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En el que las hermanas Forest visitan Kimberly Potterland, lugar en el que piensan (RODAR) su especial de (NAVIDAD) y, vaya, se dan de bruces con la mismísima madre de la señora Potter

 

 

Dado que Polly Chalmers no había muerto, y vivía, apaciblemente, en aquella, también apacible Terrence Cattimore, Stacey Breis-Cumwitt, el cronista de sucesos de la Terrence Cattimore Gazette, el único periodista del condado que se había interesado por su caso, se había cruzado en más de una ocasión con ella sin advertirlo, de ahí que no hubiese tenido la impresión de asistir a ningún tipo de milagro. Lo hizo, sin embargo, cuando la vio en televisión. Estaba, Stacey, cenando ante, precisamente, el televisor, incómodamente instalado en el sofá de su pequeño apartamento, un ligero plato de sopa instantánea sobre la minúscula y deprimente mesa para uno que igual servía para teclear que para cenar, cuando alguien que se parecía en exceso a aquella mujer muerta, irrumpió en el despacho de las hermanas Forest y les dijo que temía por su vida. Oh, sí. Como buen cronista de sucesos, Stacey Breis-Cumwitt era seguidor de Las hermanas Forest investigan. Pero también, como buen cronista de sucesos, fingía abominar de la serie, por lo que se veía obligado a compartir sus impresiones con su profusamente confuso diario. Aquello fue lo que hizo aquella noche, diciéndose que (SIN DUDA) aquella mujer era aquella otra mujer (MUERTA), la mujer cuyo cadáver había llegado en un ataúd sellado en otra funeraria a la única funeraria de la ciudad en la que había muerto, ¿y no había olido aquello a «pestilente gato encerrado»? Por supuesto. ¿Y no olía aún peor que aquella mujer que acababa de irrumpir en el despacho de las hermanas Forest se le pareciese como se parecía una gota de agua a otra gota de agua? El caso era que Harper, así se llamaba el personaje que interpretaba, acababa de llegar a Little Bassett Falls y había conseguido un empleo en el Museo de Historia Natural. No era gran cosa, les dijo a las hermanas, apenas cargar arriba y abajo con un montón de útiles de limpieza para asegurarse de que ninguno de los huesos de dinosaurio acumulaba más polvo de la cuenta. Jodie Forest anotó algo en su libreta. La chica dijo que una noche, antes del cierre, había visto a alguien meterse en el bolsillo una de aquellas reliquias. La sensación, cuando dijo la palabra reliquia, fue la de que estaba sosteniendo la palabra como si fuera un bebé, lo que le hizo pensar a Stace en algo delicado que podía romperse, pero ¿el qué? Stace aguzó el oído. Por un momento, olvidó que aquella mujer era aquella otra mujer (MUERTA). Oh, demonios, se dijo. ¿Qué se suponía que hacía aquella serie con los cerebros de la gente? Stace se puso en pie. Subió el volumen del televisor. Arrastró su pesado batín hasta su tumultuoso despacho mientras escuchaba a Harper decir que si temía por su vida era porque desde que había ocurrido había recibido tres disparos. Ninguno de ellos había dado en el blanco. Ni siquiera se le habían ni remotamente acercado.

—¿Y qué le hace pensar que era usted la destinataria de esos disparos? —preguntó, juiciosamente, Jodie Forest.

Bien dicho, Jodie, se dijo Stace. Mientras buscaba la carpeta en la que había archivado el (EXTRAÑO CASO DE LA MUERTA SIN CADÁVER CHALMERS), redactó mentalmente sin esfuerzo una pequeña crónica del encuentro entre Harper y las Forest. En realidad, apenas un destacado sobre la posibilidad de que hubiese alguien disparando a otro alguien sin acertar ni remotamente. (JOVEN ACOSADA POR TORPES DISPAROS), lo tituló. Luego regresó al sofá y, mientras en la pantalla Jodie Forest se decía que puesto que el disparador no era un buen disparador debía de ser, cómo no, alguien llegado de alguna otra parte. Evidentemente, Connie ya sabía quién era. Sabía incluso la reliquia que se había metido en el bolsillo. Oh, Las hermanas Forest investigan, se dijo Stace, era como el mundo ahí fuera. Había quien tenía todos los ases en la manga y a quien jamás le repartirían ni uno solo.

Podía pensarse que Polly Chalmers era de aquellas a las que jamás le repartirían ni uno solo, pero lo cierto era que, si antes de muerta esa había sido la impresión, después de muerta, sucedió todo lo contrario. ¿Cómo si no podía explicarse que, desde que alguien había puesto su nombre a una tumba, no le hubiese faltado trabajo ni una sola semana? Pese a sus limitadas dotes interpretativas, había conseguido enlazar un minúsculo papel secundario tras otro, de manera que había podido permitirse un espacioso apartamento en la costosa Terrence Cattimore, y la clase de ropa que debía lucirse en las numerosas fiestas de fin de rodaje a las que acudía asiduamente. En una de ellas conoció a Wilson. Wilson era Vera Dorrie Wilson, es decir, la actriz que interpretaba a Jodie Forest. Deslumbrada por la naturalidad con la que Chalmers encajaba su clara inadecuación, Wilson invitó aquella noche a casa a Polly Chalmers. Puesto que Chalmers, que hasta entonces no había interpretado más que a muertas, en algunos casos limitándose a yacer en camas deshechas y ensangrentadas, no hacía otra cosa que hablar de lo que se le pasaba por la cabeza, como si su interlocutor hubiese estado allí dentro todo el tiempo, escuchándola pensar, no eran muchos, pese a su vulgar aunque extrañamente magnética belleza, los que la soportaban. Para Wilson, sin embargo, su hallazgo fue una bendición. No sólo le resultaba divertida la manera en que parecía incluso discutir consigo misma sino que, mientras la escuchaba conseguía no pensar en nada más, y aunque tampoco prestaba atención a lo que decía, podía volver a fantasear con todo tipo de cosas. Mientras la escuchaba, como quien sintoniza alguna extraña frecuencia capaz de emitir un ruido blanco, Wilson podía ser todo lo que era además de Jodie Forest, lo que había sido y lo que podía llegar a ser, porque nada estaba ocurriendo en el mundo, ni siquiera ella estaba en el mundo, aquella voz que no hacía más que hablar de sí misma se la estaba llevando a alguna otra parte en la que nada había sucedido aún y en la que nunca nada sucedería. Por eso Wilson no se limitó a invitarla a casa aquella noche. La invitó también la noche siguiente, y la siguiente, y cuando quiso darse cuenta, Polly se había instalado en la habitación de invitados, y ella había recuperado parte de su antigua vida. Por supuesto, Polly quiso saber si por casualidad necesitaban a actrices de reparto en Las hermanas Forest investigan y Wilson le dijo que no importaba si las necesitaban o no, ¿quería ella un papel? Lo tendría. Así había sido como había acabado interpretando a Harper.

