Berta agita el bibelot y todos los copos de nieve artificial comienzan a flotar dentro de la pequeña esfera de vidrio; poco a poco se van posando en el suelo de ese mínimo escenario en el que un pequeño muñeco de nieve sonríe a la niña. Es un muñeco que parece estar hecho de plastilina y tiene dibujados en la cara dos puntos negros, los ojos, y debajo, una línea curvada que forma una boca sonriente; la nariz es una pequeña bola tan redonda como la cabeza y el cuerpo del muñeco. Podría decirse que el muñeco es un conjunto de bolas redondas de diferentes tamaños. Es por eso por lo que le gusta a Berta ese muñeco de nieve. Siempre que en la escuela hacen trabajos con plastilina, ella intenta hacer un muñeco como ése, pero siempre le sale diferente, nunca consigue que la sonrisa sea la misma, ni que la nariz sea una pequeña bolita redonda sobre la redonda cara, pero ella lo intenta todas las veces, insiste, a pesar de que la maestra le dice que por qué no hace otra cosa, que siempre se empeña en hacer ese personaje. Pero ella no le puede contar a la maestra que en su casa, en su cuarto, guardada en su caja de los tesoros, tiene una bola de cristal llena de agua en la que hay un pequeño muñeco de nieve hecho con dos bolas de plastilina, una verde y otra blanca, que le regaló su amigo Miguel, cuando los dos eran compañeros de clase, en primero, hace dos años, mucho antes de que Miguel se fuera del colegio y ella ya no volviera a saber nada de él. La maestra no lo sabe ni Berta se lo va a contar; como tampoco sabe que Miguel era su novio, pues ni siquiera él lo sabía, aunque ella se lo insinuara un montón de veces. Decírselo, nunca se lo dijo, nunca abiertamente, pero sí cosas parecidas en más de una nota que le pasaba en clase, cuando la maestra estaba escribiendo en la pizarra o entretenida en la explicación de algo a alguno de sus compañeros.

Desde que Miguel se fue, Berta se ha acordado muchas veces de él, pero eso no se lo puede decir a nadie, solamente a Clara, su amiga de entonces y de ahora, aunque a Clara no hace falta decirle nada, pues se da cuenta de todo. Ella siente que, aunque no le diga las cosas con claridad, sabe lo que le pasa; quizá por ello, no le cuesta hablarle de lo que le sucede, aunque de Miguel sí, un poco. Y antes también a su madre, porque ahora, después de saber que ella se lo cuenta a su padre como si fuera cualquier cosa… Berta espera a que se posen todos los copos de nieve artificial en el suelo de la bola de cristal; entonces no es el muñeco de nieve el que aparece dentro del bibelot, sino el rostro sonriente de Miguel, que le dice: “yo también me acuerdo de ti”.

img53