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Cómo llenar nuestro hogar de felicidad

 

 

 

Imaginemos nuestro estilo de vida perfecto con una sola fotografía

 

«Lo primero es acabar de desprenderse de cosas». Ya sabe quien me haya seguido que esta es una regla básica del método KonMari. Si empezamos a pensar dónde guardaremos esto y lo otro antes de habernos desprendido de cosas, no iremos muy lejos. Por eso es imperativo que, antes de ordenar, nos concentremos únicamente en la tarea de deshacernos de cosas.

Los lectores que ya hayan iniciado su maratón del orden sabrán que, aunque hayan comenzado con vacilaciones, una vez se han puesto a la tarea, deshacerse de cosas es divertido. Esto, sin embargo, es una señal de alarma. El hecho de sentirse bien no es razón para convertirse en una máquina de desechar. El acto de desechar cosas nunca puede, por sí solo, introducir felicidad en la vida.

Deshacernos de cosas no es lo importante; lo importante es conservar las cosas que nos producen felicidad. Si nos desprendemos de todo hasta dejar la casa vacía, no creo que vivamos felices en ella. Nuestro objetivo debe ser crear un ambiente lleno de las cosas que nos gusten.

Tal es la razón de que sea tan importante comenzar todo el proceso identificando lo que para nosotros sería el estilo de vida ideal. En este punto siempre pido una cosa: no poner coto a los sueños. La imagen ideal no es un objetivo grabado en piedra, ni tampoco una obligación, por lo que no es necesario contenerse. No pongamos freno a nuestras más locas fantasías. ¿Que una quiere vivir como una princesa en una habitación con todos los muebles y todos los tejidos blancos como la nieve? ¿Que otro imagina un espacio suntuoso, espléndido, con hermosos cuadros en la pared? ¿O tal vez una habitación tan abundante en plantas que se sienta como si viviera en un bosque? No hay límites.

Dicho esto, habrá quien encuentre difícil identificar el estilo de vida que desea. En este caso, sugiero buscar una sola imagen que represente su ideal. Por supuesto, solo podrá representárselo mentalmente, pero si tiene una fotografía que le haga pensar: «Sí, esta es la clase de espacio en el que quiero vivir», cambiará completamente sus sensaciones en relación con la tarea de ordenar.

Pero es importante buscar bien, y con rapidez, esa imagen. Si uno piensa: «En algún momento tendré que ponerme a buscar una foto, así que voy a esperar a que llegue ese momento», nunca hará nada. El truco consiste aquí en desplegar varias revistas de decoración de interiores y examinarlas todas al mismo tiempo. Aunque pueda resultar divertido mirar una revista diferente cada día, si se continúa así, se corre el riesgo de no poder tomar una decisión. Las opiniones pueden cambiar de un día para otro, lo cual hace aún más difícil identificar el estilo de vida que personalmente se desea. Los interiores que muestran las revistas son todos fabulosos. Un día veremos interiores de estilo japonés y al día siguiente interiores de estilo de balneario. Es más fácil identificar qué aspectos de cada uno nos atraen si nos fijamos en una variedad de interiores a la vez. Por ejemplo, es posible que nos demos cuenta de que nos interesan las salas de estar blancas, o de que nos atraen las habitaciones con plantas más que las de cualquier estilo particular.

Podemos sacar de la biblioteca una pila de revistas de decoración de interiores o comprarlas en la librería y hojearlas rápidamente. Y cuando encontremos una imagen que nos diga algo, tomemos nota de la revista donde se encuentra o apartemos esa revista sobre la mesa para volver a ella en cualquier momento.

 

 

No tengamos reparo en conservar cosas que se han quedado en la zona gris

 

Los expertos en el orden recomiendan a menudo dejar en una caja separada las cosas de las que no estamos seguros de cuál podría ser su sitio. Si al cabo de tres meses no se han utilizado, pueden ser desechadas. Parece una buena idea que además se puede poner en práctica de forma fácil. Pero en el método KonMari abogo por hacer justo lo contrario, probablemente debido a que ese sistema no me funcionó en absoluto tras dos años y medio de intentos.