—No vas a creerte lo que acaba de pasarme —dijo Polly, la mañana siguiente de que se emitiera el capítulo en el que interpretaba a aquella tal Harper—. He ido a esa estación de servicio y adivina qué. Esa mujer, Doris, estaba allí —(AJÁ), dijo Wilson, sin prestar la más mínima atención—. Y me ha dicho que se ha armado una buena en ese sitio en el que estoy enterrada. ¿Recuerdas ese sitio en el que estoy enterrada? Se llama Kimberly Clark Weymouth —(CLARO), dijo Wilson, pero al decirlo pensó (UN MOMENTO), y luego, como tratando de detener algún tipo de tren en marcha, apostilló (¿KIMBERLY QUÉ?)—. Kimberly Clark Weymouth, ese sitio helado en el que un tipo supuestamente me mató. No es una serie ni nada por el estilo. Me mató de verdad. Bueno, ya me entiendes. Al parecer el tipo quería largarse pero no podía hacerlo porque tenía no sé qué negocio y le hicieron creer que era el único sospechoso de mi asesinato para que no se fuera.

—¿Has dicho Kimberly Clark Weymouth?

—Eso he dicho, sí. ¿Te gusta ese sitio? Es un sitio horrible, Wills. Hace un frío del demonio, y, oh, bueno, ¿cómo he podido no contártelo, Wills? ¡La gente está chiflada por vosotras! Van de un lado a otro con libretas, anotando todo lo que hace todo el mundo para luego contárselo por teléfono. ¡Hasta tienen un ridículo periódico! ¡Un periódico con nombre de bar! ¿Puedes creértelo? El pueblo entero no hace otra cosa que ver Las hermanas Forest y creer que vive en una especie de teleserie de detectives, Wills, aunque nunca pasa nada de verdad. Mi asesinato fue el primer asesinato de ese sitio, y tampoco fue de verdad, pero ellos creyeron que lo era ¿y acaso alguien lo investigó? ¡Nadie! ¿Qué clase de detectives son esos, Wills? Creo que todo el pueblo estaba en el ajo.

—Chalms.

—Qué, Wills.

—¿Estaba Violet McKisco en el ajo?

—¿Quién es Violet McKisco, Wills?

—Mi escritor favorito.

—¿Tienes un escritor favorito?

Dorrie Wilson estaba leyendo en aquel preciso instante, y estaba leyendo un libro de Francis Violet McKisco titulado El asunto del tiburón. Se lo mostró, luego dijo:

—No hay un solo libro en esta casa que no sea suyo.

—¿De veras? Pero hay demasiados libros, ¿no hay demasiados libros? ¿Seguro que son todos suyos? ¿Cómo pueden ser todos suyos, Jodd?

—Estaba en el ajo o no, Chalms.

—Supongo.

—Oh, no puedo creérmelo.

—¿Qué?

—¿Me estás diciendo que conoces a Violet McKisco?

