En cualquier faceta de nuestra vida, no importa si hablamos de lo laboral, de lo económico o hasta del ocio, el orden y la organización son fundamentales. Una buena organización y planificación nos ayuda a enfrentarnos al desenfreno del día a día con seguridad y aplomo, nos hace sentir que controlamos la situación y eso nos aporta confianza en nosotros mismos y en lo que hacemos.
Pero esta es solo una parte de los beneficios. Cuando llevamos una vida ordenada y sabemos que aquello a lo que nos dedicamos está bajo control, el cerebro puede descargarse de responsabilidad, bajar las revoluciones y descansar. Eso reducirá tus posibilidades de sufrir estrés o problemas derivados, mejorará tu salud y te hará vivir más tranquilo y más feliz.
¿Quieres pruebas? Haz un pequeño experimento: intenta pensar cuántas veces al día dices cosas como «no puedo olvidarme de…», «tengo que acordarme de…», o simplemente la cantidad de veces al día que tu cerebro piensa en algo importante, pero que todavía no puedes llevar a cabo. Piensa también en cuántas veces te olvidas de algo.
Cosas de este tipo, muy habituales en la vida cotidiana de la mayoría de las personas, suceden principalmente por dos motivos. El primero, por la falta de rutinas que automaticen muchos de nuestros quehaceres diarios y en los que no tendríamos ni que pensar. El segundo, porque tenemos la cabeza tan saturada de información, de tareas y de responsabilidades que, sencillamente, es incapaz de retenerlo todo y trabajar a la velocidad que le exigimos. Por eso llega un momento en que dice «no puedo más» y sufrimos de cansancio mental, estrés o ansiedad.
A lo largo de este libro te contaré por qué suceden estas cosas, algunos métodos y trucos para alcanzar una buena organización y mantener el orden de forma fácil, y cómo recuperar tu casa y tu tiempo para no sentirte esclavo del día a día.
Antes de ponernos a debatir y a exponer soluciones acerca de cómo recuperar el control de tu vida, de por qué es posible conseguirlo a través de la organización de tu casa o de otros beneficios que vas a conseguir, es importante empezar por el principio.
Es importante porque, en esta vida, no existen soluciones mágicas para nada. Lo que existe es el conocimiento y el análisis de un problema y, una vez comprendido, la aplicación de la lógica para obtener soluciones que también comprendemos, que adaptamos a nuestro día a día y con las que nos sentimos cómodos.
Por esta razón, antes de empezar a ordenar o a reorganizar tenemos que entender por qué existe el desorden, cómo hemos llegado a él. Solo entendiendo la razón de tu desorden podrás aplicar diferentes métodos o sistemas para solucionarlo.
En cambio, si únicamente te dedicas a cambiar las cosas de sitio o a meterlas en cajas o cestos sin ton ni son, en cuestión de tiempo (semanas o incluso días), todo volverá a estar hecho un desastre y seguirás frustrándote tratando de buscar una explicación.
En la mayoría de los casos, aunque no en todos, el desorden viene dado por un problema de acumulación. Tenemos demasiada ropa para los armarios disponibles, o demasiados juguetes para los niños o demasiados libros en las estanterías.
Por esa razón, el 99 % de las veces que llames a un organizador profesional, lo primero que hará es ayudarte a tirar todo lo que te sobra, que, para tu sorpresa, será mucho más de lo que hubieras imaginado.
Puede parecer una evidencia, pero hasta las personas más metódicas y organizadas sufren el problema de la acumulación. En mi día a día me encuentro a muchísimas personas que descubren, en sus armarios y cajones, ropa sin estrenar, incluso con las etiquetas puestas, o algún objeto que jurarían haber tirado hace años y, como estos, cientos de ejemplos.
Pero existen muchas más razones para el desorden. La segunda razón en nuestro particular ranking está en que no tenemos sitios específicos para cada cosa, vamos improvisando sobre la marcha. Por eso, al abrir los cajones, podemos encontrar de todo, desde pilas a pinzas del pelo o monedas de cinco céntimos. También tendremos cajas en el salón o en los armarios y, cuando te pregunte qué es lo que contienen, seguramente no sabrás qué responder, habrá papeles o revistas de hace años encima de los libros de la librería y montones de figuritas aquí y allá que, en muchos casos, ya ni siquiera te gustan.
Incluso obviando el hecho de que todas estas cosas no estuvieran mezcladas, imaginando que cada cosa tuviese un sitio fijo e inamovible y que, por ejemplo, cuando compras un juguete o un libro o un paquete de sobres, supieras exactamente dónde tiene que ir, también nos encontraríamos con que puede que no hayas pensado bien la distribución de los espacios.
Es un clásico lo de encontrar zapatos distribuidos por varias zonas de la casa sin demasiado criterio, o lo de compartir armario con nuestra pareja, o lo de tener huecos estratégicos de la cocina ocupados con cosas que apenas se usan. Y esto se debe a nuestro tercer problema del ranking: la falta de planificación.
Cuando nos mudamos, simplemente sacamos las cosas de las cajas y las vamos colocando sin pensar demasiado en los pros y los contras de esa distribución o en si podríamos sacarle más partido. Al no seguir ninguna estrategia ni planificación previa, tendremos espacios desaprovechados y otros muchos saturados, cosas del día a día en sitios incómodos, etcétera.
Ese es el primer paso para perder el control del espacio y de lo que tenemos. Algunas cosas se quedan olvidadas en el fondo de un armario durante años y otras parece que siempre están por en medio. Es el tipo de casa perfecta para que la acumulación prospere.
Aunque pensemos que el problema de la acumulación es reciente, lo cierto es que sus raíces se encuentran en el principio de los tiempos. El que más tenía era siempre uno de los más poderosos, ya que la acumulación de bienes ejemplificaba el estatus social, el poder y la riqueza.
También pasamos periodos de guerra en los que las privaciones crearon una serie de traumas que hicieron que muchas personas, pasado el conflicto, empezaran a acumular sin sentido, «por si acaso», o simplemente para disfrutar de lo que no pudieron en otros tiempos.
El caso es que, por unas razones u otras, llevamos el acto de la acumulación grabado a fuego en nuestra mente, transmitido de generación en generación sin ser conscientes de ello. De hecho, aún nos sorprende o extraña saber de personas que son capaces de vivir una vida sencilla, sin apenas posesiones.
Pero no quiero irme a los extremos. Entre los ascetas y los acumuladores patológicos hay toda una gama de grises en la que nos encontramos la mayoría, y ahí es donde radican gran parte de los problemas cotidianos y en lo que quiero centrarme.
Por otro lado, es una realidad que nadie nos enseña a tirar, a organizar, a librarnos de lo que nos sobra. Al contrario, seguro que te vendrán a la cabeza muchas frases como «el que guarda siempre tiene» o «¿vas a tirar esto? Pero si está nuevo» o incluso «es que me lo regaló la tía…».
Todas estas razones, y alguna más, son las que convierten muchas de las casas de hoy en un maremágnum de cosas entre las que intentamos vivir. Y en esto radica la clave: las cosas deben vivir entre nosotros, no nosotros entre las cosas.