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En el que se detalla de qué forma cree Bill estar sufriendo el Cruel y Nauseabundo Destino del Personaje Secundario, y, oh, aparece, por fin, Tracey Mahoney, la (ABOGADA) y se descubre que Madeline Frances (NO SE PIERDA LA PRIMERA Y ÚNICA RETROSPECTIVA DE LA ARTISTA MÁS PROLÍFICA DE ESTA CIUDAD) está en camino

 

 

Tan resueltamente como se lo permitían aquel enorme par de botas de pana sonrosadas que, de haber existido en aquel Sullivan Lupine Wonse que imaginaba, podrían haber ido charlando con ella por el camino, Cats McKisco se dirigió a Rifles Breevort. Como miembro destacado de la Patrulla Manx Dumming, Cats, debía recabar información sobre la presunta desaparición del chico Peltzer, tarea que ella, y su nuevo atuendo, el uniforme de su abuelo, el agente echamanos Francis Caroline, se había auto­adjudicado para poder pasarse a echar un vistazo por allí, y certificar cómo, de ninguna forma, Sam Breevort necesitaba que la cuidasen, en parte, porque nadie iba a intentar ir a por ella, porque el mundo, después de todo, no giraba alrededor de (BILLY PELTZER).

—¿Café?

—Oh, eh, oh, .

Cats había puesto un pie, y luego el otro, en aquel sitio, Rifles Breevort, y había dejado que Jack Lalanne se acercara a ella y olisqueara sus estupendas y viejas botas, y a Jack Lalanne le habían traído sin cuidado. El caso es que las había olisqueado y luego había regresado a su sitio junto al montón de libros y se había dejado caer con un sonoro (CLA-CLANC). A continuación, había suspirado. Aquel suspiro parecía decir (OH, ESTÁ BIEN) (QUE LO QUE SEA QUE ESTÉ A PUNTO DE PASAR, PASE) (PERO APUESTO A QUE ES CONDENADAMENTE ABURRIDO).

—Lo siento —dijo Cats, cuando se sentó.

Sam había puesto un par de viejas tazas sobre la mesa y estaba sirviendo el café. El café olía estupendamente. Todo aquel sitio, pensó Cats, olía estupendamente. A algún tipo de metal, mezclado con una olorosa madera, y quién sabía si pólvora.

—No quería llamarte ciudadana ni nada de eso.

—Al menos me has llamado de algún modo. —Sam sonrió, se dejó caer en una de las sillas, y colocó las botas sobre la mesa.

—¿Disculpa?

—No recibo muchas visitas. —Se retiró el pelo de la cara, bebió un sorbo de café—. No soy, supongo, demasiado popular. ¿Eres popular tú, Crocker?

—No lo sé —dijo Cats, y estaba frunciendo el ceño y a la vez no haciéndolo, como si no se atreviera a dudar siquiera—. ¿Lo soy? Supongo que mi padre me impide no serlo.

—Ya, claro. Estuvo aquí una vez, hace tiempo. Quería saber un montón de cosas. Me dijo que estaba escribiendo sobre rifles. ¿Escribe sobre rifles?

—No exactamente.

Sam bajó el par de botas de la mesa, se puso en pie, cogió lo que parecía una enorme libreta y volvió a sentarse. El perro alzó la cabeza, la miró, suspiró.

—¿Te gusta?

—¿Mi padre?

—Bill.

—Oh, Bill.

—Creo que te gusta.

—No, ya no.

—¿Ya no?

—No, y a ti tampoco debería gustarte si es lo que hace porque yo creo que lo hace. ¿Sabes qué creo? Creo que cree que el mundo gira a su alrededor, Sam, y no puede ver a nadie más. Cree que porque se ha ido alguien va a ir a por ti.

—Oh, ya lo han hecho —dijo Sam.

—¿Cómo?

—Alguien me ha dejado una tarta en la puerta. La he tirado a la basura. Nadie jamás en todo este tiempo me ha dejado una tarta en la puerta. Creo que quieren quitarme de en medio para poder abrir la tienda.

—¿Cómo piensan abrir la tienda?

—No lo sé, pero apuesto a que creen que soy la única que podría impedírselo.

—Entonces es cierto.

—¿El qué?

—Que nadie mató a Polly Chalmers.

—Es lo más probable.

—Estuve consultando el archivo del caso. No parece un archivo en absoluto. Parece un relato basado en un capítulo de Las hermanas Forest. Parece uno de esos artículos del alcalde Jules. Los que escribe para Eileen. ¿Crees que el alcalde Jules es el culpable?

—No sé, Crocker, la detective eres tú.

—Supongo que podría detenerle.

Sam se rio.

—Claro, ¿y qué escribirías en tu informe? Detenido por no matar a Polly Chalmers. ¿Y quién sería el siguiente? ¿Don Gately? Detenido por no matar a nadie.

—Nos ha tomado el pelo.

—Dime la verdad, Crocker.

—Te estoy diciendo la verdad.

—Lo que quieres es saber dónde está Bill.

