Eva callaba. ¿Y si la serpiente decía la verdad? Ser más todavía de lo que uno es, es demasiado tentador. Acompañada del silencio más profundo, como si todas las tumbas del nuevo mundo se estuvieran haciendo, cogió un tanto confusa y molesta, el fruto del conocimiento de lo bueno y de lo malo y al morder se pudo escuchar el primer gemido de la humanidad.
—Ya eres como Dios—dijo la serpiente. Llama al hombre y que coma también, porque donde da un mordisco la mujer ha de morder el hombre.
—Adán, ven y come.
Adán llegó desnudo porque no sabía todavía lo que era vestirse, su desnudo era natural, nadie podía verlo aunque lo viera la mujer. Eva le dio media manzana a Adán y este comió sin protestar. Y entonces como un trueno de castigo se escuchó una voz en el cielo que decía:
Me habéis desobedecido, no habéis sido obedientes, ¿Por qué le habéis hecho caso a la serpiente y os habéis vuelto contra mí? ¿acaso me merezco tal desobediencia? Adán… ¿Dónde te encuentras? Soy tu Dios… Adán confundido y avergonzado se iba escondiendo de Dios y, al verse desnudo, por vez primera, cogió una hoja de vid y se tapó lo que tanto lo avergonzaba.
—¡Adán, no te escondas de mí! Yo sé dónde estás y mi furia y mi cólera pueden destruirte en cualquier momento, porque la única justicia que existe en el mundo es la mía.
Adán tembloroso le respondió a Dios:—La mujer me dio de comer y he comido y, entonces, me he visto desnudo y he sentido vergüenza de mi mismo.
—Te has visto desnudo porque ya sabes lo que es bueno y lo que es malo. El paraíso se ha perdido para ti, y por culpa de la mujer no vivirás más de un día perdiendo la eternidad que creé para ti.
—Yo–dijo Adán– he hecho nada más que comer, la culpable es la serpiente.
La serpiente se retiró cautelosamente para que Dios no la viera, ya no hablaba porque no podía hablar. Alguien se había valido de ella para que el hombre pecara.
Dios arrojó al hombre del paraíso y puso luego, en la entrada, a un ángel, con una espada de fuego, para que no entrara nunca jamás. La muerte ya era posible sobre la tierra y podía presentarse en cualquier momento y el hombre tenía que ganarse el pan con el sudor de su frente.
—¡Maldito Satanás!–dijo Cristo— eres la serpiente y el creador del destierro y de la muerte.
—La serpiente es solamente una serpiente, ella no tiene ninguna culpa, el culpable es Dios que se valió de ella para que el hombre pecara.
—¡Ay Dios mío, haz que Satanás se vaya!
—Tú también eres una víctima de Dios, no eres el hijo del Espíritu Santo, eres un pobre mortal con una creencia de resurrección que te perderá. Después de ser resucitado no resucitarás realmente, seré yo el resucitado, el que me presentaré ante tus discípulos con la imagen de tu cuerpo para que crean en ti y divulguen tu mensaje.
—De ser cierto lo que me estás diciendo, ¿qué es lo que ganas con eso?
—Que Dios se vea obligado a resucitar al hombre.
—¿Por qué quieres que resucite al hombre?
—¡Por amor!
—¿Cómo el diablo puede tener amor?
—¡No soy ningún diablo, soy Lucifer! Mi lugar le pertenece a los cielos, no a las entrañas de la tierra.
—¿Quién soy yo?–preguntó Cristo, dudando por ver primera de sí mismo.
—¡Un juguete en manos de la tiranía de un tirano!
—¿No soy el hijo de Dios? ¿Acaso no soy el mismísimo Dios?
—Dios no puede comportarse como un hombre ni sufrir como un hombre. Se vale de ti para saber hasta dónde llega el espíritu de sacrificio de la humanidad.
—¡Pero yo soy Dios porque pienso como Dios!
—Preséntate ante mí como Dios y creeré en ti, porque yo estoy precisamente aquí para hacer la reconciliación con Dios.
No sé realmente el tiempo que estuvo Cristo intentando ser Dios pero lo que sí sé, es que allí ningún Dios había y que Cristo salió derrotado por Lucifer.
La tentación que puso el llamado diablo, en el corazón de Cristo, es que se identificara, que descubriera su verdadera identidad ante él y los demás.
