He hecho muchas cosas raras con Jimena y Adriana. Cosas como presenciar cómo Jimena le hace una depilación integral a Adri antes de un trío, por ejemplo. O acompañar a Jimena a que le limpiaran el aura. En una ocasión, hasta fuimos juntas a una demostración de taichí en el Retiro, pero la montamos tan gorda que no volvimos a pisar ni el parque, por si alguien se acordaba de nosotras.
Entre excesos (somos un grupo que no tiene medida, por definición), brindis, cenas, borracheras, tardes de compras, spas, caprichos y confesiones, ninguna había propuesto nunca quedar para ver porno.
Porno. Con sus cinco letras y sus desnudos. Como diría Jimena… con sus pollas y todo.
Si al llamarme para ofrecerme un plan tranquilo para el viernes me lo hubiera dicho tal cual, la hubiera mandado a freír espárragos o directamente a la mierda, pero Jime fue más hábil. Me hizo chantaje emocional: que si he hecho las paces con Samuel, que si qué razón tenías, que si tendría que hacerte más caso… Cuando ya había engordado mi ego amiguil lo suficiente, me lanzó la primera propuesta: quedar el viernes para ponernos al día, contárnoslo todo y comer pepinillos en vinagre con sabor a anchoa. No sabía yo la de pepinos que iba a ver.
Trasladó la solicitud a nuestro grupo de WhatsApp y pronto nos tuvo a todas convencidas.
Adriana:
¡Sí! Así nos cuentas cómo fue el reencuentro. Espero que te arrastraras por el lodo como la bruja que eres.
Jimena:
Por supuesto, ¿por quién me tomas? Me arrastré, sobre todo por la alfombra encima de la que me folló como un animal. Qué nardo tiene el tío… Creo que me ha movido el bazo de sitio.
Macarena:
Voy a tener que meterme un hierro candente por un orificio nasal para eliminar la imagen mental que me ha provocado leerte, Jimena. Eres el mal, pero lo cierto es que yo también tengo algo que contar: ayer me encontré a Leo en una fiesta. Con Raquel.
Jimena:
¡Madre mía! ¿Con Raquel? ¡¡A rey muerto, rey puesto!! ¡Qué barbaridad! Hay tíos que no cambian.
Adriana:
Ninguno cambia. Ellos sí que son el mal.
Macarena:
¡So! Que frene la caballería. Yo le dije que la llamara. Y la verdad es que el encuentro fue el más amigable y menos tenso de los últimos diez años. Os lo cuento el viernes. ¿En casa de quién nos vemos?
Jimena:
¡En la mía! No os lo vais a creer… ¡he aspirado el sofá!
Adriana:
¿Y se ha dejado? Porque la última vez que estuvimos estaba a medio bocata de jamón de poder considerarse un ente vivo.
Jimena:
Samuel me dejó un aspirador pequeño. Me dijo que lo usaba para el coche. ¡Para el coche! ¿Quién aspira el coche, por Dios?
Macarena:
Eres anormal.
Y no sabía la razón que tenía de lo anormal que era todo lo que Jimena planteaba. Si ofreció su casa no fue más que para facilitar la emboscada.
Yo llevé un montón de encurtidos y Adriana las patatitas. Jimena ponía la casa y los tintos de verano… y el entretenimiento, eso también.
Adri y yo quedamos en la parada del metro más cercano para ir juntas hasta casa de Jimena. Quería intentar sonsacarle algo sobre lo triste/meditabunda que la había notado en nuestra anterior quedada, pero de pronto la vi mucho más jovial y algo dispersa. Era una mujer con un plan…, un plan para su vida con unas coordenadas equivocadas.
Me comentó que quería contarnos algo cuando estuviésemos las tres juntas y me dijo que iba a quedarme de piedra con su decisión; por un momento pensé que iba a dejar a Julián, pero lo olvidé pronto porque conozco a Adriana y sé que no estaría tan feliz si decidiera separarse. Lo dejé ahí, sin más, esperando que nos diera esa noticia que nos dejaría patidifusas y cambiamos de tema. Hablamos sobre mi ayudante, sobre mi nueva tranquilidad laboral (¡¡llevaba saliendo a mi hora varios días!! ¡¡Varios!! ¡Y no de casualidad!) y de zapatos. Llevaba unas sandalias de plataforma preciosas con las que medía unos doce centímetros más y estaba orgullosa de poder andar encima de ellas sin parecer un excombatiente alcanzado por la metralla.
Jimena nos abrió la puerta muy feliz. Nos abrazó y dejó caer que «ya estaba todo preparado». Pensamos que se refería a las bebidas porque somos unas ilusas. El piso estaba ostensiblemente más limpio que de costumbre y los tintos de verano estaban sobre la mesa de centro, pero no era por eso: más bien por la pantalla de la televisión, que estaba conectada a la de su ordenador.
