé – y si los demonios fuesen simplemente ángeles amorosos seguidores del bien, maltratados y maldecidos por la tremenda tiranía de un ser superior, era naturalmente posible porque todo es posible, mas sería de ser cierto, el mayor de los crímenes.
—Pero todos los hombre a través de los siglos han tenido miedo de vosotros y, los dibujantes y los pintores siempre os han presentado con el signo de la bestia, ora en un dragón, ora en un lobo, o en un animal espeluznante.
—Todo eso es obra de Dios que ha sabido ganarse la confianza y la adoración del hombre para que no nos pueda ver y no pueda contemplar la verdadera verdad de su creencia, hemos sido calumniados y maldecidos primeramente por Dios y después por el hombre. Solamente Dios y nosotros los llamados demonios sabemos la verdad, el hombre es un ser sumamente manejable por el poder superior. Nos ve cómo diablos porque Dios a través de Moisés nos ha presentado como tal.
Me dio pena del diablillo y, en el fondo del corazón dejé de tratarlo como un pobre diablo, ¿y si tuviera razón? ¡Qué injusticia más grande se estaría cometiendo con ellos!
—Empiezo a quererte, dime de verdad la verdadera historia de los cielos… ¿Qué sucedió realmente en las alturas para que Dios os arrojara fuertemente encadenados a los abismos?
—¿De verdad quieres saber esa historia?
—De verdad quiero saberla ¡Cuéntamela!
El diablillo que era mucho más pequeño que yo, se sentó en mis rodillas y me abrazó con las dos manos, rodeándome con los brazos el cuello, después me miró fijamente y empezó a contarme y a revelarme esta fascinante historia.
—Dios es el principio de todas las cosas, antes del principio de todas se hallaba solo en una infinita y desconcertante soledad y… Dios, en ese solitario desconcierto aunque lo sabe todo y lo inventa todo y lo puede todo, empezó a pensar: si no hay nada antes que yo ni después que yo, no sería después que yo, puedo hacerlo todo para que yo naturalmente siga siendo.
—Yo soy Dios, — pensó – pero un espíritu solo no tiene ningún sentido, no veo más que espacio y más espacio, espacio vacío por aquí y espacio vacío por allí. La nada me acompaña por doquier y estoy cansado infinitamente de ser el todo ante la nada.
Así pues, como hemos visto, el creador de todas las cosas por habidas y por haber, estaba cansado de la nada y se sentía un tanto angustiado y deprimido de tanto acoso inexistencial. Descubrió aunque fuese Dios, porque Dios también descubre que se hallaba infinitamente ante un universo muerto que no tenía ninguna razón de ser ni de existir careciendo de todo ser y de toda existencia.
Un día, se dijo, un día que dura tanto como una eternidad, y si pusiera mis poderes infinitos a prueba y sacara sorprendentemente del infinito el principio tan deseado de lo finito, de aquello que tiene un principio y un fin, el principio de lo visto y el fin de lo visto en lo que tiene irremediablemente que perderse para que vuelva a mí.
De su espíritu sacó la materia y la juntó toda en una mano y después sopló en ella infinitamente hasta que llenara el universo para que nada quedara vacío y la nada no fuera porque se dijo que de la nada nada viene y había que romper con esa frontera de la sinrazón.
—¡De la nada nada viene! – Dije –
—De la nada nada viene ni nada puede venir, — me respondió sonriendo el diablillo. Y continuó:
Ya hay algo, afirmó Dios, he tenido entre mis poderosas manos el principio de todas las cosas y con mi aliento he removido los mismísimos cimientos de la creación. Ahora he de esperar que cada cosa se haga en su justa medida como se lo he ordenado a través del aliento al movimiento de lo que ha de crearse porque solamente el movimiento es el que tiene la fuerza de crear.
—Fascinante – dije – sin que el diablillo dejara de abrazarme como un niño en mis brazos.
—Cállate y escucha : con el aliento el espacio se llenó de materia, la materia es el deseo de Dios y el espíritu o movimiento, su realización, causa y efecto aquí se ponen de manifiesto, la causa es el deseo de poder y el efecto la causa puesta en el orden de lo ordenado.
Cuando Dios vio que la materia llenaba el espacio y que el espacio cobraba un justo sentido, lo llenó todo de sentido y aparecieron las estrellas y las galaxias, el orden primero y dios como sacado de un infinito sueño de soledad se puso a contar el orden numérico de su creación, e inventó la armonía universal de los números, y no sé cuánto tiempo se quedó contando y aquello lo sacó de la depresión y de la soledad y empezó como un verdadero Dios a no sentirse solo, con cada número con cada cantidad que contaba con su voz universal que abarcaba todo el universo, se entretenía y se acompañaba.
Billones y billones de números aparecieron ante él y dividió y multiplicó tales cantidades por otros trillones y trillones de cantidades y creo que aunque fuese un Dios realmente perdió el orden de lo contado porque llegó a aburrirse ante tantos números todavía no contados.
Como hemos visto, dios, había llegado, al orden primero que es la materia en plena expansión de lo pequeño a lo grande, haciendo aparecer una serie de cantidades debidamente ordenadas que se perdían velozmente en el cosmos sin dejar ningún rastro de su paso.
Dios descansó un cierto tiempo.
—Un día dije, un sábado que es sagrado para nosotros los Judíos.
Esa es la ley de Moisés y el cuento universal de Moisés. Dios, en verdad, y sé lo que te digo, no descansó ningún sábado, nadie sabe realmente lo que descansó, Lucifer que sabe mucho, nos dijo un día, a nosotros sus ángeles caídos, que descansó casi una eternidad, y que despertó un tanto aturdido y desencantado porque no había conseguido todavía lo que quería.
Con una mirada infinita le bastó para darse cuenta que aunque había conseguido mucho, mucho todavía le faltaba.
Se concentró. Bien es verdad que había conseguido sacar materia de su espíritu en una cantidad sumamente necesaria y exacta no pudiendo haber más materia ni menos materia sino la que el espacio necesitaba en su justa medida para cubrir los espacios de la nada y la nada no fuese posible y no fuese más.