—Si eres Dios, haz que aquella montaña llegue hasta ti con la mirada, porque para Dios no hay imposible.
Cristo miró, contempló, observó y no vio ninguna montaña, había un desierto impresionante.
—¡No puedo desplazar lo que no existe!
—Pero puedes crear lo que no existe porque el universo está lleno de creaciones.
Cristo intentó crear una montaña y le salió un vendaval de arena. Empero, allí nada se movía. Los ángeles con alas y los que carecían de ellas porque dios en los cielos se las había quitado, parecían estar fuera del vendaval, o más bien protegidos por una fuerza sobrenatural.
Al único que la tempestad se quería llevar era a mí, y lo comprendí, porque yo era el único ser que había allí de este mundo. Los demás estaban dentro y fuera de él al mismo tiempo.
—¡Haz una montaña!
—¡Haré una montaña y te lanzaré a los infiernos aunque me tenga que despojar de mi condición de hombre, porque yo soy por encima de todo Dios!
Cristo cayó al suelo como desmayado y de su interior salió un fuerte resplandor de luz que me cegó la mirada. Parecía un sol o tal vez millones de soles concentrados en un solo astro. La luz se puso a hablar y a maldecir a Satanás.
—Si quieres una montaña, te voy a meter en una de fuego si me sigues tentando. Mírala, a por ti viene, es el Espíritu Santo.
Satanás vio asombrado como una montaña de fuego se le venía encima.
—Ahora sí sé que eres Dios–dijo— lo que no comprendo es ese cuerpo de hombre tirado sobre el suelo.
—El único que lo entiendo soy yo, baja a tu reino con los tuyos y déjame tranquilo en el mío, si no quieres que os destruya.
—Podemos hacer la reconciliación. Yo destruyo a mis ángeles y tú destruyes a los tuyos.
—Mis ángeles son como yo. Son la exacta prolongación de la eternidad. No pueden ser destruidos porque son la garantía de mi infinita bondad. Los tuyos en cambio pueden ser destruidos porque yo no los he creado.
—Pero yo sigo siendo bueno como mis ángeles ¿Por qué nos das el aspecto que no nos merecemos, ante el hombre? En realidad no somos así.
¡Esa es vuestra verdadera imagen, el cuerpo que realmente os corresponde! Debéis cambiar mucho para volver a mí, primero no verme como un tirano, después adorarme, ya que toda mi obra es una constante adoración a mí ser superior.
—La libertad es superior a la adoración, nosotros queremos pertenecer a tu reino sin adorarte.
—¡Imposible!
—¡Seguiremos como estamos!
—¡Lucifer!– dijo uno de los ángeles sin alas – huyamos, Dios nos quiere destruir con esa montaña de fuego que se nos viene encima.
Lucifer miró y vio como la montaña de fuego se acercaba y entonces todos los ángeles sin alas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
SEXTO MILAGRO PECADO
La resurrección de la vidente.
La montaña de fuego desapareció. Dios y los ángeles de los cielos se perdieron en un sueño espacial. Y el pobre, cansado y castigado de Cristo seguía en el suelo, como abandonado a su trágico destino. Ningún Espíritu Santo parecía volver a él. Era un cuerpo inerte, un pedazo de carne sin sentido, ni causa justificada tirado en el desierto. Unas sombras empezaron a dibujarse en el polvo del suelo, era una bandada de aves carroñeras que empezaban a volar sobre el presunto muerto.
—Despierta —dije acercándome a él– estaba más frío que la muerte. Lo moví varias veces, le abrí los ojos cerrados con mis pequeños dedos pero nada, estaba muerto y bien muerto, y sólo un milagro podía devolverle la vida.
Los buitres dejaron de volar y se acercaron a Cristo. Lo defendí como pude con un palo. Alguien me ayudó de repente, era mi amigo el diablillo que volvía junto a mí.
—No temas–me dijo– apenas los buitres me vean se asustarán.
Efectivamente. Lo vieron, se asustaron y echaron a volar.
—¿Cuándo se ha visto que un diablo le ayude a Cristo?
—¡No soy ningún diablo porque los diablos no existen, soy la otra cara de la moneda, la otra cara del bien! Dios tiene una cara del amor, nosotros tenemos otra. Son dos amores diferentes. El de Dios es pura adoración, pura sumisión, el nuestro es en cambio la libertad suprema. ¿Pero qué le sucede a esta pobre criatura? ¿Por qué no despierta de su largo sueño?
