Floté durante días, aunque no conté nada porque me moría de pánico. No quería que nadie ensuciara con su versión más realista y más «basada en hechos reales» lo que para mí era la noche más bonita de mi vida. De un plumazo, había borrado al menos dos años de los que salimos juntos siendo adolescentes y los había sustituido por algo que no pasó, pero que hubiera valido la pena recordar.
¿Qué hice entonces cuando me preguntaron sobre la boda? Sonreír y decir que había sido mágica, para salir por peteneras después y comentar como lo precioso que era el vestido de la novia, lo buena que fue la comida o cómo le brillaban los ojos a mi hermano. Como si hubiera percibido cualquiera de esas cosas, cuando yo solo tuve ojos y boca para Leo.
Nadie quiso indagar. Creo que todos sospechaban que yo era una ingenua a punto de caer de nuevo y de algún modo tenían razón, aunque por otra parte estaban completamente equivocados.
¿Quién era ese hombre? ¿Por qué se parecía tanto al Leo que pudo ser?
Hice la maleta con pereza, como siempre, pero sin debatirme entre la desidia y la amargura; solo quedándome embobada recordando la noche del sábado, moviéndome entre los brazos de Leo.
Estaba viajando en el tiempo y cambiando piezas, recomponiendo una historia como si fuera Frankenstein, sustituyendo los trozos rotos por los pedazos de algo nuevo mucho más bonito. Empecé por el principio, de modo que aún me sentía como una adolescente a la que ni el sexo le hacía falta. Tiempo al tiempo.
Pipa viajó en primera, pero la organización no quiso pagar dos billetes más en Business, de modo que Candela y yo nos sentamos junto a la salida de emergencia. La nebulosa fantástica provocada por la boda de mi hermano aún me duraba y yo llevaba un colocón de amor de la leche, de modo que no estaba tan quisquillosa con ella… a pesar de que me lo puso difícil. Se pasó las dos primeras horas de vuelo criticando todas las cosas que la organización del congreso al que acudíamos había hecho mal. Como si ella tuviera mucha experiencia con ese tipo de macroeventos; como si supiera en realidad lo complicado que era contentar a Pipa.
—Porque ya verás…, llegaremos al hotel y no le gustará y será una movida que flipas.
Candela cada vez hablaba más como Pipa y, mientras guardaba silencio para no cabrearme, me puse a pensar si no sería eso lo que yo había hecho mal: no mimetizarme, seguir siendo yo misma.
Cuando me dijo que le parecía mal que nosotras dos tuviéramos que compartir habitación y que no nos hubieran puesto dos individuales, ya no me pude callar. No le vi sentido a hacerlo.
—Cande, cielo, es un congreso que paga a Pipa diez mil euros por viajar, además de todos los gastos. No es la única influencer que estará allí y todos habrán negociado sus precios. Tu jefa, lo sabes bien, se va a embolsar casi treinta mil euros esta semana, contando los acuerdos de publicidad. Quizá todas estas quejas están yendo en la dirección equivocada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ceñuda.
—Que es tu jefa la que tendría que haberse hecho cargo de tu billete en primera, de tu habitación individual y de un plus por viajar fuera del país.
—¿A ti te lo ha pagado? —se alarmó.
—Lo que quiero decir —obvié su obsesión por lo que yo cobraba o dejaba de cobrar— es que si tenías alguna queja, tendrías que habérsela planteado a Pipa antes de embarcarte en esto.
—Sí, claro…
—Yo nunca me habría atrevido, pero bueno…, dado que tenéis tan buena relación…
Me tendría que haber callado la bocaza, estaba claro, pero no tenía ganas. Ya no tenía ganas. Ni siquiera me di cuenta de lo al límite que me encontraba.
Llegamos a Ciudad de México en plena madrugada. Candela, que se había tomado una pastilla para dormir dosis «perder el conocimiento», iba zombi perdida y me fastidió tener que ser yo, la «no preferida», la que tuviera que hacerse cargo de las labores de despertar a Pipa suavemente cuando anunciaron el descenso, rellenarle el papelito de la aduana y guardar la ropa que se quitó para bajar del avión «mucho más mona». Yo hacía de esclava mientras Cande, la dulce Cande, pedía otro café a la azafata…, y no para mí.
