Berta y Clara, muchos días, si no va nadie a buscarlas al colegio, vuelven juntas a casa. Clara, además de su vecina, es compañera de escuela y su mejor amiga. Las dos viven en portales contiguos: Clara en un piso bajo que tiene un jardín que da a la parte posterior y al que se accede desde el salón, y Berta en el primer piso del portal de al lado; y el salón de su casa da acceso a una terraza que está orientada al mismo lado que el jardín de Clara, casi encima de él. Cuando una está en casa de la otra, sus padres o, si se trata de Clara, su hermano mayor, Federico, no tienen más que llamarlas desde el jardín o desde la terraza, dependiendo de en qué casa se encuentren, para que vuelvan. Claro, esto sólo cuando hace buen tiempo y están las ventanas abiertas.

Hoy es un día de esos en que nadie ha ido a buscarlas; ellas ya lo saben y vuelven juntas andando desde el colegio, que está a tres manzanas de sus casas. Clara y Berta están en tercero de primaria, pero en gruposs diferentes: Clara en el B, pues su apellido es Robledo, y Berta en el A, Berta Díez.

Clara sale y se dirige, entre el bullicio de padres, madres, chicos y chicas de todas las edades que se amontonan en la puerta del colegio, hacia la esquina de la calle. A pesar de que la acera es ancha, queda poco espacio para moverse con libertad, además, una lluvia inesperada ha producido que muchas madres hayan acudido a buscar a sus hijos con paraguas, lo cual dificulta la visibilidad. Clara y Berta, para evitar estar buscándose de manera inútil, quedan siempre en la esquina, a la izquierda de la entrada, a una distancia suficiente para eludir las aglomeraciones que siempre se producen a la salida de clase. Cuando Clara llega a la esquina, se queda observando a Berta que está saltando sobre el asfalto, no en la calzada, sino en una zona de aparcamiento; con los pies juntos, flexiona las rodillas y salta de un charco a otro. Para evitar mojarse los pantalones, se los ha metido por dentro de las botas de goma. Son las botas preferidas de Berta. Unas botas rojas, con una franja azul en la parte superior y un cordón de algodón blanco que las ciñe a las piernas. Berta sujeta con fuerza su mochila colgada a la espalda.

—¡Berta, espérame! —grita Clara mientras sale corriendo hacia su amiga.

Berta, al escuchar su nombre, se da la vuelta y abraza a Clara en el momento en que llega a su altura.

—Mira, hay más de seis charcos muy poco separados y se puede saltar de uno a otro con los pies juntos.

—No es tan fácil, éstos dos sí, pero mira, a ése no sé si llegamos, y a los otros, ni te digo.

—Que sí, verás cómo no es tan difícil —Berta señala el itinerario que piensa deben seguir—; además con tres seguidos, sin separar los pies, ya podemos pedir un deseo. Dame la mano.

Las dos niñas se colocan sobre uno de los charcos y se toman de la mano.

—Sujeta bien la mochila —dice Berta—, no se te vaya a soltar. Vamos a saltar únicamente dos veces seguidas, nos paramos en el tercero, y vemos cómo saltamos los siguientes tres, ¿vale?

Se miran con una sonrisa cómplice, flexionan las piernas al tiempo y, sin parar de reír, gritan:

—Uno, dos y tres.

Juntas aterrizan en el tercer charco, después de haberse salpicado ya en el segundo.

—Hay que cerrar muy fuerte los ojos para pedir el deseo y, ya sabes, no vale abrirlos hasta que las dos lo hayamos hecho —dice Clara.

—Pero muchachas, ¿no veis que os vais a empapar? Vamos, salid de ahí ahora mismo. Si estuviera vuestra madre seguro que no se os ocurriría hacer eso —es la madre de Daniel, un compañero de Clara, quien las regaña a voces.

—No pasa nada, si además no hace frío, y ya nos salimos —contesta Berta, con los ojos cerrados, mientras aprieta la mano de su amiga.

—Ahora seguro, que por haber hablado antes de pedir el deseo, ya no se nos cumple —dice Clara, también con los ojos cerrados, pero en voz baja, para evitar que la madre de Daniel la pueda oír.

—Ya se lo diré yo a vuestras madres cuando las vea —replica la señora Martos mientras se aleja en busca de su hijo.

Cuando las dos niñas abren los ojos, miran a la madre de Daniel que aún las observa volviendo la cabeza y con cara de enfado. Entonces, ellas se miran y entre risas salen corriendo camino a casa.

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