—Parece estar muerto–dije –
—Parece pero no lo está, porque Cristo no puede morir, en cualquier momento volverá.
—¿Qué hacemos mientras vuelve?
—Velar por él, para que no le pase nada– respondió el diablillo.
—¿Podemos jugar mientras tanto?
—¿A que jugamos?
—A correr con un pie–dije, viendo como el diablillo sonreía.
El juego comenzó y al final nos vimos los dos en el suelo riendo.
—¡Te he ganado!–dije –
—No, te he ganado yo, porque tú a veces has corrido con los dos pies y me has hecho trampa.
—¿Yo? ¡No! ¡Eso no es verdad!
—¡Puede que sea verdad!
—¡Puede que no!
—Es verdad y no es verdad, que importa, somos amigos y eso es lo importante – El diablillo era un diablillo muy agradable y su simpatía me caló profundamente el corazón.
—Hemos ganado los dos, porque los dos somos muy buenos amigos.
Cristo seguía como muerto. Tendido sobre el polvo parecía que la muerte lo estaba esperando para llevárselo.
De repente vimos cómo una nube de fuego lo envolvía. Ningún calor se desprendía de la misma porque la temperatura medio ambiental seguía exactamente igual, vimos como la nube de fuego se le introducía por la boca y como el cuerpo de Cristo empezó a revolcarse en el polvo.
—¿Dónde estoy?–preguntó volviendo en sí–He sido tentado por Satanás, pero lo he vencido. ¿Dónde están mis apóstoles? ¡Pedro, Felipe, Juan, Mateo, Simón!
—Aquí estamos Señor – Dijo uno de los apóstoles apareciendo. Te hemos estado buscando y finalmente te hemos encontrado en gracia de Dios.
—¡Nunca mejor dicho!–Respondió Cristo.
El diablillo apenas vio al Mesías volver en sí, se escondió en mí y, sentí un leve cosquilleo, como si alguien estuviera jugando conmigo interiormente.
—José–me preguntó el maestro— ¿has visto lo que yo he visto?
—¡Si maestro!
—¿Y qué te ha parecido el diablo?
—¡Un hermosísimo ángel creado por Dios!
—¡Lucifer no es bello ni puede serlo… porque de verdad os digo que el mal no forma parte de la belleza!
—Maestro, yo lo he visto tan bello como la luz celestial.
—¡El poder del mal se ha apoderado de ti! ¿No estarás poseído? Si lo estuvieras que el demonio salga de ti o de lo contrario lo destruiré quitándole la vida eterna.
—No estoy poseído por ningún demonio maestro porque sencillamente los demonios no existen.
—Los demonios están en todas partes. Veo uno dentro de ti y lo voy a destruir.
—No estoy poseído por ningún demonio.
Maestro, han traído a una mujer que necesita de tus cuidados. Hemos hablado con un cuervo y él nos ha dicho cómo se llama y de dónde viene.
—¿Cómo dice el cuervo que se llama?
—Isabel y la han traído de una cueva que hay por encima de Betania.
Aquel acontecimiento fue muy oportuno para salvar la vida del diablillo que se escondía tembloroso dentro de mí, temiendo que el Mesías cumpliera con sus amenazas.
—¿Dónde está esa mujer?
—Aquí la traen Señor en una camilla.
Varios hombres traían el cadáver en una especie de camilla. Un pájaro negro que enseguida reconocí se posó suavemente como una pluma sobre el hombro de Cristo.
—Está muerta, está muerta, vida… vida… vida…
—Ya le daremos vida – Le contestó Cristo al cuervo, quitándose un piojo de la espesa y larga barba – para mí la vida es un regalo, un regalo de los cielos y, no hay muerte que se me resista. Yo puedo levantar una muchedumbre de muertos solamente con desearlo porque soy el único creador de lo que existe y lo creado está hecho a mi justa medida. Ya sé que eres un cuervo, que quieres mucho a esta mujer… no te impacientes, levantaré la voz al cielo y seré oído y escuchado asertivamente por mi padre. Un acto misericordioso de buena voluntad nunca será desatendido por el hacedor de todas las cosas. La buena voluntad del padre siempre es plausible, tangible y no se debe tergiversar lo que nace puro y lleno de amor y, nuestro padre es sumamente puro y amoroso.