Cuando lo escuché por primera vez, me llamó la atención no solo por su sencillez y su lógica, sino también por ser una gran excusa para desechar cosas. «Bueno, no lo he usado en tres meses, así que no creo que me sirva». En aquel entonces, había llegado a estar tan obsesionada con el orden que hasta empezaba a notar que me estaba desprendiendo de demasiadas cosas y que la lógica de ese método guardaba perfecta relación con un nebuloso sentimiento de culpabilidad. Tal vez por eso mismo me propusiera seguir con dicho método durante dos años y medio, una proeza inusual en mí.

El primer paso fue introducir todo lo que estaba en la zona gris, es decir, todo lo que no me emocionaba, en una bolsa de papel y dejarla en la parte baja del lado derecho de mi armario. Debía etiquetar cada objeto con la fecha de su «Día del Juicio», pero me saltaba esa parte, pues no tenía mucho material. Durante los siguientes tres meses mi vida siguió como de costumbre.

Nunca utilicé lo que había puesto en aquella bolsa. En teoría, cualquier cosa que fuera a parar allí se salvaba del destino de acabar en la basura. Esto tendría que haberme alegrado, pero en realidad sufría remordimientos de conciencia cada vez que la veía. Había organizado la ropa en mi armario de forma que siempre tuviera que mirar arriba a la derecha, lo cual debería haberme levantado el ánimo, pero la visión de esa bolsa me lo hundía. Pensé en trasladarla al lado izquierdo, pero eso no cambió nada.

Rescaté un cuchillo de caña de bambú que alguien me había regalado como recuerdo y empecé a abrir mis cartas con él, aunque realmente no lo necesitaba. Saqué un bloc de notas con personajes de dibujos animados en la cubierta que había comprado por equivocación y ni siquiera me gustaba, pero solo pude usarlo una o dos veces. Ya tenía más blocs de notas de los que podía usar y que me gustaban. Y todo esto porque me puse a pensar: «Pronto llegará el Día del Juicio». Poco después, no podía esperar a que se cumplieran esos tres meses. Cuando ya estaba cerca el día, empecé a reprenderme a mí misma por no usar las cosas de la bolsa. Al final me sentí tres veces más culpable cuando me deshice de esas cosas que cuando las puse por primera vez en la bolsa. La última vez que introduje cosas en una bolsa, me olvidé completamente de ellas durante medio año.

Después de haber pasado por esta experiencia, me gustaría poder sentarme un día con mi antiguo yo y darle algunos consejos. Le diría: «Escucha, si no puedes desprenderte de algo, consérvalo sin sentirte culpable. No es necesario poner las cosas en una bolsa aparte». En lugar de esperar a ver si las vas a utilizar en los próximos tres meses, ¿por qué no recordar el uso que les diste en los últimos tres meses y decidir en ese momento?

Intentad verlo desde la perspectiva de las cosas de esa bolsa. Es como si se les hubiera dicho: «La verdad es que no me emocionáis y dudo que alguna vez os vuelva a utilizar, pero por si acaso, os quedáis ahí tres meses». Tras haberlas rechazado y segregado, se las somete a la humillación de decirles después de tres meses: «Mmm, lo que decía, no me emocionáis», y al final acabar quitándotelas de en medio. Esto tiene que ser una tortura.

En mi método es un crimen apartar las cosas para luego poder justificar que las hayamos tirado. Esta marginación supone estar pendientes de objetos que no nos producen felicidad. Solo hay dos opciones: o conservarlas o tirarlas. Y si queremos conservarlas, procuremos cuidarlas.

Cuando decidimos quedarnos con algo que se ha quedado en la zona gris, tratémoslo como si tuviera algún valor en vez de concederle, casi en plan perdonavidas, un periodo de gracia de tres meses. Esto nos liberará de cualquier sentimiento de culpa o ambivalencia. Pongamos el objeto donde podamos verlo para que no nos olvidemos de su existencia. Podemos decidir, por ejemplo, desprendernos de algo que no vamos a utilizar durante el verano, pero aun así mientras esté en casa tratémoslo con gratitud como si fuese algo que nos gusta. Si al final nos damos cuenta de que ya no nos alegra verlo y ha prestado su servicio, démosle las gracias por ese servicio y desprendámonos de él.

Lo repetiré para que quede bien claro: en lugar de esconder las cosas que se han quedado en la zona gris, conservémoslas abiertamente y de buen grado. Valorémoslas como haríamos con cualquier cosa que nos alegre ver.