—Bien. Sentaos. Voy a poner los aperitivos en cuenquitos.
—¿Vamos a ver una película? —pregunté.
—Algo así.
—¿Cuándo empieza la Feria del Libro, Jime? —consultó Adriana—. Quiero pasarme a echar un vistazo y de paso te veo.
—El fin de semana que viene. El viernes ya estaré por allí, mareando más que trabajando.
—Pero ¿vamos a ver una peli o no?
Volvió al poco cargada de comida, que dejó frente a nosotras justo antes de que nos abalanzáramos sobre ella.
—Madre de Dios, ¿os dan de comer en vuestras casas?
—Ay, cielo. A estas horas entra de todo.
—Qué bien que lo digas, porque entrar, van a entrar muchas cosas. —Se rio diabólica—. Ponedme al día rápido, tengo que pediros un favor.
—¿Qué favor? —Adri y yo la miramos a la vez, con sospecha.
—Uno pequeñito. Maca, ¿qué tal con Leo y Raquel?
—Muy bien.
—¿Qué es eso de que le animaste tú a llamarla?
—Vino a mi casa a darme las gracias por interceder a su favor con mi hermano. Fue breve. Apenas un par de minutos; al despedirnos le animé a llamarla antes del miércoles. Sabía que iba a verla y no me apetecía tener que lidiar con sus preguntas sobre él. Y lo hizo. Me alegro de que lo hiciera. Parecía…, parecía hasta más joven. Juntos se les ve bien.
—Define «bien» —me pidió Adriana.
—Pues… bien. Relajados. Como un chico y una chica conociéndose, sin más.
—Lo normal, vaya —apuntó Jimena.
—Lo normal para otros; para nosotros nunca fue así. Siempre era terrible y apasionado. La mayor parte de las veces era desolador hasta cuando era bueno. Los besos nos dejaban vacíos, os lo prometo.
—Definición perfecta de una relación tóxica.
—Exacto. Y… os diré que es liberador no sentir celos ni nada que no sean ganas de empezar yo misma de nuevo.
—Te abriste al final un perfil de Tinder, ¿verdad?
—Sí —asentí—. Pero creo que tienes razón: no va conmigo. Hice match con un par de chicos que parecían normales, pero tardaron unos dos segundos en decirme que solo querían follar. Uno de ellos me preguntó si me gustaba tragármelo.
Adriana se echó las manos a la cabeza.
—Pero tú solo querías follar, ¿no?
—Sí. Ah, es que no os lo he contado. —Me erguí en el sofá y las miré alternativamente a una y a otra—. Me he dado un plazo: tengo tres meses para hacer lo que me apetezca; la única premisa es no enamorarme y que todo sea para procurarme la felicidad a corto o medio plazo.
—Suena bien —asintió Adriana.
Jimena me lanzó una mirada de soslayo.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—Voy a abrirme de par en par a conocer chicos. Y voy a dar un montón de oportunidades. A lo mejor hasta quedo con uno de los de Tinder.
—¿Con el que se quería correr en tu boca?
—Qué desagradable te pones, Jimena —la riñó Adriana haciendo una mueca.
—No, con otro; con el que me cayó menos mal. Objetivo: chuscar como una loca. Iré informándoos. Ahora tú, Adri.
—¿Ya? Bueno…, a ver…, lo he estado pensando y creo que este vacío existencial…
—¿Tienes un vacío existencial? Primera noticia —certificó Jimena.
—Eres idiota —susurré.
—… este vacío existencial se debe a que he estado postergando una decisión muy importante.
El estómago me dio un vuelco y me parapeté detrás de mi vaso para que, dijera lo que dijese, mi cara no me traicionara.
—¡¡Voy a dejar las pastillas!! Quiero ser mamá.
Como si se hubiera abierto el suelo del piso y hubiésemos caído al vacío. La sensación fue similar. ¿Que qué?
—No sabía que tuvieras tantas ganas de… —Dejé el vino frío en la mesa de nuevo—. Piénsatelo con calma. Es una decisión de por vida.
—Lo sé, lo sé. Pero creo que es mi momento. Julián tiene ya treinta y seis. A finales de año cumplirá los treinta y siete.
—¿Y? ¿Le han dicho que se le pasa el arroz?
—Jimena, por el amor de Dios —me quejé.
—¿Qué? A nosotras siempre nos están martirizando con esas mierdas. Digo yo que tenemos derecho a pataleta, ¿no?
—Sí, por supuesto. Pero…
—No, no. Está bien. No me ofende —aclaró Adriana—. Es que tampoco queremos ser padres mayores. Es buen momento para empezar a planteárselo.
—Pero entonces…, ¿dejas la píldora ya?
