Relevo

¿Te asustaste? Son escasas las veces que te cito a mi oficina a medianoche, y siempre es para cuestiones muy serias. Esta lo es. Deseo comunicarte una decisión que tiene que ver con tu futuro y con el de la patria, y explicarte las razones sin que nada ni nadie nos moleste.

¿Recuerdas el día en que te conocí personalmente? Regresaba yo de inaugurar una exposición de chapeadoras de césped en la Feria Agropecuaria. Alguien me habló de la excelente labor que estabas haciendo en el Partido Municipal de Arroyo Naranjo y de tu idea de construir un pedraplén1 sobre la presa Ejército Rebelde para unir el poblado de Las Guásimas con el Parque Lenin. Cuando aquello yo no sabía qué coño era un pedraplén, así que mi conversación contigo me alumbró sobre muchas cosas que hice después y sirvió para que te convirtieras en uno de mis ayudantes y desistieras de aquel proyecto que no iba a servir de mucho.

Meses después te puse al frente del programa de los helados tropicales, una inversión importante en años en que había poco que llevarse a la boca, y aunque los italianos te engañaron con las maquinitas aquellas que solo duraron medio año, fue muy buena la campaña que organizaste para impulsar el consumo de durofríos, que de otra forma no puede llamárseles.

Pasaste entonces a presidir la comisión que se encargó de implementar en los ómnibus las alcancías automáticas que devolvían todo lo que no fuera monedas de a cinco centavos. No eran automáticas ni devolvieron nada, pero en el subconsciente del pueblo quedó grabado de lo que era capaz la inventiva criolla. Fue el preámbulo de aquel año en que te designé para que trabajaras junto al equipo de la Academia de Ciencias en la construcción del robot Oso Prudencio, que movía los brazos y decía «Pare». Fue lo más popular de aquella exposición que organizamos en el Pabellón Cuba para exponer nuestros logros científicos. Verdad que el último día el oso hizo un cortocircuito y por poco electrocuta al bebé que pretendió darle un beso. Al padre, para que retirara la denuncia, hubo que asignarle un Lada, y a ti un avión para que te fueras de embajador en Indonesia.

Retornaste a mi equipo diez años después con muchos deseos de cumplir con la nueva misión que te encomendé: crear la fórmula cubana para el chocolatín. Pocas veces me sentí más orgulloso de un cuadro que en aquellas jornadas de entrar cuatro y cinco veces en mi oficina con una humeante taza para que yo probara cómo iba el trabajo. Fueron muchas diarreas, pero el resultado está ahí, hay que ver cómo protesta la gente cada vez que el producto se pierde de los mercados.

En resumen: tu hoja de servicios es gruesa, no en balde eres hoy uno de los ministros más competentes y de más años en el cargo.

¿A qué viene la perorata? Que ya uno se va sintiendo viejo, lo cavilé mientras oía los discursos en el acto por mis cien años. Con esta edad tengo toda una muerte por delante, y esta vez sí estoy pensando en retirarme de la vida política. A los noventa juré que me dedicaría a redactar mis memorias, pero fue tan grande el movimiento popular para mi regreso ―muy bien organizado por ti, justo es decirlo― que tuve que aceptar que contra el poder… no se puede.

Son demasiados años de trabajar de sol a sol, algo así como un sol sostenido. Tú mejor que yo sabes lo que es estar sentado aquí, dedicándole tiempo a cosas que parecen baladíes, como mi insistencia en explicar a nuestros compatriotas que hay que ir sin prisa, pero sin pausa.

He pensado que sería muy sano que surgieran ideas más frescas, más desprejuiciadas. Necesitamos sangre joven para este proceso. Nada, chico, que he decidido que tomes tú las riendas y continúes la obra. Ningún momento mejor para comunicártelo ―con felicitaciones incluidas― que estos minutos en que arribas a tu ochenta cumpleaños.