Hubo un tiempo en el que Wilson y Jams, Jams Collopy O’Donnell, la otra hermana Forest, la hermana lista, se llevaban bien. En realidad, lo seguían haciendo. Pero entonces estaban en la cresta de algún tipo de ola y tenían la sensación de que lo teleseriado se extendía a sus vidas, sólo que en ellas no había nadie gritando (CORTEN) y todo era posible y a la vez todo debía ser siempre apasionante porque había un montón de gente sintonizándolas, oh, no es que creyesen, verdaderamente, que había cámaras siguiéndolas por todas partes, es que habían olvidado hasta que las cámaras existían. Eran no las hermanas Forest sino las actrices que las interpretaban y su vida era el espectáculo, porque ellas no existían en realidad, no eran más que personajes de una ficción en la que dos actrices interpretaban a dos hermanas detectives en una famosísima serie de televisión. Convencidas de estar siguiendo algún tipo de guión no escrito, hacían todo tipo de cosas juntas. Salían a cenar, escuchaban discos hasta quedarse dormidas, bebían más de la cuenta. Organizaban citas dobles con chicos o chicas, y a veces se los llevaban también a casa, a casa de una o de la otra, y no dejaban de hablar entre ellas mientras hacían lo que fuese que hiciesen con ellos. En realidad era como si fueran una única persona que, por algún motivo, poseía dos cuerpos. Luego las cosas habían empezado a no salir del todo bien, o a lo mejor era simplemente que ellas habían dejado de divertirse, o que el mundo exterior, aquello que tanto les había traído sin cuidado, había empezado a ocupar cada vez más espacio, oh, le dejaron entrar, y no sólo no quiso irse, sino que lo cambió todo, se deshizo de su viejo y adorable sofá, del tarro de las galletas con aspecto de muñeco de nieve, de sus discos, de las novelas de Francis Violet McKisco que se leían la una a la otra, en voz alta, interpretando una al decidido y soñador Lanier Thomas y la otra al bueno y ridículo Stanley Rose, discutiendo porque lo hacían ellos, y dando forma, sin quererlo, a las discusiones de las hermanas Forest con aquellas otras discusiones, y también a su poderosa complicidad, oh, ¿y qué había sido de todo aquello? Todo aquello era historia. El Mundo de Ahí Fuera las había ido apartando. En realidad, las había ido aburriendo. Aquella otra serie que creían estar protagonizando, la que incluía su propia vida, había dejado de apasionarlas. Todo se había vuelto tan predecible que no sólo parecía haber sido escrito de antemano sino que también parecía haberse vivido ya. En realidad, eso era lo que ocurría. Cada día se había vuelto el mismo día repetido. Las hermanas Forest investigan dejaron de importar lo que habían importado, y se instalaron, en tanto que fenómeno televisivo del pasado, en una especie de limbo. Los números no ascendían, caían ligeramente, pero de todos modos no importaba porque alguien, en alguna parte, seguía viéndolas, y no, esa parte no era únicamente Kimberly Clark Weymouth, porque ella sola no habría bastado para nada, ella sola era una audiencia entusiasta pero exigua, mínima, apenas perceptible, como un pequeño planeta que, de tan pequeño, ni siquiera ha sido aún detectado, está cerca, podrías llegar a verlo si te situaras en el lugar correcto a determinada hora de la noche, porque, quién sabe, podría brillar como una pequeña estrella, aunque fuese de desesperación, pero no se había inventado aún ningún artilugio capaz de detectarlo. El caso era que, atrapadas en aquella otra teleserie que no existía, la que incluía su propia vida, las hermanas Forest, Wills y Jams, en realidad, se habían resignado a no ser otra cosa que Jodie y Connie porque ¿no había sido aquello lo mejor que les había pasado? ¿No se echaban de menos? ¿No había habido un tiempo en el que todo lo que deseaban eran lo que tenían y el Mundo Ahí Fuera había sido un mero escenario? ¿Por qué ahora parecía que el escenario eran ellas, y el Mundo Ahí Fuera lo único que importaba?

—Echo de menos lo que teníamos, Jams.

—Lo que teníamos no va a volver, Wills.

—Podríamos ir a ese sitio, Jams.

—¿Qué sitio?

—El sitio McKisco, Jams.

Aquella noche, después de su charla con Chalms, Wilson había llamado a Jams y le había contado que el sitio en el que vivía Francis Violet McKisco (¡LAN Y STAN, JAMS! ¿TE ACUERDAS DE LAN Y STAN, JAMS? ¿CUÁNTO HACE QUE NO INTERPRETAMOS A LAN Y A STAN? ¿POR QUÉ YA NUNCA NOS VEMOS FUERA DEL ESTUDIO, JAMS?) (YA SABES POR QUÉ, WILLS) (NO, NO LO , JAMS) no sólo debía ser el único sitio en el que seguían viéndose Las hermanas Forest sino que Polly era allí una pequeña celebridad muerta y a lo mejor podía ser una buena idea proponerle a Shirley Bob rodar allí, ¿no podía ser una buena idea? Podían abandonar para siempre Little Bassett Falls. O tal vez no tenía por qué abandonarla del todo. Podían simplemente ser trasladadas. O fingir estar de vacaciones. ¿No se merecían unas vacaciones? Podían fingir que perdían la cabeza y se instalaban en ese sitio nevado, se compraban un rifle, leían a Violet McKisco, y llevaban la clase de vida que habían llevado cuando el Mundo Ahí Fuera aún era el Mundo Ahí Fuera y ellas eran Wills y Jams e interpretaban a las hermanas Forest sin que las hermanas Forest importasen tanto como lo hacían ellas, ¿y no sería eso maravilloso?

—Podríamos fingir que ha vuelto.

—¿El qué, Wills?

—Lo que teníamos, Jams.

—No es tan sencillo, Wills.

—Oh, ¿por qué no?

Wilson creía que podían proponerle a Shirley Bob un especial de Navidad.

—Ya sabes en qué consisten los especiales de Navidad, Wills.

—Éste sería distinto.

—Nada puede ser nunca distinto, Wills.

—Oh, eso era antes, Jams, ¿has visto los datos de audiencia? Son del tamaño de un diminuto cangrejo ahí fuera. La única razón por la que no nos cancelan es, me temo, una razón supersticiosa, Jams. Les da miedo vivir en un mundo en el que las hermanas Forest no investigan. ¿Podría siquiera llegar a existir un mundo así? Lo dudan, Jams.

Jams se rio. A Wills le gustó que lo hiciera. Por un momento se la imaginó en uno de aquellos días en los que todo tenía aún sentido.

—Sería divertido, Jams. Y a lo mejor luego podríamos dejarlo. No sé, ¿no crees que si lo hacemos sería más fácil dejarlo?

—No lo sé, Wills.

—Hablaré con Shirl.

(JO JU JI), rio Jams.

Wills sonrió.

Luego llamó a Shirley Bob. Le dijo que había tenido una idea y era una idea estupenda, una idea que podía hacer que alguien volviese a escribir sobre ellas, y ¿no quería Shirl que alguien volviese a escribir sobre ellas?

NO DE QUÉ HABLAS, WILLS, PERO NO TENGO TIEMPO PARA NADA, WILLS, TENGO QUE ESCRIBIR, WILLS, SIEMPRE TENGO QUE ESCRIBIR, WILLS, ¿SABES QUE TENGO QUE ESCRIBIR, VERDAD, WILLS?

—Shirl, escucha, ¿y si Connie y Jodd se fuesen de vacaciones?

YA LO HICIMOS, WILLS. EPISODIOS 23, 54, 92, 131, 206, Y, VEAMOS, WILLS, EL FATÍDICO 589. DE TODAS FORMAS, ESTOY TAN ABURRIDA QUE TE ESCUCHO, WILLS. NO QUIERO PENSAR EN ESE TIPO QUE HABLA CON LOS MUERTOS.