El aeropuerto de Ciudad de México es enorme. Y algo caótico, cabe decir. A fuerza de preguntar aquí y allá nos enteramos de dónde teníamos que dejar las maletas para que fueran embarcadas en nuestro vuelo con destino final a Guadalajara y en qué puerta teníamos que esperarlo. Después de salir de la zona de seguridad, volver a entrar, perdernos y encontrar por fin la puerta que tocaba, Pipa vio un Starbucks y, para no perder el sitio para el embarque (no había posibilidad de acceso prioritario con el billete de Pipa porque ese vuelo no tenía primera clase), me quedé haciendo cola.
—Traedme un café americano, por favor —les pedí mientras se alejaban.
—¿Tienes pesos? —Arrugó la nariz Pipa.
Y encima les tuve que dar yo el dinero. Ovarios hinchándoseme en tres, dos, uno…
El vuelo se retrasó más de una hora y tuve que avisar a la organización para que, a su vez, llamasen al conductor que nos recogía en el aeropuerto. Esto no afectó para nada a la extraña pareja, porque oyeron el aviso por megafonía y ni siquiera se levantaron de su asiento. Cuando volvieron, se les había olvidado mi café.
Pensé que me daba algo, pero al subir al avión tuve la suerte de que me tocase sola junto a una ventana y una amable azafata me ofreció un café. Ver el sol saliendo sobre Ciudad de México fue un momento de paz… y el germen de mi necesidad de recorrer algún día sus calles hasta encontrarme frente a la casa azul donde vivió, sufrió y amó Frida Kahlo.
El tráfico en Guadalajara era peor que en Madrid. Pensé que se trataría de una ciudad pequeña y tranquila, pero no era así. Era un hervidero de vida. No llegaba a la magnitud de la capital del país, pero me sorprendió la cantidad de coches y de gente que iba y venía por todas y cada una de sus calles. La temperatura era agradable, ni frío ni calor, aunque el conductor, un chico joven muy majo, nos indicó que estaba refrescando un poco por las noches.
El check in fue un horror. Tuvimos que hacer cola, lo que a Pipa le repateó, y además, al llegar al mostrador, nos indicaron que como estaban llenos por causa del congreso aún no tenían nuestras habitaciones disponibles. Conseguir que nos prestasen una para que Pipa pudiera darse una ducha fue un periplo en el que Candela tampoco me acompañó. Me dijo que tenía que vigilar las maletas porque la jefa estaba preocupada por si se las robaban de la zona del concierge. Estuve a punto de decirle que le echara un vistazo también a mis ganas de vivir, porque me las estaban robando ellas mismas a punta de pistola.
Cuando subimos a la habitación provisional, cogí las riendas y le dije a Candela que se encargara ella de planchar la ropa que Pipa quería ponerse para la comida que teníamos en un rato (sí, lo sé, ¿cuántas veces se cambia de ropa la maldita Pipa de Segovia y Salvatierra? MIL) y, después de organizar los dosieres con el programa del día, me senté en el borde de la cama teléfono en mano. En cuanto metí la clave del wifi del hotel, el teléfono se volvió loco recibiendo mensajes.
Jimena:
¿Ya has llegado? ¿Es México lindo y querido?
Adriana:
Avísanos cuando estés en el hotel. El viaje es muy largo y Pipa un coñazo. Tememos por tu salud mental.
Macarena:
Vivita y coleando, pero con una mala hostia de la leche. Aquí, la princesa Candela se está columpiando bastante con la excusa de ser amiguita de meñique de la jefa. Aún no tenemos nuestra habitación definitiva porque esto está hasta los topes y necesito darme una ducha, pero creo que Guadalajara me va a gustar… Lástima que no estéis aquí conmigo.
Contesté el mensaje de mi madre («Ay, hija mía, lo mío es sufrir. Tu hermano de viaje de novios allá en la Conchinchina y tú en la otra punta del mundo»). Un par de la organización, que quería asegurarse de que todo había ido bien en nuestra llegada y confirmar de paso las actividades del día. Por último… el de Leo. ¿Vosotras también os dejáis lo mejor del plato para el final?
Leo:
Mándame todas las noches una foto de lo que más te haya gustado del día. Cómprame algo absurdo y feo que no quiera quitar nunca de la mesa de mi despacho. Hazte con una edición mexicana de Como agua para chocolate en una librería tradicional. Bebe tequila pero no llores cuando escuches a los mariachis y prueba el picante hasta que los labios se te hinchen como con un millón de besos. Disfruta del viaje tanto como puedas y… compártelo conmigo.
