Berta sale de clase y está lloviendo. Cuando salió esta mañana de su casa también llovía, por eso lleva su impermeable y las botas de agua. No tiene que esperar a Clara, pues esta tarde no vino al colegio, tenía que ir con su madre al dentista, a que le cambiaran el aparato. Berta decide volver a su casa por el parque, aunque para ello deba dar un poco de vuelta. Se ha calado la capucha y ha comprobado que la mochila está bien cerrada, no quiere que entre agua y le moje alguno de sus cuadernos.

La lluvia es fina y no hace frío, un leve viento arrastra las hojas que ya han caído de los árboles. Berta va mirando al suelo por si encuentra alguna que le falte en su colección, aunque todavía no se han terminado de planchar las que cogió hace días con Clara. Tendría que ser muy bonita o muy rara para que la levantara, pues, además de que llueve, no viene preparada para guardarla en una bolsa o entre hojas de periódico.

Berta se encamina hacia la parte alta del parque, donde se encuentra la puerta que está más cerca de su casa. En un camino lateral observa que hay un montón de charcos, se dirige hacia ellos, pero descubre que están demasiado separados como para poder saltar con los pies juntos de uno a otro. Sigue buscando; antes de salir a la calle tiene que encontrar tres para poder pedir un deseo, luego por las aceras son más difíciles de encontrar que aquí, y en la calzada es peligroso; además, si la ve la madre de Daniel o cualquier otra, que las hay que son bien chismosas, no tardarían en contárselo a su madre, exagerándolo por supuesto.

img58

Al final de la explanada ve que hay muchos, de muy distintos tamaños y algunos lo suficientemente juntos como para poder llegar de uno a otro; en efecto, tiene de dónde elegir. Ve tres que puede saltar sin problema; pero eso no tiene emoción, tienen que ser tres que entrañen alguna dificultad, si no el deseo no se cumple. Se queda quieta buscando tres que reúnan las condiciones hasta que descubre un grupo que le parece adecuado; en efecto, aquellos están lo suficientemente separados. Se encamina hacia el que ha decidido sea el primero, se coloca a un paso de él, valora la distancia que separa a los otros dos, se concentra, comprueba que lleva bien cogida la mochila. Después, flexiona las rodillas, da un salto con los pies juntos, luego otro y otro más, y termina su recorrido en el último. Ahora tiene que cerrar los ojos y pedir un deseo. En el momento de cerrarlos se da cuenta de que son varios los deseos que aparecen y que reclaman su petición. El primero tiene que ver con Miguel, pero hay otros dos: uno se refiere a Daniel y otro a su madre, pero aún hay un cuarto, que tiene que ver con Clara. Siente que no puede pedirlos todos y que tampoco puede demorarse en decidir el que más desea, pues el efecto mágico de haber saltado sobre tres charcos seguidos con los pies juntos se pasará. No sabe por qué, pero siente que si desea el que tiene que ver con Miguel, los otros tres también se cumplirán. Sin pensarlo más dice casi en voz alta: “ser capaz de pasar por delante de la casa de Miguel”. Abre los ojos.

Está quieta sobre el tercer charco, con los pies juntos, y observa alrededor en busca de alguna mirada de censura. Hay un silencio sólo interrumpido por el ruido de la suave lluvia sobre las hojas de los árboles. Por un momento piensa que el deseo que ha pedido es una tontería, y que además no es una cuestión de deseos, es algo que está en su mano.

Sale del charco y comienza a caminar. El sendero sube hasta el paseo que atraviesa el parque por la parte de arriba. Al llegar, toma el camino que conduce a la salida, no la que da a su casa, sino la que está frente a la calle en la que vivía Miguel.