Lee el periódico y corre con júbilo hacia la taquilla.
―Señorita: ¿es cierto que el ferrocarril está obligado a resarcir al pasajero un porciento del pasaje que oscila entre un cinco y un treinta y cinco en dependencia del tiempo de demora, ya sea en salida o en llegada?
―Sí.
―¿Y que el cliente puede reclamar hasta quince días después del viaje?
―Sí.
―Señorita: ¿y no se rebajará cuando se rompa el aire acondicionado?
―No.
―¿Y cuando los vagones estén hediondos, con colillas, papeles y hasta fango por el piso?
―No.
―¿Y cuando no haya agua para beber, ni siquiera tibia?
―No.
―¿Y cuando no haya qué comer, o haya, pero con trifulcas hecatómbicas?
―No.
―¿Y cuando las ferromozas nos muestren la misma cara que usted me está poniendo ahora?
―No.
―Y… ¿por qué?
―¡¿Qué tú quieres, mijito?! ¡¿Viajar gratis?!