28. «Toxic», cover Alex & Sierra

Pelillos a la mar

Jimena se quedó unos segundos mirando la pantalla de mi móvil para después devolvérmelo haciendo una mueca.

—Si es que no se puede estar tan bueno y ser profesor.

—No es que no me apetezca demonizarlo y arrancarle la piel a tiras…, simbólicamente, pero esto no es culpa suya. —Me apoyé en la pared del edificio de su oficina con un gesto de fastidio.

—No. No lo es. Es que últimamente estamos todos un poquito necesitados de cosquillitas en los bajos, y lo suyo es una provocación estética… de la que no es responsable. Sabes que no es mi tipo pero…, joder, con la camisa blanca.

—Lo sé —gruñí sin poder evitar lanzar una miradita a la pantalla y localizar la foto a la que se refería.

—Debe de ser jodido ver en esa plenitud lo que ya no…

—No termines la frase —pedí.

Puso morritos de pato y me miró con una sonrisa después.

—Hiciste bien en avisarle. Ya tienes cubierta tu buena acción del año. Piensa alguna fechoría para compensar.

—Siendo sincera, lo hice pensando en mí. No me apetece encontrarme fotos suyas por todas partes. Es el equivalente fotográfico a una mina antipersonas. Si se hace viral, me da un derrame.

Me miró con el ceño fruncido y creí que iba a decirme algo profundo, algo como que no podía obsesionarme con ello, ni con él ni con olvidarlo y fingir que no existía, pero se pasó un dedito por encima de su labio superior y luego me señaló a mí.

—Tienes bigotillo —dijo.

—Tengo pelusilla rubia.

—Maca…, rubias, rubias, lo que se dice rubias, no somos ninguna de las dos.

—Y tú deberías depilarte las cejas, que parecen dos sobacos de mono.

Pensé que iba a calzarme una hostia bien dada y merecida, pero asintió.

—¿Quedada para adecentarnos?

—¿En tu casa? —pregunté.

—En la mía no cabemos. ¿Qué hay de la tuya?

—¿En la mía? Ni lo sueñes. Aún no se me ha olvidado la última vez. Encontré unas bragas tuyas detrás del microondas.

—Qué noche. —Subió repetidas veces las cejas y no pude evitar reírme—. ¿Vamos a la de Adri?

—Vale. Ahora le escribo —dije resuelta—. ¿Cuándo puedes?

—Pues antes del viernes tiene que ser: hoy o mañana.

—Genial. —Cogí el móvil y empecé a escribir en nuestro grupo para que Adri pudiera organizarse—. Si no puede ser en la suya, qué remedio, iremos a la mía. Pero tienes que prometerme que no te comportarás como esos monos del zoo que tiran caca.

—Caca. Qué palabra más moñas. Di mierda.

—Mierda —gruñí.

—Alegra esa cara —me pidió dándome un codazo—. Has hecho bien en avisarle.

—Ya. Como si valiera de algo; vamos a tener fotos del profesor cachondo hasta en la sopa.

—Y eso…, para que me aclare…, ¿por qué te molesta tanto?

Le lancé una mirada poco amable.

—No quiero verlo ni en pintura. Es mi archienemigo.

—¿No ibas a ignorarlo?

—Pues por eso —eché balones fuera—. ¿Cuándo vas a ver a tu amante bandido?

—El viernes. —Sonrió—. Me tiene molida, el cabrón. Pero valdrá la pena cuando nazca nuestro primer hijo, al que llamaremos Santiago.

—Mira que eres morbosa, joder. —Me enderecé, le di un beso y guardé el móvil en el bolso—. Vuelvo al trabajo. Tengo que recoger millón y medio de blusas y zapatos de la tintorería, y Pipa no se va a creer que haya pillado tanto tráfico. Para una vez que me paga el taxi…

Me lanzó un beso y después se apoyó otra vez en la pared.

—Yo voy a seguir aquí, fumándome un pitillo mental. Tengo que planear mi estrategia para la sesión de masaje. A lo mejor le digo que me duele la vagina…

—Eso no suena a plan infalible —dije antes de desaparecer entre la gente que andaba por la calle Luchana a esas horas.