Pero seguía faltando algo y faltando algo falta necesariamente el todo porque sin algo el todo, no puede ser dado y manifestarse como tal.
Las estrellas y las galaxias, bien es verdad, que lo fascinaban pero no lo acompañaban, no podían sacarlo de su profunda soledad. Todavía, comprendió, que no había llegado a la esencia exacta de las cosas porque por encima de estrellas y de galaxias necesitaba compañía, no una compañía sin conocimiento que no puede darse cuenta de su presencia porque si le preguntaba a una estrella: ¿sabes que soy tu dios y que estoy aquí? – la estrella como materia sin conocimiento ni respuesta no podía responderle y Dios no se sentía satisfecho de la misma porque necesitaba la respuesta de una adoración como el artista necesita que alguien se dé cuenta de su obra y sepa valorarla en su justa medida para sentirse plenamente realizado como autor.
La materia sin espíritu carece de toda clase de conocimiento y las estrellas aunque tengan energía, millones de grados de calor, aunque tengan movimiento aunque parezca que tienen existencia, son como muertos que giran en el espacio sin haber existido nunca y sin poder existir nunca jamás.
Así lo veía Dios y así lo entendió y por verlo de tal manera Dios y entenderlo no puede dejar de ser una verdad universal que hay que tener siempre, así sea, en cuenta.
—¿Las estrellas no tienen vida? – pregunté.
—Ni tienen ni pueden tener, es materia muerta, que ni se acompaña ni puede acompañar.
—¿Sólo el conocimiento tiene la vida? – pregunté.
—Así es. Dios es sólo pensamiento, pensamiento con conocimiento y descubrimiento, lo que se descubre por si solo es vida, lo que no se descubre muerte.
—Dime, ¿Qué es realmente la muerte?
—La muerte es la pérdida del conocimiento, no descubrirse en la vida.
—¿Si Dios es pensamiento, conocimiento y descubrimiento, por qué no piensa, conoce y se descubre ante nosotros?
—¡Por orgullo!
—¿Por qué por orgullo?
—Porque quiere toda la verdad para él y no quiere un reparto de poderes, es el maestro que no desea que el alumno aprenda demasiado para que nunca llegue a ser un dios como él porque entonces se rompería el orden y la armonía universal.
—¿No pueden haber dos dioses en el universo?
—¡No! Si eso sucediera sería terrible, el orden se volvería desorden y la armonía muerte.
—¿Intentó Lucifer, como el más bello e inteligente, ser un dios ante el mismísimo Dios?
—Lucifer nunca jamás intentó ser un dios, déjame que siga con el curso de la historia y después al final de la misma, te contaré lo que sucedió entre Dios y Lucifer.
Sigamos: Viendo que las estrellas no le respondían ni podían responderle porque carecían de conocimiento, Dios empezó a ver que su obra era, aunque grandiosa, demasiado simple, sencilla e insignificante y empezó a dudar del justo valor de la misma y deseó borrarla en el espacio, no obstante la respetó para ver si alguna vez alcanzaba el grado de necesidad para futuras creaciones que tenía necesariamente que realizar, planificando con su omnisciente poder el desarrollo posterior de la misma, en un orden perfecto y equilibrado donde no se le podía dar cabida al más mínimo de los fallos.
En un pequeño planeta llamado tierra, creó los océanos, una serie de animales y plantas.
—Eso ya lo sé, lo ha dicho Moisés.
—Espera, — dijo el diablillo, antes, mucho antes fue la creación de los ángeles, eso ya te lo he contado. Tengo que retroceder y contarte lo siguiente: Cierto día Dios pensó: Sigo estando solo, mi poder aunque infinito, no me ha sacado de la soledad, nadie puede verme como Dios, y si nadie me ve, ¿Cómo es posible que yo sea un dios porque Dios no puede ser Dios para sí mismo porque entonces no lo sería teniendo que ser necesariamente para los demás — Y Dios pensó que mientras que no hablara con alguien o con algo no sería verdaderamente un dios, porque un verdadero dios debe de descubrirse ante los demás y verse solamente en Dios ante ese descubrimiento.
Dios respiró profundamente y de un aliento inmaterial sacó una legión de ángeles que volaban con sus blancas y relucientes alas a su alrededor. Y maravillado de su obra les preguntó:
—¿Sabéis quién soy?
Los ángeles riendo llenos de felicidad le contestaron como una sola voz: Nuestro padre eterno, nuestro dios.
—¿Sabéis que me debéis adoración?
Y los ángeles, agradecidos y complacientes se arrodillaron ante él y lo adoraron.
—¿Cómo te llamas tú?
—Señor, no tengo nombre.
—¿Y tú?
—No sé cómo me llamo ni cómo me he de llamar.
—¿Tú tampoco sabes cómo te llamas?
—Apenas he sido creado por ti y estoy maravillado de verte y de habar contigo, llámame como tú quieras.
—Te llamaré Lucifer, que quiere decir el ángel más resplandeciente y bello de todos los aquí presentes, porque has surgido con mayor fuerza de luz que los demás.
Y así Dios le puso un nombre a Lucifer, grandiosamente impresionado y cautivado de su luminosidad y hermosura.
A los demás ángeles también los bautizó con fuego eterno.
Nació el orden segundo.
Dios pensó: he creado las estrellas y los ángeles, las estrellas semejantes a la materia y los ángeles a la semejanza de mi espíritu, ya puedo dormir tranquilo porque no estoy solo, los ángeles me darán el sueño y velarán por mí y las estrellas con su luz el feliz inicio de mis sueños.
Y estuvo durmiendo Dios una eternidad y despertó en otra eternidad.
—Lucifer, ¿Dónde estás?
—¡Aquí estoy, padre mío!
—¿Me amas Lucifer?
—Cómo no te voy a amar, si todo lo que tengo te lo debo a ti, pero padre, quiero tener más, ¿Por qué no jugamos a tener más y nos repartimos debidamente la presencia bendita y majestuosa de tantos ángeles?
—¿De verdad quieres jugar a tener más conmigo? En verdad es muy buena idea. Yo me quedaré con los ángeles de la derecha y tú te quedarás con los ángeles de la izquierda.