—Ya sé dónde está Bill.

Sam frunció el ceño. El ceño de Sam podría haber sostenido un diminuto rifle. De hecho, era lo que más deseaba en el mundo. Pero nadie ha fabricado aún diminutos rifles para ceños, así que tenía que limitarse a seguir soñando.

—Pecknold —dijo Cats.

—No exactamente —dijo Sam.

—¿No?

No, Bill no se encontraba aún en Sean Robin Pecknold.

Bill se encontraba en aquel otro sitio, Lurton Sands Dixon.

Había seguido las instrucciones de aquel teléfono en el árbol y se había registrado en el Tom Gullickson. Pero ¿quién le había dado las instrucciones a aquel teléfono en el árbol?

Oh, había sido la propia Sam.

La tarde en la que Bill partió hacia Sean Robin Pecknold en aquella camioneta repleta de asientos Sam había llamado a todas las gasolineras que había entre Kimberly Clark Weymouth y aquel otro lugar soleado al que su amigo se dirigía en busca del pequeño Corvette. Quiso hablar con sus encargados, entre los que se contaba el joven sabio Means. Daba por hecho que Bill iba a tener que detenerse en algún momento a repostar. Les dijo a todos que le indicasen que debía llamar a aquella tal Marjorie. Y que aquella tal Marjorie le diría lo que debía hacer a continuación. Porque aquella abogada había llamado y había dicho que iba a detenerse en aquel sitio cercano a (WILLAMANTIC) porque debía consultar con la otra señora Mackenzie, Madeline Frances, la (FABULOSA) idea que Sean Robin Pecknold, la ciudad, había tenido en relación con el legado de la legendaria Mack Mackenzie, porque, oh, en lo que se refería a aquel legado, el señor Peltzer no era el único responsable. La señora Mackenzie y el señor Peltzer debían, por expreso deseo de la difunta, verse para llegar a un acuerdo sobre su futuro.

Pero Bill no tenía forma de saberlo aún. Bill, que no había hecho más que pensar en aquello que Meredith Bone Stetson, la joven ayudante de mayordomo que nunca sería otra cosa que ayudante de mayordomo, llamaba el Cruel y Nauseabundo Destino del Personaje Secundario, es decir, un destino que nunca sería el destino de un personaje principal, que nunca sería el destino de (NATHANAEL WEST), y todos los que, como él, no debían cargar con nada que no fueran ellos mismos, acababa de llegar a aquel sitio, el Tom Gullickson Inn. Había pedido una habitación y había pronunciado el nombre de aquella abogada, había dicho (TAL VEZ TENGA ALGO PARA ), como si en vez del chico que aborrecía dirigir la única tienda en el mundo dedicada a aquel desconsiderado clásico infantil que había acabado con su familia, fuese una especie de espía, un agente secreto, un alguien con una misión. Ante la indiferencia de la recepcionista, una chica cuyas gafas parecían flotar ante sus ojos, la tez oscura y, en algún sentido, brillante, Bill había pronunciado el nombre de aquella abogada, había dicho (ALGO DE TRACY, EHM, SEEGER MAHONEY) (HA VENIDO CON UN ELEFANTE) (UN ELEFANTE ENANO) (¿SABE ALGO DE UN ELEFANTE?) (TIENE QUE SABER ALGO DE UN ELEFANTE) (NADIE PUEDE DORMIR EN UN HOTEL CON UN ELEFANTE SIN QUE EL HOTEL SE ENTERE), había dicho Bill, y aquella chica primero había abierto mucho los ojos, y luego había fruncido el ceño, y había dicho:

—¿Es usted William Bane?

—Sí, eh, eh, soy, soy Billy Bane, Billy Bane Peltzer.

—De acuerdo —había dicho la chica, y había tecleado algo, y luego había mirado su identificación, y había seguido tecleando—. Un momento, por favor —había dicho, y luego—. Sí, la señorita Mahoney ha dejado algo para usted.

¿Y qué era aquel algo que la señorita Mahoney había dejado para él? Un folleto. Un folleto ridículo. En él aparecía su tía Mack rodeada de todo tipo de animales salvajes que nada tenían que ver con sus auténticos animales salvajes, de manera que quien fuese que hubiese elaborado aquel folleto se había limitado a colocar junto a ella tigres, panteras, leones, elefantes, ballenas, hipopótamos, serpientes, cualquier cosa de aspecto fiero, y había superpuesto un montón de letras ridículas que formaban un montón de frases igualmente ridículas, frases como (¡VISITE EL HOGAR DE LA LEGENDARIA MACK MACKENZIE!) (¡SIÉNTESE EN EL SALÓN DE LA MÁS FAMOSA DOMADORA DE TODOS LOS TIEMPOS!) (¡PASEE POR SU SELVÁTICO JARDÍN!) (¡ALIMENTE A SU ADORABLE ELEFANTE BEBÉ!) (¡SEA, POR UN DÍA, RESPONSABLE DEL REINO ANIMAL Y DECIDA ESPECTÁCULOS Y NUEVAS ADQUISICIONES!) y también, en un tamaño de letra ligeramente inferior (ABIERTO DE LUNES A DOMINGO) (RESERVE SUS ENTRADAS) (DESCUENTOS PARA NIÑOS). Tan abominable folleto iba acompañado de una pequeña nota. La pequeña nota decía, simplemente (¿NO ES ESTUPENDO?), y también, (REÚNASE CONMIGO MAÑANA EN EL SNODSBURY).

