Al volver de distante ribera

Entre los pasajeros que pugnan por salir del avión hacia el pasillo que los conducirá a la terminal aérea, sobresale uno con mono deportivo de cuyo cuello cuelga una medalla dorada. La funcionaria de inmigración lo conmina a ser el último en emprender el recorrido.

―Disculpe, compañera, pero en el aeropuerto de Roma el embajador cubano nos aseguró que seríamos los primeros en bajarnos.

―Las circunstancias han variado. Espere.

Después de dejar pasar frente a sus narices a ciento ocho italianos, siete noruegos, treinta ucranianos, otros setenta y nueve turistas de dudosa procedencia y un diplomático tailandés que en vez de pasaporte porta cartas credenciales, el cubano obedece a la muchacha, que esta vez lo invita a seguirla. A mitad de camino le indica otro pasillo a la derecha.

―¿Pasa algo? Le juro que lo único que no declaré es este emepetrés para mi hijo que venía oyendo en el viaje…

―Apáguelo y acompáñeme, que ahora va a oír otra cosa.

El atleta pierde la cuenta de cuántas veces ha doblado a izquierda o derecha antes de llegar a una estrecha puerta que se abre como por arte de magia. Adentro, en la amplia oficina, un oficial con ropa verde olivo le espera tras un buró.

―Siéntese, ciudadano, y bienvenido a la patria… ¿Café?

―No, gracias. Me tomé un whisky en el avión, y me gusta, las pocas veces que lo tomo, conservar el saborcito en la lengua.

―Whisky: excelente elección… Espero no haya sido mucho el ingerido; le conviene mantener la mente fresca para contestar algunas preguntas que pretendo hacerle.

―Comience entonces, que me tienen intrigado con todo esto, y estoy loco por ver a mi gente.

―Yarislandi Rumayor Pitaluga… ¿Es ese su nombre?

―Sí, pero Héctor Rodríguez, el locutor, me mencionó una vez como «Pitaluga, el coloso de Madruga», y así me conoce todo el mundo.

―Miembro del equipo nacional de carrera a campo traviesa…

―… ¡y campeón mundial de la modalidad de potreros, con récord incluido, desde el miércoles pasado!

―Eso último veremos si se le agrega a su ficha… ¿Y el resto del equipo?

―Se bajaron en Canadá para ir al baño, quejándose de descomposición… Para mí que fueron unos bistés de búfalo que nos dieron luego de la clausura de la competencia.

―Pues lo engañaron, porque han desertado en pleno, y ya están hablando hasta por los codos.

―Mire eso… Yo pensé que vendrían en otro vuelo, porque el sobrecargo del avión, ante mi insistencia, me aseguró que ya estaban bien… Ahora entiendo lo que quiso decir.

―¿Y usted ignoraba que desertarían?

―No me comentaron ni jota. Debe ser porque soy el secretario general del comité de base de la Unión de Jóvenes Comunistas.

―Exacto. En su expediente consta que a usted le costó muchísimo trabajo aceptar el cargo. Alegó en su momento que no tiene el don de influir en el colectivo, debilidad que acaba de demostrar con creces.

―¡Tampoco así! Yo les advertí que tantos bistés podrían causarles indigestión.

―¡Pues tenía que haberse olido que el daño no sería en sus sistemas digestivos y sí en sus cerebros!… A ver: si fue usted el atleta más destacado del evento, ¿por qué no trajo consigo la copa que le otorgaron a Cuba como nación mayor acumuladora de puntos?

―La traía el capitán del equipo. La besaba constantemente y decía que significaba mucho para todos, criterio con el que yo estaba de acuerdo, por supuesto.

―No iba a decir otra cosa. Los cables aseguran que ese trofeo posee un valor de cincuenta mil euros, casi lo mismo que el Estado cubano invierte en un solo año en la preparación de ustedes. Sus compañeritos, en retribución, han llegado en su carrera más lejos que nunca. ¡Y el deber suyo era sospechar que algo se fraguaba, defender esa copa con su vida e informar al compañero de la seguridad que forma parte de la delegación!

―¡Pero si es el masajista, y también se quedó en Canadá!

―¡Mientras el alto mando no decida otra cosa, él es quien los atiende a ustedes, y cada cual sabe el rol que debe jugar ante cada reto que se nos impone! El suyo, se lo recuerdo, era estar al frente de un colectivo de jóvenes frutos de esta Revolución, como secretario general del comité de base.

―Y aquí estoy de regreso, ¿no?

―A eso iba: ¿por qué regresó?

―¡¿Cómo que por qué?! Porque esto es lo mío. Aquí están mi familia, mis amigos, la gente del barrio…

―Y el Comandante: ¿no cuenta para usted?

―… Claro, también. ¡¿Pero a qué viene todo esto?!

―¿A qué viene? ¡¿No se da cuenta del daño político implícito en el hecho de que una delegación de atletas, directivos, médico y masajista traicionen a la patria?! Le digo más: el presidente del Comité Olímpico Cubano, el Gallego Fernández, está levantado desde las dos de la mañana para venir a recibirlos. ¡Y ese anciano ya no está ni para madrugaderas ni para disgusto semejante!

―¿Y por qué me lo dice a mí?

―¿Y a quién se lo voy a decir? ¿A mi abuela?

―Ahora que habla de su abuela: allá afuera debe estar la mía, que es contemporánea con el Gallego. ¿Por qué no me dejan salir ya para acabar de ver a mis familiares y amigos, que seguro me tienen armado tremendo recibimiento por lo de la medalla de oro y el récord mundial?

―¡Porque nuestro deber es depurar responsabilidades! No puede quedarse impune una deslealtad como esta. Acabo de hablar por teléfono con el vicepresidente del Inder33 que atiende la carrera a campo traviesa y me confesó que para recuperar el nivel alcanzado por nuestro país en ese deporte harán falta no menos de diez años, y habrá que trabajar muy duro desde la base. Él cuenta con usted para preparar a los futuros campeones.

―¿Qué me insinúa?

―Que después que se tome unos días de vacaciones, si en la investigación no sale a relucir alguna otra flojera de su parte, comenzará a trabajar como entrenador de los niños que se preparan en la Loma del Burro… Y ya que mencionó la bienvenida que su familia se trae entre manos, le anuncio que más grande es la que tienen preparada el Gobierno y las organizaciones políticas y de masas. Como no vamos a hacer el papelazo de sacarlo a usted solo para allá afuera, hemos encontrado una solución coyuntural.

Por la puerta del fondo entran diez individuos con indumentaria deportiva similar a la de Pitaluga.

―Le presento al equipo nacional de carrera a campo traviesa que regresa victorioso del Campeonato Mundial de la disciplina.

―¡¿Pero quién va a creer que ese gordo es deportista?!

―¡Respete al coronel Alzugaray, que a pesar de haber cumplido su guardia, helo aquí, enfundado en un uniforme que ni le sirve, tras haber aceptado, altruistamente, bajar de grado militar para fungir como capitán de la selección!… Ahora póngase esta otra medalla, para que no desentone con las que pudimos conseguirle al resto de sus compañeros de equipo, y agarre bien esta copa, no vaya a ser que se rompa; es un préstamo del Museo del Deporte… ¡Adelante, que al pobre Fernández le va a dar un soponcio si lo hacemos esperar más! Y cambie esa cara, que cualquiera pensaría que no le alegra regresar a suelo patrio.