Incluía el link a una canción de la banda sonora de Coco: «Un poco loco». Casi se me descosió la cara de la sonrisa que se me dibujó en ella.
Macarena:
Creo que lo mejor de hoy son las ganas de compartir esto contigo. Échame de menos.
Dimos un bocado rápido en el restaurante del hotel con una de las chicas de la organización que nos explicó la dinámica de lo que tenían preparado. Pipa daría una charla (cuyo discurso yo misma había redactado antes de irme de vacaciones) sobre moda, estilo y lifestyle la tarde siguiente, tras la que tendría que hacerse fotos con un grupo bastante amplio del público que había pagado tener un meet&greet. Teniendo en cuenta cómo era Pipa, no lo vi demasiado claro cuando me lo comentaron, pero a ella le pareció bien, de modo que…, bueno, ella vería. La mañana del tercer día participaría en una mesa redonda, con tres influencers más a nivel internacional sobre las redes sociales, el lenguaje 3.0 y la moda, y cómo construir un canal de YouTube de éxito. Después de eso, nos marcharíamos a Acapulco a un hotel precioso para unas sesiones de fotos para una marca de joyería, pero eso ya era otra cuestión.
Con la tarde libre, propuse acercarnos al centro de Guadalajara para pasear, pero ambas prefirieron «instalarse» y descansar.
—Ya saldremos a cenar a un sitio cool… Por cierto, Maca, ¿puedes preguntar por alguno?
—Nos reservaron mesa en Santo Coyote —musité—. Iremos con otros invitados del congreso para que nos conozcamos todos.
—¿Quieres que nos inventemos una excusa, Pipa? Si no te apetece, no tienes por qué ir —propuso Candela.
Quise matarla. Tenía diez mil euros en razones para ir a la puta cena, pero aun así me callé.
—No, no. Iremos. Pero… mañana busca un sitio cool, Maca. Si no te aclaras, que te eche una mano Cande.
Al cuello me la iba a echar.
Aquella tarde ellas se quedaron en el hotel… Yo me fui con mi cámara de fotos al centro, donde paseé por el casco antiguo, visité la catedral, compré algunos regalos y me tomé una michelada. Fue increíblemente reparador y me vino muy bien para enfrentarme a la noche.
Cuando caí en mi cama, Candela no dejaba de hablar de lo guay que había sido la cena. Nuestra mesa había ocupado buena parte del restaurante y nos habían mezclado con youtubers, viners, instagramers y gamers de todo el mundo. Mucha gente muy joven, mucho ruido, mucho ego y conversaciones transversales que cruzaban las mesas y que cuando llegaban a tus oídos ya no tenían demasiado sentido. Todo en inglés y español mezclado. Todo a gritos. No me sentí cómoda en ningún momento y me dio la sensación de que Pipa tampoco. Me aventuro a asegurar que si Candela lo estuvo fue porque coqueteó con un youtuber de viajes australiano que no la dejó ni a sol ni a sombra y que, la verdad, era muy guapo.
—Lo que pasa en Guadalajara, ¡se queda en Guadalajara! —exclamó quitándose los pendientes frente a mi cama—. ¿Verdad?
—Verdad.
No quise ni rechistar. Estaba cansada. La energía vital me había llegado para desmaquillarme, ponerme el pijama y el despertador, pero ya no quería más historias.
—Era guapísimo —repitió.
Yo asentí y agarré el móvil para mandarle a Leo una foto de un coche antiguo impecable aparcado en una estrecha calle arbolada, cerca de una plaza a la que llamaban «la de las nueve esquinas». Después escribí a Pipa; Candela no dejaba de parlotear, pero ni siquiera necesitaba confirmación por mi parte de que la estaba escuchando.
¿Te encuentras bien? Me dio la impresión en la cena de que estabas algo ausente.
Contestó casi en el acto:
Estoy bien. Solo necesito dormir. Gracias.
Levanté la mirada hacia Candela, que se había puesto un camisón de raso blanco roto y se paseaba inquieta, rememorando las conversaciones que había mantenido con el chico en cuestión.
—Entonces yo le contesté: «¡Claro! Eso se lo dirás a una chica en cada una de las ciudades que visitas». Y él dijo…
—Candela…, ¿has notado a Pipa rara esta noche?