—Sí. Por ir probando.
Crucé una mirada con Jimena, pero no captó mi ansiedad.
—Esperaba otra reacción por vuestra parte… —musitó la pelirroja.
—A mí es que los críos no me gustan. —Jimena se metió un montón de patatas en la boca y siguió hablando mientras masticaba—. Cuando son bebés, me refiero. Luego ya sí. Hasta entonces, soportaré que Macarena sea la tía preferida.
—Es una decisión muy importante —tercié—. Estamos contigo decidas lo que decidas, porque te queremos tal y como eres y lo seguiremos haciendo siempre.
Las dos me miraron con extrañeza. Me había puesto muy intensa de repente.
—Ahm…, ya —asintió Adriana.
—Vale. Ya hablaremos tú y yo —le contesté—. Venga, Jimena, ¿qué quieres pedirnos?
Se levantó de un salto y la vimos trastear con el ordenador sin mediar palabra.
—Oye…, ¿qué haces?
—Estoy preparándolo. Veréis…, con esto de volver a estar con Samuel me han surgido dudas. Dudas existenciales. Curiosidad científica, digamos. Como me da cosa ponerme a investigar, he pensado que hacerlo con vosotras será menos traumático.
—No entiendo nada —musitó Adriana.
Jimena se giró con los brazos en jarras y una sonrisa enorme en la cara.
—Vamos a ver porno. Porno gay.
—¿Qué dices?
—Porno gay. Dos tíos. Necesito ver con mis propios ojos cómo lo hacen.
—¡Pues por el culo! —exclamé yo, nerviosa.
—Eso ya me lo imagino, Macarena, pero gracias por tu aportación. Así de activa quiero verte cuando empecemos con el visionado. He estado bicheando por webs de porno online y aunque hay muchas categorías, me he decidido por una normalita… para empezar. Luego ya veremos.
—Yo no quiero verlo —me dijo Adriana, buscando aliados.
—Ni yo.
—¿Os he preguntado? No seáis carcas. Solo van a ser…, a ver…, dieciocho minutos. —Se sentó entre las dos—. Tengo que aprender.
—¿Por qué?
—Porque Samuel ha pasado siete años acostándose con un hombre y no quiero que eche nada de menos, ¿entiendes?
—Pero… ¿por qué? —Volví a lloriquear.
—Porque…, porque… —La barbilla le tembló un poco—. Es él. Este es el de verdad. Este es el que me va a hacer olvidar a Santi.
Chantaje emocional elevado a la enésima potencia. Claro…, hizo efecto.
Cuando le dio al play, Adriana se tapó la cara, pero le di un cojinazo. Si yo tenía que verlo, ella también. Dos chicos de muy buen ver se estaban besando y sentí, con sorpresa, que la imagen me parecía muy sugerente.
—Pues están buenos.
—Claro que están buenos —se quejó Jimena—. Son actores porno. A ver…, por ahora ninguna diferencia con las relaciones heterosexuales, ¿estamos de acuerdo?
—Jimena, es porno. A lo mejor valdría la pena que le preguntases a Samuel directamente. Esto es como si…, como si quisiéramos que ellos aprendieran qué nos gusta a través del porno.
—Algo les enseñará —respondió sin despegar los ojos de la pantalla.
—Es verdad, Jime. Imagínate que tuvieran que aprender sobre las relaciones con una mujer con un vídeo de una rubia recauchutada frotándose con unas uñas kilométricas que parecen cuchillas mientras gimotea como un animal herido —intercedió Adriana.
—Blablabla. No estáis prestando atención y necesitamos todos los ojos para que no se nos pase nada.
Los dos chicos en cuestión sacaron el armamento del pantalón y comedí un grito de asombro.
—¡¡La madre del cordero!! Pero ¡¡¿qué es eso?!! —masculló Adriana—. ¡¡Si parece un morcón!!
—Querida Adri…, eso es un pollón.
Me tapé con el cojín con el que había atizado a la pelirroja instantes antes.
—Eso no le cabe. Jimena, eso NO le cabe a ninguno de los dos.
—Ya verás como sí. Esta gente es acróbata anal.
Me asomé por encima del cojín; la acción había cambiado de escenario. Ahora, los dos protagonistas yacían sobre una cama, bajo una iluminación tenue que, sin embargo, no dejaba que se perdiera ningún detalle. Uno de ellos tenía la boca ocupada…, muy ocupada.
Jimena dibujó una mueca.
—¿Qué? —le preguntó Adri.
—Pues que yo la chupo mejor. Y que sigo sin apreciar ninguna diferencia. O he escogido el vídeo fatal o de aquí no voy a sacar nada en claro.