 

 

Llegué a la oficina con la blusa pegada a la espalda. Hacía un calor digno de agosto en la calle y además subía más cargada que una mula. Me recibió el frescor característico de las casas con muros gruesos y suspiré con alivio a su cobijo y al silencio. Sin entretenerme demasiado, me puse manos a la obra a ordenar los zapatos en sus respectivas cajas marcadas con una polaroid de cada par y dejé los vestidos en las fundas de plástico colgando del burro de metal. Cuando me giré hacia la parte de la oficina donde teníamos las mesas, me encontré a Pipa mirándome divertida y me pegué el susto del siglo.

—¡¡¡¡Ahhhhh!!!! —grité.

—Ay, por Dios, Maca, no grites, que es de chonis.

—Casi me matas de un susto —dije cogiéndome el pecho.

—Perdona. Es que estabas tan graciosa toda concentrada… ¿Han quedado bien?

—Sí, sí. Fenomenal.

—¿Se fue la mancha de huevo de mis Manolos rojos?

—Sí. Y la de pintalabios del vestido de Dolce.

—¡¡Qué bien!! —Aplaudió.

La miré con desconfianza.

—Estás muy contenta, ¿no?

—Sí. —Me enseñó sus perfectos dientes blanqueados, y a punto estuve de necesitar gafas de sol…, no, gafas de soldador, mejor dicho—. Mucho.

—¿Alguna buena noticia que compartir?

—No. Bueno…, de trabajo, no.

—Ahm.

Me quedé cortada. No sería yo la que insistiera más.

—¿No vas a preguntarme? —me animó.

—No querría que te sintieras presionada a decirme que…

—¿Presionada? Macarena, yo solo cuento lo que me apetece. Y esto solo te lo puedo contar porque… eres la única que lo sabe y porque tenemos un contrato de confidencialidad.

—En realidad ese contrato de confidencialidad es más bien… moral. Yo no he firmado nada, lo sabes, ¿verdad? Pero te guardo los secretos porque… es lo que hace alguien normal cuando le dices «no se lo cuentes a nadie».

—Ya, ya. Y porque tengo abogados que te dejarían pelada si abrieras la boca.

Me dejé caer en el chester de terciopelo color rosa con un suspiro.

—Cuéntame.

—Eduardo. —Y sus manos dibujaron lo que me imagino que para ella era una estela de purpurina.

Levanté una ceja.

—¿Qué Eduardo?

—¡¡El italiano, boba!! Va a pasar por Madrid a finales de semana y quiere verme.

—Ah, qué bien. —Fingí una sonrisa.

—Pero tienes que ayudarme, Maca. Esto es… una locura, lo sé. Pero es que nunca he hecho estas cosas, ¿sabes? Siempre he sido la típica chica buena que no se mete en líos y él es tan… animal, tiene tanta pasión en las manos… ¿Me dejarás ser mala esta vez?

—¿Yo? —Me señalé—. Por mí cero problema.

—Es que tienes que cubrirme. Le diré a todo el mundo que estoy contigo…, que hemos montado una fiesta de pijamas en un hotel mono.

—¿Y se lo creerán? —Fruncí el ceño.

—Sí. Porque será verdad. ¿Qué te parecería pasar una noche con tus amigas en la suite bonita de un hotel?

La miré de reojo, como si me estuviera ofreciendo un cepo y temiera terminar sin una mano.

—¿Cuándo?

—¿Mañana? —suplicó con las palmas de las manos unidas.

—¡¡¿Mañana?!! —exclamé.

—¡Todo pagado! ¡¡Incluso la cena!!

—¿Dónde está el truco? —Entrecerré los ojos.

—En ningún sitio. Me sirves de coartada.

Y como soy idiota, añadí:

—Pero te puedo servir de coartada sin que me invites a una suite.

—Así será más real, porque yo estaré en el mismo hotel y nadie podrá sospechar nada. ¿¿Qué te parece??

—Ehm… —Jimena se iba a poner como loca.