El Lori Krystal Snodsbury era un poco iluminado local que podría pasar por casi cualquier cosa, cafetería, bar de copas, minúsculo y poco esforzado restaurante, atestado montón de reservados, que solía llenarse de visitantes de Willamantic, resignados familiares, amigos y amantes de las internas. Aquel peculiar sitio debía su nombre a la criminal más conocida de Lurton Sands, una despiadada coleccionista de diarios íntimos que obligaba a sus víctimas a contarles a sus diarios lo último que iba a pasarles, esto es, que ella, la gran Lori Krystal, iba a matarlas, asegurándoles que si el relato era lo suficientemente bueno iban a librarse, pero nunca lo hacían.

Los abogados tenían, en aquel peculiar sitio, su propio rincón, un rincón tranquilo en el que reunirse con familiares y amigos y a veces amantes de aquellas, sus clientas, pero en el que sobre todo ponían orden a sus manidos discursos, porque en ocasiones, lo que ocurría era que recibían una llamada y alguien les asignaba un caso, y entonces se metían en el coche, o subían a un autobús y se dirigían a Willamantic, pero todo lo que tenían era un nombre y se decían que un nombre era como una puerta abierta pero no sabían a dónde iba a dirigirles y Trace echaba de menos no saber a dónde iba a dirigirle nada pero había aceptado aquel maldito empleo en Sean Robin Pecknold y se había comprado todo tipo de trajes, trajes de llamativos y estúpidos colores, y pamelas, pamelas ridículas, y ¿acaso iba a reconocerla Fay Duane así vestida? Como bien sospechaba Marjorie, Tracy Seeger había tenido una aventura con una presa de Willamantic. Lo que no sabía Marjorie era que la cosa no había acabado bien y que ahora ella estaba bien, ahora ella tenía otra relación, y, pese a ello, nada le apetecía menos que pasar una noche tan cerca de, oh, Fay Duane, sin que nada pasara entre ella y, oh, Fay Duane, pero tenía que hacerlo si no quería perder aquel empleo. Aunque en realidad lo que quería era perder aquel empleo y volver a mudarse a aquel sitio y dejar que su vida fuese su vieja vida de siempre, aquella vida de la que nada sabía en ningún momento, aquella vida repleta de puertas que eran nombres y que cambiaba de dirección constantemente, aquella vida en la que la única constante era Djuna Fay Duane, sus cartas, sus cigarrillos mecanografiados, aquel anochecer en el patio, su voz al teléfono, el inagotable combustible de la imaginación.

Aquella mañana, Trace había extendido sobre la mesa un puñado de aquellos folletos que, en un gesto de desesperación, la oficina turística de Sean Robin Pecknold había improvisado. Aquella oficina se temía lo peor ante la muerte de su único activo, aquella archifamosa ex domadora y ex trapecista, y pretendía retenerla, convenciendo a su heredero de la necesidad de crear aquella suerte de parque de atracciones doméstico, en el que los visitantes podrían fingir ser, por un día, la legendaria Mack Mackenzie. Evidentemente, el folleto que la abogada había dejado en recepción para Bill era un pequeño anticipo del asunto. Creía, Trace Mahoney, que la cosa iba a ser pan comido, pues ¿quién no querría instalarse en una nueva ciudad y erigirse, de la noche a la mañana, en el epicentro de la misma? Oh, Trace no tenía ni idea. Empezó a tenerla cuando vio entrar a Bill en el Snodsbury, y dirigirse, huracanada y temiblemente a su mesa.

USTED!), había dicho, llamando la atención de las pocas ex presas, y los pocos familiares y amantes y amigos de las aún presas que había en el local, había dicho, (¿QUÉ DEMONIOS ES ESTO?), y no tenía buen aspecto, Bill, el pelo, rizado, revuelto, y los ojos inyectados en sangre, y podía, pensaba, gritar, y nada deseaba más en el mundo que hacerlo, (GRITAR) y decirle que su tía Mack no era una atracción de feria, que puede que su trabajo lo hubiese sido, pero nadie iba a convertir su muerte en ningún tipo de negocio, y nadie iba a pretender suplantarla, a diario y sin descanso, en su propia casa, como si Mack Mackenzie hubiese existido sólo para que un puñado de memos pudiesen pasar un día fingiendo que sus vidas tenían algún sentido porque la vida de aquella mujer lo había tenido, y más o menos eso era lo que había hecho, sólo que no había gritado, en realidad, lo único que había gritado era (EN SERIO, DÍGAME, ¿QUÉ DEMONIOS ES ESTO?), y había apoyado las manos en la mesa del reservado que, apaciblemente, ocupaba Trace, y Trace había sonreído, y también había fruncido el ceño, aquel ceño que no echaba en absoluto de menos ser una abogada de oficio, por más que su dueña lo hiciese, y había dicho:

—El señor Bane, supongo.

