«Cuando eras laboratorista te diste gusto vendiendo alcohol en tu barrio. Y lo vendías caro. Gracias a ti tu municipio fue el de más índice de alcoholismo en la década de los noventa. Pero debo decir a tu favor que siempre estuviste sobrio. No sé cómo te las arreglaste para que en ese instituto solo te propusieran una amonestación pública cuando todo explotó y varios de tus compañeros tuvieron que comparecer ante los tribunales y sus esposas tuvieron que comparecer una vez cada cuarenta y cinco días a ver a sus maridos en la cárcel. Lo cierto es que apareciste dos meses después como administrador de un almacén de la empresa aquella que creamos para recepcionar las donaciones que nos llegaban del mundo entero. Se te vio varias veces en el noticiero de la televisión; te nombraban como un funcionario diligente que hacía llegar todos los productos a los ciudadanos más necesitados. Te llevaste de allí todo lo que necesitabas para amueblar la casa fabricada con los ahorros etílicos del laboratorio. Las donaciones se acabaron y tuviste el tino de aceptar el cargo de director del Departamento Comercial de una empresa de derivados del azúcar. Allí hiciste zafra sin coger un machete. Controlabas el monopolio de los tableros de bagazo en la capital, pero siempre te las ingeniaste para que tus subordinados pusieran la cara; ninguno duró más de un semestre, tú llevabas ya cinco años cuando pasaste al Ministerio de Materiales de la Construcción como inversionista. Tus principales logros fueron tres casas para tus hijos y una para liberarte de tu suegra, además de la piscina que trajiste desarmada de tu viaje a Holanda, regalo de los Países Bajos por convencer a tus superiores sobre la calidad del acero holandés. Una verdadera bajeza. No paraste ahí e importaste un cemento que se echó a perder en los almacenes, diseñado para fraguar a temperaturas gélidas y bajo el agua; se te vio en medio de un frente frío exigiendo se lo echaran a un espigón que se construía en el puerto de Mariel. No sobreviviste a la hecatombe que llegó después, y estuviste cuatro meses sancionado, atendiendo a las numerosas delegaciones que venían al Ministerio, incluidos tus amigos holandeses. Fue decisiva tu intervención para que los australianos transigieran con la venta a precio de ganga de aquel molino de gravilla imprescindible para terminar los viales de varios hoteles de Varadero, y el entonces vicepresidente te premió con dos semanas disfrutando tu obra. Volviste al cargo con nuevos bríos; tanta maña pusiste en tu gestión que te eligieron al año siguiente viceministro del ramo. Viajaste medio mundo comprando medios de protección que aparecieron en talleres particulares de media Habana años después gracias a que te oliste la auditoría y denunciaste tú mismo el desvío que estaba teniendo lugar por manos inescrupulosas. Para esa fecha te habías mudado para la residencia que tienes hoy, el doble de amplia que la anterior y más lejos aún de tu suegra. El caso es que aquí apareces como cuadro destacado y no pocas distinciones de la Central de Trabajadores de Cuba en tu cuenta. Y te he llamado para darte una excelente noticia».
Me informa que acabo de ser designado ministro de Relaciones Interiores. Así, con la misma camaradería y sencillez con que me ha hablado desde que entré a su oficina. Y yo me juro en lo adelante ser fiel a su confianza.