Paró junto a su cama y se dejó caer sentada en el colchón.
—No, ¿por?
—No sé. La he notado… como ida.
—Yo la vi como siempre. —Se encogió de hombros—. Estuvo mucho rato hablando con alguien por WhatsApp en inglés y después…
—¿Y eso cómo lo sabes? —Arrugué el ceño.
—Bueno, no es que tuviera intención de cotillear, pero me llamó la atención que estuviera chateando en inglés.
—¿Y sabes con quién?
—Ya te he dicho que no tenía intención de cotillear —se defendió—. No vi más.
Eduardo. Estaba segura. La que se nos venía encima…
El mensaje de Leo que leí nada más despertarme fue lo mejor del día, sin duda. A partir de ahí, fue todo a peor. De bajada. De culo. Sin frenos. De cara al precipicio. Candela demostró muy pronto que aún tenía muchas cosas que aprender sobre sus funciones, lo que en sí no es un problema porque, oye…, nadie nace aprendido. Lo que sí era un problema era su capacidad para encontrar siempre una excusa o un culpable externo para sus meteduras de pata. O yo no se lo había explicado bien o alguien la había confundido o no tenía manos para tantas tareas. Antes yo hacía aquello sola; ahora éramos dos. ¿A quién pretendía engañar?
Por si no fuera suficiente, el humor de Pipa no mejoró. Desde que nos encontramos en su habitación para ayudarla a acicalarse, se mostró meditabunda y visiblemente apagada. Decía que tenía migraña, pero lo que tenía era un mal de amores de la hostia. Solo había que pararse a observar las miradas que le echaba al anillo de pedida que lucía en la mano izquierda. Iba a casarse con un gay y no podía quitarse de la cabeza al italiano, que, por lo visto, no había tirado la toalla.
Busqué un segundo para hablar con ella a solas, por si quería desahogarse. Había expresado en muchas ocasiones que yo era la única persona que estaba al tanto de todo y con la que podía hablar del tema, pero Candela no lo permitió. Se pegó a rueda y casi me costó deshacerme de ella para ir sola al baño. Creo que se olía algo y no quería quedarse al margen.
La charla fue bien. Lo he comentado ya en alguna ocasión, Pipa era buena en lo suyo. Representaba su papel a la perfección. Pero si ya estaba mohína antes de la charla… ¿os podéis hacer una idea de cómo estaba después de hacerse (¡¡¡ELLA!!!) cuatrocientas fotos?
—Esto nos va a estallar en la cara —susurré junto a Candela, no como aviso sino para que fuera con pies de plomo y no tensase la cuerda.
—No sé por qué dices eso.
—Ya verás.
Y tanto que estalló…
En la cena estuvo solo de cuerpo presente; estaba claro que su cabeza estaba en otro lado porque ni siquiera nos dirigió la palabra. Solo pidió un vino tinto y sorbió despacito y con desgana mientras mareaba la comida que se sirvió en el plato. Tanto interés en ir a un restaurante cool para eso. Cogí unas cuantas fotos de la presentación de los platos y la decoración mientras Candela pedía el wifi del local para chatear con alguien.
—Hay un cóctel en el Westing —musitó un rato después—. Deberíamos acercarnos, Pipa. Es importante aprovechar la ocasión y seguir haciendo networking.
Qué raro…, a mí me pareció que su verdadero interés estaba en volver a ver al youtuber australiano. Y…, más raro aún…, Pipa accedió. Creo que iba como una marioneta y le daba exactamente igual una cosa que otra. Es posible que el cóctel le diera la oportunidad para escaquearse de aquella cena tan deprimente con nosotras dos y por eso se animara. No lo sé.
Yo no me fui al hotel a descansar por deferencia a ella. No por Candela y lo bien que se lo estaba pasando coqueteando con el rubio aquel, no. Por Pipa, que cuando llegamos hablaba con (más) desgana (de la habitual) con unos y con otros, dejando sonrisas lánguidas donde en otro momento habría carisma y deslumbramiento. Si hubiera sabido lo que nos esperaba, me hubiera marchado al hotel. A menudo me pregunto qué habría pasado, cómo sería mi vida hoy si lo hubiera hecho. Ninguna de las respuestas me satisface en realidad, así que supongo que aquello fue, sencillamente, lo que nos tocaba vivir.