Miró Lucifer y vio un sinnúmero de ángeles a la izquierda que empezaron a bendecirlo y a darle adoración.
Y Dios satisfecho le preguntó: ¿Quieres seguir jugando a tener más o te basta ya con lo que te he dado?
—Quiero jugar a tener más, — Respondió Lucifer riendo – padre mío, dame la mitad del cielo, y así tendré la mitad de los ángeles y la mitad del cielo.
—¿La mitad del cielo?
—La mitad del cielo padre mío.
—¿Y qué me das tu a cambio?
—La eterna y obediente adoración que te debo.
Dios impresionado vio el cielo y viendo la grandiosidad del mismo respondió: tuya es la mitad del cielo y mía la otra mitad, tus ángeles y tú me debéis eterna adoración porque nadie puede estar fuera de la adoración que me es debida.
—Así será padre mío, dijo Lucifer sin dejar de sonreír como un verdadero ángel.
Lucifer mirando muy complacido la mitad del cielo que le había sido designado cogió a sus ángeles y marchó al mismo.
Un día Lucifer quiso sacar de su interior ángeles para tener más ángeles que Dios y lo consiguió llenando su cielo de un sinnúmero de nuevos espíritus que le llamaban padre y le debían adoración.
Un ángel de Dios diose cuenta de lo que sucedía en la mitad del otro cielo y celoso de los poderes de Lucifer vino inmediatamente a informar a Dios de lo que estaba sucediendo.
—¿Qué sucede Gabriel?
Lucifer no te quiere ni te presta ya adoración, se ha rebelado contra ti y contra tu espíritu haciendo nuevos espíritus, ya no podemos decir que todo viene de Dios y que Dios lo puede todo porque Lucifer en este día, te digo, también ha conseguido hacer lo que tú haces.
Y Dios respondió: Lucifer está jugando y sigue jugando y lo hace todo como un juego.
—No, padre y Dios mío, te engaña, es malo y cruel.
—Es un juego, el mal no ha sido creado todavía para que pueda hacerlo.
—Lucifer hace el mal, te quiere quitar el puesto de dios porque empieza a sentirse a través de la adoración de los demás ángeles más importantes que tú.
Dios pensó y grandemente se enfureció, el ángel Gabriel tenía razón, aquello ya no le parecía un simple juego, había algo inquietante y peligroso.
—Lucifer, ¿Te di la mitad de los ángeles?
—¡Si padre!
—¿Entonces por qué quieres jugar a tener más que yo sabiendo que todo es mío porque yo no puedo tener principio ni fin y en cualquier momento solamente con mi aliento puedo recoger lo que me pertenece?
—Padre no te enfades, te debo adoración y si quieres lo tuyo tómalo.
Dios tomó lo que era suyo y todos sus ángeles volvieron más la multitud de ángeles que había creado Lucifer se negaron a ir con Dios y le decían a Lucifer: ¡Eres nuestro dios y no reconocemos más dios que a Lucifer!
A lo que Lucifer respondió: Lo que ha salido de mi espíritu de mi espíritu es. Os defenderé ante Dios para que Dios no os destruya.
—Padre, estos son mis hijos e hijos tuyos también.
—Si son tus hijos Lucifer no son mis hijos, porque no han sido creados por obra del Espíritu Santo, han sido creados por obra de tu inmensa traición. En el cielo no os quiero ni a ti ni a tus hijos.
Y diciendo esto, nuestro padre Dios, mató a la mitad de los ángeles de Lucifer. Y Lucifer se enfrentó a Dios, lanzándole varias estrellas sobre su espíritu.
Dios deshizo las estrellas y empezó la batalla entre los ángeles. El infinito poder de Dios se impuso sobre Lucifer y los suyos y fuimos arrojados como tú bien sabes a los abismos.
—Eso solamente sucedió entre Dios y Lucifer para que se hicieran enemigos. Una pregunta: ¿Quién te creó a ti, Dios o Lucifer?
—A mí me creó Dios.
—Te escondiste de Dios para quedarte con Lucifer?
—Desde luego que me escondí, con él hay más libertad, no nos tiene tan oprimidos.
De repente la puerta de mi habitación se abrió y viendo mi madre lo que tenía sobre mis rodillas y abrazado a mí dándome besos se horrorizó y más cuando vio que se escondió en mi interior.
—Es un diablo, socorro Dios mío, mi pobre hijo está poseído por un diablo. ¿Desde cuándo el diablo se halla en tu interior? Vístete, debemos sin demora ir nuevamente en busca de Jesús para que te cure y haga por obra de Dios un nuevo milagro
—Madre, no es un diablo, los diablos no existen. Lo que has visto es un ángel maldito que se llama Pablo.
Nuevamente el burro nos llevó en busca de Jesús. Aquella noche de verano, donde los grillos cantaban canciones monótonas y enamoradas, el burro parecía que volaba, levantando una nube de polvo que se iba perdiendo en el camino.
No muy lejos de nosotros se hallaba Cristo. Debajo de unos olivos estaba acompañado solamente de sus discípulos.
—Ahí está Cristo, — dijo mi madre, viéndolo iluminado por la luna. El burro le reconoció también y en el silencio de la noche se puso a rebuznar.
—Cállate Josué, — mandóle mi madre dándole varios golpes con una vara de almendro— los golpes suavizaron al burro y este dejó de rebuznar de repente.
Jesús y sus apóstoles estaban sentados.
—¿Que deseas mujer, a quién traes a estas horas?...
—Maestro te traigo a mi hijo que está endemoniado.
—A tu hijo le di el habla, lo saqué de la muerte y ahora le quitaré el demonio que tenga de encima.
—Demonio, ¿Por qué te esconde en este niño?
—Es mi amigo – respondió Pablo apareciendo, ya no era blanco sino negro, ¿Por qué cambió de color? Yo quedé en trance, con los ojos tan abiertos que me salían y temí perderlos.
—Alabado sea Dios – dijo Pedro, viendo como el demonio se introducía en las mismas entrañas de la tierra.
CUARTO MILAGRO: PECADO
La resurrección de Lázaro
—Maestro, ¿puedo quedarme contigo y ser también uno de tus discípulos?