Sacar, no sé si lo iba a sacar, pero los actores se afanaron en meter cosas con mucho brío. Las tres nos quedamos en silencio; un silencio sepulcral, inducido por una especie de trance. No podía dejar de mirar y…, joder, nunca lo habría imaginado, pero el sonido del sexo y los gemidos de placer me estaban poniendo un poco tonta. A pesar de que, evidentemente, había diferencias ostensibles entre lo que me apetecía hacer y lo que estaba viendo. La primera y principal…, yo no tengo pene.
Después de un par de cambios de postura, jadeos, frases bastante horteras (los terrores del porno no tienen género, me temo) y alguna gota de sudor recorriendo las tersas espaldas de los «contrincantes», vino el momento álgido: la explosión de placer.
La cámara tomó un par de planos que no dejaron nada a la imaginación (las tres reaccionamos con una mueca de dolor) y después ambos se fundieron en un beso húmedo mientras se tocaban el uno al otro. Como final, dos cuerpos deshaciéndose en alaridos de placer y el estallido húmedo contra las pieles.
Cuando el vídeo terminó, las tres lucíamos la misma cara; una en la que se leía «pues muy bien».
—Pásame el vino…, tengo la garganta seca —me pidió Adriana con un hilo de voz.
—Acojonante —tercié mientras deslizaba su vaso sobre la mesa en su dirección—. Jimena, ¿no vas a decir nada?
—Estoy confusa.
Adri y yo nos concentramos en beber ávidamente mientras la mirábamos. Sus ojillos dibujaban una expresión como de sospecha.
—¿Qué? —insistí.
—No hay nada.
—No hay nada… ¿de qué? —la interrogó Adri esta vez.
—De diferencia. Al final, si lo piensas, el sexo se resume siempre en algo que entra. Bueno…, entre chicas no es exactamente así, me imagino. Zanahoria, tú tienes más experiencia en eso; acláranoslo.
Adriana perdió el poco color que tenía en las mejillas cuando la escuchó.
—¿Yo? ¿Qué coño estás diciendo?
Jimena frunció el ceño.
—Sí, tú, la única persona de esta sala que ha hecho un trío. Joder…, cómo estamos.
—Ah… —Relajó los hombros y se pasó la mano por los ojos—. Ah, ya. Ehm…, no, con las chicas no va todo de llenar agujeros, pero entiendo lo que quieres decir.
—¿Ah, sí? —pregunté yo.
—Sí. Creo que está queriendo hacer una declaración de intenciones a favor de la idea de la pansexualidad.
—¿Qué? ¡No! Con eso sigo desorientada. Me refería a que… a lo mejor el problema es que lo estoy mirando desde el punto de vista equivocado.
—Eso seguro. Acabas de obligarnos a ver veinte minutos de porno…, loca —añadí.
—¿Y si…? ¿Y si no hay diferencia en el acto? ¿Y si lo que cambia son los «actores»?
—¿Esto va de decir perogrulladas? —Adriana me miró confusa.
—¡No! Escuchad. —Jimena se mordió el labio y después siguió hablando—. He visto el vídeo sintiéndome identificada con el que recibía, pero… ¿y si Samuel era el pasivo?
Adriana y yo no contestamos, más que nada porque no teníamos ni la más remota idea de por dónde iba Jimena.
—¡Chicas! ¿Y si Samuel… recibía?
—¿Qué? ¿Qué cambiaría en ese caso?
—¡¡Yo no tengo pene!! —exclamó.
Me tapé los ojos con las dos manos mientras suspiraba.
—Jimena, ¿y si dejas de convertir en problema cosas que no existen? —le pedí dejando caer las manos en el regazo—. ¿El chico te ha dicho algo o ha dado muestras de que eche de menos el sexo con un hombre? ¡No! ¿A qué viene todo esto?
Pareció no oírme. Estaba muy concentrada mordisqueando pepinillos.
—Deja de darle importancia, por favor —terció Adriana, molesta—. Esto empieza a ser incómodo y a dar vergüenza.
—Tampoco te pongas así —se quejó ella—. Cuando quisiste combinar percebes y almejas, nosotras no te juzgamos.
—¿No?
—¡No!
—Vale, vale. ¡Haya paz! Joder…, qué mecha más corta —intercedí—. Esto solo tiene una solución, Jime.
Iba a hablarle del tiempo: de dejar que pasara, que estableciesen una vida, una confianza y una complicidad entre los dos y que después preguntara abiertamente, sin preocuparse. Pero no me dejó.
—Lo sé —asintió.
—¿Sí? ¿Lo sabes?
—Claro. Necesito ir a un sex shop. Y necesito ir con vosotras. Fijo que yo compro lo más grande y Samuel termina en el hospital.
Y ya no habría nada en el mundo capaz de sacar esa idea de su cabeza. Lo peor es que lo sabíamos.