—¿Va a volver Judson Crandall, Shirl?

ESO ME TEMO, WILLS.

A Wills le caía bien Judson Crandall. Era lo más parecido a Dorothea Atcheson que Little Bassett Falls iba a tener jamás. Un tipo que hablaba con los muertos. Puesto que sus supuestos poderes no eran siempre del todo efectivos, los capítulos en los que participaba eran francamente divertidos, y, de hecho, eran los únicos que Wills soportaba.

—Me encanta Judson, Shirl.

LO , WILLS, ¿y BIEN? HABLA, TE ESCUCHO.

—Estoy pensando en un especial de Navidad, Shirl —OH, NO—. No, escucha, Shirl. —NO ME GUSTAN LOS ESPECIALES DE NAVIDAD, WILLS—. Lo sé, pero no es la clase de especial de Navidad que crees que es, Shirl. Para empezar, no lo protagonizan Jodie y Connie. —¿NO?—. No, Shirl. Vamos a escapar de Las hermanas Forest, Shirl. Tú, Jams y yo. Y también va a hacerlo el espectador. —¿ESCAPAR? ¿A DÓNDE?—. A ese sitio, Shirl. Kimberly Clark Weymouth. —¿KIMBERLY QUÉ?—. Imagina que no las hermanas Forest sino las actrices que interpretan a las hermanas Forest cuando las hermanas Forest han dejado de importar, cuando, por qué no, han recibido la fatal noticia de que van a tener que despedirse de Little Bassett Falls para siempre, viajan a ese lugar, Kimberly Clark Weymouth, a visitar la tumba de su mejor amiga, que ni siquiera está muerta pero tiene una tumba en ese sitio, y no creen, como les dice su mejor amiga, que en ese sitio se investiguen unos a otros porque adoren su serie, porque esas cosas simplemente no pasan, ¿verdad? Pero se dicen que irán de todas formas porque están tristes, y porque da la casualidad de que en ese sitio vive Francis Violet McKisco y Francis Violet McKisco es su escritor favorito. —¿QUIÉN HA DICHO QUE FRANCIS VIOLET MCKISCO ES SU ESCRITOR FAVORITO? ¿HE ESCRITO YO ESO? ¿DE DÓNDE LO HAS SACADO, WILLS?—. Oh, no has escrito nada de eso, Shirl, porque no estamos hablando de Jodie y Connie sino de Jams y Wills, ¡de nosotras! Hubo un tiempo, Shirl —consintió en relatar Wilson— en el que Jams y yo lo pasábamos en grande leyendo en voz alta las novelas de McKisco e interpretando a sus dos detectives, Lan y Stan, y a lo mejor fueron esos dos detectives los que nos convirtieron en las hermanas Forest, no lo sabemos. —¿NO LO SABÉIS? ¿NO SABÉIS QUIÉN OS CONVIRTIÓ EN LAS HERMANAS FOREST? ¿QUIERES UNA PISTA, WILLS? ¡NO FUE NINGÚN DETECTIVE!—. Oh, ya me entiendes, Shirl. El caso es que van a ese sitio y, ¡vaya!, descubren que su mejor amiga tenía razón. Resulta que toda esa gente está chiflada por las hermanas Forest, aunque, agárrate, Shirl, ese sitio es el sitio de la señora Potter, ¿recuerdas a la señora Potter? —¿ESE SITIO ES EL SITIO DE LA SEÑORA POTTER?—. Sí, y está siempre helado y hace un frío de mil demonios, ¿y no es perfecto para un especial de Navidad? Las hermanas Forest visitan Potterland, ¿no sería maravilloso, Shirl?

Shirley Bob dejó de teclear un segundo.

Lo pensó.

No tenía mal aspecto.

Volvió a teclear. Dijo: (NO , WILLS).

—¿Por qué no sabes, Shirl?

—¿Trasladar a todo el equipo? Ya sabes lo acostumbrados que están a ese condenado estudio. —Shirley Bob había dejado de gritar. Seguía tecleando pero había dejado de gritar, y eso quería decir que la idea le gustaba. Le gustaba de verdad. Wilson sonrió. Shirl estaba diciendo que no había visto a nadie del equipo fuera de ese sitio antes, decía—. Creo que no he visto a ninguno de ellos fuera de ese sitio nunca. Lo aprobarán, pero esa gente no querrá mover un dedo, Wills. Así que no sé.

—Oh, olvida a esa gente, Shirl. Nosotras nos ocuparemos de todo esta vez.

—¿Nosotras? ¿Vas a sujetar tú la cámara, Wills?

—No sé, Shirl, podemos reunir a un pequeño equipo, nada de aparatos ni de toda esa maldita gente aburrida del estudio. Nosotras y todo el que quiera largarse de ese sitio.

Shirley Bob guardó silencio. Al cabo, dijo (ESTÁ BIEN).

—OooH, Shirl, ¿de veras?

—Claro, ¿por qué no? Ya sabes que hace tiempo que a todo el mundo le trae sin cuidado lo que hagamos mientras hagamos algo, así que no veo por qué no podemos hacer eso, a lo mejor hasta alguien vuelve a vernos sólo porque la cosa tiene que ver con vosotras y no con ellas, quiero decir, ¿no crees que la gente también está harta?

—No sé, Shirl, ¿qué haces mañana?

—Oh, adivina.

—¿Escribir?

—Ajá.

—¿Y no puedes escribir en otro sitio? Quiero decir, Jams, Chalmers y yo vamos a ir a ese sitio y creo que deberías venir con nosotras.

—¿A dónde, Wills? ¿A Kimberly Potterland?

—¡OH, KIMBERLY POTTERLAND! ¡Me encanta, Shirl! ¿No podría llamarse así el episodio? ¡Las hermanas Forest en Kimberly Potterland! Tengo que llamar a Jams, tengo que hacer una pequeña maleta, te recogeremos mañana a primera hora, Shirl.

