Dime si no te ha pasado que alguien te saluda en alguna parte y tú sabes que sí, que en algún recodo de tu vida tuviste que ver con él, pero no sabes responder si fue vecino tuyo, si estudió contigo en la universidad, si fue compañero de trabajo o si te liaste con el susodicho a piñazos por algún asunto sin importancia. Y entonces le devuelves el cumplido y le preguntas: «¿Sigues allí?» para ver si el tipo muerde y te da un norte sobre dónde coincidieron alguna vez.
Dime si en el ómnibus o en el mercado o en el cine alguien se dirige a ti con una palabra amable o un exabrupto y tú crees que es contigo, pero el verdadero aludido está más allá y te has cogido lo que no está para ti, y la pena te hace sentir como un comemierda, no importa si te trataron bien o si saliste de allí con un moretón en la cara.
Dime si en tu trabajo, en cierta ocasión, tomaste la palabra en una asamblea para plantear algo para ti trascendente, y te aplastan minutos después lanzándote en pleno rostro que ya eso fue dicho antes de que llegaras tarde como siempre, o que eso no es asunto de esta, sino de aquella reunión en que te quedaste callado o dormido.
Dime si caminando orondo por el centro del parque o de la avenida te crees esplendoroso con el último peinado que te inventaste o con el perfume que compraste la semana pasada, y te regalas una sonrisa pensando que la gente te mira por eso y no porque te cayó una cagada de pájaro en la camisa o en la testa y no te has dado cuenta.
Dime si no has abierto un libro y te encuentras un pasaje donde el autor te restriega que eres un imbécil, uno más que va por la vida haciendo el ridículo para ser pasto de escritores que creen que se las saben todas.