—Vida… vida… vida…— le imploraba el cuervo a Cristo y, no lloraba porque los pájaros no pueden llorar.
—No te impacientes amigo mío, la vida le será devuelta en cualquier momento, cuando el milagro de los cielos se realice sobre la tierra.
—Pero maestro —dijo Pedro– esta vieja está más que muerta, parece estar más allá de la muerte. Creo en ti maestro, empero esto es demasiado… si el alma ya se ha ido, ¿cómo va a regresar a tan decrépito cuerpo? La muerte para esta pobre mujer ha significado la liberación de un mortificado espíritu.
—Sí, maestro, lo que dice Pedro tiene razón, es mejor dejarla muerta y que el espíritu se sienta liberado de tan pesada carga. – Dijo Mateo –
—¡Ay, insensatos, ignorantes, ciegos de espíritu… ¿De qué os han servido mis enseñanzas, mis palabras? Con vosotros han caído al vacío y de nada han valido mi sacrificio y mi entrega, si no habéis sabido comprender mi mensaje, el por qué estoy aquí en la tierra como el hijo del hombre y por qué tengo que ser crucificado. De verdad os digo que no sabéis nada y que os tengo que enseñar una y otra vez lo que no conseguís aprender debido a la grandiosidad de la enseñanza. Vuestra fe todavía es poca, poca cosa, muy diminuta, tan pequeña, que debo meteros el Espíritu Santo para que finalmente me comprendáis.
—Yo te comprendo—dijo la vieja resucitando— la carne y el espíritu habían muerto conmigo y el Dios vivo, el eterno Señor de la vida me ha devuelto lo que el Señor de la muerte me había quitado.
—Otro milagro–se dijeron los apóstoles— verdaderamente el maestro es Dios y hay que estar más que ciego para no creer en él y en sus enseñanzas.
—De verdad os digo que ningún muerto, aparte de los que yo he resucitado, ha resucitado todavía. Tanto la carne como el espíritu de los muertos esperan la resurrección, están todos muertos y los espíritus naturalmente enterrados bajo tierra.
—Señor–díjole la vieja a Cristo– ten cuidado, he visto toda tu vida en el cráneo de un muerto, no tardarán mucho en estar aquí. Uno de los tuyos te ha traicionado y vendido por treinta monedas.
—Lo sé, mujer, yo también como hijo del hombre, sé el pasado, el presente y el futuro de todos los acontecimientos. Sé quién me ha vendido y sé también que antes que cante el gallo tres veces se ahorcará.
Jesús miró a Judas y este se estremeció.
—Señor yo no he sido— dijo Judas poniéndose de rodillas.
—Levántate, mejor que tú nadie lo sabe, el que mejor se juzga es uno mismo cuando le llega la hora del arrepentimiento. Si tú no has sido no tienes nada que temer pero la verdad no puede tener ningún engaño para el que habla con la mentira. Y la verdad te ahorcará en la rama de un olivo porque tu verdad es horrorosa.
Judas se levantó y salió huyendo.
—¿Es verdad que Judas te ha vendido?–preguntó Pedro –
—¡Así está escrito y así se ha cumplido porque no se podía cumplir de otra manera!
—Huyamos antes de que te detenga. Presiento que ya vienen por ti.
—¡No puedo huir! No he venido a esta vida para huir de mi destino estoy preparado para sufrir todo el castigo y todo el sufrimiento que me imponga el hombre, no como un dios sino con la debilidad de un hombre.
—Te defenderé con mi espada–gritó Pedro–
—Te defenderemos—gritaron los demás apóstoles.
—Maestro–dijo Juan– no dejes que te prendan, ¿qué haremos sin ti? ¿qué será de nosotros sin ti? Formamos parte de tus sermones, de tus pensamientos, de tus milagros, hasta tus piojos son milagrosos porque donde pican resucitan.
—Juan tiene razón maestro– Insinuó Felipe– no somos nada sin ti, y no deseamos perderte.
—En verdad os digo que nunca he de morir, porque el Espíritu Santo está conmigo y yo con él. Me detendrán y me cargarán una cruz como a tantos otros. Luego seré crucificado pero mi muerte no será real sino aparente. No resucitaré de la muerte porque dios no puede morir, volveré a ser lo que nunca he dejado de ser.