—Es Bill, Bill Peltzer.

—Oh, el señor William Peltzer, por supuesto.

Aquella mujer, Tracy Mahoney, tenía sobre la mesa una carpeta, y la abrió para comprobar que Bill no mentía, o quién sabe para qué, el caso es que dijo (AJÁ), y luego (PUEDE SENTARSE), y que Bill, malhumorado, se sentó, y vio que la mesa estaba cubierta de aquellos folletos y dijo:

—Qué es esto.

—Eso, señor Peltzer, es una idea.

—Pues es una idea horrible.

—¿Usted cree? Debo decirle que su tía era una pequeña celebridad.

—¿Dónde está el pequeño Corvette?

—Está en el patio de, bueno, la cárcel.

—¿Ha metido al pequeño Corvette en la cárcel?

Bill se imaginó al pequeño Corvette en una caja dentro de una caja más grande, y rodeado de las personas que vivían en aquella otra caja más grande, repleta de barrotes, barrotes por aquí y por allá, y extraños, el pequeño Corvette no se llevaba nada bien con los extraños, ¿y qué era toda aquella gente? Extraños peligrosos.

—Oh, no se preocupe, me aseguraron que estaría bien.

—¿Quién?

Bill recordó al pequeño Corvette en el sillón, viendo la televisión, la televisión que su tía Mack había instalado en su pequeño cobertizo, aquel pequeño cobertizo en el que Bill se lo había imaginado preguntándose por la tía Mack cuando la tía Mack había muerto, (¿CUÁNDO PIENZAS VOLVED A CAZA?), oh, Bill, siempre imaginaba al pequeño Corvette demasiado pequeño como para hablar correctamente, por más que no hablase de ninguna forma, y luego pensó en él en el patio de aquella cárcel, y se dijo que debía estar triste, y aterrado, porque no sólo la tía Mack no había vuelto a casa sino que él estaba en algún otro lugar, y no entendía nada, y a lo mejor se reían, todas aquellas mujeres, las presas, se reían, y el pequeño Corvette pensaba que se reían de él, y oh, no, tenía que salir de allí, tenía que ir a buscarlo, tenía que ¿qué? ¿Volver a casa? ¿Qué casa, Bill?

Faye —dijo Tracy.

—¿Su amante?

Trace frunció aquel ceño que estaba encantado con haber dejado de ser el ceño de una abogada de oficio, y dijo:

—Oh, no ¿Marjorie?

—Creí que era una interna, no la dueña de ese, uh, sitio.

—Oh, Faye es una interna, pero me dijo que cuidaría de él. La llamé, ¿sabe? Y, oh, bueno, hacía demasiado que no hablaba con ella pero ¿por qué ocurre que cierta gente es, bueno, como estar en casa? Quiero decir, desde que la vi por primera vez hubo un, no sé, algo, ¿sabe? Fue como si algo me dijera (ELLA ES EL CAMINO), y bueno, ¿sabe lo que les pasa a los actores? Pienso mucho en los actores últimamente. Porque, míreme. Yo no tenía este aspecto. Yo era como, bueno, como usted. Ya sabe. Me traía sin cuidado mi aspecto, todo lo demás importaba demasiado como para que mi aspecto importase, pero luego ocurrió lo que ocurrió, es decir, dejé a Faye, me aparté del camino, y entonces no me quedó nada, nada en absoluto, ¿quién era yo? Yo era una actriz sin papel.

Bill podría haber dicho que a él le ocurría algo parecido, podría haber dicho (YO LO ÚNICO QUE SOY ES UN PERSONAJE SECUNDARIO), podría haber dicho (MI MADRE SE FUE Y SE LLEVÓ TODOS LOS CAMINOS), pero no dijo nada, y Trace prosiguió, Trace dijo (ASÍ QUE, BUENO, ME OTORGUÉ UN PAPEL), y:

—En el fondo, señor Bane, todos somos actores sin papel, quiero decir, somos vasijas vacías, lienzos en blanco, hasta que decidimos tomar un camino, y entonces, oh, ¿no sienta bien tener un sentido? Los actores, me digo, maximizan todo lo que cualquiera de nosotros podría llegar a ser porque alguien les ha dado antes un sentido. ¿Por qué cree que nos gusta tanto el cine? Todo lo que vemos son modelos de conducta, pero ¿qué son esos modelos de conducta? Letras, señor Bane, ¡letras! Ojalá pudiera despertarme cada mañana y tener un guión sobre mi mesita de noche. ¿No cree que la vida sería mucho más sencilla si hubiera alguien escribiéndola por nosotros? Quiero decir, piense en usted en este preciso instante, ¿cómo sabe que negándose a convertirse en el nuevo Mack Mackenzie está haciendo lo que es debido?