 

 

Una casa rebosante de felicidad es como nuestro museo de arte personal

 

Después de haber pasado la mayor parte de mi vida observando toda clase de objetos, incluidos los de las casas de mis clientes, he descubierto tres elementos comunes en la atracción que pueden ejercer: la belleza real del objeto en sí (atracción innata), el grado de afecto que se le ha profesado (atracción adquirida) y la historia o el significado que ha tenido (valor experiencial).

Aunque pocas cosas me interesan aparte de ordenar, me encanta pasar tiempo en los museos de arte. Me gusta contemplar pinturas y fotografías, pero mis exposiciones favoritas son las de objetos de la vida cotidiana, por ejemplo, platos y recipientes. Creo que el hecho de que muchas personas sepan apreciar estas obras de arte y artesanía las hace mejores y más refinadas, y las sitúa por encima de su valor real. En ocasiones veo en un museo una obra que, si bien parece bastante normal, ejerce una atracción irresistible. En la mayoría de los casos espero que esa atracción magnética sea resultado de haber sido valorada por sus dueños.

A veces me encuentro también en las casas de mis clientes con cosas que ejercen esa atracción misteriosa. N, por ejemplo, vivía en una casa elegante que había sido el hogar de su familia durante cuatro generaciones. Tenía muchas vajillas. El aparador del comedor y los armarios de la cocina estaban llenas de ellas, y había muchas más guardadas en cajas en el trastero. Cuando las reunió todas y las colocó en el suelo, cubrían aproximadamente lo que tres esteras de tatami (1,90 por 2,75 metros). En aquel momento, N estaba casi terminando de ordenar la categoría de komono (objetos varios), y era muy competente en la labor. Durante un tiempo, todo lo que se oía era el tintineo de los platos y otras piezas de sus vajillas, que ella extraía y colocaba sobre el suelo, y el murmullo de su voz diciendo: «Este plato me alegra verlo; esta copa, no».

Durante este proceso, suelo fijarme en los objetos que mis clientes tienen en las manos mientras reflexiono sobre la manera de organizar su almacenamiento. Pero, de pronto, me llamó la atención un único plato pequeño que estaba en el rincón de la «felicidad». «Este plato es muy especial, ¿no es así?», le dije.

N me miró con sorpresa. «No, no crea. A decir verdad, hasta había olvidado que lo tenía. Particularmente no me gusta mucho el diseño, pero hay algo en él que me toca». Era algo grueso y liso, sin ornamentación, y parecía extraño entre los demás platos que había elegido, la mayoría de los cuales tenían dibujos de colores.

Después de la lección, me envió un correo electrónico diciéndome que le había preguntado a su madre por aquel plato. Al parecer, el abuelo de N había hecho el pequeño plato para su esposa, la abuela de N, que lo había conservado hasta el final de su vida. «Es extraño. A pesar de que nunca había oído esta historia, me alegró verlo», me escribió N. Luego me contó varias anécdotas en relación con el plato. La siguiente vez que estuve en su casa lo había colocado en el altar budista para contener los dulces, y la calidez que irradiaba en aquel espacio y alrededor de él dejó en mí una profunda impresión.

Estoy convencida de que las cosas que han sido queridas o de las que nos encariñamos adquieren elegancia y carácter. Cuando nos rodeamos solamente de las cosas que nos producen felicidad y que nosotros amamos, podemos transformar nuestro hogar en un espacio lleno de objetos preciosos en nuestro museo de arte particular.

 

 

Añadamos color a la vida

 

«He terminado de ordenar mi hogar y ahora lo encuentro precioso y limpio. Pero tengo la sensación de que no lo he hecho realmente». Las casas de las personas que tienen esa sensación suelen tener una nota en común: carecen de color.

Una vez terminada la fase de reducción, es el momento de añadir felicidad. Podemos hacer esto simplemente decorando nuestro espacio con cosas que nos gusten, pero que antes apenas podíamos utilizar. Pero las personas que tienen una experiencia muy limitada en la elección de cosas que les producen felicidad tendrán que procurársela. En la gran mayoría de ellas, la única cosa que falta en sus vidas es el color. Aunque la solución ideal sería comprar cortinas nuevas o colchas de alguno de los colores preferidos o colgar un cuadro que a uno le guste, esto puede no ser una opción inmediata para todo el mundo.