—¿Cómo te llamas?
—¡José!
—Mujer, deja que tu hijo se quede conmigo un tiempo para que el diablo no lo tiente más. Yo cuidaré de él y lo llenaré de espíritu santo. Los polvos que me diste me han servido de mucho pero mi padre me ha ordenado que no los use más, que debo por encima de todas las cosas vivir como un hombre porque soy el hijo del hombre, solamente dejaré de ser hombre cuando despierte de la muerte y la muerte sea vencida.
—Que se haga según tu voluntad, que se quede contigo, él sabrá volver a mí cuando deje tu divina compañía.
—¡Que así sea!
Mi madre, confiada en la bondad de Cristo, me dejó con él y partió con Josué.
—Maestro, — dije sentándome al lado del mesías, ¿por qué los demonios son demonios y fueron expulsados cuando eran todavía ángeles del cielo?
—Porque Lucifer quiso ser dios y se rebeló contra el amor supremo del padre.
—¿Pero quién es Lucifer?
—La bestia, la tentación, el caos, el infierno, la muerte. ¿Pero quién eres tú para preguntarme esas cosas? ¿Acaso estás todavía poseído? Yo estaba con mi padre sentado. Lucifer intentó ser más, mucho más que el mismísimo Dios.
Callé, Cristo se había enfadado conmigo. Lo vi furioso, violento y aquello me desconcertó.
—¿Quién eres tú?
—Yo soy el camino y la vida y quien crea en mí creerá en el padre y será salvado de la muerte.
—¿Tú has visto al Padre?
—¡Yo soy el padre, el hijo y el espíritu santo!
Padre como Dios, hijo como creación del mismo Dios y espíritu santo como demostración del infinito amor de dios.
—Pero Maestro, — dijo Pedro asombrado – Si en verdad eres Dios, ¿Por qué te manifiesta como hijo y no como Dios?
—Dios no puede rebajarse y humillarse ante los hombres, solamente el hijo del hombre puede rebajarse y ser humillado.
—Pero si eres Dios, Dios se humilla también en ti.
—¡Ay Pedro, Pedro y más Pedro!… ¿acaso dudas de mis palabras, acaso dudas de mí?
—Maestro, no dudo de ti, dudo de lo que me dices, me cuesta mucho trabajo entenderte aunque crea en ti, mi espíritu está confuso y mi cuerpo muy cansado.
El cansancio del cuerpo aparta al hombre de la verdad. Cuanto más sufre el hombre más se llena su espíritu de oscuridad porque la verdadera luz es la paz interior. Hay que alcanzar la armonía universal, estar satisfecho con uno mismo para que el dolor no nos estorbe en nuestro camino y el camino en verdad se haga puente de comunicación y de salvación. En verdad os digo que aquel que vence el sufrimiento está cerca de mí porque el sufrimiento es una debilidad de la carne y solamente el espíritu puro puede vencerle. Yo he venido a este mundo, a este valle de lágrimas no para llorar, no para sufrir, no para quejarme sino para salir victorioso del llanto, del sufrimiento y del quejido.
—Maestro, cuando te pican los piojos ¿por qué te quejas?
—Los piojos son otra cosa, es un dolor diferente que no me puedo aguantar.
Cristo empezó a rascarse y a quejarse como un condenado y todos los allí presentes contagiados y repletos de piojos empezamos a rascarnos hasta hacernos sangre.
—Pedro, — dijo Cristo – quítame unos cuantos piojos de encima y mátalos con tus dedos milagrosos.
—Sí Señor, te quitaré los que pueda y que los demás se quiten los que consigan quitarse.
—Pedro, me estoy viendo en los cielos rodeado de ángeles.
—¿Los ángeles tienen piojos señor? – preguntaba Pedro quitándole piojos a Cristo y matándolos con las uñas haciendo un fuerte crujido.
—Los ángeles son espíritus y no pueden tener piojos Pedro, Dios nunca ha tenido un piojo encima de la cabeza ni nunca lo tendrá.
—No comprendo entonces por qué tú tienes tantos, ¿no eres tú el mismo Dios?
—No dejes de quitarme piojos y gustosamente te contestaré. Yo soy el hijo sin dejar de ser dios. El hijo no me impide de ser padre y el padre de ser espíritu santo.
—Señor, tus palabras son difíciles de entender por muy claras que las digas, hay una enorme contradicción en tu enseñanza y tu claridad en nuestro corto entendimiento se vuelve muy oscura. Es como un río que pasa por otra corriente, nosotros vemos las aguas quietas, inmóviles, sin que lleguen al mar y tú la ves moverse y llegar felizmente a su destino.
—Pedro, eres el único que has sabido comprenderme. El cuerpo del hijo del hombre no es Dios, es el medio del cual dispone Dios para hacerse hombre y comportarse y vivir como tal, pero dentro del hijo del hombre está Dios y también fuera al mismo tiempo. Dios puede viajar de lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño y no hay cosa que se escape a sus dominios.
Judas miró a Jesús con devoción y Jesús le dijo: — Por treinta monedas me venderás
—¿Por qué me dices eso señor…? ¡Yo que te quiero tanto!
—¡Porque el hijo del hombre ha sido ya vendido!
Finalmente Jesús y los doce apóstoles quedaron dormidos. Algo me llamó poderosamente la atención y brillaba como un diamante bajo el reflejo de la luna, era el diablillo que subido en un olivo me llamaba para que me acercara a él, me acerqué y me habló de tal manera:
—No le hagas caso, está loco, no es ningún dios, está poseído por Dios, su cuerpo es el cuerpo del hombre.
—¡Si está poseído por Dios es Dios!
—Vente conmigo a las entrañas de la tierra y serás más libre y más feliz que sobre la misma tierra.
—¡No puedo, estoy con Dios!
—¡No estás con Dios, estás con el hijo del hombre!
—Es lo mismo, es igual, estoy con uno, con los dos o con los tres.
—¡No estás con ninguno!
Lucifer me ha ordenado que vuelva, debemos tentar al hijo del hombre en el desierto.
—¿Por qué lo vais a tentar, qué queréis hacer con él?