—Pero maestro, si mueres, ¿quién te resucitará?—Preguntó Mateo—
—Quien no vive nunca ha de morir y yo no vivo, ¡Soy! El ser está muy por encima de la vida, la vida muere pero el ser permanece. La vida es de este mundo pero el pensamiento no le pertenece.
—Maestro, todavía nos queda tiempo para huir.
—Pedro, el hijo del hombre no puede huir de su destino, lo que está escrito se ha de cumplir.
—No queremos verte crucificado.
—Seré crucificado en cuerpo no en espíritu, porque al espíritu, ningún hombre lo puede crucificar.
SÉPTIMO MILAGRO PECADO
La falsa resurrección de Cristo
Cristo se hallaba sumamente sereno y tranquilo, dispuesto a ser entregado por el traidor de Judas, esperando que este llegara y le diera el beso de la traición. Los apóstoles y la mismísima vieja temían por su vida y aunque habían visto muchos milagros y muchísimas resurrecciones, no se ponían de acuerdo con la infinita confianza que demostraba el hijo del hombre. Una cosa es resucitar y otra bien distinta resucitarse a sí mismo estando muerto. Bien es cierto, y eso nadie se lo negaba, que Cristo poseía el poder de la resurrección pero estando vivo pero una vez muerto quién iba a tener ese poder por él, si estando vencido por la muerte no podría naturalmente vencerla porque ya no existía
El debate se prolongó durante horas y horas y se hizo de noche. Durante toda la noche no dejaron de disentir y finalmente se durmieron antes de que amaneciera debajo de unos olivos.
Yo también me hallaba medio dormido cuando una voz muy pegada a mi oído me dijo: no temas por Jesús, Lucifer le devolverá la vida. El solo puede hacerlo porque es el segundo poder después de Dios.
—¿Lucifer le devolverá la vida a Cristo?–pregunté más que asombrado, viendo cómo el diablillo me abrazaba–Eso no puede ser, yo creo que el maestro resucitará por sí solo, porque Dios lo resucitará.
—Dios no quiere resucitar a Cristo porque Cristo se cree Dios y es simplemente un hombre convertido en Dios para satisfacer el juego infinito de nuestro Creador.
—¿Qué gana Lucifer con resucitar a Cristo?
—Demostrarle que Cristo no es nuestro enemigo y que deseamos con ese acto la reconciliación, que Dios nos vea realmente como somos, en nuestro verdadero aspecto y no como diablos.
—¿Y esa nube de fuego que se metió en Cristo no es Dios?
—Dios está efectivamente dentro de Cristo pero una vez muerto se retirará y lo dejará muerto para siempre, ningún hombre será resucitado por el amor y el sacrificio de Cristo mientras que en los cielos no se acepte la reconciliación. El hombre no ha pecado y no necesita ser redimido porque Dios ha sido el único pecador posible poniéndole una tentación infinita a la fragilidad de la inocencia. ¿quién ha de pecar, el que lo sabe todo o el que no sabe nada?
—El que lo sabe todo naturalmente—contesté—
—¿Y quién lo sabe todo?
—¡Dios!
—¿Y quién no sabía nada?
—¡El hombre!
—Por eso nadie ha resucitado todavía ni nadie resucitará mientras que Dios no acepte que él, y solamente él ha sido el único creador de la vida y de la muerte. Dios es un dios de vida y muerte, si quiere ser solamente un dios de vida tiene que enterrar antes a la muerte y no darle adoración.
—¿No me digas que Dios adora a la muerte? ¡Eso no puede ser! Siempre me han enseñado y he creído que es un dios de vida.
—La enseñanza y la creencia nos engañan muy a menudo, nos enseñan barbaridades y creemos que la verdad nos pertenece simplemente porque creemos en algo que hemos alumbrado e identificado como verdadero.
—¿La verdad de Cristo no es La verdad de Dios? ¿No son la misma cosa?
La verdad de Cristo es una verdad inventada por un amor admirable y digno de tenerse en cuenta, empero la de dios no se puede inventar ni falsificar porque siempre ha sido, Dios no necesita inventar su verdad porque solamente dios es el verdadero.
—¿Cómo puedes hablar tan bien de dios siendo un diablillo?