En tales casos la solución más sencilla es utilizar flores. Si encontramos que las flores cortadas son difíciles de combinar, las plantas en macetas también nos sirven. Cuando era estudiante de secundaria, empecé a utilizar flores para alegrar mi habitación. O, para ser más exacta, utilicé una sola gerbera que compré por cien yenes, algo menos de un euro.

Solía preguntarme por qué el color era tan importante para mí, pero un día caí en la cuenta de que ello provenía de las comidas que mi madre hacía. Ella siempre preparaba una variedad de platos para cada comida, y el resultado era una mesa abundante en colores. Si había demasiado de un solo color, por ejemplo, el del pollo estofado con bardana, o la carne de cerdo salteada con setas, o la sopa de berenjena con miso, o el tofu frío con vinagreta de algas, miraba la mesa y decía: «Demasiado color marrón. Hace falta otro color», y entonces añadía un plato de tomates en rodajas. Sorprendentemente, aquel toque iluminaba la mesa y hacía que nuestra comida fuese mucho más agradable. Lo mismo ocurre en nuestros hogares. Si una habitación parece desnuda, una sola flor puede animarla.

Una vez visité la casa de una celebridad para dar una lección en un programa de televisión. Ella vivía en un apartamento dúplex y su lugar de trabajo estaba encima de sus aposentos. El cuarto donde trabajaba estaba relativamente limpio y ordenado, con solo una caja de cartón llena de documentos sobre el suelo. Después de un rápido vistazo, fui con ella a su dormitorio, y entré en un mundo tremendamente diferente.

Lo primero que saltó a mis ojos fueron seis máquinas tragaperras colocadas en lo alto de una librería pegada a una de las paredes. Los anaqueles, adornados con personajes de dibujos animados, se encendían y apagaban, y en toda la habitación se oía un zumbido procedente de las máquinas. Aunque he conocido a personas con dianas y mesas de mahjong en sus casas, nunca había visto una casa decorada con máquinas tragaperras en funcionamiento. También había dos más apagadas en la parte baja del armario.

«Estas máquinas son lo que más felicidad me da», me explicó con una sonrisa de complicidad. Las máquinas tragaperras eran para ella lo que las flores para mí, pensé, ¡solo que mucho más aún! Cuando terminamos de ordenar, las máquinas de luces intermitentes estaban dispuestas, bien visibles, alrededor de su habitación, lo que a ella debió de parecerle un alegre paraíso.

Es mucho más importante adornar la casa con las cosas que nos gustan que tenerla tan desnuda que carezca de toda cosa cuya vista pueda alegrarnos. Cuando termina el maratón del orden, los hogares de muchos de mis clientes a menudo parecen vacíos, pero cambian y evolucionan con rapidez. Al cabo de un año, la felicidad está a la vista. Las cosas que más les gustan se hallan entonces en sitios bien visibles, y con frecuencia cortinas y colchas han sido cambiadas por otras con los colores preferidos. Quien crea que poner orden significa simplemente despedirse del desorden está equivocado. Tened siempre en cuenta que la verdadera finalidad es encontrar y conservar las cosas que de verdad nos gustan, exhibirlas con orgullo en casa y vivir junto a ellas una vida placentera.

 

 

Cómo hacer que la mayoría de las cosas «inútiles» nos sigan causando felicidad

 

«No estoy seguro de que esto vaya a ser de alguna utilidad. Pero solo mirarlo me hace feliz. ¡Basta con que lo tenga ahí!». Por lo general un cliente me dirá esto mientras sostiene algún objeto tomado al azar que no parece tener ninguna utilidad imaginable, por ejemplo, un trozo de tela o un broche roto.

Si un objeto nos pone contentos, entonces la mejor opción es conservarlo sin pensar en lo que puedan decir los demás. Aunque lo guardemos en una caja, lo sacaremos para mirarlo. Pero si decidimos conservarlo, ¿por qué no sacarle el máximo partido? Las cosas que a los demás les parece que no tienen sentido, las cosas que solo uno amará siempre: esas son precisamente las que se deben mostrar.

Hay cuatro maneras de utilizar esta clase de objetos para decorar el hogar: colocarlos sobre alguna superficie (miniaturas, animales de peluche, etcétera), colgarlos (llaveros, cintas para el pelo, etcétera), clavarlos o pegarlos (tarjetas postales, papel de envolver, etcétera) y utilizarlos como envolturas o cubiertas (algo extensible y plegable como telas, toallas, etcétera).

