Dame la T

Contrario a lo que pueda decirse sobre el posible derrotero de su vida si hubiera explotado la voz segunda en un dúo o septeto, Tato Chang Smirnov es un hombre feliz.

Una sanción le abrió el camino a su futura trayectoria. La unidad de infantería donde cumplió el Servicio Militar fue invitada en pleno a una gala de la Ópera de Pyongyang en la Sala Universal de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Mientras sus compañeros se calaban la gorra hasta los ojos para disimular el tedio que les procuraba una obra en que el Gran Líder se hace una autocrítica por no atribuirse la paternidad de una no menos gran hazaña, Tato se entusiasmó sobremanera con la trama y esgrimió su vozarrón desde la penúltima fila para manifestar que no se oía.

El coronel Marticorena le confesó con posterioridad que, con independencia del mal rato que pasó tratando de convencer al embajador coreano de que aquello no había sido una provocación imperialista, quedó impresionado por la guturalidad de una voz capaz de despertar a casi un millar de dormitados combatientes. A él le debe Tato el rumbo inusitado que tomó su vida.

Al principio no comprendía ―«¡Las órdenes no se discuten!», esgrimió el superior― qué hacía él en aquel curso de dicción en el Centro de Superación de Locutores del Instituto Cubano de Radio y Televisión al que lo envió el alto mando del Ejército Occidental. Las cosas estuvieron más claras cuando meses después le pusieron una gorra de pelotero y lo colocaron al centro del bloque de la Industria Ligera en el desfile del 1ro. de mayo. «Estaremos en la tribuna evaluándote. De ti depende que esa gente gane la emulación entre sindicatos».

En los archivos de la televisión hay un video con problemas de imagen, pero el audio no está mal y se oye a Tato gritar en la Plaza que ese año se sobrecumpliría la producción de camisas. Y él guarda una de recuerdo. Fue su consagración definitiva.

Nunca le ha quedado claro cuál es su estatus en la plantilla de la Oficina Nacional de Agitación y Propaganda, pero a partir de esa marcha no falta a cuanto acto político, congreso o evento de relevancia se realiza en el país, lo mismo disfrazado de obrero metalúrgico que entre veteranos de la lucha clandestina con kilogramos de medallas colgando de la guayabera. Y le pagan bien.

La butaca sexta de izquierda a derecha de la fila quince del Palacio de las Convenciones todos se la respetan. Es la garantía de que siempre, en el momento justo, habrá una voz para el aplauso o la ovación, y hasta para la evasión si la situación lo requiere. Lo del puesto fijo no es casual: lo investigó un grupo de expertos en acústica que se encargó de medir decibeles desde todos los rincones del recinto.

Su estilo es único. Un lema no es el mismo si sale de otra boca. Le ha costado años de ensayo en el cuarto de desahogo del patio de su casa, pero ha logrado una síntesis fonética que tiene su punto culminante cuando grita: « ¡IA IÉL!, ¡IA AÚL!».

Nadie imagina que no pasó del noveno grado de escolaridad. Bueno, sí: se sospechó en aquel Encuentro Nacional de Filología en que apeló al manido recurso de pedir letra por letra a la concurrencia para conformar un nombre o palabra: «¡Dame la R!… ¡dame la E!… ¡dame la V!… ¡dame la O!… ¡dame la L!… ¡dame la U!…». Y Tato Chang Smirnov jura que Revolución se escribe con S. Fue la segunda y última sanción que consta en su currículo.

Todavía recuerda con nostalgia el curso de especialización que por seis meses pasó en la Unión Soviética en 1982. Entre los casi veinte camaradas convocados de igual número de países socialistas, Tato, por sus resultados, fue el escogido para gritar el ¡Hurraaa! previo al desfile militar del 7 de noviembre en la Plaza Roja del Kremlin.

En la fundamentación de su título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba se consigna (valga la redundancia):

El análisis de su expresión, más allá de su estilo de vociferar, explica por qué los alaridos de Tato encuentran una frenética acogida lo mismo en la Plaza de la Revolución que en los Jardines de La Tropical.

Posee una tesitura o extensión de la escala con inflexiones inusitadas que ascienden a los sonidos más agudos de tenor, y abarcan algunas notas más graves propias de un barítono, a veces con cierta nasalidad que le da un timbre especial. Esto le permite lanzar al éter consignas con una intensidad muy fuerte. Las enriquece y las hace más afines y coherentes con el discurso dramático de sus textos (y con el discurso desde el podio).

En sus frases se aprecian giros patrióticos muy bien hilvanados, donde pone de manifiesto su agudo sentido de movilizador de masas, propio de los grandes inspirados. El genio que alienta la voz de Polifemo y otros colosos; la fibra que enlaza el verso patriótico con la frase callejera; el garbo que nutre nuestra idiosincrasia popular; todo esto, cosido, corre por la sangre de Tato, y asoma por su faringe y por cada fibra de su espécimen.

No apacigua su improvisación para hacer afectaciones en el campo de las grandes disonancias, y no cae en osadías resbaladizas. Emite sonidos onomatopéyicos en los momentos culminantes de un emotivo acontecimiento político, como para no dar oportunidad a la monotonía.

El diploma es una verdadera obra de arte. El diseñador recortó la figura humana de uno de los más importantes cuadros del movimiento expresionista ―El grito, del noruego Edvard Munch― y la montó sobre una foto de un congreso cualquiera, tomada desde la tribuna. El artista ―el noruego no, el cubano― logra un perfecto empalme del célebre icono cultural con… ya saben: la butaca sexta de izquierda a derecha de la fila…

Tato Chang Smirnov prepara el relevo. Su hijo despunta bien desde el último congreso pioneril. Con él ya prueba exclamar frases y versos en una interesante combinación de voz prima y voz segunda al estilo de los viejos dúos santiagueros. «Esto es trova, pero sin trova», le dice al muchacho.

Hace unos días lo llamaron de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado para anunciarle que se grabará un disco compacto con una selección de las mejores consignas enarboladas durante las primeras seis décadas de proceso revolucionario. Él es el elegido para gritarlas a viva voz ante los micrófonos del estudio. Ya era hora.