—Ya te he dicho que soy un ángel caído y que Dios me cortó las alas, cuando fuimos arrojados a las entrañas de la tierra.
El diablillo abrazado a mí me hablaba suavemente al oído para que sus palabras me entraran profundamente en el corazón y lo creyese.
—¿Y Lucifer dónde está?
—Está junto a mí, todavía no quiere hacerse visible para que nadie lo vea. Tiene que ser muy cauteloso porque tiene que resucitar a Cristo y ascender con él a los cielos.
—¿Qué hará luego Lucifer en los cielos?
—Intentará que dios le devuelva sus alas y que le prometa…
—¡Cállate!–le dijo Lucifer, haciéndose visible como un bello resplandor — No quiero que nadie sepa lo que voy a hacer en los cielos, es un asunto muy delicado que hay que tratar con suma prudencia.
—Pero dios de los ángeles caídos, he hablado con rectitud y este niño es de los nuestros y podemos confiar en él.
Miré a Lucifer y creí ver a un nuevo dios. Su sonrisa era una sonrisa angelical y su luz brillaba inundada de bondad, no era ni mucho menos el diablo de las Santas Escrituras, era más bien una prolongación atrevida del mismísimo Dios.
¿No formas parte del mal?—pregunté—
—Sé lo que es el mal pero no puedo ni quiero hacerlo. El mal es la negación del bien y Dios se negó a sí mismo cuando lo hizo. Intentaré que Dios entre en razones y recoja de una vez todo el mal que ha sembrado sobre la tierra. El hombre nace, vive y muere por culpa de Dios. El hombre como inocente que es, no se merece ningún destierro ni ningún castigo. Quiero hablar con Dios personalmente para que comprenda que yo no soy la serpiente del paraíso. Aquí hay un malentendido y hay que aclararlo.
—Pero Dios no te quiere y no te dejará hablar.
—Alguna vez me tiene que escuchar por el bien de la humanidad.
¡Que así sea!–le respondí–
El diablillo y Lucifer desaparecieron de mi lado. Quedé solo, apartado de los demás. Se hizo un silencio tan profundo que me pareció que el mundo estaba muerto, hacía mucho tiempo, y que una eternidad estaba a punto de resucitarlo.
De repente vi a Dios en el cielo jugando con una legión de ángeles. Dios les lanzaba unas pequeñas bolas de fuego y ellos riendo se las devolvían. Era una especie de juego extraño, pero comprendí que lo que es extraño para los hombres para los moradores del cielo puede ser sencillísimo. A mí particularmente me hubiese gustado ser un ángel y haber jugado al lanzamiento de esas bolas misteriosas que giraban en el espacio con una fuerza desconcertante.
Dejé de mirar la revelación del cielo y volví a tener nuevamente los pies sobre la tierra. No estaba muy retirado de Cristo y de los apóstoles. Todos dormían profundamente y comprendí que el sueño es el amparo más grande que tiene el ser humano porque lo protege del miedo y de la inseguridad que puede presentarse mañana en cualquier momento.
Me acerqué silenciosamente a Cristo y el hijo del hombre roncaba como un condenado su sueño probablemente era lo que menos se parecía a un sueño porque viendo su rostro triste y cansado, comprendí que se encontraba lleno de pesadillas y de sobresaltos.
Su barba era una barba espesa, su rostro era un rostro surcado por el sufrimiento y las pesadillas, lleno de bondad o de locura, esa expresión se manifestaba de una forma desconcertante. Aquel rostro no podía soportar la presencia de un dios y se debatía en unas dudas que parecían tambalear el mismísimo universo. O Dios se le escapaba al hombre o el hombre se le escapaba a Dios.
¿Cómo era posible que en la mente del hombre cupiera Dios o que en el espíritu infinito de dios se manifestara el hombre? Con todo razonamiento aquello no era posible porque donde estuviera Dios no podía estar el hombre y donde el hombre estuviera Dios.
El uno probablemente se buscaba en el otro. El universo tiene cabida solamente en el universo, no puede caber en la tierra aunque la tierra si cabe en el universo. La tierra cabe pero el universo no la encuentra, hallándose la tierra fuera de la realidad universal.
¿Cómo entonces Dios pudo convertirse en hombre y el hombre convertirse en Dios? Para que Dios se convierta en hombre tiene que dejar de ser Dios y para que el hombre se vuelva Dios dejar de ser hombre.