Lo que ocurrió a continuación, ocurrió inevitablemente.

Porque así es como ocurren las cosas.

Inevitablemente.

Inevitablemente, a primera hora de la mañana siguiente, Stacey Breis-Cumwitt, aquel cronista de sucesos, desayunaba torpemente junto a la ventana de su pequeño apartamento cuando volvió a ver a Polly Chalmers. No habría sido capaz de reconocerla de no haberla visto aquella otra noche en televisión y haber estado, desde entonces, alerta. Había reunido lo que había escrito y publicado sobre el asunto, había observado durante horas las fotografías en las que aparecía y había hecho un buen puñado de llamadas a la cadena de televisión que emitía Las hermanas Forest investigan para tratar de conseguir el nombre de la actriz que había interpretado a la tal Harper. Aquella cadena de televisión era una cadena de televisión francamente impaciente. No esperaba a que los títulos de crédito se acabaran. Le bastaba con que la pantalla se fundiera a negro y apareciesen un par de nombres para (¡BLAM!) desconectar. Así que Stace no tenía ni la más remota idea de cómo se llamaba aquella actriz. Los de la cadena de televisión tampoco. Le habían dicho, de todas formas, que si quería podía pasarse aquel mismo día a echarle un vistazo él mismo. Stace había batallado por aquello. Había tenido que enviarles copias de todos sus artículos y asegurarles una y otra vez que no estaba chiflado. El director de la Terrence Cattimore Gazette había tenido que llamarles. Antes había querido saber si no había perdido la cabeza. Stace le había dicho que no. Al director el asunto no acababa de gustarle. ¿Perder el tiempo otra vez con aquello? ¿A qué demonios venía? ¿No estaba ese sitio demasiado lejos? ¿Qué mosca le había picado? ¿No tenía suficiente con lo que ocurría en Terrence Cattimore?

—Oh, Blobs.

—¿No te gusta este sitio?

—Nunca ocurre nada tan condenadamente narrativo en este sitio.

—¿Narrativo? ¿De veras sigue esa cabeza tuya en su sitio, Stace?

—Por supuesto, Blobs.

—No estás en la maldita sección de libros, Stace.

—No, no lo estoy, Blobs, pero ¿y si esa chica no está muerta?

—No sé, Stace, ¿no vive demasiado lejos? ¿Por qué no dejas que la gente de ese sitio haga su trabajo? ¿No tienen ahí redactores de sucesos?

—Me temo que no, Blobs, pero de todas formas, no va a costarte nada. Sólo será una llamada. Diles que es un caso importante. Diles que el periódico lleva tiempo detrás del asunto. Diles que no les molestaré lo más mínimo. Sólo necesito esos títulos de crédito.

El caso es que Blobson Carson hizo la llamada. Y Stace se preparó para ir a la cadena de televisión. De hecho, lo estaba haciendo cuando vio a Polly Chalmers por segunda vez. No se habría fijado en ella si no se hubiera fijado en el coche. Había un descapotable en la calle. Al volante iba una mujer de abundante melena rubia. ¿No le resultaba vagamente familiar? Polly Chalmers salió del edificio de enfrente. Llevaba una pequeña maleta en una mano. ¿No era aquella Shirley Bob Fairlane? Consciente de que no tenía un minuto que perder, Stace se puso un par de pantalones, una camisa, se lanzó la corbata al cuello, sin anudarla, se calzó un par de zapatos, y se colgó el abrigo de un hombro antes de la salir por la puerta, con una libreta en una mano y las llaves de su pequeño Pascow en la otra. De alguna forma, mientras saltaba escaleras en dirección a la puerta de la calle, sintió que el tiempo se detenía, como le ocurría siempre que daba con la pista que debía seguir si quería resolver el caso. Oh, Stace sabía que él no resolvía en realidad ningún caso. Los casos ya estaban resueltos cuando él daba con ellos. Pero ¿era así en este caso? ¿Acaso sabía alguien que existía un caso? Stace tropezó con sus cordones desatados en un escalón. Se dio de bruces contra el suelo. Se levantó, sin perder un segundo, una brecha abierta en mitad de la frente, y salió a la calle, caminó torpemente hasta su descolorido Pascow, y se metió dentro, tapándose aquel ridículo montón de sangre que manaba de repente sin descanso, (¡MALDITA SEA!), se dijo. El descapotable partió. Él hizo girar la llave en el contacto y el pequeño Pascow (BUBUBRUM) arrancó.

E inevitablemente, siguió a las chicas hasta Kimberly Clark Weymouth.

Mientras lo hacía, empezó a escribir mentalmente la crónica de aquel suceso que aún no había sucedido. (ENCUENTRAN A CHICA MUERTA VIVA JUNTO A LA LÁPIDA QUE LLEVA SU NOMBRE), pensó que podía titularla. Era un buen titular. ¿Quién, en su sano juicio, no leería una noticia que llevase un titular como aquel? Aunque al director Carson podía no gustarle. Al director Carson no le gustaban aquel tipo de titulares. Decía que podían despistar al lector. ¿Acaso las chicas muertas vivían?, le diría el director Carson. Objetivamente, le diría, aquel era un titular pernicioso. Y hablaba mal del periódico. Pero Stace sabía que eran aquellos titulares los que hacían que el mundo se detuviera un instante para contemplarse a sí mismo, así que siguió escribiendo mentalmente y tratando de que el descapotable no le detectase.

No fue sencillo.