—¿El nuevo Mack Mackenzie?

—No sé exactamente de qué huye si está pensando en instalarse en Sean Robin Pecknold, pero le diré que tal vez no esté nada mal convertirse en el representante del animal sagrado de ese lugar.

—Mi tía no era ningún animal.

—No, disculpe, claro, ya me entiende. —Trace dio un sorbo a su café, y un mordisco a su croissant—. ¿No pide usted nada? El croissant es un pequeño manjar.

—No. Quiero sacar al pequeño Corvette cuanto antes de ese sitio —dijo, poniéndose en pie—. ¿Necesito algún tipo de llave?

—Siéntese.

—No quiero sentarme, quiero sacar al pequeño Corvette de la cárcel.

—¿No va a considerar ese asunto del museo?

—No. —Piense en mí como su guionista—. No es usted ninguna guionista. —Ahora mismo, sí. Le estoy ofreciendo un papel. Podría ser usted ser una pequeña celebridad—. No voy a ser nada, no quiero ser nada. —¿Por qué no?—. Porque no.

—Pues va a tener que sentarse de todas formas.

—¿Por qué?

—Le pediré un café.

—No quiero un café.

—¿Mamú? —La dueña del Snodsbury levantó la cabeza—. El señor quiere un café y uno de estos croissants mágicos —Dirigiéndose a Bill, añadió—. ¿Le gusta el chocolate?

Le sirvieron el café, y aquella cosa de chocolate.

Bill se sentó. Pensaba en el pequeño Corvette. Pensaba en Sam. A Sam le gustaba el chocolate. Al pequeño Corvette también. ¿Le gustaba a él el chocolate? ¿Cuánto hacía que no se hacía esa clase de preguntas? Dio un mordisco a aquella cosa.

—Estupendo —dijo la mujer. Le miró con interés, esperando una reacción a aquel manjar. Bill no se la dio, así que ella abrió la carpeta—. Déjeme ver —dijo, y extrajo un puñado de folios de aquella cosa azul—. Esto es, sí, usted tiene que, uhm, firmar aquí, y también, ehm, aquí. —Le tendió un folio blanco y uno amarillo. Uno parecía una especie de contrato, el otro, un formulario—. Bueno. Luego tenemos, ¿qué tenemos? Ah, sí. Luego tenemos sus razones para el rechazo del Hogar MacKenzie. Debe usted argumentar su no consentimiento, y puede hacerlo, uh, espere —cogió otro de aquellos folios, era un folio prácticamen­te en blanco, en él sólo podía leerse (EXPONGA AQUÍ SU QUEJA)—, aquí.

—¿Por qué debería hacerlo? —quiso saber Bill.

—Oh, porque no está de acuerdo, según me ha dicho, con la creación de ese sitio, ¿o ha cambiado de opinión?

—No debería tener que argumentar nada. Ese sitio es mío ahora. Es mi casa. ¿Por qué debería tener que suplicar que no se convierta en ese otro infierno?

—En primer lugar, señor Bane, el Hogar MacKenzie no sería ningún otro infierno. Y en segundo lugar, ni ese sitio ni el pequeño Corvette son aún suyos.

—¿Cómo? ¿Me toma el pelo?

—No le tomo ningún pelo, señor Bane. Así que, si no quiere que el Hogar Mackenzie se convierta en nada que no sea su posible futura casa, debería darle una razón a la señora Mackenzie para que así sea.

—¡La señora Mackenzie está muerta!

—Oh, no estoy hablando de esa señora Mackenzie sino de la otra señora Mackenzie —dijo Tracy Seeger, y a continuación hizo algo que nadie hacía en presencia de Bill desde hacía mucho, demasiado, tiempo. Pronunció Su Nombre. Dijo—: Madeline Frances.

Y siguió hablando, pero Bill, oh, Bill ya no estaba en ninguna parte y estaba en todas a la vez, Bill tenía seis años y los pies le colgaban del banco, porque el banco era demasiado alto o él demasiado pequeño, y hacía calor, porque estaban en la piscina, y era una piscina cubierta, y su madre estaba nadando, pero él estaba aburrido, él quería volver a casa, y ella nadaba demasiado, y él se decía que a lo mejor su madre era una especie de pez, uno en extremo inteligente, uno que había aprendido a hablar humano y a comportarse como los humanos, uno que incluso tenía aspecto humano pero que cuando se metía en el agua se olvidaba de todo, olvidaba que tenía un hijo humano que quería volver a casa, ¿y por qué olvidaba que tenía un hijo humano que quería volver a casa? Bill balanceaba los pies en aquel mínimo vacío y se decía que a veces su madre parecía una madre intermitente, que estaba y, oh, dejaba de estar, ¿y acaso parecían el resto de madres madres intermitentes? Bill se decía que el resto de madres no parecían intermitentes, como no lo eran todos los demás, ni su padre ni Sam ni su tía Mack, nadie, en realidad, que se hubiese acercado a él lo suficiente había olvidado que existía estando con él, ¿por qué lo había hecho su madre? ¿Por qué lo hacía todo el tiempo?