—Por favor. Por favor. Por favor. Te doy el viernes libre. Y te doy trapos. Te dejo elegir lo que quieras de entre todo lo que me ha llegado de regalo y que no me gusta. ¡¡Tráete a tus amigas!! ¡¡Que elijan lo que quieran!! Mañana no vendré a la oficina en todo el día…, que se pasen y cojan lo que quieran, de verdad. De todo ese rincón —señaló una reproducción del Kilimanjaro hecho con cajas—, lo que les guste, es suyo. Y tuyo.

Abrí los ojos de par en par. Por el amor de Dios… pero ¿qué le estaba pasando a Pipa? Ese tío debía de tenerla como un martillo neumático.

 

 

Al entrar en casa, Adri notaba los pies tan hinchados que los zapatos iban a estallarle en cualquier momento. Había tenido el típico turno eterno de no poder parar ni un segundo para sentarse y estaba molida. Lo único que le apetecía era darse una ducha, ponerse el pijama y echar un vistazo a una revista mientras tomaba un vino.

Dejó las llaves sobre el aparador y sacó su móvil del bolso antes de colgarlo en el armario de la entrada. Tenía dos wasaps: uno mío y otro de Julia.

 

Queridas «Antes muertas que sin birra»… NOTICIÓN. (No, no tiene nada que ver con el hecho de que mi deleznable ex sea adorado por más de cien mil almas hambrientas de su carne). Pipa se ha vuelto loca por razones que no puedo desvelar (pero tienen rabo) y nos invita a una fiesta de pijamas (para nosotras, ella no se junta con chusma) en la suite de un hotel aún por determinar. ¡Ya no hay que pelearse por decidir en qué casa quedar para adecentarnos! Algo me dice que soy yo la que va a reservarlo todo así que, si tenéis preferencias, soy toda oídos. Lo malo: es mañana. Lo bueno: es todo gratis. Y… ¡¡NOS DA TODO LO QUE LE HAN MANDADO LAS MARCAS EN EL ÚLTIMO MES!! Después de esto…, nenas, no esperéis regalo de Navidad por mi parte. Pd: Como digáis que no, me encuentran colgada de la lámpara de un hotel de cinco estrellas con la bandolera de un bolso de marca.
Pd2: A partir de ahora podéis llamarme Ama del universo.

 

Adri sonrió y dio un par de saltitos.

—¡Hola! —dijo en voz alta.

—¡Hola, amor! —respondió Julián desde el despacho—. ¿Qué tal el día?

—Un infierno hasta ahora. Voy a darme una ducha y luego te amplío la información, pero… mañana tengo fiesta de pijamas en un hotel con las chicas. Invita la jefa de Maca.

—Eso suena a cuento chino. ¿Me engañas? —preguntó él con sorna.

—Uy, sí, con todo el banquillo del Real Madrid. Ahora te lo cuento bien. Voy a la ducha.

—¿Ni un beso antes?

—¡Es que me suda todo! ¿Tú sabes el calor que hace por la calle? Menos mal que hoy no tenías clínica. Es infernal.

Se desnudó cruzando hacia su dormitorio y, de paso, fue abriendo las ventanas. Solo podía pensar en servirse una copita y ponerse a comer pistachos como una energúmena en la tumbona que quedaba frente al ventanal del salón.

Antes de meterse en la ducha recordó que tenía otro mensaje… de Julia.

 

Hola, Adri, ¿qué tal el día? Espero que todo genial. Te escribo porque este fin de semana, si os apetece, podríamos hacer una cenita de acercamiento. Ya me dices. Besos.

 

¿Cena de acercamiento? ¿Qué narices significaba eso? ¿Para conocerse más? Porque… Julia le había encantado. Le había parecido guapa, divertida, simpática, coqueta y limpia (lo que era importante para lo que quería emprender con ella, claro), pero… no podía evitar cierto recelo. Le daba miedo, aunque no quisiera confesarlo, que Julián pensase lo mismo que ella y se quedara completamente prendado de esa chica. Pero… era maja. ¿Por qué tenía que pensar que la historia iba a terminar así de mal? Por culpa de la agorera de Jimena, seguro.