—¡Qué adore a Lucifer para que Lucifer sea el único dios!
—Pero Dios como Dios que es nunca podrá dejar de serlo.
—Bueno me marcho, ya nos veremos, necesito el calor de la tierra.
El diablillo desapareció de repente como un encantamiento y me pareció haber soñado delante de un olivo.
Me tendí en el suelo cubierto por una alfombra de hierba seca y me dormí.
Mucho antes de que saliera el sol una muchedumbre sedienta de salvación nos rodeó y nos despertamos sobresaltados.
—Pedro, dijo Cristo, apacigua a mis corderos, tú eres el pastor de la manada.
—¿Con qué señor?
—Con esta vara de almendro, quien se atreva a molestarme ponle la vara encima para que retroceda como una oveja ante el pastor.
—Pero señor… tus enseñanzas siempre han sido pacíficas, ¿Por qué ahora quieres usar la violencia?
—Necesito un momento de tranquilidad y que alguien me proteja de las ansias de salvación de los demás, a mí nadie me puede salvar porque ya estoy salvado, porque siempre he estado a salvo de la destrucción y siempre lo estaré.
—¡Quien como tú Señor!— respondió Pedro, golpeando a la muchedumbre con la vara de almendro.
—Señor he golpeado a muchos y creo que no les he hecho daño a ninguno.
—Esta vara es una vara santa que golpea con el espíritu santo, aquel que haya sido golpeado alcanzará pronto la vida eterna y la muerte no podrá con él, habiendo sido curado de todos los pecados. Sigue golpeando Pedro, que la muchedumbre necesita ser salvada por la severa autoridad de la vara de medir de los sufrimientos y las caídas de los demás.
—¡Así sea Señor!– Y Pedro siguió golpeando a diestro y siniestro y a la muchedumbre le gustaba aquello.
—Que la vara nos salve, Señor, gritaba la muchedumbre recibiendo varazos.
—Péganos más fuerte, decían unos, que la gracia del Espíritu santo nos lleve a una vida mejor, bendito sea Dios en las alturas.
—Pedro… sigue pegando, — decía Cristo—que mi rebaño sea conducido finalmente al reino de los cielos, porque de verdad os digo que mi reino no es de este mundo.
—Señor, — preguntó una mujer— ¿Dónde seremos eternos, en la tierra o en el cielo?
—La eternidad es del padre y para ser eterno hay que estar con él. Lo que sale de lo eterno, eterno es. La inmortalidad el hombre la ha perdido porque se apartó de Dios.
—Queremos a Dios, queremos a Dios.
La muchedumbre se dejaba mansamente guiar por Cristo y Pedro como buen pastor de la futura iglesia seguía repartiendo palos.
—Señor, me estoy cansando de tanto golpear, es mejor que descanse o que alguien me golpee.
—Tenemos hambre, Señor, llevamos varios días sin comer, venimos descalzos y hambrientos a ti, como ovejas descarriadas.
—Mi reino no es de este mundo, yo solamente puedo alimentar el espíritu de los demás con amor.
—Pero Señor, el amor no quita el hambre de este mundo, no podemos comernos el amor, nuestras fuerzas son escasas y si no comemos moriremos.
—Pedro, ¿qué nos queda de comer?
—Unos cuantos trozos de pan y tres pescados.
—¡Dámelos!
—Toma Señor— dijo Pedro Dándoselos.
Cristo cogió los trozos de pan y los tres peces y los dividió en migajas, después hizo que la muchedumbre se empequeñeciera más que aquello que había reducido para que el milagro se hiciera presente.
Al reducirse la muchedumbre los panes y los peces crecieron.
—Coged mil cestas y llenadlas de panes y de peces, dijo a sus discípulos, que coman los hambrientos pero que sepan que no solamente de pan se alimenta el hombre.
La muchedumbre cansada y hambrienta comió como nunca anteriormente había comido.
Después Cristo les dio un Sermón:
—El reino de los cielos es como aquella fuente cristalina donde solamente pueden beber los puros de corazón. La fuente se vuelve luminosa para los sanos de espíritu y el agua bebida se vuelve en eternidad en el espíritu del hombre.
A los que siembran el mal mi padre hace que finalmente recojan también el mal para ellos porque habiendo sido sembradores también han de ser forzosamente recolectores.
A la fuente de la vida se aproximó un caminante que iba cargado con todo el oro y todos los placeres de este mundo.
Venía de muy lejos. Había caminado mucho. Mil esclavos eran los portadores de sus tesoros y de sus placeres y viejo y casi terminado venía en busca de la eterna juventud.
Se postró ante la fuente y dijo:
—Quiero comprar la vida eterna y tenerla solamente para mí, lo mismo que tengo estos tesoros y estos placeres, deseo tener el reino de los cielos porque he oído decir que con dinero también a Dios se compra.
—La vida eterna se consigue con la pureza del alma, el agua de la vida no está en venta. Sigue tu camino si quieres conservar lo poco que te queda de vida.
El viejo avaro se burló de la fuente y se puso a reír a fuertes carcajadas: ¡Soy el hombre más rico del mundo, tengo montañas de oro y universos de placeres, puedo comprar hasta la luna si quisiera! Dime cuál es tu precio y te compraré para que toda la vida sea mía.
No estoy en venta, sigue tu camino si no quieres perder en un abrir y cerrar de ojos tesoros y placeres y la poca vida que te queda por vivir.
—Beberé agua de la vida eterna, no tengo más que poner la boca y beber.
—El agua se volverá arena del desierto en tu garganta y morirás.
—El agua no puede volverse arena ¿te estás riendo de mí?
—¡Bebe y morirás al instante!
El viejo avaro bebió y viendo que no le sucedía nada dijo: ¡Ya soy eterno!
Sintió una pesadez de muerte, no habiendo cosa más pesada que la muerte. Su cuerpo estaba lleno de arena y la arena le brotaba por la boca manchada de sangre. Cayó al suelo y no se levantó nunca jamás.
El agua de la vida no tiene precio y se consigue con un corazón sano.
—¿Dónde está esa fuente Señor? – le preguntaron a Cristo.