Cuando Dios se convierte en hombre se niega a sí mismo y deja de ser Dios. Hay un vacío de poder, es como si Dios alcanzara la muerte en la vida del hombre, y dios volviéndose hombre se niega a sí mismo y desaparece en la mente humana.
Aquí estamos hablando de la muerte universal de Dios en el pensamiento del hombre. Dios ha muerto para que el hombre sea, Dios se ha crucificado en el espíritu del hombre y ha hecho que el hombre se vuelva Dios crucificando al hombre. Cuando el hombre deja de ser, Dios vuelve a recuperar lo que anteriormente sacrificó para que el hombre fuese.
Así pues podemos llegar a pensar que Dios no llega a conocer al hombre lo mismo que el hombre a Dios. Los dos se hallan limitados, uno por lo infinitamente más pequeño y el otro por lo infinitamente más grande. El hombre nunca llegará a comprender a Dios y Dios al hombre.
Así pensaba contemplando el rostro misterioso y llamativo del hijo del hombre. Su cuerpo era más bien pequeño, no pasaría del metro cincuenta de estatura. Delgado como la rama de una higuera, no muy bien alimentado. El hijo del hombre, bien es verdad, que había venido a este mundo para sufrir. – Pero si Dios no existía porque había muerto en el hombre ¿Quién lo representaba? Una profunda inquietud se apoderó de mí. ¿De verdad se hallaba el mundo sin una razón universal que lo siguiera gobernando? Si Dios ya no era, ¿cómo era posible que todo siguiera igual y que nada se saliera del orden para dar fe y testimonio de su muerte?
Asombrado miré las estrellas y ninguna me cayó encima porque todas, absolutamente todas, seguían en su sitio.
Pero si hacía justamente un momento que había visto a Dios jugando con los ángeles en el cielo, ¿Era Dios de verdad o Lucifer que sabiendo que Dios había muerto se había hecho pasar por el Creador para que los ángeles de los cielos lo adoraran?
Pero cuando Cristo estuvo como muerto en el desierto se le metió como una nube de fuego dentro y aquello lo hizo volver en sí.
Aquello tampoco pudo haber sido Dios porque Dios está muerto en la vida de Cristo.
Cuando Dios le lanzó la montaña de fuego a Satanás, Cristo para que Dios fuese cayó al suelo muerto y Dios resucitó de las mismas entrañas del hombre cuando el hombre dejó de ser para que Dios sea. Aquí Dios venció al hombre para que Lucifer se retirara de su presencia.
De pronto comprendí o tal vez creí comprender las incoherentes palabras de Lucifer que ante mi llegaron a tener toda su fuerza y coherencia porque a veces lo que nos parece sumamente incoherente posee una firmeza y una claridad que no hemos sabido comprender a tiempo, después poco a poco, se revela como una verdad cuyo sentido es más que una sentencia.
—¡No temas por Jesús, Lucifer le devolverá la vida!
La sentencia del diablillo al principio me pareció absurda, contradictoria, sin sentido. Pero ahora comprendo que tiene un sentido y una verdad universal.
Si Lucifer lograba resucitar a Cristo apoderándose del espíritu del hombre y después destruía a Cristo volviendo a ser Lucifer, Dios sería destruido con el hombre, hombre y Dios morirían en el mismo acto, en el mismo momento y solamente Lucifer sería Dios sin necesidad de mirar nunca jamás los ojos hacia el hombre.
Si Dios estaba muerto en la pequeñez del hombre, el hijo del hombre sería una víctima fácil de Lucifer porque Lucifer después de Dios, es el segundo poder del universo.
A partir de entonces empecé a desconfiar del diablillo y de Lucifer y empecé a verlos como siempre debí de haberlos visto, como verdaderos diablos.
Aquella mañana de primavera del cinco de Marzo, la vieja, cuando pasaron más de veinte años, me enseñó el calendario cristiano del año 2000, me dijo que lo había sacado del cráneo que tenía en la cueva, amaneció como de repente y los acontecimientos empezaron a amontonarse como suelen amontonarse una montaña de piedras después de un desprendimiento. No me dio tiempo de comunicarle a Jesús lo que sabía.
Varios hombres muy robustos por cierto se acercaron a Pedro y le preguntaron:
—¿Eres tú uno de los seguidores de Jesús el de Nazaret?