Se dijo a sí misma que lo pensaría un poco antes de contestarle y cuando ya estaba bajo el chorro de agua templada, con el pelo pegado a la cabeza y la piel de gallina, Julián abrió la cortina y ella se tapó las vergüenzas con los brazos.

—¡¡Julián!! —se quejó gritando y con los ojos cerrados.

—Por Dios, Adri, que eres mi mujer. Hazme sitio.

—¡¡No!! ¡Odio las duchas compartidas! ¡¡Tu pelo rasca!!

Julián la ignoró y se metió a su lado completamente desnudo y con cierto apéndice suyo a pleno rendimiento.

—¡Ni se te ocurra! —le advirtió ella—. Solo quiero tumbarme a comer pistachos. No entra en mis planes comerme TU pistacho.

—Sería una novedad —se burló él—. Es que… ven. Ven que te haga una escuchita.

—¡¡Julián!! ¡Que se me pega tu pelo al cuerpo!

—Ven que te diga una cosita.

La arrinconó contra la pared mientras ella emitía un sonidito estridente de queja y agarrándola, acercó su boca al oído.

—Estaba pensando en tu regalo y me he puesto como una moto. No puedo dejar de pensar en ello. Y quiero…, quiero hacerlo. Ya.

Adri se volvió hacia él con sorpresa.

—¿Estás seguro?

—Más que seguro. —Cogió la mano de su mujer y la colocó en su polla.

—Si te soy sincera, creí que te echarías atrás en el último momento.

—Yo opino lo mismo de ti.

—No voy a echarme atrás.

—Vamos a hacerlo ya. Este fin de semana. Reservaré —puso su mano envolviendo la de Adri y la movió encima de su erección— una habitación en un hotel. Y follaremos los tres.

—¿Este fin de semana? —preguntó ella con un hilo de voz.

—Te estás acojonando.

—No. Claro que no.

—Pues llámala. Yo preparo el resto. No sabes lo cerdo que me pongo solo de pensarlo. ¿Tú no?

—Sí —asintió Adri.

La giró de espaldas, se agachó y, sin más calentamiento, la penetró de golpe.

—Duele, Julián.

—¿Paro o te gusta?

Adri se quedó sin saber muy bien qué responder. ¿Le gustaba? Quizá. Él volvió a empujar.

—¿La tocarás, Adri? Me muero de ganas de ver cómo la tocas. Cómo te lame. Cómo me la chupáis entre las dos.

Cosquilleo… naciendo de los dedos de sus pies y navegando a gran velocidad por sus nervios hasta estallar con pequeñas explosiones entre las piernas.

—¿Qué más?

—Quiero follarte mientras te lame. Quiero follármela mientras la lames. Quiero mirar mientras os frotáis.

Adri se notó más húmeda y las penetraciones pasaron de ser estocadas brutales que le escocían a algo suave, solo placentero, sexual… ¿Qué era? ¿Eran las palabras lo que surtían ese efecto?

—Sí, sigue. Sigue hablando.

—Quiero pasarme la noche jodiendo con las dos. Quiero que te comas esas tetas que tiene y que te….

Julián dijo algo más. Algo de las lenguas enredándose húmedas de saliva con su polla en medio, algo de meter dos dedos dentro de cada una mientras gemían como gatas…, pero ella ya lo oyó todo desde lejos mientras se corría. Y cuando terminó, esperó con la mejilla apoyada en las baldosas de la ducha pensando que ya quedaba menos para estar tumbada comiendo pistachos.

Después, con el pelo húmedo y un pijama de verano, empujada por el subidón de un orgasmo como no recordaba haberlo tenido, escribió a Julia su «primer mensaje atrevido».

 

Querida Julia; nos acabas de dar, sin saberlo, el mejor polvo de nuestro matrimonio hasta el momento. Si fantasear contigo es bueno, no queremos pensar cómo será hacerlo realidad. ¿Qué te parece el viernes por la noche? Nosotros nos ocupamos de todo.

 

Un minuto después, Julia escribiendo.

Me muero de ganas.