—¡En mí!
—¿Podemos beber de ella?
—¡Podéis!
Cristo levantó los ojos al cielo y de sus pies brotó un manantial de agua fresca y cristalina. Los camellos fueron los primeros en beber porque estaban sedientos, y de verdad os digo que aquellas aguas salvaron a más de uno de la muerte.
—Señor, esto sí que es un verdadero milagro, de este desierto has sacado un manantial.
—Pedro, los milagros no existen, lo que parece milagroso es un hecho normal que tenía que suceder. El agua yo no me la he inventado, estaba ahí, yo con mis deseos la he hecho salir para que fuera absolutamente necesaria.
—Pero señor, esto sí que es un verdadero milagro, sacar agua de donde no hay diciendo que había donde nunca ha habido.
Quedé maravillado de aquel milagro y como un pajarillo que mueve las alas para quitarse el agua que tiene encima me bañé en aquel manantial sin quitarme la ropa. La mayoría de los piojos que tenía se ahogaron. Cristo no se bañó ni se acercó al agua, se olvidaba completamente del cuerpo. Para él y lo comprendí, lo verdaderamente importante era el espíritu, que el cuerpo oliese carecía de importancia porque el espíritu no huele.
—Maestro lávate— le dije sonriendo mientras me lavaba como podía en medio del gentío.
—Si me lavo me quedaré sin la gracia del Espíritu Santo, yo he sido bautizado en el río Jordán con fuego, los demás hombres se bautizan con agua.
—Pero tu cuerpo señor necesita que lo laves de vez en cuando, con el agua la mayor parte de los piojos desaparecen y el agua como una bendición te arranca la parte más importante de la plaga.
—¡No soy de este mundo! Puedo beber agua pero nada más, no tengo tiempo para lavarme, mi tiempo es demasiado breve en este mundo para que lo emplee en vanidades, me falta tiempo.
—¿El tiempo no es tuyo maestro?
—El tiempo no me pertenece, yo estoy fuera del tiempo. Estoy aquí para vencer al tiempo de los hombres, de los que viven y mueren, para que no sea nunca jamás.
Cristo se alejó de mí y se puso a hablar con Pedro, yo no sé de qué cosa hablarían.
El baño me gustó, llevaba más de tres meses sin lavarme, mi madre, me decía, que hay que lavarse lo menos posible, para que el polvo nos proteja de las enfermedades.
De repente Cristo se puso a caminar con paso firme y seguro. A su lado los doce apóstoles parecían doce antorchas de preguntas, de sobresaltos y de confusiones. La muchedumbre sorprendida por la marcha del maestro quedose como una estatua sedienta de salvación en medio del desierto.
Se levantó un fuerte viento y el camino del hijo del hombre llenose de vendavales y se tuvieron que coger los unos a los otros y yo con ellos para que el viento no nos llevara.
—Haz un milagro, Señor— dijo Simón a Cristo, agarrándose fuertemente a él, teniendo el demoledor empuje del huracán.
Cristo no contestó y siguió caminando.
—Haz un milagro Señor— imploraron los apóstoles.
—De verdad os digo, que vuestro temor es infundado porque este viento no os puede dañar en absoluto, vuestro miedo es más fuerte que el viento.
—Pedro, ¿le tienes miedo a la muerte?
—¡Sí Señor! Temo morir.
—¿Y tú Juan?
—¡Siempre le he tenido miedo!
—El huracán no existe más que en vuestra imaginación. Ved como vuestras túnicas no se mueven.
—Las llevamos pegadas al cuerpo y no pueden moverse, Señor.
—No se pueden mover del miedo que tenéis, quitaos el miedo y entonces vuestras túnicas se moverán.
—Pero Señor— díjole uno de los apóstoles— la tela se ha pegado al cuerpo y no hay quien la despegue, llevo veinte años con la misma túnica y forma tanto parte de mí, que si quisiera quitármela me arrancaría antes la piel.
—Puede ser cierto— respondió Cristo— hay que abandonar el cuerpo para salvar el alma. La resurrección se hace con un cuerpo totalmente nuevo donde el espíritu habite sin la influencia negativa de la carne.
Los apóstoles caminando luchaban contra la tempestad. Iban temblorosos, y, yo con ellos, me sentía también envuelto en aquella pesadilla.
Durante varias horas anduvimos. El viento se calmó y nuestros ojos castigados por el polvo que se desprendía de la sequedad del suelo, empezaron a esclarecerse, a quitarse las molestas telarañas de lo polvoriento.
Íbamos pasando por un sendero cuando de repente dos mujeres llorando se acercaron a Cristo y le dijeron:
—Señor… ¡Lázaro ha muerto!
—Mujer— preguntó Cristo llorando — ¿Cuánto tiempo hace que mi amigo Lázaro ha muerto?
—Señor, hoy hacer tres días que nuestro hermano ha muerto.
—¿Dónde lo habéis enterrado?
—¡Cerca de aquí Señor!
—Pronto, no hay tiempo que perder— dijo Cristo secándose las lágrimas con una mano— todavía queda tiempo para que resucite porque el cuerpo todavía no se ha corrompido. Llevadme ante él.
Rápidamente nos pusimos a caminar detrás de las dos hermanas de Lázaro y llegamos un tanto cansados ante la entrada del sepulcro cueva, el cual se hallaba tapado por una enorme roca.
Y la roca se movió ante la sorpresa de los presentes.
—Señor, ¿cómo lo has hecho?– le preguntaron.
—Mi respuesta no forma parte de este mundo y no sería entendida, es mejor ver y callar y aprender donde está la verdad y dónde se esconde la mentira.
—¿Dónde está la verdad?
—¡En mí! De verdad os digo que yo soy el que siempre ha sido.
—¿Dónde se esconde la mentira?
—¡En aquellos que no creen en mí!
Finalmente entramos a la cueva. El pobre de Lázaro estaba tendido sobre un lecho de piedra. A su lado había dos cestas, una con peces y la otra con panecillos. En un rincón vi un cántaro de agua.
Cuando Cristo se aproximó a Lázaro, los piojos, un tanto cansados de bullir en la misma piel, cambiaron de huésped y el cuerpo se volvió en una piojera.