—No. No conozco a Jesús, estoy aquí por casualidad, soy de Betania, he venido a comprar ganado a Jerusalén.
Cristo miró a Pedro y este lleno de vergüenza y miedo se apartó de su lado.
De pronto apareció Judas y dándole un beso a Jesús dijo: ¡Este es el hombre que buscáis! ¡Este es Jesús el de Nazaret!
Los hombres cogieron a Cristo y se lo llevaron.
Varios días después, después de buscar en vano por Jerusalén, vino el diablillo y me dijo: ¡No busques más a tu maestro, está crucificado cerca de aquí y Lucifer lo salvará!
—¡No quiero que Lucifer lo salve!
—¡Si Lucifer no lo salva, Cristo morirá!
—¡Llévanos ante él! ¡Quiero hablarle!
Cogimos por una calle estrecha y corriendo más de media hora salimos a las afueras de la ciudad. Encima de un monte vi varias cruces, una de ellas tenía que ser la cruz de Jesús.
Llegamos. Una mujer le hablaba a Cristo.
—Hijo, ¿Para qué tanto sacrificio y tanto dolor para una madre?
—Madre, solamente Dios sabe lo que es querer porque solamente él es salvador de lo que quiere.
—Que se haga la voluntad del Señor pero que también se acuerde de nosotros, un sacrifico tan grande merece un consuelo más grande todavía.
—Madre… muero como hombre para resucitar como Dios, no temas por mí.
Y Cristo murió.
La madre, que más tarde supe que se llamaba María, se llenó el rostro de tierra y cayó al suelo desconsolada. Varias mujeres la levantaron y trataban en vano de consolarla. Había llegado tarde. Lo que sucedió después forma parte del misterio. Dicen que Cristo resucitó al tercer día.
El diablillo y Lucifer desaparecieron como encantamiento.
Pasaron cincuenta años después de la muerte de Cristo y de su tan anunciada resurrección. Cierto día fui en busca de la vieja y me la encontré en la puerta de la cueva con Atila. El cuervo estaba todavía vivo, el tiempo parecía haberse detenido sorprendentemente en aquel lugar.
—Sé a lo que vienes, me dijo la vieja– Viendo cómo me bajaba del burro— Entra y verás lo que yo estoy cansada de ver.
—¿Se apoderó Lucifer de Cristo? ¿Y Dios, está muerto y por eso los hombres no resucitan?
—No hagas tantas preguntas al mismo tiempo.
—Llevo cerca de cuarenta años esperando este momento.
—¡Otros llevan más de dos mil años! Contempla el cráneo de los acontecimientos y lo verás.
Vi el mundo de rodillas ante Dios. Judíos, Cristianos y Musulmanes. Pasar el tiempo, enterrar un siglo con otro siglo, un milenio con otro milenio. La fe y la esperanza ya no tenían ningún sentido. Desapareció el hombre de la faz de la tierra y de Dios ni presencia, la humanidad entera murió sin su resurrección.
—¿Qué pasó realmente con Cristo?
—Creo — dijo la vieja— que no resucitó.
—Resucitó pero no como Dios sino como Lucifer, el diablo se apoderó del hijo del hombre para que Dios no resucitara en el hombre. Lucifer ahora es el verdadero y único Dios del universo.
La vieja me miró muy extrañada y me pareció que tanto ella como el cuervo se estaban perdiendo en la pantalla del cráneo de todos los tiempos.
Me asusté de lo que estaba viendo, la cueva bajo un fuerte temblor de tierra se derrumbaba y al salir de la misma escuché una voz familiar que me estaba diciendo justo detrás de mí, como si estuviera pegada al oído:
—Si quieres información de lo que le sucedió a Cristo vente conmigo a los cielos, allí se encuentra la verdad de lo sucedido, en la tierra solamente existe la creencia, en el cielo la confirmación de la verdad.
Era la voz del diablillo.
Lo que sucedió después no forma parte del mundo que me dejé y es mejor que no cuente nada porque forma parte de otra historia más interesante y verdadera.
—¿Te vienes conmigo al cielo?
—¡Vámonos!–le dije—
El diablillo se abrazó a mí y los dos nos perdimos en una nube de ilusión.
¡Era un diablo pero su simpatía valía más que un ángel.