Creyó que las había perdido en al menos tres ocasiones. Estuvo a punto de detenerse y dar la vuelta. Por fortuna no lo hizo. En realidad, sabía a dónde se dirigían. No en vano había elegido el titular que había elegido para su crónica de aquel suceso en marcha. ¿Se lo había olido, como se olían los sabuesos bien entrenados, cualquier cosa que no hubiese pasado aún? No había caído en la cuenta mientras lo escribía porque su mente en exceso narrativa había tomado el control de la situación. Cuando las chicas se detuvieron en la cafetería que había a los pies de (LA ROCOSA JACK JACK), temió que eso fuese todo. Si eso era todo, ¿de qué demonios iba a escribir? No tenía sentido escribir que alguien había vuelto a la vida para visitar (LA ROCOSA JACK JACK). (LA ROCOSA JACK JACK) no era tan importante. ¿Y de qué manera encajaba (LA ROCOSA JACK JACK) en aquel asunto de Kimberly Clark Weymouth? Stace se deprimió. Ni siquiera salió del coche. La realidad siempre lo estropeaba todo, se dijo. ¿Por qué las cosas no tenían nunca sentido? Abrió la guantera, sacó un libro, empezó a leer. El protagonista del libro era un cronista de sucesos que vivía en un lugar en el que nunca pasaba nada. No había muerto nunca nadie en ese sitio. Pero ¿acaso eso impedía que el cronista de sucesos escribiese? El cronista de sucesos escribía sobre lo que podía haber ocurrido y, de alguna forma, al hacerlo, mantenía aquel lugar a salvo. La ficción cubría a la realidad para que la realidad no tuviese que hacer su trabajo, y la realidad simplemente obviaba tan desagradable asunto.

—¿Es Navidad, Wills?

NO ES NAVIDAD, JAMS.

—¿Y por qué hay un árbol de Navidad ahí, Shirl?

Las chicas no se quedaron en (LA ROCOSA JACK JACK), por supuesto. Siguieron su camino hasta Kimberly Clark Weymouth, deteniéndose aquí y allá a tomar café y algún tipo de tentempié, seguidas por el minúsculo Pascow de Stace. Tuvieron problemas para elevar la capota cuando empezó a nevar. Empezó a nevar cuando empezaron a aproximarse a Kimberly Clark Weymouth, y lo primero que divisaron de la ciudad fue, evidentemente, el Lou’s Café, y su estrambóticamente gigantesco árbol de Navidad.

—Ese es ese sitio del que os he hablado —dijo Polly.

—¿Qué sitio, Chalms?

—¿Cómo que qué sitio, Wills?

—No sé, ¿qué sitio, Chalms?

—Oh, vamos, ¿es que no me habéis escuchado? ¿Para quién demonios hablo cuando hablo? ¿Qué pasa en esos cerebros famosos vuestros? (TOC) (TOC) (CEREBROS FAMOSOS) (NO ESTÁIS SOLOS AHÍ DENTRO).

—En realidad, sí —dijo Shirley Bob—. Quiero decir, ahí dentro están solos, ¿no? No sé bien a qué te refieres, Harper. Pero supongo que tiene que ver con toda la importancia que se dan. Bien, es cierto. Se dan importancia. ¿Sabes la de veces que tengo que repetir algo para que alguien me escuche en la sala de guionistas?

—¿En la sala de guionistas también hay cerebros famosos?

—¿Qué pasa en ese sitio, Chalms?

—Oh, es el sitio en el que la señora Potter se detuvo a tomar un café cuando llegó a Kimberly Clark Weymouth.

—¿La señora Potter?

—La señora Potter no existe, Chalms.

—¿No es una escritora?

—Oh, ¿te refieres a Louise?

—¿Cómo? ¿Louise Cassidy Feldman?

Connie Forest, es decir, Jams Collopy O’Donnell tenía un sueño recurrente. Y en ese sueño recurrente vivía felizmente en una casa enorme hecha de piedra con Louise Cassidy Feldman. Cocinaban, de vez en cuando invitaban a amigos a los que en realidad no soportaban, leían en la cama antes de dormir. Ella llamaba todo el tiempo por teléfono a todo tipo de gente, y la gente le pedía que hiciese cosas que ella no quería hacer pero ella las hacía de todas formas. Jams la amaba. No sabía por qué, pero la amaba. Estaba tremendamente orgullosa de ella. No por las cosas que escribía, sino por todas aquellas cosas que hacía por todo el mundo que no quería hacer pero hacía de todas formas.

—Supongo —dijo Polly—. No sé exactamente cómo se llama. Lo único que sé es que ese tipo chiflado estaba loco por ella. Tenía una tienda repleta de figuritas que no eran sólo figuritas de la señora Potter, quiero decir, esa mujer, sino también de los personajes de ese libro que había escrito y siempre había gente en la tienda, venían de todas partes, y yo no entendía nada, lo único que yo tenía que hacer era fingir que me gustaba la señora Potter tanto como a él y luego me matarían y ese tipo sería el único sospechoso.

—¿Qué clase de cosa retorcida es ésa, Harper?

Jams redujo la velocidad y puso el intermitente.

—¿Se puede saber qué demonios haces?

—Necesito un café.

—¿No íbamos a visitar mi tumba?

—Tu tumba no va a irse a ninguna parte, Chalms.

—Un café es una buena idea —dijo Shirley Bob.

—¿Por qué iba a ser una buena idea?

—No sé bien qué hacemos aquí, Harper. Y a lo mejor si me tomo un café en ese sitio decido que hacemos algo más que perder el tiempo.

—No perdemos el tiempo, Shirl, vamos a escribir un especial de Navidad —dijo Wilson—. ¿Has traído tu máquina de escribir, Shirl?

—Nunca salgo de casa sin ella, Wills.

—Estupendo. Yo tomaré notas. ¿Qué os parece esto como primera nota? Quiero decir, Jams y yo conducimos hasta este sitio con Chalmers porque Chalmers nos ha dicho que en ese si­tio adoran a las hermanas Forest y las hermanas Forest no están pasando por un buen momento y de todas formas Jams y yo necesitamos unas vacaciones y nos pareció una buena idea ese sitio porque es el sitio en el que vive Violet McKisco…

—No sé si es buena idea meter a ese tipo en esto, Wills —Shirley Bob mordisqueó una galletita salada que había sacado de quién sabía dónde—. ¿Sabemos siquiera si sigue vivo? A veces los escritores están muertos.