Me acerqué a ella cuando vi que hasta la sonrisa comercial le costaba…
—Pipa, ¿quieres que nos vayamos?
—¿A qué hora tenemos que estar mañana listas? —preguntó como quien pregunta «¿A qué hora me sientan en la silla eléctrica?».
—A las doce, hay tiempo —le dije con sinceridad—. Pero… no tienes ninguna obligación de estar aquí. Todo el mundo lo entendería si te fueras a descansar.
—Nah. —Hizo un ademán—. Está bien. Da igual. Está aquí todo el mundo. No podemos faltar.
Ella y su obsesión por estar, aparecer, ser vista. Pues… se iba a cansar.
—¿Estás bien, Pipa?—insistí
—Que sí, Macarena, por Dios.
—Es por… Eduardo, ¿verdad?
Pipa pareció despertar al escuchar su nombre. Me miró, contuvo el aliento y después se apartó el pelo a un lado.
—No me lo quito de la cabeza —musitó.
—Y él tampoco a ti, ¿no?
—No. Tampoco. Creo que debería escaparme a Milán a hablar con él en persona. Esto no puede seguir así. Si aceptase que esto se queda aquí, no habría problemas, pero es que se pone como loco cuando menciono que…
—¿Que te casas con otro tío que solo es tu mejor amigo? —Arqueé las cejas.
—No me juzgues, Macarena. Has sacado tú el tema —dijo duramente.
—¡No te juzgo! Solo quiero que…
—No quieres nada, Maca. Déjalo estar ya de una vez. No puedes arreglar la vida de los demás y no eres juez moral en ningún tribunal, de manera que… solo déjalo. Déjame en paz.
—Yo solo quiero…
—Cállate —escupió ruda—. Solo falta que de esto también se entere Candela.
—¿Por qué…?
—¿Que por qué digo eso? Porque lo sabe todo de mí. TO-DO. Sabe lo que te pago, lo que no te pago, lo que te digo, lo que te hago, los pormenores de todos nuestros desencuentros y a saber qué más, porque es discreta y no me cuenta.
—¿Discreta? —Casi grité, lo juro—. ¿Esa tía es discreta? ¡¡Lo que es…, es una metomentodo!!
Pipa me miró sorprendidísima. Estaba habituada a verme callar, claro.
—Esto no me lo esperaba —susurró como si me hubiera pillado comiendo basura.
—Es que estoy harta, Pipa. ¡Candela me está haciendo la cama!
—La cama te la estás haciendo tú sola, reina.
—¿Todo esto porque te he preguntado qué tal?
—Todo esto porque eres muy pesada, muy cansina y no entiendes hasta dónde llegan tus obligaciones.
—¿Te está faltando algo en el viaje? —contesté poniéndome, por primera vez en mi vida, chula con Pipa—. ¿Tienes queja de mi trabajo?
—De tu trabajo no, de tu actitud de mierda. Siempre mirándome por encima del hombro, como si tu superioridad moral no me quedase clara constantemente con esos juicios de valor que emites disfrazados de consejos. Eres venenosa, tía —musitó con toda su mala baba—. Y no todas queremos vivir solas y amargadas porque el amor es complicado.
Sin darnos apenas cuenta habíamos ido desplazando la discusión a un rincón, de modo que nadie nos miraba y nadie nos oía, pero… al echar un vistazo alrededor me di cuenta de que si contestaba en aquel mismo momento, aquello terminaría siendo un cirio. En ocasiones, intentando que una situación no estalle no hacemos más que alimentar el fuego que está convirtiendo el aire en dióxido de carbono. Hay momentos en los que tenemos que parar, respetarnos, tomar decisiones. Respiré hondo, comedí las ganas de llorar y asentí para mí.
—Estás muy equivocada conmigo, Pipa. Nunca ha sido mi intención juzgarte, pero… visto lo visto, será mejor que me vaya buscando otro trabajo al volver a Madrid. Esto está muy roto y solo puede generar problemas.
No me pasó desapercibida la expresión de Pipa, aunque intentó controlarla en cuanto se asomó a su rostro: estupefacción. Sí, Pipa, yo tampoco me esperaba no callarme y hacer, por fin, lo que debía hacer por mí misma.