Empezaré con la primera categoría, la de los objetos para colocar sobre una superficie. Aunque es bastante clara, puede incluir no solo adornos y figuras, hechos para ser mostrados de esta forma, sino también objetos de otra clase. Un cúmulo de ellos colocados directamente sobre un anaquel puede parecer un revoltijo, por lo que sugiero «enmarcarlos» colocándolos juntos en un plato, una bandeja, sobre un tapete o en una cesta. Esto no solo parece más ordenado, sino también más fácil de limpiar. Por supuesto, si se prefiere un modo más informal de acumularlos sobre un anaquel, no hay ninguna objeción. También se puede utilizar una vitrina.

Además de dejarlos todos bien a la vista, es igualmente divertido colocarlos en espacios de almacenamiento. Una de mis clientas, por ejemplo, tomó un gran ramillete y puso en el centro un broche con la forma de una rana adornada con diamantes de imitación, de manera que la cabeza de la rana sobresaliera. Luego lo colocó en un espacio abierto entre sus sujetadores dentro de un cajón. Nunca olvidaré su cara sonriente cuando me dijo: «Me divierte mucho ver la cara con que me mira cada vez que abro el cajón».

Para la segunda categoría, la de los objetos para colgar, podemos utilizar llaveros o cintas para el pelo a modo de acentos sobre la ropa del armario y deslizarlas entre los ganchos de las perchas. También podemos envolver los cuellos de las perchas con cintas más largas, como las de los regalos, o con un collar que ya no se use. O colgar objetos de ganchos en la pared, o de los extremos de las cortinas, o en cualquier otro lugar donde esto sea factible. Si el objeto es demasiado largo y complicado, podemos cortarlo o hacerle un nudo para ajustar la longitud.

Si tenemos tantas cosas para colgar que no hay sitio para todas, podemos encadenarlas para crear un solo adorno. Una de mis clientas hizo una cortina trenzando cables de teléfono móvil con la cabeza de una mascota local que le gustaba y la colgó junto a la puerta de entrada. Aunque los ojos de las mascotas moviéndose con el aire resultaban algo estrambóticos, me dijo que había transformado la puerta en «la entrada del paraíso».

Esto nos lleva a la tercera categoría, la de los objetos que podemos pegar o clavar. Decorar el interior de un armario con pósteres para los que no encontramos otro lugar es una práctica habitual en el método KonMari. Esto puede inyectar emoción en cualquier espacio de almacenamiento, incluidas paredes y puertas de aparadores y armarios y fondos de estanterías y de cajones. Podemos utilizar tela, papel o cualquier otro material siempre que nos alegre la vista.

Recientemente, he notado que muchos de mis clientes hacen paneles personalizados con fotos de cosas que los inspiran, como hogares perfectos o países que desean visitar. Son como un collage de elementos que ellos encuentran alegres. Quien esté interesado, tómese el tiempo necesario para hacer uno que verdaderamente le guste.

La última categoría para decorar un interior con objetos favoritos es la de las cosas que se utilizan para envolver. Esta incluye cualquier material flexible, como retales, toallas, bolsos de mano y prendas de bonitos diseños o tejidos que nos gustan pero que ya no nos sirven. Estos materiales se pueden utilizar para envolver cables eléctricos, que son largos y antiestéticos, o para cubrir electrodomésticos y protegerlos contra el polvo cuando no están en uso, como los ventiladores en invierno. Los edredones que haya que guardar cuando no se utilicen se pueden enrollar para expulsar el aire del interior e introducirlos en una funda de tela. Esta sirve igual de bien que las bolsas de plástico cerradas al vacío.

Quien tenga afición a coser, se puede hacer una gran funda deshaciendo costuras de prendas y dando unas puntadas a los bordes para evitar que se deshilachen. Simplemente introducir cosas en fundas así confeccionadas puede crear un espacio agradable.

Cuando terminemos estas tareas, veremos por todas partes cosas que amamos. Al abrir un cajón o un armario, al mirar detrás de una puerta o al ver el fondo de las estanterías, el corazón se llenará de felicidad. Parecerá un sueño imposible, pero está a nuestro alcance.