—¡Lázaro, levántate y anda, te lo ordeno!
—Señor— contestó Lázaro abriendo los ojos— quítame de encima los demonios que me has echado para que resucite.
Lázaro se levantó y salió corriendo de la cueva.
—Señor, haz algo, nuestro hermano Lázaro se ha vuelto loco, porque pasar de la muerte a la vida, es la mayor de las locuras.
—Será locura mas la locura es la salvación del hombre, quien no enloquece de amor nunca ha amado, y el alma tiene que enloquecer por dios para ser salvada.
—Mira maestro cómo Lázaro baila de alegría y no cesa de quitarse la muerte de encima.
—Dejadle bailar y que disfrute de los encantos asombrosos de la resurrección, ha vuelto a ser y ser es nacer.
Por mi parte tengo que decir que vi a Lázaro resucitado y sin embargo me quedó una profunda duda, que todavía hoy con el paso del tiempo tengo. ¿Quién resucitó realmente al muerto, Cristo o los piojos cristianos que se le echaron encima? ¿Fue un verdadero milagro? Tal vez Lázaro estuviera profundamente dormido y los piojos lo despertaron. Quien sabe… todo es posible y cuando creemos que estamos viendo algo nuestros ojos nos engañan porque la realidad es sencillamente otra.
Con el paso del tiempo he llegado a saber que los llamados y venerados milagros de Cristo nunca han existido porque nunca se han realizado como se han llegado a contar y a difundir. Bien es cierto que Jesús tenía un cierto poder de curación que se ha llegado a exagerar hasta el infinito porque él mismo exageraba cuando se creía hijo de Dios y poseedor de su verdad.
—Señor – insinuó una de las hermanas de Lázaro, venid con nosotras a casa y te lavaremos los pies y las manos, a ti y a tus seguidores.
—¡Yo me lavo con fuego! El agua que necesito es el Espíritu Santo y mi padre me la da.
—Señor, déjanos que te lavemos los pies y las manos en gratitud por la salvación de nuestro hermano.
—De verdad, os digo, que yo ya estoy plenamente agradecido con su resurrección, porque no hay mayor alegría para un padre que ver a su hijo muerto nuevamente vivo.
—Señor, tenemos hambre y deseamos descansar un poco, en la casa de lázaro, seremos bien recibidos.
—Id con Lázaro, mientras yo me quedaré aquí.
—Pero Señor… tú también necesitas comer y descansar.
—¡Mi comida y mi descanso no son de este mundo! Comed y descansad que yo comeré y descansaré en mis oraciones.
Nos fuimos y Cristo se quedó solo. Pero yo volví y no muy lejos de él, me escondí, para ver lo que hacía. La curiosidad me hizo volver y no me arrepentí.
Vi caer a Cristo como en trance y revolcarse una y otra vez sobre el seco suelo. Levantar una nube de polvo y comprendí.
Ese mismo comportamiento lo he visto en los pájaros, cuando quieren deshacerse de los piojos que llevan encima.
QUINTO MILAGRO PECADO
La falsa tentación del diablo.
—¡Oh, padre, que estás en los cielos, no abandones a tu hijo, por tu infinita bondad no te olvides de mí! ¡Estoy cansado de caminar, de hacer milagros, de llevar tantos piojos encima! ¿Por qué no nos los repartimos entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? ¿No somos acaso la Santísima Trinidad? Baja del cielo y ayúdame porque un ser troceado en tres partes, por muy celestiales que sean, no tienen ningún sentido. ¿Hasta cuándo he de esperar que me crucifiquen?
Vi a Cristo llorando sobre el polvo. Tendido con su túnica amarillenta sobre el desierto y me dio mucha pena. De pronto Cristo levantó la mirada al cielo y cayó de rodillas. Estaba tan cansado, tan desanimado que carecía de fuerzas para levantarse.
Y entonces, en el silencio más profundo del desierto, escuché una voz que le decía a Cristo:
—No eres ningún dios, eres un pobre hombre engañado por un tirano, porque la palabra Dios significa amo y el amo y el Señor del universo se está valiendo de ti para engañarte y engañar al resto de los hombres por los siglos de los siglos, amén.
—¿Quién eres tú para hablarle al hijo del hombre de tal manera?
—¡Lucifer!
—Mi padre te expulsó del reino de los cielos por intentar quitarle la soberanía del universo, y te arrojó a los abismos con los tuyos, dándote la presencia merecida de la bestia.
—¡Eso no es verdad! Ningún poder me ha quitado el bien ni la belleza, contémplame y lo verás con tus propios ojos.
—¡Apártate de mí Satanás!
—La verdad hay que verla, Dios os está engañando a ti y al hombre. ¡Aquí estoy para que me contemples!
Y Cristo vio a Satanás sumamente bello, como si de una bendición se tratase y se perturbó tanto que se puso a gritar a los cuatro vientos como un cordero asustado por el lobo.
—¡Ese no eres tú! Tu presencia no es bella, es diabólica, los poderes del infierno te hacen bello ante mí, pero en realidad eres una bestia repugnante.
—¡No soy una bestia repugnante! ¡Yo soy Lucifer! El resplandor de los cielos, nadie ha sido tan bello y tan puro como yo ni nunca lo será.
¡Más puro y más bello que Dios no hay nada! ¡Contempla la belleza del Creador de todas las cosas, arrodíllate ante El y serás perdonado, solamente así recuperarás tus alas y la condición celestial de ángel, la cual perdiste justamente por tu ambición y egoísmo.
—¡Eso jamás! Nuestro Padre no ha obrado bien con nosotros y no nos podemos rebajar más a él porque es un egocentrista que quiere que tanto el hombre como los ángeles lo adoren eternamente, y, yo, comprendo que una adoración eterna es una humillación sin límite que no tiene sentido.
—¡El sentido es Dios!– respondiole Cristo– sin Dios no hay nada, es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
—Dios es solamente Dios, no es Hijo ni Espíritu Santo, te engaña aunque Dios no puede mentir, te engaña con su silencio.