—Nah —dijo Jams.

—¿Nah qué, Collops? —Shirley Bob solía llamar Collops a Jams—. ¿Qué me dices de ese tipo de la cárcel que pidió un autógrafo de su escritora favorita a la editorial sin saber que su escritora favorita llevaba muerta un siglo? ¡Un siglo! ¿Dónde estaba esa condenada cárcel? ¿Bajo el agua? ¿Cómo podía ese tipo no enterarse de nada?

—A esos tipos no suele importarles nada que no tenga que ver con ellos, Shirl.

—¿Y qué pasó con el tipo? —preguntó Chalmers.

—Creo que alguien en la editorial falsificó la firma.

—¿CÓMO? —se indignó Wilson.

—Supongo que les pareció divertido.

—¿DIVERTIDO? ¿Y si ese tipo había matado a alguien?

—Oh, vamos, Wills, ¡ese pobre tipo les dio pena!

—¡No puedo creérmelo, Chalms!

—¿Qué?

—¡Ese tipo se cargó a alguien!

—No sabemos si se cargó a alguien, Wills.

—¡Pero pudo cargárselo! ¡Estaba en la cárcel! ¡No era buena persona! ¿Por qué habría merecido el autógrafo de esa escritora? Oh, ¡así es cómo lo hacen!

—¿El qué exactamente, Wills?

—¡NO TENER QUE DEJAR DE PENSAR EN MISMOS! ¿Acaso no les va bien pensando en nadie más que en sí mismos?

—Yo no diría que a alguien que está en la cárcel le pueda ir bien, Wills.

—¡JA! Pues yo diría que le va mejor que al muerto.

—¿QUÉ MUERTO?

—¡El tipo al que se cargó!

—¡No sabemos si se cargó a alguien, Wills!

—Oh, no sé de qué va todo esto —dijo Jams, que acababa de detener el descapotable en el aparcamiento del (LOUS CAFÉ)— pero, Shirl, McKisco no está muerto.

—¿De veras vamos a tomar un café? —Polly parecía preocupada.

—¿Recordáis a Cheryl John? —preguntó Jams.

—¿La inspectora Carrabino?

—Durante un tiempo fuimos buenas amigas.

—Oh, no, Collops.

—¿Qué?

—No, chicas, creo que no entendéis lo que está pasando aquí. No puedo entrar ahí dentro. Si entro ahí dentro, Alice me reconocerá y llamará a Howard Howling y entonces no sé lo que haremos. ¿Qué hacemos aquí? Creo que no deberíamos haber venido.

—Un momento, Chalms. ¿Qué tiene que ver lo que fuera que hicieses con Cheryl con Violet McKisco? Quiero decir, ¿estaban liados o algo por el estilo? ¿También él la utilizaba para documentarse? ¿Cómo sabe Cheryl que McKisco no está muerto?

—Has acertado sólo a medias, Wills. Porque McKisco la invitó a cenar dos veces, y por supuesto, intentó sonsacarle información sobre su trabajo. Aunque se pasó la mayor parte del tiempo hablando de sus personajes. La primera cita la concertó la hija. McKisco tiene una hija policía. Fue por ella que se fueron de Terrence Cattimore.

—¿Cómo? ¿McKisco vivía en la ciudad?

—¿De veras hemos conducido hasta aquí para estar todo el día metidas en el coche hablando de ese tipo? Está vivo, me ha quedado claro, pero sigo sin tener claro que quiera que tenga nada que ver con nuestro especial de Navidad. Y ahora, vamos a por ese café.

—¿No habéis oído lo que he dicho?

—Oh, vamos, Chalms, puedes ponerte mi bigote, ¿quieres mi bigote?

Shirley Bob llevaba siempre encima un bigote postizo. Le gustaba bromear con los productores. Decía (ESTÁ BIEN, CHICOS) (¿VOY A NECESITAR A BOB CONMIGO?). A veces necesitaba a Bob consigo. Y no sólo en las reuniones con productores.

—No quiero tu bigote.

—¿Por qué no, Chalms? —preguntó Wilson.

—Me reconocerá de todas formas.

—¿Y si te dejo a Bob al completo?

—¿Bob al completo?

—Peluca, cejas, lunar desagradable.

—¿Tienes un lunar desagradable?

—Tengo de todo, Harper.

Inevitablemente, pues, las chicas entraron en el Lou’s Café, y Stace, que había pasado de largo para no llamar en exceso la atención, regresó al cabo y aparcó junto a lo que le pareció un muñeco afelpado de gran tamaño.

—¿Tupps?

El muñeco afelpado había resultado no ser un muñeco afelpado sino Bryan Tuppy Stepwise. En realidad, un desquiciado y congelado Urk Elfine Starkadder.

—No, eh, bueno, supongo que, eh, sí.

Stace salió del coche, contempló al legendario periodista, dijo:

—Vaya.

—Vaya, sí, un frío del demonio.

—Entonces es cierto.

—Yo, eh, no, verá.

—Estás en todas partes, Tupps.

—Oh, no no, jou jou, no.

—¿Sabías que vendría?

¿Yo?

—La chica del ataúd sellado.

—¿La chica del (AJA-JA-JA) cómo?

Stace se metió las manos en los bolsillos del abrigo. Contempló la cafetería, se dijo que a lo mejor aquello era lo que parecía: un episodio maldito de Las hermanas Forest.

Esa fue la razón de que no le sorprendiese en absoluto ver salir del (LOUS CAFÉ) a la mismísima Louise Cassidy Feldman mientras esperaba a que el maldito Tupps hiciese algo más que escurrir el bulto. Pero ¿qué hacía exactamente Urk Elfine allí? Oh, seguir a Louise Cassidy Feldman, por supuesto, como le había pedido Eileen, sólo que no lo hacía en su nombre, sino en el del gran e inexistente Bryan Tuppy Stepwise.