Si poseemos una variedad de objetos que amamos aunque puedan parecer inútiles, mirémoslos de otro modo. Porque algún motivo tuvimos para traerlos a casa. Estoy segura de que todos anhelan ser de alguna utilidad para su propietario.

Por cierto, si durante la tarea de ordenar nos encontramos con objetos diversos que nos alegra ver, pero que parecen inútiles, recomiendo asignarlos a la categoría de «decoración» hasta que hayamos terminado. Aunque podemos hacer un alto para decorar cada vez que encontremos uno, si la decisión de ordenar está ya tomada, esto puede interrumpir el proceso. Las ideas decorativas brotarán a raudales cuando, concluido el maratón del orden, la casa esté despejada y ordenada y la felicidad en su apogeo.

 

 

Creemos nuestro propio refugio

 

Una de mis clientas ordenó un pequeño trastero y lo transformó en su espacio personal. Lo amuebló con un pequeño y cómodo sofá que no utilizaba, se hizo una librería baja recortando partes de una vieja estantería, cubrió las paredes de telas que le gustaban en vez de empapelarlas y utilizó adornos navideños para hacerse una lámpara de tipo araña. Hizo todo esto ella sola. Tardó tres meses, pero el resultado fue un refugio encantador. Siempre que vienen sus nietos, entran en ese cuarto y nunca salen. «Me encanta pasar un rato aquí leyendo un libro o escuchando música», me dijo.

Si deseamos tener en casa un sitio exclusivo, un espacio personal, hay que asegurarse de que en él solo haya cosas que nos gusten. Si no disponemos de todo un cuarto, podemos utilizar una parte de un armario. Y si tenemos nuestro propio escritorio podemos transformarlo en un espacio personal. Un padre o una madre que se queden en casa y pasen mucho tiempo en la cocina pueden crear en ella un rincón personal agradable. Una de mis clientas, por ejemplo, se puso un tablón de corcho para mostrar fotos de sus hijos, las huellas de sus manos y regalos recibidos en el Día de la Madre. «Ahora me gusta cocinar mucho más que antes», me dijo con gran satisfacción.

Los efectos de crearse un espacio personal son, independientemente de su ubicación o tamaño, fantásticos. Tener un sitio muy personal que nos alegre la vista es como tener en el bolsillo un calientamanos en un día de frío glacial.

A una de mis clientas le encantaban los motivos de setas. Tenía tarjetas postales, figuras de porcelana y llaveros de setas, estos últimos con setas colgando, además de un bastoncillo para los oídos con una seta en el mango y gomas de borrar con forma de seta. «Lo que más me atrae es su forma. Abultadas por arriba, delgadas por abajo. Y también su modestia: crecen a la sombra de grandes árboles». Su expresión era de entusiasmo mientras describía los encantos de las setas, y era maravilloso ver cuánta felicidad le producía verlas, pero desgraciadamente no tenía sus setas a la vista de todos. Las tarjetas de setas permanecían en sus envoltorios de plástico, las miniaturas dentro de sus cajas, y todo ello guardado sin más en una gran lata de galletas.

Cuando le pregunté con qué frecuencia abría la lata para contemplarlas, me respondió que una vez al mes. Aunque se pasara dos horas mirándolas cada vez que la abría, solo iba a disfrutar de ellas veinticuatro horas al año. A este paso, sus preciosas setas se llenarían de moho. Este es precisamente el momento de crear un «espacio personal» y usar las cosas que a uno le gustan para decorarlo y alegrar el corazón.

Esta misma clienta creó finalmente su espacio personal con las setas dentro de su armario. Decoró los frentes de sus cajas de plástico transparente con postales de setas, cubrió la cama con una colcha que tenía estampada una gran seta, colgó sus llaveros de setas de los ganchos de las perchas, e introdujo sus miniaturas en una cesta que colocó en uno de los estantes.

Imaginaos lo que sería volver a casa después de un largo y agotador día de trabajo y tornar al refugio personal. Si hemos reducido la cantidad de nuestras pertenencias pero no sentimos ninguna felicidad en nuestro hogar, reunamos los objetos seleccionados que realmente nos atraigan en un lugar concreto para que se convierta en nuestro espacio personal. Esto nos hará disfrutar mucho más de las horas que pasemos en casa.