—¿Madeline Frances? —susurró Bill, por primera vez, también, en mucho tiempo, y sintió que le faltaba el aire, porque no recordaba cuándo había sido la última vez que había pronunciado el nombre de su madre, ni si lo había hecho alguna vez en realidad, porque Bill nunca antes había salido de Kimberly Clark Weymouth, y no tenía por qué pronunciar su nombre en Kimberly Clark Weymouth. Ni siquiera, se dijo, los demás lo pronunciaban, porque temían que ella apareciera, y él tuviera que enfrentarse a ella, y, después de todo, pensó Bill, puede que no se equivocasen, porque ahora estaba allí, había vuelto, y no, Bill no estaba preparado, Bill no (¿PAPÁ?) (¿DÓNDE ESTÁS, PAPÁ?) (HA VUELTO) (ESTÁ AQUÍ) (EN ALGUNA PARTE) (¿POR QUÉ NO ESTÁS, PAPÁ?) (¿POR QUÉ TE FUISTE TAMBIÉN?)—. Es, ella. —Bill se ahogaba, en realidad no lo hacía, porque sólo parecía estar titubeando, pero en algún lugar, allí dentro, Bill era un submarinista que descendía, con una pesada bombona de oxígeno desconectada, hacia quién sabía qué otro mundo, y se ahogaba, se ahogaba—. ¿Ella va a, ella está a-aquí?

Bill estaba preparado, estaba listo para que ella dijera (), Bill estaba preparado, estaba listo para que ella dijera (CLARO), y (ENTRARÁ POR ESA PUERTA EN CUALQUIER MOMENTO), y lo estaba porque para entonces, para cuando ella entrase por aquella puerta, él, oh, aquel submarinista descuidado, habría desaparecido, ni siquiera sería ya un niño de seis años, sería aquella silla, o tal vez su taza de café, sería cualquier cosa que no estuviera allí porque ella no existía de manera que él no podía estar allí cuando ella apareciera porque entonces existiría y no podía, de ningún modo, existir.

Pero ella dijo que no.

Ella dijo:

—Oh, no, ¿y sabe qué? —No, no lo sé, Bill recuperó el aliento pero ya no era Bill, era un autómata, y ascendía, la bombona de oxígeno aún desconectada, ascendía y se decía que nadie iba a entrar por aquella puerta, aún no, se decía, aún no—. Voy a perder mi estúpido empleo en ese sitio, pero ¿sabe qué? —No, no lo sé, el autómata que era Bill visualizaba a Madeline Frances, la veía exactamente igual que la última vez que la había visto, estaba en el coche y le decía adiós, le decía ( BUENO, CARIÑO) y Bill no entendía por qué tenía que ser bueno, en realidad, lo que no entendía era por qué creía ella que podía no serlo, cuando Bill era, como el niño Rupert, incapaz, ni siquiera por descuido, de hacer ningún tipo de mal, porque Bill era, por encima de todo, como el niño Rupert, un niño obediente y feliz, pero ella sabía lo que estaba por venir, y temía que, enfadado y triste, decidiese seguir los pasos de todos aquellos otros niños, los niños que le pedían cosas a la señora Potter a cambio de fastidiar a los demás, y Bill tenía derecho, todo el derecho del mundo, a estar enfadado y triste, pero si seguía los pasos de aquellos niños iba a quedarse allí para siempre, es decir, iba a hundirse en aquella cosa, su propia pena, y podía llegar a no desear otra cosa que lo peor para cualquiera, porque así, de aquella manera, podría no estar solo, ¿o no era eso lo que hacía la señora Potter? Por más que ella insistiese en que lo que pretendía era la de darles una lección a todos aquellos insensibles padres a los que los logros de sus hijos les traían sin cuidado, lo que ocurría, en realidad, era que les decía a los niños que podían no sentirse solos si los demás estaban tan tristes como ellos, y a lo mejor era aquello lo que todos aquellos niños descuidados que subían a un autobús y se bajaban ante (LA SEÑORA POTTER ESTUVO AQUÍ) compartían, la necesidad de que hubiera otros como ellos. No tenían a sus órdenes un ejército de duendes veraneantes, ni podían cumplir deseos, pero podían rodearse de su propia pena, reflejada en todos aquellos objetos, los objetos que se vendían en (LA SEÑORA POTTER ESTUVO AQUÍ), y que reflejaban a su vez el fantasma de los demás—… —¿Disculpe? No estaba es, bueno, me he distraído y ¿qué ha dicho?—. He dicho que no me importa lo más mínimo —dijo aquella mujer, Trace, y Bill recordó que su madre tenía los ojos rojos cuando se fue, y que se había dejado el maletero abierto, que el coche empezó a alejarse con el maletero abierto, y que a él le había parecido divertido, porque las maletas trotaban, y ¿a dónde se llevaba sus maletas? Al día siguiente, Bill había rescatado un pingüino de plástico de entre la nieve, y lo había guardado pensando que tal vez se había caído del maletero. Era un pingüino amarillo, tenía un pequeño botón y cuando lo apretabas decía (ME GUSTA LA NIEVE) y (SOY UN PINGÜINO) y (¿QUIERES SER MI AMIGO?) y Bill al principio no podía mirarlo porque cuando lo miraba se le hacía un nudo en la garganta y sólo quería llorar porque ¿qué tenía aquel pingüino que no tuviese él? Aquel pingüino estaba en el maletero y se cayó, así que había decidido llevárselo, ¿y por qué no había decidido llevárselo a él? A lo mejor no quería obligarle, se había dicho después. Tal vez por eso había dejado el maletero abierto. Él tenía que haber corrido y haber saltado dentro y se hubieran ido juntos, y ¿se pierden las cosas que se dejan atrás porque se dejan atrás o porque se pierden—. Esto es claramente un giro de guión. ¿Lo ve? Si alguien hubiese escrito el guión de este día, yo ahora mismo sabría exactamente lo que tengo que hacer, pero lo único que sé es que odio esta pamela del demonio y, sobre todo, odio estos condenados zapatos, y si me firma usted esos papeles, saldré de aquí descalza, y caminaré hasta Willamantic, y les diré que he vuelto, que me gustaba mi vieja vida, y que odié cambiar de vida, y luego llamaré a Marjorie y le diré que esperaré a que la otra señora Mackenzie regrese de su retrospectiva y liquidaré el maldito asunto, aunque, pase lo que pase, ya puedo adelantarles, con su permiso, que deberían olvidarse del Hogar Mackenzie, ¿qué le parece?