—Tienes a Candela —seguí—, aunque te pongo sobre aviso: trabaja bien, pero tiene mucha tontería encima. Quizá se le pase con la edad, pero no le confíes ningún secreto. Los que me confiaste a mí, quédate tranquila, me los llevo a la tumba. Este es nuestro último viaje juntas, Pipa. Disfruta de la noche. Mañana nos veremos.
Me volví cogiendo aire y cuando ya no pudo verme, mientras me abría paso entre la gente para recoger mi bolso y mi chaqueta, sonreí. Temblaba, me encontraba mal, con total seguridad lloraría al llegar a la habitación y meterme en la cama, pero… lo había hecho bien. Había hecho lo correcto.
Candela estaba sentada en una banqueta visiblemente borracha. Borracha pero con glamour, cabe decir. Que me cayera mal no implica que no tenga ojos en la cara. A su alrededor, había una docena y media de instagramers, con las que le encantaba codearse, ahora lo tenía claro. Entre ellas, por cierto, cinco españolas.
—¿Te vas? —me preguntó con el tono de voz mucho más alto de lo normal, seguramente por el efecto de los margaritas.
—Me voy.
—¿Ha pasado algo?
—¿Y tu australiano? ¿Se ha ido a bucear por alguna barrera de coral? —contesté bastante borde mientras buscaba mi americana en el perchero que quedaba al lado.
—Ha ido a buscarme otra copa. —Agitó la suya vacía—. Y a por un chupito de tequila. ¡Yija!
Chasqueé la lengua contra el paladar al localizar mi chaqueta y, tirando de la manga, la saqué de debajo de su culo.
—Gracias.
—¿Has discutido con la diva? —preguntó.
—Shh… —Miré alrededor—. A nadie le interesa. Mañana hablaremos.
—¿A que adivino lo que ha pasado?
—Seguro que lo sabes mejor que yo. Enhorabuena, Candela. Por favor, no me despiertes al llegar a la habitación.
—Tía, eres una borde —se quejó.
—Y tú una falsa.
Joder…, ¡qué a gusto me quedé cuando esas cuatro palabras salieron de mi boca!
—Oye, listilla —respondió en un tono que me hizo volverme cuando ya me iba—. No vayas ahora de discretita conmigo, que lo de que se casa con su novio el maricón ya lo sé.
El grupo de chicas de detrás nos miró sin disimulo.
—¡¡Cállate!! —le exigí en voz más baja—. No me busques más problemas. Eso no te lo he dicho yo —apunté.
—Técnicamente sí. Os escuché hablar en el despacho un día. Con el que se mensajea quién es, ¿el amante hetero o el que le chupa la polla a su futuro marido?
Una de las chicas de detrás se descolgó del grupo y se marchó. Me costó tragar saliva y me acerqué a Candela con el firme propósito de meterle mi propia chaqueta en la boca y ahogarla.
—¿No me has oído? ¡¡Cállate!!
—¡¡Cállate tú, pesada!! —me exigió—. Siempre lloriqueando y haciéndote pasar por una mosquita muerta. ¡No engañas a nadie!
Pero esta ¿de qué cojones iba?
—¿Y tú qué? Que te gusta más un famoso que a un tonto una piruleta. Te va la fama, la pasta y el postureo, ¿no? Pues genial, estás en el sitio perfecto. ¿Quieres que te radie la jugada? Seguirás con Pipa hasta que sepas lo suficiente como para ser valiosa en otro sitio; entonces te irás. Y así, te pasarás media vida. Lo peor es que la gente como tú, puta rastrera —lo sé, lo sé, me fui de madre…, culpa de mis 250 pulsaciones por minuto—, suele tener más suerte de la que merece. Ahora sí…, no te preocupes, que por mi parte se va a enterar todo el mundo de qué estás hecha.
Vi su pelo rubio antes incluso de que llegase hasta nosotras. Su pelo rubio y el humo que le salía por las orejas. Hasta iracunda Pipa era guapísima.
—¿Qué estás haciendo? —me exigió en el tono más bajo y discreto que pudo—. ¿Ahora la atacas a ella?
—Ella… —empecé a decir.
A esas alturas, Candela se había echado a llorar con lo que…, vaya, yo parecía aún más culpable.
—¡Estás descontrolada! —exclamó mi jefa—. ¿Qué narices te pasa? ¿Quién eres?