—¡OH, NO, NI HABLAR, FLATT! ¡ME LARGO DE ESTE CONDENADO SITIO! ¡ME LARGO! ¿HAS OÍDO? VOY A HACER CASO A ESA CHIFLADA, FLATT, ¡NADA DE ESTO EXISTE AÚN! OH, NO NO NO NO, APÁRTALAS DE , ¿QUIERES?

La escritora se refería a Jams, y a Wills, y a Shirley Bob, que, al descubrirla sentada a uno de los reservados se habían abalanzado, sin dudarlo y apasionadamente, sobre ella, oh, por una vez había alguien tan famoso como ellas en alguna parte, y era un alguien con quien Jams soñaba vivir y a quien amaría por todo lo que no le gustaba hacer y de todas formas haría. Ya había conseguido librarse del alcalde Jules, y aquel tal Howard, oh, el tipo que le había tendido un par de raquetas como si ella supiese qué hacer con ellas, e incluso aquella encantadoramente triste sabelotodo, aquella tal Rosey que, oh, recordaba mejor que ella misma cuándo había escrito cada maldita frase que había escrito ¿y cómo era aquello posible? Le preguntó (¿CÓMO ES ESO POSIBLE?) y (¿ACASO NO TIENES UNA VIDA?) (¿Y SE PUEDE SABER QUÉ HACES CON ELLA?) (¿POR QUÉ NO YO LO QUE HACES CON ELLA Y SABES LO QUE HE HECHO YO CON LA MÍA?) (¿QUÉ CLASE DE SITIO ES ESTE, FLATT?), y aquella otra mujer, la mujer del fantasma que no era un fantasma porque no era el fantasma de su marido, la chiflada que había querido saber cómo lo había hecho, le había preguntado (¿CÓMO LO HIZO?), y en realidad se refería a cómo había creado aquel sitio, porque este sitio no existe, había dicho, (ESTE SITIO NO ES EL MISMO DESDE ENTONCES), había dicho también, y (CREÓ USTED UN MUNDO LEJOS DEL MUNDO QUE PUEDE VISITARSE) (UN MUNDO LEJOS DEL MUNDO EN EL QUE PUEDE VIVIRSE), y aquella sabelotodo asentía y ¿qué demonios hacía? ¿Estaba llorando? (¡LO ÚNICO QUE HICE FUE PARAR A TOMAR UN CAFÉ, Y DESAPARECÍ!) (¡MI FUTURA CARRERA ENTERA SE ESFUMÓ!), bramó la escritora, y Flatt dijo que nada se había esfumado, dijo (OH, VAMOS, LOU, ¿QUIERES DEJARLO DE UNA VEZ?), y entonces aquella mujer, la mujer chiflada, le dijo que ella había creado aquel refugio en el que ella misma se había refugiado mientras escribía, para el resto, no para ella, y (LO QUE DEBERÍA HACER), le había dicho aquella chiflada, (ES VOLVER A ESCRIBIR COMO LO HIZO AQUEL DÍA) (DEBERÍA VOLVER A DEJARSE LLEVAR) (OLVIDAR QUE TODO ESTO HA PASADO) (VUELVA A SER LA MUJER QUE DETUVO SU COCHE EN EL APARCAMIENTO DEL LOUS CAFÉ Y NO SE BAJE DEL COCHE, NO ENCUENTRE LA POSTAL DE LOS ESQUIADORES, ARRANQUE Y SIGA BUSCANDO), le había dicho, y ella no había dicho nada, ella se había puesto en pie y tenía ganas de llorar, pero no había llorado, había bajado las escaleras y le había dicho a Becky Ann que (AQUEL SITIO ERA SU SITIO) y que por ella podía irse al infierno porque era en el infierno donde debería estar, y luego era más tarde y salía, huracanadamente del (LOUS CAFÉ) y Nicole la seguía hasta el coche, pero ella no le dejaba subirse, ella se subía, un ejército de cámaras desechables apuntándola, y arrancaba, y entonces rompía a llorar, y golpeaba el volante y decía (MALDITA SEA, JAKE) y pensaba por primera vez en su novela como lo que era en realidad: ella misma reflejándose en una infinidad de espejos, espejos en los que a su vez se reflejaba la novela ahora, convirtiéndola en la hija que lo ha hecho todo inconcebiblemente bien y que, pese a ello, como la señora Potter, no ha recibido aún lo único que quería, el amor, por más tormentoso que este pudiese resultar, de su madre. ¿Y quería eso decir que ella era la madre? ¿Y cómo podía eso haber ocurrido? ¿No la quería todo el mundo? ¿Por qué ella no la quería? ¿Acaso se parecía más de lo que creía a aquella otra ella?

—¡OH, VAMOS, LOU! ¡SON LAS HERMANAS FOREST! —gritó Nicole Barkey—. ¿QUÉ BICHO TE HA…? —El orondo editor había corrido, inútilmente, resbalando aquí y allá, hasta el coche, con tan mala fortuna que, cuando lo había alcanzado, éste había arrancado y le había cubierto de nieve helada—. ¡OoOoOH! ¡MALDITA SEA, JAKE!

Confortablemente instalado en la ya no mera posibilidad sino certeza de haberse transformado en un personaje secundario de un episodio aún por rodar, o tal vez inrodable, de Las hermanas Forest investigan, Stacey Breis-Cumwitt, le preguntó, divertido, feliz, a aquella suerte de Bryan Tuppy Stepwise:

—¿Dónde está tu micrófono, Tupps?

Acababa de descubrir una etiqueta de la tienda de disfraces Meldman colgándole de lo que parecía, y sin duda era, una horrenda peluca rizada.