—¿Ha dicho retrospectiva?

—Oh, sí. Esa otra Mackenzie pinta. Y van a exponer todos sus cuadros en ese sitio del que usted viene. ¡Ja! ¿Puede creérselo? Organicé este encuentro para evitarme llegar hasta allí porque, ¿quién iba a pensar que esa mujer tendría que salir de aquí? Y ahora resulta que todo está en ese sitio.

—¿Disculpe? ¿Quiere usted decir que mi, ehm, esto, Madeline Frances —(MADELINE FRANCES)— vive, ha estado, uhm, viviendo —(QUE TODO ESTE TIEMPO HA ESTADO VIVIENDO)— aquí? Y que, diría que, bueno, ¿va camino de —(TENGO QUE LLAMAR A SAM)— Kimberly Clark Weymouth?

—No entiendo por qué habría de disculparle. Eso es exactamente lo que pasa. ¿Sabe? Antes de pisar Lurton Sands, no había besado a una psicópata. Ahora no dejo de pensar en que no sabía lo que me perdía. ¿Puede firmar esos papeles cuanto antes?

Lo que ocurrió a continuación fue que, efectivamente, Bill firmó aquellos papeles, y lo que ocurrió a continuación de aquel a continuación fue que Bill llamó a Sam. La imaginó descolgando dentro de aquella bola de nieve que puede que pareciese como el resto pero no lo era. (OH, SAM), le diría, (ADIVINA QUÉ) (QUÉ) (QUIEREN CONVERTIR LA CASA DE MI TÍA MACK EN EL HOGAR DE LA LEGENDARIA MACK MACKENZIE) (OH, NO) (OTRA TIENDA DE SOUVENIRS) (¿HAN PERDIDO LA CABEZA?) (NO SÉ, SAM), le diría, (A LO MEJOR ES IGUAL EN TODAS PARTES), (¿IGUAL EN TODAS PARTES?), (NO , SAM, ¿QUÉ VOY A HACER EN ESE SITIO?) (NO SÉ, BILL, ¿NO PASAR FRÍO?), (CREÍ QUE PODRÍA SER EL NATHANAEL WEST DE ESE SITIO, SAM), (OH, PUEDES SER NATHANAEL WEST EN CUALQUIER PARTE, BILL), le diría ella, y, oh, bueno, Bill dejó de ahogarse, por un momento, dejó de pensar en (MADELINE FRANCES) llegando a Kimberly Clark Weymouth, (MADELINE FRANCES) tratando de encontrar su casa, (MADELINE FRANCES) descubriendo que su marido, (OH, RANDIE), había muerto, (MADELINE FRANCES) siendo interrogada por los habitantes de aquella detectivesca ciudad, (MADELINE FRANCES) preguntándose (BILL, CARIÑO, ¿DÓNDE ESTÁS?) y también (¿FUISTE BUENO, DIENTECITOS?), pero la cosa no fue así, porque cuando Bill descolgó el teléfono, Sam acababa de decirle a Cats que Bill no estaba exactamente aún en Sean Robin Pecknold sino en Lurton Sands, tal vez, sólo puede que tal vez, topándose con su madre. Y acababa de ocurrir algo que Sam no esperaba, algo que no esperaba en absoluto, y era que Cats se había sacado algo del bolsillo de aquella enorme y vieja camisa, la camisa del canguro, y tendiéndoselo a Sam, había dicho:

—Llevaban impresos un tiempo pero Bill no había querido oír hablar de ello.