—¡Yo soy Dios!— dijo Cristo un tanto violento—
—¡Tú no eres nada! Serás sacrificado a causa de tu fanatismo. Déjame que te ayude.
—Apártate de mí Satanás.
—¡Te puedo ofrecer mi hospitalidad! Mira y contempla cómo viven los míos.
Cristo contempló y vio enormes palacios. Una legión de ángeles sin alas que adoraban a Lucifer.
—¡Son demonios, no son ángeles!– Gritó Cristo violentamente.
—Son ángeles caídos, son mis ángeles, yo también tengo mi mundo porque el mundo hay que repartirlo.
—No me tientes más Satanás, mi alma es de Dios y a Dios volverá.
—Dios es un tirano que se adora a sí mismo, yo lo adoré durante un cierto tiempo, después me di cuenta que no se merecía tanta adoración debido a su egocentrismo.
No sé el tiempo que Cristo y Lucifer estuvieron discutiendo. Escondido detrás de unos matorrales, escuché voces y más voces, gritos y más gritos, por lo visto no se ponían de acuerdo. Ni Cristo convencía a Lucifer ni Lucifer a Cristo. Hubo momentos que el desierto se llenaba de ángeles sin alas y de ángeles con alas. La batalla entre el llamado bien y el llamado mal estaba a punto de comenzar.
—¡Padre, destruye el mal!
—No puedo — contestó Dios desde el cielo— porque entonces los hombres serían como los ángeles.
No puede — dijo Lucifer— porque el mal que nos ha dado se ha vuelto contra él. Baja y llegaremos a quererte sin adoración. Deseamos ser tus ángeles, que nos devuelvas las alas de los cielos. Nos someteremos a tu voluntad pero dentro de una autonomía, queremos un autogobierno que nos garantice una cierta independencia.
—¡Eso nunca jamás!–dijo Cristo–
Los ángeles de Dios llevaban espadas de fuego, los de Lucifer iban desarmados.
—Estamos a favor de la paz, nuestra revolución no es violenta, estamos aquí para dialogar, para reclamar la parte del cielo que nos ha sido negada. Nosotros no somos la serpiente ni la bestia, ni la etiqueta catastrófica que nos han puesto.
—¡Ay Dios mío, que tus ángeles terminen con esta pesadilla!
Hubo momentos tensos entre los diferentes ángeles. Las espadas de fuego se agrandaron, después se hicieron más pequeñas.
No deseo ser Dios, me conformo con lo que soy. Ahora bien, no quiero la mala fama que me han dado. Ninguna criatura de la tierra me acepta porque no viendo mi verdadera presencia, me ve como un ser repugnante. Cuando me presento ante el hombre, el hombre asustado huye de mí, y creo que se le representa de un solo golpe todo el mal del universo, cuando en realidad, el hombre como yo somos dos víctimas de Dios.
—Si no deseas ser Dios ¿Por qué has traído la maldición y la muerte sobre la tierra?
—La maldición y la muerte la ha traído Dios. Él puso la tentación y la serpiente. El pecado original no existe porque el hombre no es ningún pecador.
—El hombre ha pecado y yo estoy aquí para redimir su pecado. Yo soy el camino y la vida y, todos aquellos que crean en mí serán salvados.–gritó Cristo—
Lucifer levantó una mano y apareció de nuevo el paraíso terrenal. Adán y Eva andaban desnudos en el jardín. De pronto Eva contempló una enorme serpiente y se acercó a ella. La serpiente se hallaba enroscada en un manzano, en el árbol del conocimiento de lo bueno y de lo malo y, le habló así: Dios os engaña porque podéis llegar a ser dios alcanzando el conocimiento de lo bueno y de lo malo.
—Eva miró a la serpiente un tanto sorprendida, en su rostro se dibujaba una expresión ingenua, lejos del bien y del mal, y díjole a la serpiente:
—Nuestro padre no quiere que comamos del fruto prohibido porque dice que en el día que comamos moriremos. Él lo sabe todo y nosotros no sabemos.
—No sabéis pero podéis llegar a saber. En la tentación que os ha puesto está depositada la verdad y la verdad es Dios. El que no tiene conocimiento no sabe y hay que saber y descubrir para sentirse vivo. Dale un mordisco a la manzana y tu memoria se volverá en un instante universal. La manzana es una fruta muy crujiente y te gustará.
Eva empezó a dudar de Dios… ¿y si la serpiente estaba diciendo la verdad? ¿Qué ganaba realmente con mentir? Además ella no podía naturalmente cometer ningún pecado porque no sabía lo que estaba haciendo ni tampoco lo que podía hacer.
—¡Come! Le insistía la serpiente poniéndole cara de ternura venenosa.
—¡Dios se va a enfadar conmigo!
—Come y que se enfade pero a partir de su enfado descubrirás un nuevo mundo, el mundo que te están negando y que verdaderamente te pertenece.
Adán mientras tanto, ajeno a lo que estaba sucediendo, dormía profundamente como un ángel debajo de un olivo. Un pequeño riachuelo le mojaba los pies desnudos y una bandada de palomas dejaron de volar para beber al lado del que estaba durmiendo, un poco de agua.
—¡Come!
—¡No puedo!
—¡Come y serás Dios!
—Como Dios no puedo ser, es mi padre amoroso, nos ha creado para darnos el paraíso y la vida eterna, aunque no tengamos conocimiento de lo bueno y de lo malo, yo me doy cuenta de lo que hago y de lo que quiero hacer.
—Darse cuenta de una cosa no es descubrirla – díjole la serpiente. – Si te comes la manzana llegarás a ser omnisciente como Dios… tus ojos se abrirán tanto que abarcarán todo el mundo conocido y por conocer. El paraíso es muy pequeño para vosotros, es un pequeño jardín en el jardín universal. De árboles frutales está tan pobre…dos higueras, un manzano, un ciruelo, un melocotonero, un almendro, no veo ninguna palmera ni ningún camello. Podéis tener más, soñar más, todo esto es tan reducido que el tirano os engaña como a mí me ha engañado. Vamos, come de una vez, que la manzana dé un crujido universal y Dios se dé cuenta que le estáis quitando parte de la sabiduría que guarda tan celosamente