¿Quién eres, Maca? ¿Quién eres…? La gran pregunta del ser humano. ¿Quiénes somos?
—Sinceramente, Pipa: no te conviene montar un pollo aquí —y lo dije a modo de aviso, no como una amenaza.
—¿O qué? —respondió mientras echaba un brazo alrededor de Candela, que gimoteaba falsamente.
—Hay mucha gente y con muchos followers. Vamos a dejarlo aquí.
Coloqué la chaqueta sobre mi brazo como pude con mis manos temblorosas. Yo también tenía ganas de llorar, pero no iba a hacerlo, al menos hasta que estuviera de vuelta en el hotel. La gente de alrededor se sumió en un silencio extraño… Ese tipo de silencio en el que disimulas, mientras bebes de tu pajita, para intentar enterarte de algo que está ocurriendo a tu alrededor. Así que, en ese ambiente, la voz de la persona a la que le acababan de ir con el cotilleo se escuchó perfectamente:
—¡¿Qué dices?! ¿El superabogado es gay? ¿Pipa se va a casar con un gay?
La voz vino de atrás. De muy atrás… del punto hacia el que había caminado la que se había desmarcado del grupo hacía unos minutos. Había ido corriendo a contárselo a alguien que probablemente se lo contaría a otro alguien… y en poco más de veinticuatro horas, todo Madrid lo sabría.
La mirada de Pipa emanaba una rabia homicida que no había visto en la vida.
—Yo no he sido —le advertí señalándola con el dedo.
—Estás despedida —contestó—. Pero mucho. Y espera a que hable con mis abogados.
—¡No he sido yo! —insistí.
—¿Y quién ha sido, eh?
—Lo ha dicho en voz alta. Ha sido ella —me acusó entre lágrimas Candela—. Estaba gritando como una loca.
—Te juro que te mato —se me escapó, mirando a Candela.
—¡¡Sí!! ¡Claro que sí! Tú amenaza también —me animó Pipa—. Te vas a morir de hambre, te lo digo ya. Te voy a joder la existencia de por vida. Eres mediocre —Macarena temblando—, eres una palurda pueblerina —Macarena sintiendo calor en la parte central de su pecho—, eres vulgar, anodina, sin nada en especial. Envidiosa. —Macarena viendo rojo… todo rojo—. Entiendo que te plantaran en el altar; lo que no sé es cómo lo engañaste durante tanto tiempo.
Pum. Apagón. Desequilibrio. Rotura. Derrumbe. Fundido a negro.
La cordura me sujetó durante un segundo…, uno, en el que fui consciente de que estaba a punto de destrozarme la vida yo solita. Pero a gusto.
—¿Mediocre? —contesté—. ¿Envidiosa? ¿Vulgar? ¿Pueblerina? ¿Y me lo dices tú, que eres analfabeta funcional, inútil, superficial y soporífera? He intentado ser tu amiga. He intentado ¡¡que me quisieras y me trataras con respeto!! Pero esto es lo último. ¿Que me despides? ¿Que me vas a denunciar? ¿Sí? Pues denúnciame pero bien: ERES UNA PUTA BRUJA. Y que me oiga todo el mundo. PUTA BRUJA. Mala persona, mala compañera, una mujer de mierda. ¡¡Denúnciame ahora por decir la puta verdad!! Pero eso sí…, a esa… —señalé a Candela— tú sigue cuidándola, que cuando quieras darte cuenta se te ha comido y te ha cagado.
—¡¡Qué ordinaria eres!! No se puede tener menos clase. Sal de mi vista, te aborrezco, palurda.
Ni lo pensé. Como mi speach. Le robé la copa a la persona que tenía al lado y le arrojé el contenido a la cara. Era un frozen margarita de fresa… Os podéis hacer una idea de la estampa. Candela abrió la boca alucinada.
—Ahora sí soy ordinaria, hija de la grandísima puta.
En este momento no me veis, pero estoy muy avergonzada. Debería mentir y decir que después de semejante espectáculo me di la vuelta y me fui, pero no. Me dio tiempo a tirarle una bandeja de aperitivos y un par de bolsos que encontré a mano antes de que un seguridad me sacara del cóctel mientras daba patadas al aire.
Acerté a ver tres o cuatro móviles grabando antes de que el gorila girara el codo del pasillo conmigo en brazos.
Ahora sí que sí.