Sam miró el pedazo de papel. Parecía haber estado colgado en alguna parte. Parecía un anuncio. (NO SE PIERDA LA PRIMERA Y ÚNICA RETROSPECTIVA SUBASTA DE LA ARTISTA MÁS PROLÍFICA DE ESTA CIUDAD), decía. (PASE, VEA Y PUJE), (NO TODOS LOS DÍAS SE TIENE LA OPORTUNIDAD DE DECIDIR HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR UN SIMPLE CUADRO), decía.

—¿De dónde lo has sacado?

—Están por todas partes.

—No pueden exponer nada sin él, ¿verdad? Quiero decir, son sus cuadros.

—Ya no.

—¿Cómo?

—Me dijo que no le importaban lo más mínimo. Que podía quedármelos si quería. Y no era cierto que no le importasen, Sam. Los he visto. Los ha convertido en sus propios recuerdos. En mensajes para su madre. Todo este tiempo, ha estado cambiándoles los títulos. Ha puesto todo tipo de cosas. Desde que era un niño, con su letra de niño. Había uno al que había llamado Mamá, no estabas cuando se me cayó mi último diente, era pequeño y estaba triste, como yo.

—Oh, no. —Sam se restregó un ojo, se puso en pie, dejó la libreta sobre la mesa, dijo—: Entonces, ¿ella no está allí? Esa mujer necesitaba que ella estuviera allí. Se suponía que iban a verse. Joder, Crocker, ¿en qué demonios estabas pensando?

—Sólo quería echarle una mano a esa mujer.

—¿Qué mujer, Crocker?

—La madre de Bill.

—No es la madre de Bill quien necesita que le echen una mano, Crocker, es Bill.

—No, Sam, Bill cree que el mundo gira a su alrededor, y a lo mejor no lo hace, ¿o lo hace, Sam? A veces tengo la sensación de que ninguno de vosotros puede verme. ¿Y sabes qué? Entiendo a Martin. —Martin era aquel tipo que había cometido delitos en Terrence Cattimore para que Cats le detuviera porque estaba obsesionado con ella—. A lo mejor lo único que quería era pedirme una cita pero creía que no iba a poder verle si se limitaba a hacerlo. Bill no quería oír hablar de ninguna exposición porque quería que el mundo siguiera girando a su alrededor. Pero nunca lo ha hecho en realidad. —Sam iba a decir algo, pero Cats la interrumpió—. Los operarios habían amontonado los cuadros delante de la casa. Se estaban empapando, Sam. Se fue sin pensar en ellos.

—Oh, Bill no dejaba de pensar en ellos, Cats.

—No sé, Sam, si hubiera pensado en ellos como era debido, su madre habría vuelto mucho antes. Porque está en camino. Creo que, en el fondo, sólo estaba esperando una señal, y esa era la señal, Sam.

Sam preguntó (¿CÓMO LA ENCONTRASTE?), y no dijo que ella también la había encontrado, no dijo que ella no le había hablado de los cuadros, no dijo que ella había tenido la sensación de que ni siquiera la había reconocido, de que parecía estar ausente, como en algún otro lugar, lejos, de que había llegado a decirle que a veces tenía la sensación de no ser más que una idea, algo que alguien estaba pensando en alguna parte, Sam se limitó a preguntar (¿CÓMO LA ENCONTRASTE?), y Cats dijo que no había sido ella, que ella no la había encontrado, que había sido Kirsten James, que había sido, en realidad, aquella marchante, aquella tal Gayle Hunnicutt, que primero había localizado los cuadros, y luego había intentado hablar con Bill, cuando Kirsten se había enamorado de Keith, aquel cuadro de la ardilla que cruzaba el río, pero que Bill no había querido oír hablar de ello, y de todas formas habían impreso aquellos carteles, porque esperaban el momento en que Bill desapareciese, como lo había hecho, o cambiase de opinión, para poder exponerlos, y quién sabía cómo, aquella marchante había descubierto que Bill había desaparecido, y había vuelto, y había dado con ella, y a ella le había parecido que había llegado el momento de que el mundo dejase de girar alrededor de (BILL), o que siguiese haciéndolo pero que, por una vez, girase también alrededor de ella.

Fue entonces cuando sonó el teléfono.

Y era Bill.

Y la conversación que mantuvieron Sam y Bill no se pareció en nada a la que Bill había imaginado. Él le dijo (ADIVINA QUÉ, SAM) y ella le dijo (ESTÁ AQUÍ, BILL) (VAN A EXPONER SUS CUADROS) (¿POR QUÉ NO DEJASTE QUE EXPUSIERAN SUS CUADROS?) (A LO MEJOR ERA LO ÚNICO QUE QUERÍA, BILL) (SABER QUE TE IMPORTABAN) (QUE A ALGUIEN LE IMPORTABAN) (QUE ELLA IMPORTABA) (¿Y SI ERA LO ÚNICO QUE QUERÍA, BILL?).